La Unión Europea y la defensa: avanzando en la dirección equivocada

La brújula europea, que rara vez apunta al norte
La brújula europea, que rara vez apunta al norte. Fuente: EIIR.

La guerra de Ucrania, para muchos, supuso un «antes y un después» en relación con la construcción europea en materia de defensa. Incluso se ha llegado a tachar de «momento tectónico» o se ha equiparado el 24 de febrero de 2022 con una suerte de «11-S europeo». Era una forma de catalogar un suceso -en referencia al momento de la invasión- que dejó claras las miserias de los Veintisiete en cuanto que potencias militares o, más bien, actores de seguridad, dados los enormes déficits en cuanto a generación de una disuasión efectiva; en última instancia el elemento que había terminado de decidir a Rusia a lanzar su ataque.

Lo del «antes y el después» venía, en realidad, a colación del impulso a otorgado por los Estados miembros a distintas iniciativas comunitarias relacionadas con la defensa y, más exactamente, con la política industrial de defensa (lo que ya nos da una idea de por dónde iban y van los tiros y cuál es la racionalidad real tras muchos de los movimientos de las capitales europeas). La ristra de siglas es tan larga como escandalosamente opaca para los «no iniciados»: ASAP, EDIDP, EDIRPA, EDIS…

En relación con esto, y antes de seguir con nuestra exposición, no está de más recordar que –como explicara Hans Morgenthau (padre del realismo clásico) al inicio de su obra más famosa– la clave de la política internacional es “el concepto de interés definido en términos de poder”. Por supuesto, el realismo clásico tenía problemas para ofrecer explicaciones sólidas en algunos contextos, dado el énfasis puesto en los estados como actor central del sistema y, por ende, su tendencia a dejar de lado otros aspectos como los procesos internos, el papel de otro tipo de organizaciones no estatales, etc. Como no es nuestra intención dar explicaciones que muchos otros han dado mejor de lo que aquí podríamos, lo relevante aquí es quedarse con esta idea de que los Estados, en todo momento, actúan pensando en su propio interés y que este se define como poder, entendido a su vez como la mejor posición relativa frente a los demás.

Al respecto, muchos años después otro teórico, en este caso uno de los padres del realismo defensivo (Mearsheimer), vendría a matizar a Morgenthau, explicándonos que el principal objetivo de los Estados es la conservación de su supervivencia, es decir, la búsqueda o la maximización de la seguridad para poder mantener su posición relativa dentro del sistema. Para lo cual, las estrategias más adecuada son el “balancing” y el “buck-passing” . Una idea interesante para lo que nos ocupa porque tiene dos derivadas: Interna y externa.

Para el caso que nos ocupa -y en opinión de quienes escriben- el impulso a la construcción europea en materia de defensa no llegó tanto con el inicio de la invasión rusa de Ucrania, como con la llegada de Trump al poder y sus salidas de tono en relación con los socios europeos de la OTAN, a los que consideraba (con bastante razón) como unos «free riders» (gorrones), amenazando con dejarles a su suerte. Unas amenazas que desde 2016/2017 ha renovado, haciendo referencias por ejemplo durante la actual campaña electoral, lo que ha hecho una vez más temblar a muchas capitales europeas, que buscan la forma de lidiar con un posible «decoupling».

Decimos esto porque en términos de seguridad global, es decir, de puertas hacia afuera, una UE que intentaba tímidamente tener una voz en materia también de defensa (recordemos que ha sido catalogada en el pasado de «gigante económico, enano político y gusano militar») se vio de repente frente al vacío. Es decir, frente a la necesidad urgente de buscar una alternativa a la organización que garantizaba su seguridad (además con un coste ridículo, dado que la mayor parte del gasto corría del lado de Washington), es decir, la OTAN; de ahí el lanzamiento de herramientas como la PESCO y las múltiples declaraciones hechas desde entonces tanto por el Alto Representante como desde la Comisión Europea.

La sensación de vacío, huelga decirlo, se multiplicó en febrero de 2022, haciendo «despertar» en parte a los aletargados miembros de algunos gobiernos europeos y, especialmente, a la particular fauna que habita lo que se da en llamar la «EU Bubble»; la «burbuja» bruselense en la que quienes entienden el mundo en términos realistas y no idealistas han sido siempre una minoría. El problema del idealismo, dicho esto, es que rara vez valora en su justa medida elementos no solo como el «interés» (propio y ajeno) sino más prosaicos si cabe, como «las bases del poder». Esto llevó a una sobrerreacción por parte de los europeos plagada de palabras altisonantes (llegó a decirse que «Putin debía caer», como si estuviese en su mano lograrlo) y de una sobreabundancia de movimientos que rápidamente terminaron por «desfondar» a la UE: desde las sanciones, siendo más difícil el acuerdo de cara a cada nuevo paquete, a iniciativas como EDIRPA, bloqueadas durante meses en las instituciones debido al desacuerdo político. Dicho de otra forma, «el momento político» había pasado y, con ello, la oportunidad de construir un «algo más» en materia de defensa.

