Independientemente de si conceptos como el de «Revolución Militar», el de «Revolución Técnico-Militar» o el de «Revolución en los Asuntos Militares» son o no correctos, sirven para dar nombre a una serie de cambios no lineales que afectan a la guerra y a todo lo que la rodea. Desde la forma de combatir al material empleado y de la orgánica a la industria que da apoyo a los ejércitos, cada equis tiempo todos ellos se ven sacudidos por cambios inesperados a los que muchas veces cuesta dar una respuesta. Una vez en guerra, aquellos que no han sido capaces de seguir el ritmo de la innovación, mueren arrastrados por ella. Podría decirse, por lo tanto, que la verdadera lucha de las naciones y las fuerzas armadas no es tanto contra el enemigo, sino que más bien se trata de una guerra contra la inercia.
Hace escasos días, en una reunión con decenas de representantes de la industria de defensa, OTAN e instituciones europeas, quien escribe tuvo la oportunidad de hablar con varias personas que ocupaban puestos de notable responsabilidad. Por razones obvias, la mayor parte de los participantes estaban muy bien informadas sobre la actualidad internacional, la evolución del armamento o la situación en Ucrania. El caso es que, hablando sobre los problemas a la hora de hacer frente a los drones comerciales letalizados (sUAS, FPV, o como se quiera…), intenté explicar que un problema básico era que las pruebas, tanto las realizadas por las empresas a la hora de desarrollar sus productos, como las que llevan a cabo las instituciones antes de adquirir cualquier nuevos sistema son, por lo general, un engañabobos. Por supuesto, después de exponer cómo se llevan a cabo, el tipo de drones que se utilizan y la forma en que se emplean, me dieron la razón. Sin embargo, me quedé con una frase de un representante de industria que, aunque había escuchado en otros formatos anteriormente, me dejó de piedra: «solo nos interesan los drones que podemos derribar».
Es una afirmación tan sencilla como sincera que recoge a la perfección la realidad en muchos aspectos del sector, al menos en España y en buena parte de la Unión Europea. Acostumbrados a funcionar en base a programas y no a productos, a tener clientes prácticamente cautivos y a largos periodos de desarrollos, pruebas y entrada en servicio, que suelen medirse en décadas, no tienen incentivo alguno para cambiar un modelo que, por lo demás, da interesantes réditos económicos. Una situación muy diferente a la que se vive en Ucrania y en la propia Rusia, dos países que han ido por la fuerza implementando cambios en su ecosistema industrial y, por supuesto, en sus fuerzas armadas, obligados por la realidad del campo de batalla.
Como quiera que ya son varias las ocasiones en las que hemos hablado de los procesos de innovación militar en estas páginas, sobre los conceptos citados en la entradilla de «Revolución Militar» y «Revolución en los Asuntos Militares» y similares y como quiera también que estamos inmersos en un periodo de cambio vertiginoso, quizá fui más sensible a esa frase de lo normal. El caso es que me dejó pensando durante horas sobre ella y sus implicaciones. También sobre cómo se relacionaba con lo que estamos viendo en la Unión Europea, ahora que se intenta compensar contrarreloj una situación de inestabilidad estratégica que ha convertido a Rusia en una amenaza más que real, cerrando una ventana de vulnerabilidad que hemos pasado décadas esforzándonos en abrir, a la par que descuidábamos tanto la inversión en defensa como -igual de importante- la capacidad para pensar en términos estratégicos.
Al final, no tuve más remedio que admitir que, por mucho que nos esforcemos en intentar analizar el cambio -el efecto de las nuevas tecnologías, en el campo de batalla, las adaptaciones orgánicas y doctrinales…- y en hacer una adecuada prospectiva sobre los entornos operativos futuros, sobre las líneas de desarrollo tecnológico que tendrán éxito y las que no o sobre los escenarios con los que podemos encontrarnos, son empeños muchas veces baldíos.
Por supuesto, para que una institución -y digo más, una sociedad- cambien y se adapten a las nuevas circunstancias, hace falta tanto la concatenación de una serie de hechos como la colaboración de numerosos esfuerzos en paralelo. Sin embargo, quizá el elemento más importante, lo que define qué países y ejércitos son capaces de hacer frente a la marea de los tiempos corriendo el temporal en lugar de perecer, sea la capacidad de luchar contra las inercias. Es decir, la capacidad de abandonar el camino que llevas un tiempo siguiendo -y con ello lo que sabes hacer mejor, aunque solo sea por la práctica que ya tienes-, para invertir todos los recursos y esfuerzos en avanzar en una dirección completamente nueva. Una capacidad que, dicho sea de paso, ahora mismo en España y en la Unión Europea, no parecemos tener en absoluto.
