La crisis sanitaria provocada por el COVID-19, nos obliga a interrogarnos una vez más acerca de las capacidades de nuestra industria de defensa, sobre su papel y sobre su supuesto carácter estratégico. Empresas con miles de trabajadores y líneas de producción que se han beneficiado durante décadas de contratos millonarios han sido totalmente inútiles a la hora de paliar la escasez de material sanitario, mientras que otras con las que apenas se contaba, han demostrado su valía, lo que exige una reflexión.
Antes de entrar en materia quiero aclarar que este escrito no pretende ser algo definitivo, sino solo una reflexión. Con el tiempo, espero, dará lugar a artículos más específicos y mejor argumentados. En cualquier caso, la creo necesaria, pues resulta evidente que algo falla en la forma en que entendemos conceptos como «industria de defensa» o «capacidades críticas» y ahora, la situación creada por el COVID-19 nos obliga a ser más autocríticos y sinceros con nosotros como país, que nunca. En cualquier caso, ruego no se malinterprete. No va de buscar culpables, ni pretende que abandonemos tal o cual programa, ni nada por el estilo. Va de reflexionar sobre si lo que hacemos, lo hacemos de la mejor manera o hay alternativas plausibles. Dicho esto, comenzamos.
Durante demasiado tiempo España (y no hemos sido los únicos) ha considerado que la industria de defensa era, única y exclusivamente, aquella destinada a producir el material destinado a los tres ejércitos y a las FCSE, así como a sus homólogos de otros estados. Buques de guerra, carros de combate, radares, lanzacohetes, granadas o sistemas optrónicos han sido algunos de los productos que hemos exportado y que nuestras empresas son capaces de producir. Por supuesto también partes de aeronaves de todo tipo, blindados, 4×4, raciones militares y muchas otras cosas en realidad.
Salvo excepciones, hemos funcionado siempre sobre la base de programas, en muchos casos lanzados por el Ministerio de Defensa y financiados por el de Industria, los famosos PEAs. Incluso cuando se trataba de contratos más humildes se ha funcionado así, siendo el Estado el que en lugar de adquirir un producto, corría en muchos casos con los gastos de desarrollo y producción de una solución específica, con el pretexto de ayudar así a mantener unas capacidades de producción nacionales que se suponían críticas en caso de necesidad.
Esta práctica, tan común, tenía graves consecuencias. Si bien todos entendemos que no se puede pedir a una empresa que financie solo con sus propios medios el desarrollo de un cazabombardero, lo cierto es que embarcarse en programas en lugar de adquirir productos se ha convertido en una costumbre. De esta forma, son varias las empresas que se han acostumbrado a recibir cantidades ingentes, en muchas ocasiones a fondo perdido, para desarrollar productos que o bien no llegaban a producción, o bien acumulaban años y años de retrasos y problemas antes de entrar en servicio, ejemplos sobran y son de todos conocidos.
Luego hay un problema añadido; tendemos a pensar que ser independientes implica mantener todo tipo de capacidades industriales, en ocasiones absurdas. En realidad incluso los EE. UU., que tienen la industria de defensa más desarrollada del plantena con diferencia, recurren a productos extranjeros cuando entienden que embarcarse en el diseño y producción de un sistema determinado no es rentable, o bien cuando un producto foráneo ofrece unas características mejores que los propios. Lo mismo ocurre en Rusia, que no tiene reparos en adquirir drones israelíes, por ejemplo.
Al final, lo que hemos visto a propósito del COVID-19 es como una empresa, en este caso Escribano, ha sido casi la única del sector de la defensa en España capaz de reaccionar ante el nuevo escenario, adaptar su línea de producción y responder al desafío fabricando en semanas miles de respiradores. Esto nos plantea alguna que otra cuestión. La principal es ¿por qué Escribano y no Navantia, Indra, Expal o Santa Bárbara, por ejemplo? La respuesta es sencilla, en realidad: Escribano ofrece productos.