La explicación «seria» a lo anterior la encontramos, como adelantábamos, mirando tanto hacia afuera como hacia el interior de la UE –lo que nos lleva, por cierto, a Gideon Rose y el realismo neoclásico-. En el primer caso, tenemos que con la llegada de Biden muchos de los incentivos de cara a construir una «Europa de la defensa» capaz de valerse por sí misma (es decir, sin el concurso de los EE. UU. o de la OTAN), se esfumaron. Además, desde Washington jugaron muy bien sus cartas (su lógica pasa por ser indispensable para los Estados miembros de la UE, pero sin aumentar en demasía su compromiso, ya que necesita concentrarse cada vez más en Indo-Pacífico), logrando «atar» a algunos de sus socios europeos como Alemania, Polonia, los Bálticos, Países Bajos o Dinamarca, entre otros. Países todos ellos que si bien por una parte hablan de Europa y de la necesidad de invertir más y mejor en defensa o sacan a colación el manido (e indefinido) concepto de «Autonomía Estratégica», han estrechado su vínculo con el aliado norteamericano (las compras alemanas son significativas, al igual que la petición polaca de albergar armas nucleares).

En el segundo, porque los términos de «interés» y de «poder relativo» también aplican al interior de la UE y al día a día de esta -no lo olvidemos- organización compuesta por Estados. En este sentido, una vez pasado el fervor inicial provocado en 2016 por las amenazas de Trump y en 2022 por la invasión rusa de Ucrania, se ha vuelto a lo de siempre, pues el incentivo para superar sus diferencias había descendido una vez los EE. UU. volvieron a implicarse en la defensa europea y la guerra de Ucrania quedó «contenida» al territorio de este país. Un «lo de siempre» que se resume en que, sin incentivos para colaborar más estrechamente, cediendo soberanía y renunciando a retornos, los Estados miembros vuelven a competir entre sí no solo por imponer su parecer de cara a la adopción -o no- de nuevas herramientas e iniciativas, sino para utilizar las existentes para asegurar el mayor retorno posible, en este caso para su industria de defensa.

El casi seguro retorno de Donald Trump a la Casa Blanca o una escalada -ahora mismo, poco probable- en Ucrania, podrían una vez más suponer un acicate a los avances comunitarios en materia de defensa, cierto. Sin embargo, es poco probable ahora mismo, pese a que mantenga sus habituales algaradas –y el temor que esto sigue generando en las capitales europeas-, que una nueva Administración Trump se arriesgue a un «decoupling» con sus aliados europeos. De hecho, en su día y a pesar de su retórica, lo que en realidad hizo fue aumentar el compromiso de los Estados Unidos con la OTAN. Así las cosas, aunque la «Europa de la defensa» avanzará porque sigue habiendo ciertos incentivos para ellos y, además, una importante inercia acumulada desde 2022, lo más factible es que se aleje de sus objetivos originales y el componente industrial (que asegura los retornos a los Estados miembros y la posibilidad de competir para mejorar su peso relativo frente al resto) sea el único que tenga peso. De esta forma, la Unión Europea continuará construyendo su identidad como actor de seguridad global, pero difícilmente en la dirección correcta, que sería la derivada de un análisis realista y, como consecuencia, de una correcta alineación entre medios, modos y fines.

Autores

  • Beatriz Cózar Murillo

    Doctoranda en Ciencias Políticas y Jurídicas por la Universidad de Gante (Bélgica) y Pablo de Olavide (España). Máster en estudios de la Unión Europea por la Universidad de Salamanca (España). Especializada en la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD) de la Unión Europea y, más concretamente, en la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO).

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  • Christian D. Villanueva López

    Christian D. Villanueva López es fundador y director de Ejércitos – Revista Digital sobre Defensa, Armamento y Fuerzas Armadas. Tras servir como MPTM en las Tropas de Montaña y regresar de Afganistán, fundó la revista Ejércitos del Mundo (2009-2011) y posteriormente, ya en 2016, Ejércitos. En los últimos veinte años ha publicado más de un centenar de artículos, tanto académicos como de difusión sobre temas relacionados con la Defensa y con particular énfasis en la vertiente industrial y en la guerra futura. Además de prestar servicios de asesoría, aparecer en numerosos medios de comunicación y de ofrecer conferencias ante empresas e instituciones, ha escrito capítulos para media docena de obras colectivas relacionadas con los Estudios Estratégicos, así como un libro dedicado al Programa S-80.

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