Si hacemos un repaso a los anuncios más recientes, tenemos que países como Alemania o Italia invertirán miles de millones de euros en carros de combate más complejos y más caros, como son los Leopard 2A8. Sistemas de armas barrocos que requerirán todavía años de desarrollos y de pruebas, así como la apertura de una línea de producción para poder ser entregados al cliente y entrar con ello en servicio. Huelga decir que, en los tiempos que corren, y aunque la muerte del carro de combate no sea un mantra acertado, destinar tamaña cantidad de recursos a profundizar en lo mismo, en lugar de en modificarlo, es un tiro en el pie. El carro de combate, tal y como lo conocemos, está cada vez más fuera del campo de batalla. Lo que no quiere decir que el carro de combate vaya a desaparecer, sino que hay que adaptar el concepto para que responda a una situación muy diferente a la de los años 30 o los 70. Década esta última en la que se inició el desarrollo de los Leopard 2, por cierto.
El caso español es igual de sangrante, pues la modernización de los Leopard 2E no se completará hasta 2032, si se cumple con todo lo esperado y se implementan todas y cada una de las mejoras de un plan que se ha dividido en tres fases. No es el único programa polémico. Sucede lo mismo tanto con los VCR 8×8 como con el famoso VAC (Vehículo de Apoyo a Cadenas). Sin duda nuestro Ejército necesita algún tipo de relevo para los más que veteranos M113. También un vehículo de combate a ruedas que reemplace a algunos de los modelos en servicio, como los BMR. Ahora bien, en este momento exacto, pensar que vehículos de a cinco millones de euros la unidad y con una complejidad tan elevada puedan representar una solución, cuando no tenemos todavía formas de protegerlos con una mínima efectividad frente a drones de unos pocos cientos de euros, es cuanto menos hacerse trampas al solitario.
El problema, insistimos, no es tanto la necesidad o no de nuevos blindados o de renovar el parque de carros, como el coste de oportunidad de cada decisión y las razones por las que estas terminan por adoptarse. Por una parte, podría pensarse que hay mala fe o incluso idiocia por parte de los decisores. Sin embargo, no parece ser el caso exactamente. Después de hablar con numerosos militares de los tres ejércitos, la conciencia sobre los cambios en el campo de batalla parece bastante extendida. También la necesidad consiguiente de realizar adaptaciones de cierto calado. Sin embargo, hay un punto entre la identificación de las necesidades por parte de nuestros uniformados y la traslación de estas en pedidos a la industria en que el esquema se rompe. Es ahí en donde entran las inercias, que afectan tanto a nuestras Fuerzas Armadas, como a la industria de defensa, como a nuestro sistema político. Inercias que en última instancia lo que provocan es que los ejércitos queden progresivamente rezagados respecto al ritmo de cambio la guerra.
En el primer caso, las inercias se relacionan con la cultura institucional. Una cultura que dificulta la disensión, el debate y el cambio. Claro está, muchos de nuestros oficiales dirán, con buenas razones, que esto no es así y que siguiendo los canales establecidos, es posible no solo disentir, sino llegar a los decisores. Incluso asumiendo esto como cierto, no es difícil ver que en los foros que se organizan por distintos motivos o incluso en las reuniones a puerta cerrada, los mensajes de nuestros militares suelen ser casi siempre institucionales. Hay verdadero miedo a perder el puesto, o un ascenso, por disentir o por lanzar un mensaje que pueda ser malinterpretado. En cualquier caso, es una cuestión que va más allá de las Fuerzas Armadas, y es que en España -a pesar de nuestros ímprobos esfuerzos por fomentar el debate sobre el futuro de la guerra-, no hay un verdadero think tank que cumpla con la función que por ejemplo en los Estados Unidos tienen CNAS, CSIS, RAND, y otros tantos grupos de estudio en los que expertos civiles pueden aportar al debate alimentándolo y permitiendo que su Departamento de Defensa se beneficie del mismo. En cuanto a las publicaciones del propio Ministerio de Defensa, aunque hay trabajos notables, están demasiado centradas en temas históricos o ponen demasiadas trabas a la publicación de cualquier artículo que se aparte de la línea oficial. Incluso el IEEE tiene vetados en la práctica algunos temas de especial interés para España, lo que dificulta su labor. En resumen, carecemos de esa cultura de la disensión, tan sana a los intereses de cualquier institución que deba vivir en constante adaptación.
