
Los Estados miembros de la Unión Europea (con alguna notable excepción) y las Instituciones Europeas parecen decididos a incrementar sobremanera la inversión en defensa con la doble intención de garantizar en lo posible su propia seguridad sin depender de terceros y de incrementar su peso en el mundo, convirtiéndose en un actor importante también en el terreno militar. Hacer todo esto posible obliga a reforzar la Base Industrial y Tecnológica de la Defensa en el Viejo Continente, pero también, para ello, a solucionar en lo posible una serie de hándicaps que llevamos arrastrando desde hace décadas y que en los últimos años se han hecho todavía más evidentes. Hándicaps relacionados con el tamaño de las empresas europeas o con la incapacidad de generar, llegado el caso, un volumen adecuado de unidades.
Semanas atrás hablábamos sobre cómo la Administración Trump, que tantas polémicas ha desatado desde que asumiera el poder el pasado 20 de enero de 2025, jugaba con «cartas marcadas» la partida estratégica que mantiene con buena parte del mundo, al menos en lo que respecta a la Unión Europea. Recomendábamos a los políticos del Viejo Continente no caer en la «trampa» de incrementar por encima de lo lógico la inversión en defensa (aunque obviamente es imprescindible acometer subidas presupuestarias severas), de forma que no se detrajesen demasiados recursos que es necesario destinar a otros aspectos de la competición entre grandes potencias actualmente en marcha.
La idea central del artículo era que, aunque se está poniendo el foco en la defensa, con los europeos asustados y sobrepasados tanto por la creciente amenaza que representa Rusia (a pesar, paradójicamente, de haber perdido buena parte de su poder convencional en Ucrania), lo cierto es que el aspecto central de la competición era económico y tecnológico. Es decir, que el grueso de los recursos y los esfuerzos deberían dirigirse a asegurar la competitividad de la industria y la ciencia europeas en un escenario en el que el ritmo de los avances no ha dejado de incrementarse y en el que, como consecuencia, cualquier pequeño retraso que se acumule será mucho más difícil de compensar de lo que lo era en las décadas o siglos precedentes.
La cuestión, además, la hilábamos con otro artículo anterior, en el que defendíamos que se estaba produciendo o, al menos se atisbaba ya un «sorpasso» futuro por parte de los gigantes tecnológicos estadounidenses, de forma que sobrepasarían incluso en influencia y captación de fondos dentro del Departamento de Defensa estadounidense a las principales empresas del sector. Compañías como Lockheed Martin, RTX o General Dynamics que todavía hoy ostentan una posición de primacía, como suministradores de las principales plataformas y sistemas de armas en servicio con las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, pero que no lo serán eternamente, pues más temprano que tarde y salvo que terminen integrándose o fusionándose con otras como Meta, Microsoft, X, Amazon o Alphabet, acabarán por centrar su actividad en lo que podríamos considerar como el segundo escalón dentro de la escala de valor del material y los servicios de defensa; por supuesto, los gigantes de la computación, el software o la inteligencia artificial, al poseer un potencial mucho mayor para todo lo relacionado con el mando y control y la vertebración de un sistema de sistemas, serán quienes asciendan a la vértice de esta particular pirámide.
Esto deja a un buen número de empresas muy conocidas, que actualmente actúan a modo de Tier 1, en una posición compleja de cara al futuro. De hecho, la situación podría equipararse sin riesgo de equivocarse a la de la «última cena» de 1993, cuando el entonces secretario de Defensa, Les Aspin y su adjunto William J. Perry -quien más tarde ocuparía el puesto del propio Aspin- invitaron a los directores ejecutivos de los mayores contratistas del sector de la defensa en los Estados Unidos a un encuentro secreto; un convite al que acudieron, entre otros, Norman Augustine, ex presidente y director ejecutivo de Lockheed, Norman Augustine, director de Martin Marietta y en el que recibieron lo que básicamente era un ultimátum, siendo advertidos de que los presupuestos de defensa, que ya llevaban años descendiendo, lo harían mucho más y, además, más rápidamente.
