El ejercicio del poder (2)

Hace un año, “Ejércitos” publicó un análisis del contexto geopolítico bajo el título “El ejercicio del poder”. Durante el periodo transcurrido la situación mundial se ha puesto de manifiesto, como expresarían los politólogos, en forma de una “turbulencia geopolítica” que parece la culminación de una década de efectos disruptivos originados por un conjunto de traumas sistémicos que han actuado como seísmos en los ámbitos geopolíticos, económicos y políticos. 

Sobre esta situación se han habilitado diferentes narrativas, desde diversas perspectivas, para obtener una explicación del porqué y cómo la geografía económica y la política mundial están cambiando. Gran parte de esas narrativas vienen afectadas por la complejidad que crea el enorme flujo informativo que caracteriza al tiempo presente. No obstante, la opinión más generalizada es que el escenario geoestratégico sigue conformado por dos tendencias principales: la conocida como “la asertividad” de Rusia y China y el acelerado realineamiento de los estados en respuesta a esta creciente presión[1]

En este sentido hay que tener en cuenta que, mientras en Occidente se conciben las Relaciones Internacionales en términos normativos y en acuerdos multinacionales, en la mayor parte del resto del mundo se ejercen en términos geopolíticos o, lo que es lo mismo, tomando decisiones en base a la geografía, la historia, la cultura, la religión y el origen étnico, sin mencionar las luchas de poder por las rutas comerciales y los recursos naturales. El diseño chino del proyecto “Belt and Road” es un claro ejemplo práctico de ello

La evolución de las corrientes políticas internas constituye un factor que ha lastrado la capacidad de Occidente para adaptarse a un entorno cambiante. Lo que ha venido denominándose el “declive de los Estados Unidos” es un hecho básicamente cultural debido a que el problema es el producto de la progresiva fractura social interna que se alimenta por la creciente desconexión entre las élites políticas/culturales y las respectivas sociedades. En Europa continúan los efectos debilitadores de la crisis económica de 2008 y de la ola de inmigración masiva de 2015-16, que ha trastornado las opciones tradicionales de liderazgo y las lealtades políticas en la mayoría de los países. A ello hay que añadir la tendencia a la fragmentación de las culturas nacionales y la degradación de la idea de ciudadanía, esta última cada vez más definida casi exclusivamente en términos de derechos sin las subsiguientes obligaciones.

Parece evidente que se ha alcanzado un punto de inflexión ideológico dentro de la comunidad transatlántica debido a las tendencias que se han ido acumulando durante décadas. En el último medio siglo, la ingeniería innovativa apoyada en la narrativa cultural se ha desarrollado, tanto mediante los sistemas educativos como en los medios de comunicación y se ha extendido al ámbito político en general, afectando a los cimientos del fundamento cultural transatlántico.

https://www.revistaejercitos.com/2022/01/26/crisis-de-ucrania-crisis-de-europa

La guerra

Es lógico admitir que la guerra de Ucrania marca uno de los hitos que ponen de manifiesto algo que era evidente: estamos ante un cambio de época. También es lógico pensar que el desarrollo y desenlace de la guerra ruso-ucraniana influirá en la orientación de la “turbulencia geopolítica”, pero antes de hacer conjeturas habría que tener muy presente la naturaleza del fenómeno guerra, que tal como la expresó Clausewitz integra “el campo del sufrimiento y de los esfuerzos físicos … la comarca de la incertidumbre … y del azar …”. Estos rasgos deben tenerse presentes pues las nuevas tecnologías no los suprimen, sino que los potencian.

Por lo expuesto, parece claro que hay que identificar los agentes de la situación actual y deducir como han empleado, y emplean, el poder. Para el análisis se puede partir de una premisa: la invasión rusa de Ucrania no fue una sorpresa ya que, desde la desaparición de la URSS, se corresponde con el resultado de una dinámica que no encontró freno, más bien se impulsó desde “Occidente”. Putin pasó años tanteando el grado de tolerancia estadounidense a su afán expansionista, primero en Georgia en 2008, luego en Crimea en 2014, a lo que hay que añadir las operaciones militares en Siria, lo que acabó de convencerle de que la disuasión era débil. En estas circunstancias, la reacción de Occidente a la agresión, aunque aparentemente se ha mostrado capaz de aportar una respuesta coherente con la situación, ha tenido una importante dosis de improvisación. 

Por regla general, en lo que se conoce como Occidente, los debates públicos sobre la responsabilidad de la guerra y las actuaciones a seguir, han sido muy rígidos y, en gran parte, desinformativos. Desde el primer momento de la invasión, la narrativa occidental es en su mayoría de apoyo incondicional a Ucrania y de no tener ninguna duda sobre las causas difundidas del conflicto ni en las acciones adecuadas para detener a Rusia. Al reduccionismo narrativo no le quedaba duda de que el presidente ruso, Vladimir Putin, era el único y pleno responsable de la guerra, ya que las actuaciones occidentales, que durante años habían potenciado a Rusia y creado la vulnerabilidad de Europa, se habrían enmarcado en el ámbito comercial, desprovistas de cualquier consideración geopolítica. 

Dadas las circunstancias, se puede entender el por qué fuentes “oficialistas” se apresuran a tildar las opiniones diferentes como insuficientemente comprometidas con una causa justa, para deducir que, de alguna manera, deben simpatizar con la causa rusa. Esta actitud, que puede tacharse de puro reduccionismo, se irá alterando a medida que el conflicto se alargue. 

Sin embargo, la indignación moral no puede ser la base de una política; a su vez, hay que admitir que de la ira contra Putin y Rusia no se extrae la línea maestra para diseñar el mejor enfoque estratégico para Ucrania o el mundo. Es posible que, entre las opciones publicadas, tengan razón las que mantienen que la mejor es proporcionarle a Kiev lo que crea que necesita para lograr la victoria. Pero difícilmente puede garantizarse que este enfoque tenga éxito pues, simplemente, podría prolongar la guerra, aumentar la destrucción de Ucrania y el sufrimiento de su población; eventualmente, llevar a Rusia a una escalada o incluso a emplear el arma nuclear

Es en situaciones de guerra cuando se debe meditar desapasionadamente sobre los intereses propios y como aplicar adecuadamente el poder político. Se podría pensar desde un punto de vista idealista que la gravedad de la situación debería alentar [WU2] a los observadores a abordar el tema desde la humildad intelectual, lo que implicaría admitir enfoques alternativos, incluso cuando no estén de acuerdo con el interés propio. La repulsa por la actuación de Rusia no impide el reconocimiento de que la política occidental nutrió parte de las condiciones que favorecían un futuro conflicto. Explicar las posibles causas por las que sucedió un hecho no implica justificarlo ni defenderlo. 

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