Tras iniciar su andadura fabricando para otras empresas partes mecanizadas y cada vez más, componentes más complejos, pudieron ampliar las líneas de producción para fabricar cada vez más partes de los mismos productos, subiendo de paso en la escalera de valor. Pasado el tiempo pudieron pasar de producir para otros (que sigue siendo la parte del león de su negocio), a ofertar sus propios productos gracias a que:
- El porcentaje de ingenieros en plantilla es muy alto (aproximadamente 100 de los 350 trabajadores lo son). Incluso disponen de su propia cátedra en la Universidad de Alcalá para formar personal acorde a sus necesidades.
- Realizan una inversión constante en maquinaria puntera (máquinas CNC, impresión aditiva…) a unos niveles que ninguna otra empresa del país iguala en estos momentos, hasta el punto de llegar a acuerdos con alguno de los principales productores internacionales de máquina-herramienta para probar sus productos antes que ninguna otra empresa.
- Han montado una línea de producción de material electrónico que les permite desde fabricar circuitos impresos a sus propios cables.
- Fabrican sus propias ópticas, algo que pocas otras empresas pueden hacer (y casi ninguna de las que se dedica a venderlas).
- Ofrecen al cliente artículos ya terminados que pueden comprar por un precio determinado y se sirven en plazo y forma, pero que en ningún caso necesitan de inversión para desarrollo, ni de programas de I+D interminables, ni de soluciones ad hoc que supongan quebraderos de cabeza.
La cuestión aquí es que, en lugar de necesitar de adelantos de fondos estatales para desarrollar nada, la empresa ha tenido que competir en el mercado internacional (hasta hace poco el nacional le estaba vetado). Esto les convierte en una empresa proteica capaz de adaptarse a escenarios cambiantes (por la cuenta que les trae) y que lo mismo hace en pocos días respiradores, que soldaditos de plomo, si se tercia.
Escribano no es, ni de lejos, la única empresa del sector de la defensa en España. Ni siquiera es una gran empresa. En realidad disponemos de muchas otras compañías que tendrían que haber podido responder a esta crisis, pues durante decenios han recibido millardos en contratos y se les suponen capacidades de producción importantes. El caso es que no ha sido así, lo que nos obliga a preguntarnos varias cosas.
¿Empresas estratégicas?
Hasta ahora, documentos como la Estrategia Industrial de Defensa 2015 publicado por la DGAM decían cosas como:
La política industrial de Defensa, en el ámbito de la política de armamento y material, garantiza la salvaguardia de intereses nacionales en ámbitos tecnológicos estratégicos y asegura que los requerimientos de las Fuerzas Armadas puedan ser satisfechos del modo más eficiente posible, tanto en el momento actual, como en el futuro.
Ahora toca preguntarnos si los intereses nacionales en ámbitos estratégicos se corresponden únicamente con la fabricación de hardware militar o si hemos de tener una visión más amplia del asunto. De hecho, son muchos los países que ya están tomando medidas para recuperar el control sobre la cadena de suministro de productos básicos, entre ellos los farmaceúticos. Además, en un escenario de competición entre grandes potencias como el que se está configurando, en el que poco a poco se irán levantando telones entre bloques, no resulta conveniente seguir dependiendo de China -y en realidad de ningún otro, tampoco de los aliados-, para asuntos tan importantes.
Y ojo, que esto no afecta solo a España. Son varios los estados europeos que han ido perdiendo capacidades fabriles que van desde la fabricación de EPIs o mascarillas y respiradores a la de fusiles y municiones. ¿Si lamentamos no disponer de estas capacidades en una crisis sanitaria, qué pensaríamos al consumir las menguadas reservas de municiones en caso de guerra?
En este sentido, hemos de hacer un ejercicio de análisis sincero y recapacitar sobre el tipo de empresas y capacidades que de verdad necesitamos mantener con vida. Quizá por una parte ampliando el espectro de lo que consideramos como «estratégico» hasta incluir el material sanitario, como piden algunos o, mejor aún, después de afinar ese mismo concepto hasta identificar las capacidades realmente críticas.
