El ejercicio del Poder (1)

A medida que 2021 llegaba a su final, el contexto estratégico internacional se iba oscureciendo. Se suponía que la disolución formal de la Unión Soviética el 26 de diciembre de 1991 marcaría el comienzo de una era en la que proliferarían estados democráticos. Pero, a los tres decenios del acontecimiento aludido, los países europeos enfrentan una dura prueba, incapaces por el momento de pensar en términos de poder.

Los fundamentos

La preocupación de Moscú por el poder militar y el comportamiento agresivo, refleja un dilema de seguridad clásico y engendra miedo e inseguridad en otros estados, un proceso que los líderes rusos no pueden o no quieren entender.

La expansión de la OTAN puede haber sido impulsada por el objetivo de Washington de consolidar su posición en el mundo posterior a la Guerra Fría, pero los países vecinos de Rusia dieron la bienvenida a la garantía de seguridad que representa la Alianza como un seguro contra un Kremlin revisionista. Moscú contempla la política internacional como un juego de suma cero, con Grandes Potencias compitiendo por la influencia entre otras más pequeñas. Europa del Este y las antiguas repúblicas soviéticas son contempladas a través de ese prisma. Por lo tanto, la ampliación de la OTAN se enmarca como un desafío a la hegemonía de Rusia en lugar de una respuesta racional de los estados más débiles a las amenazas percibidas de Rusia.

En los últimos años, el neoeurasianismo se ha convertido en un elemento importante del pensamiento político ruso que enfatiza su singularidad nacional y se ha movido desde los márgenes del discurso hacia el centro. Putin parece aceptar las perspectivas de prominentes eurasianistas como Alexander Dugin, quien se basa en la noción de Halford Mackinder de la geopolítica como una contienda entre las potencias marítimas y las potencias terrestres.

Para el siglo XXI, esta escuela de pensamiento posiciona a Rusia y China como las principales potencias terrestres desplazando gradualmente a los Estados Unidos y Gran Bretaña para la prominencia global.

En esta raíz se encuentra la idea civilizatoria de que Rusia no solo es distinta sino cultural y moralmente superior a un Occidente decadente, con las divisiones civilizatorias esbozadas por Samuel Huntington volviéndose más prominentes que las fronteras del estado-nación. Rusia, entonces, es a la vez un estado-nación y un núcleo civilizatorio.

Los tiempos venideros constituye un desafío para los países más ricos y los líderes más hábiles, sin embargo, Putin y sus partidarios están operando bajo una visión del mundo del siglo XIX que piensa en términos de equilibrio político asiático de poder, competición de suma cero y esferas de influencia. Se habla de soslayo sobre la fortaleza económica, el Kremlin ha evitado hacer las dolorosas reformas que modernizarían el país y reducirían la dependencia excesiva de los hidrocarburos.

La situación

Los incidentes en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, en noviembre de 2021, provocados por emigrantes, la mayoría kurdos iraquíes y afganos trasladados por Turkish Airlines, constituyeron el “híbrido” necesario para iniciar la escalada. El consiguiente despliegue masivo de fuerzas militares rusas, con sus correspondientes “colas logísticas”, en las fronteras con Ucrania y Bielorrusia crea el potencial de desarrollo de un conflicto durante los próximos meses.

Los escenarios más probables contemplan a Rusia empleando abiertamente sus fuerzas en la región ucraniana de Donbass, controlada por Moscú desde la toma de Crimea en 2014, utilizando fuerzas locales y paramilitares rusos. Una opción militar rusa podría ser el establecimiento de un corredor terrestre entre Donbass y Crimea, ampliando un frente desde el cual Rusia podría actuar más profundamente en Ucrania, con la finalidad de socavar el gobierno de Kiev e implantar uno prorruso. Otra opción del Kremlin, simultánea o no con la anterior, podría conllevar el despliegue de fuerzas en Bielorrusia, situándolas cerca de la frontera con el Área OTAN en Polonia, Lituania y Letonia.

La finalidad de la acción militar de Rusia en Ucrania y Bielorrusia apunta a evitar que las repúblicas de la ex Unión Soviética tengan una relación de seguridad con la OTAN y, en su lugar, habilitar una esfera estratégica de control que las incluya. Si bien esta situación se mantiene de hecho desde la Cumbre de Bucarest de 2008, debido a la proactividad rusa.

En este periodo histórico de focalización al Indo-Pacífico, de desunión europea y de declive estadounidense, tanto Washington como la OTAN no tienen apetito por una respuesta militar en Europa Oriental. A principios de diciembre, el presidente estadounidense Joseph Biden en una entrevista telemática con el presidente ruso, le dijo a Putin que «si Rusia invade Ucrania, Estados Unidos y nuestros aliados europeos responderían con fuertes medidas económicas». Más allá de eso, hubo vagas promesas de proporcionar «material defensivo adicional a los ucranianos» y reforzar a los aliados orientales de la OTAN.

Según esto, a Putin se le ha dado luz verde en gran medida para efectuar operaciones militares de objetivo limitado y Biden ha mantenido un perfil bajo sobre el tema durante semanas. Este mes, Estados Unidos, la OTAN y Rusia negociarán las demandas de Putin que, si se acuerdan, limitarían gravemente la capacidad de Estados Unidos para defender Europa y fortalecerían la posición de las fuerzas más próximas de Rusia. Estados Unidos no puede aceptar las demandas de Putin, pero tampoco puede ofrecer más que un apoyo militar simbólico a Ucrania.

En 2008, la Cumbre de Bucarest de la OTAN abrió la posibilidad de que Ucrania y Georgia se unieran a la alianza, pero nunca ha habido un sólido consenso político en la Alianza sobre la incorporación real de los dos candidatos. Las divisiones políticas solo se han profundizado por la guerra Rusia-Georgia y la intervención militar de Rusia en Ucrania. Como resultado, tanto Kiev como Tbilisi se han encontrado en un limbo de seguridad entre Rusia y la comunidad transatlántica. Al carecer de la seguridad de llegar a ser miembros de la OTAN, los principales estados de la Alianza han tratado de reforzar a Ucrania y Georgia a través de una política de ambigüedad estratégica.

La alternativa diplomática a la acción militar, que ha planteado Rusia, ofrece un cambio aún más radical en la correlación de fuerzas militares en Europa. Bajo estas propuestas, Rusia busca hacer retroceder la presencia de la OTAN en Europa del Este y Central, como dejan claro las propuestas de Rusia sobre el futuro de la seguridad europea, la máxima ambición de Moscú.

El 17 de diciembre de 2021, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia dio a conocer dos proyectos de texto: un «Tratado entre los Estados Unidos y la Federación de Rusia sobre garantías de seguridad» y un «Acuerdo sobre medidas para garantizar la seguridad de la Federación de Rusia y los Estados miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte [OTAN]». El objetivo declarado de Moscú es obtener «garantías de seguridad legal de los Estados Unidos y la OTAN». Moscú ha pedido a Estados Unidos y a sus aliados de la OTAN que cumplan con las demandas rusas sin demora.

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