Europa en crisis

Europa en crisis.

La invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022 ha alterado el orden de seguridad de Europa, de forma que muchos observadores califican la situación como un punto de inflexión en la existencia de Unión Europea. La retórica triunfalista de Bruselas sobre la respuesta, brillante y sólida a la guerra, no puede ocultar el hecho de la existencia de profundas divisiones y debilidades que alteran el equilibrio de poder dentro de la Unión y nos dejan ante una Europa en crisis.

Tras dos guerras mundiales, Europa, debilitada material y moralmente, fue perdiendo gradualmente el deseo de ejercer su propio poder y, como consecuencia, de dotarse de los medios necesarios. Al término del periodo conocido como Guerra Fría, las élites occidentales concluyeron que una visión realista del mundo ya no era relevante y que los ideales liberales deberían guiar la conducta de la política exterior del Mundo Libre. Las élites políticas estadounidenses y europeas creían que implantación de la democracia, la apertura de mercados, el estado de derecho y otros valores liberales conformarían el denominado Orden Liberal. Asumieron, como el entonces candidato presidencial Bill Clinton expresó en 1992, que “el cálculo cínico de la política pura del poder” no tenía cabida en el mundo moderno y que un orden liberal emergente aseguraría décadas de paz democrática. Y además, en lugar de competir por el poder y la seguridad, las naciones del mundo se concentrarían en generar riqueza en un mundo cada vez más abierto, armonioso y basado en reglas, moldeado y protegido por el poder benévolo de los Estados Unidos.

En las décadas siguiente a la Guerra Fría, la Unión Europea abrazó el apetecible discurso de la época y, en lugar de diseñar y recuperar las capacidades para el ejercicio del poder, asumió su carencia como un ideal y un signo de progreso. Condenó el uso de la fuerza, algo que ya no era capaz de ejercer, como vestigio de otra época, junto con el nacionalismo y el imperialismo. Los estados europeos no fueron conscientes de que su “relevancia geopolítica” dependía de la protección proporcionada por los Estados Unidos. El cambio geopolítico mundial, que se materializa en el “pivote” del centro de gravedad al Indo- Pacífico, es una realidad que afecta al papel de Estados Unidos en el mundo. 

No es difícil asumir que la Guerra de Ucrania constituye un baño de realidad para Europa en múltiples aspectos. Uno de ellos es la constatación de que la posibilidad de conflictos armados de alta intensidad son una posibilidad real en el Continente. Sería arriesgado a priori asumir que los líderes europeos, una vez invadida Ucrania, no han percibido las amenazas a las que se enfrentaban (el rearme gradual de Europa da testimonio de ello), pero la cuestión reside en comprobar si, ante esas amenazas, considerarán suficiente una respuesta material y además de política a esas amenazas. 

Existe una amplia coincidencia en asumir que en la decisión agresiva del Kremlin influyó, entre otras motivaciones, la percepción de que las realidades morales y políticas europeas anulaba la posibilidad de que pudiesen articular el componente material de la disuasión. Putin asumió que, a pesar de su gran capacidad potencial, Europa sería renuente a aceptar la posibilidad de implicarse, como parte, en un conflicto abierto. La Historia demuestra que el valor disuasorio de las capacidades militares va unido a la la determinación a emplearlas. Expresado de otra forma: Las armas que los países europeos tienen a su disposición no pueden convertirse en elemento disuasorio mientras las sociedades democráticas del continente, empezando por su liderazgo político, no demuestren capacidad y determinación para hacer uso de ellas.

La superioridad material deja de ser relevante estratégicamente si las comunidades políticas que las poseen carecen de los valores que les lleven a asumir la decisión de movilizarlas y aplicarlas mediante acciones concretas, con la consiguiente asunción de sacrificios. Entre esas referencias morales destaca el bien común, relacionado con la supervivencia de la comunidad política. La perspectiva de una guerra obliga a las comunidades a concretar el significado y alcance del bien común como finalidad a defender, a lo que popularmente se alude como la “voluntad de vencer”.

En nuestro tiempo, una laxa y ampliamente asumida interpretación del concepto de democracia lleva demasiado lejos los límites del espíritu del contrato social, hasta el punto de aletargar el instinto de supervivencia al incluir la negación de cualquier tipo imperativo del ejercicio del poder. Este aspecto está sustentado por una concepción ideológica de la acción política como la simple aplicación de normas universales y preceptos globales.

https://www.revistaejercitos.com/2023/01/23/la-guerra-de-ucrania-ii-de-la-conquista-de-lugansk-a-la-contraofensiva-ucraniana

La UE, una realidad geoeconómica

La guerra de Ucrania ha certificado la carga utópica del hasta ahora discurso predominante en Europa, ese que preconiza que la paz es el resultado inevitable de la relación basada en el diálogo permanente y del ejercicio de la actividad económica, asumiendo que el conflicto es la consecuencia de meros “accidentes”. La “globalización” llego a predicarse como la extensión de los fundamentos de la integración europea a toda la humanidad. Los éxitos políticos y económicos de Alemania, el país más poderoso de Europa, se han relacionado con esa visión globalizadora. Esa es una de las razones por las que despertar de Europa de su hibernación geopolítica puede ser especialmente traumático

Al excluir la plena soberanía de los Estados, como consecuencia de su concepción voluntarista de la política, los europeos han borrado la guerra de “su realidad”, pero la verdadera realidad es terca: la guerra es un acto político imposible de censurar a priori. Sin embargo, es difícil para las comunidades políticas que condenan desde el principio el uso de la fuerza, identificar las circunstancias que pueden obligar, así como los principios que pueden justificar, la entrada en un conflicto. En el caso de los regímenes democráticos, no se trata sólo de disponer de los medios de acción adecuados y de un aparato de seguridad leal, sino también la necesidad de que los ciudadanos reconozcan las circunstancias y los intereses que hacen necesario y legítimo su uso.

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