En el segundo caso, la frase con la que comenzábamos la columna es perfectamente representativa. Incluso en el caso de las compañías españolas que se nos aparecían como más innovadoras, caso de Escribano Mechanical and Engineering, se ha comenzado a dar un vuelco muy preocupante, pasando a orientarse hacia los programas, en lugar de seguir centrándose en los productos. Es decir, que una vez integradas dentro del sistema, han pasado a ser una más, con los mismos intereses de las ya establecidas y cayendo así en el conocido «over promise, under delivery». Precisamente ejemplos como el de la torre portamortero presentada en FEINDEF para el VAC (un mockup vacío), o el destino de los en su día prometedores programas LISS, espoleta FGK y otros tantos, son muestras claras de que más allá de la publicidad y de sus -por otra parte notables- capacidades en cuanto a fabricación o en su área de especialización (RWS y sistemas electroópticos), la empresa tiene muy poco que ofrecer (aunque abordar las razones de todo este cambio necesitaría de uno o varios artículos). En cualquier caso, el problema ejemplificado por Escribano es extensible a muchas otras firmas en España (y no solo, claro); compañías que se encuentran mucho más cómodas obteniendo contratos negociados y sin publicidad en los que se incluye el costo de desarrollo, que arriesgando en base al análisis del campo de batalla presente y futuro y proponiendo soluciones a lo que en él se ve. Todo lo cual necesitaría de capacidad de prospectiva, asesoría, vocación, personal muy especializado y, en consecuencia, salarios acordes.
En el tercero, la parálisis deviene de la decisión, lógica -lo que no quiere decir que compartida- de mantener un perfil bajísimo en el caso del Ministerio de Defensa desde hace un tiempo, en todo lo que no tenga que ver con la tan manida «cultura de defensa». Una problemática que se ha visto acusada con la llegada de los gobiernos de coalición. El caso es que, independientemente de las causas, el efecto está siendo demoledor, ya que si bien por una parte se está contratando más que nunca, embarcándonos en el mayor ciclo de adquisiciones de la democracia, por otra se está haciendo con un mínimo debate y recurriendo, como decíamos, a demasiados contratos negociados y sin publicidad. Por si esto no fuese poco, hay una clara parálisis en el ministerio derivada de la falta de personal para puestos concretos, entre otros asuntos, que tiene efectos preocupantes sobre todo lo relacionado con la prospectiva, el establecimiento de Requisitos de Estado Mayor (REM) y, en general, con la contratación y la gestión de la participación española en programas e iniciativas europeos.
Los anteriores son solo algunos de los problemas que lastran el cambio en nuestras Fuerzas Armadas. Obviamente hay más y para explicarlos en profundidad harían falta no uno o dos artículos, sino varias tesis.
Respecto a las soluciones, estas deben ser de varios tipos e implementarse al unísono. En el primer caso, es imperativa la constitución de un think tank de Defensa en España, capaz de alentar el debate y servir de verdadero punto de intercambio de ideas y de semillero de las mismas. Desgraciadamente, dado el papel que el Ministerio está concediendo a numerosas instituciones educativas privadas de dudosa capacidad y el nulo interés por los criterios básicos de mérito y capacidad, resulta difícil que esto se lleve a efecto. Por lo demás, y aunque existen instituciones como Elcano que organizan eventos y puntualmente publican sobre defensa, lo cierto es que esta está lejos de ser el centro de su actividad y su legado en la materia es, cuanto menos, cuestionable, pues han ejercido gracias a determinadas figuras más como lastre que como impulsor de los debates.
En el segundo caso, pasan por una parte por «reeducar» a la industria de defensa y, por otra, por ir más allá de esta. Al fin y al cabo, en vista del tipo de guerra en el que podríamos llegar a vernos envueltos (de alta intensidad y a escala industrial), llegado el caso satisfacer las necesidades de las Fuerzas Armadas requeriría de la participación de muchas empresas ajenas al sector. También, aunque esta es una cuestión espinosa, habría que aumentar el personal en los tres ejércitos dedicado a adquisiciones o gestión de los programas, en lugar de confiar a las empresas -en la práctica ocurre así- tareas que deberían corresponder exclusivamente a los funcionarios.
En el tercer y último caso, la situación es muy difícil de revertir ahora mismo, porque se deriva por una parte de los equilibrios políticos en vigor y, por otra, de la tradicional aversión de nuestra clase política a todo lo que tenga que ver con la Defensa. No hay ni conocimiento, ni interés, como explicaba muy a mi pesar en el libro dedicado al Programa S-80. En cualquier caso, sería de crucial para España dejar este ministerio fuera de las disputas políticas, fichando a ser posible para sus puestos clave a personas ajenas a los partidos, a ser posible jóvenes, dinámicas y de probada trayectoria.
Mientras no acometamos estos -y muchos otros- cambios, las inercias seguirán siendo las que dicten no solo la dirección real del cambio (que rara vez es la prevista en los planes), sino también hasta dónde llega este o si se queda, una vez más, en un camino recorrido solo a medias. Por lo tanto, es momento de asumir que la verdadera guerra, en lo que concierne a España y a su defensa no es tanto contra hipotéticos enemigos, como una guerra contra la inercia.
Puro evolucionismo,ley del Sr.Darwin aplicada al mundo militar