La comparación no es baladí. Como hemos explicado en alguno de nuestros últimos informes sobre la Guerra de Ucrania, en los Estados Unidos hay partes de la Administración que están trabajando con la idea de fuertes recortes presupuestarios futuros, que algunas fuentes cifran en hasta un 40% para 2030. Sería esta una más de las ideas impulsadas por Elon Musk, quien ejerce como director del Department of Government Efficiency (DOGE), con mandato hasta el 4 de julio de 2026 y el ala más libertaria de la nueva Administración lo que, como en otras tantas ocasiones, hace perfectamente plausible que los estudios que se hagan y los cambios que se propongan, nunca lleguen a implementarse o no, al menos, tal y como estaba previsto o gustaría a sus promotores hacerlo.
Ahora bien, que los presupuestos de defensa estadounidenses finalmente no se recorten (y, de hecho, nada hace pensar que se vayan a ver disminuidos, más bien al contrario), al menos en términos absolutos, no implica que la distribución del gasto en el futuro vaya a ser la misma que hasta ahora, ya que en muchos aspectos es insostenible, algo en lo que no falta razón a muchos críticos, independientemente de su corte ideológico, en ocasiones un tanto siniestro. El principal problema radica, por una parte, en la existencia de muchas unidades pensadas para una guerra anterior. Por otra, en el coste de adquisición y ciclo de vida de las grandes plataformas, como los portaaviones con sus grupos de combate y alas aéreas, o los derivados de programas como el superlativo, aunque polémico y oneroso JSF, del que ha salido el F-35. También en los costes que genera una Administración que muchos consideran sobredimensionada y en la que ven un enorme potencial de ahorro gracias a las posibilidades de la IA como sustituto de muchos de los funcionarios menos especializados.
Volviendo sobre los sistemas de armas y las plataformas, lo anterior implica que, aunque no se renunciará sino de forma gradual ni a este tipo de activos, ni tampoco a las empresas que están tras ellos, a medio y largo plazo deberán reorientar parte de su actividad hacia otros segmentos, como el de los sistemas no tripulados fungibles, la electrónica, etc. En cualquier caso, lo que produzcan o bien los servicios que suministren no serán, por decirlo de alguna manera, lo «más puntero» en servicio con las Fuerzas Armadas estadounidenses, sino que estará un escalón por debajo de los servicios ofrecidos por los gigantes tecnológicos de los que hablábamos antes y que serán los encargados de aportar el «core» del «sistema de sistemas» en el que se integre cada nueva adquisición.
La opción que Aspin y Perry ofrecieron en su día a los asistentes a la «última cena» fue la de fusionar sus empresas, o bien lanzarse a un proceso de adquisiciones en el que solo sobrevivirían un puñado de conglomerados con músculo financiero suficiente como para resistir tiempos en los que la escasez de ingresos sería la norma. Además, se les informó de que el Gobierno Federal no mediaría en el proceso, dejando al libre albedrío de las compañías -esto es, a su propia suerte- el resultado. Algo que bien podría ocurrir en los próximos años pues muchas empresas necesitarán ganar volumen para sobrevivir. También es posible, como hemos sugerido, que se produzca la entrada de las grandes tecnológicas en defensa no sólo por la vía del «asalto a la Casa Blanca», que ya han iniciado, sino mediante la adquisición de otras compañías del sector de la defensa de larga trayectoria, pero con un futuro menos claro.
En esta ocasión, sin embargo, una de las vías más prometedoras para la supervivencia de los grandes sistemistas estadounidenses está en el extranjero, especialmente en una Europa que deberá incrementar sus presupuestos de defensa y acelerar en su proceso de rearme, pero que no tiene la capacidad industrial necesaria para hacerlo, al menos por el momento. Por una parte, porque lo que se da en llamar Base Industrial y Tecnológica de la Defensa, a pesar de que se están abriendo nuevas líneas de producción, es totalmente insuficiente todavía para cubrir las necesidades. Por otra porque, aunque se incremente la capacidad de fabricación, la delantera tecnológica y el práctico monopolio en algunos tipos de sistemas y plataformas lo ostentan las corporaciones norteamericanas (ahí está el F-35 para demostrarlo), por más que en su propio país vayan a quedar relegadas a medio plazo (cinco años) al segundo escalón del que hablábamos de aquí a un tiempo, mientras en la UE no se espera que los modelos de 6ª generación lleguen al menos hasta mediados de la década de 2040, lo que es un sinsentido.
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