Antes de respondernos, hemos de atender a otro asunto interesante, del que pocas veces se habla seguramente por miedo a hacerlo (es impensable que los medios especializados lo hagan, porque viven de la publicidad) y es que muchas de nuestras empresas de defensa serían totalmente inútiles incluso en caso de guerra. El problema no es solo suyo, claro, es que los tiempos han cambiado, algunas no han sabido adaptarse y otras simple y llanamente no pueden hacerlo.
En la Guerra Fría la Armada Roja se planteaba el primer día de un hipotético conflicto con los EE. UU. como una «batalla de la primera salva» en la que sus submarinos y buques de superficie armados con misiles antibuque tratarían de infligir todo el daño posible a la US Navy y a sus aliados (especialmente atacando a los portaaviones) para limitar así la capacidad de proyección de esta y el apoyo que podría prestar a las operaciones en tierra, con especial importancia para el teatro europeo.
Era una idea suicida y lo sabían. No se engañaban sobre ello; la mayor parte de sus buques se perdería en unas pocas horas dada la superioridad de la OTAN y el resto quedarían bloqueados en puerto. Sin embargo, podía ser suficiente para asegurar el éxito en tierra, pues sustituir plataformas como los portaaviones era demasiado costoso no tanto en dinero, como en tiempo de construcción, entrenamiento de nuevas tripulaciones, etcétera.
El lector se preguntará ahora mismo de qué diablos estamos hablando y a qué viene este cambio de tema. Bien, la cuestión es que los soviéticos sabían que dada la creciente complejidad de las plataformas y los sistemas de armas que incorporaban, la industria de defensa tardaría meses -e incluso años en algunos casos- en responder a las necesidades de la US Navy, lo que podía inclinar la balanza a su favor. En los años 80 ya no era posible llevar a cabo un esfuerzo como el que permitió en los 40 inundar el Atlántico de convoyes de buques «Liberty» con sus escoltas, ni el Pacífico de portaaviones, escoltas y submarinos. Tampoco fabricar decenas de miles de aviones o carros de combate al año, como en los años álgidos de la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto que los soviéticos tampoco tenían esas capacidades, pero la cantidad de material preposicionado destinado a las operaciones en profundidad en tierra era abrumadora, como también la cantidad de misiles con los que hacer frente los buques de la US Navy. Por si acaso, esta última mantenía en reserva una impresionante cantidad de buques que formaban -y forman- su «Flota de Naftalina». Mantener varios portaaviones y decenas de cruceros, fragatas o buques de desembarco (como también aviones de combate o carros o cualquier otra cosa considerada necesaria) permitiría cubrir las bajas en las primeras semanas y meses de conflicto, hasta que la industria se pusiese en marcha…
Si damos un salto de ocho décadas, vemos que nuestro problema guarda paralelismos con esta situación, pero ante la inexistencia de reservas, nos resultaría imposible cubrir pérdidas. Pensemos un poco en nuestro único portaaeronaves y en el número de escoltas de la Armada Española. Lo mismo se podría aplicar al número de carros de combate del Ejército de Tierra o al de cazabombarderos del Ejército del Aire, solo por citar algunos sistemas irremplazables en el corto plazo.
En caso de conflicto, y si en los primeros momentos sufriésemos grandes pérdidas (ataques como los sufridos por las refinerías árabes por parte de los hutíes son muy sugerentes en este sentido), dependeríamos por completo de la industria de defensa para su reposición, pues no hay reservas. Claro está, no se puede pedir a Navantia que construya en días o semanas nuevas fragatas. Lo mismo es aplicable a Santa Bárbara y los Leopard 2E o los Pizarro, por ejemplo, o a Airbus y los cazabombarderos y helicópteros. Tampoco importaría demasiado, para ser sinceros; cuesta tanto formar a un piloto de avión o helicóptero, a la tripulación de un carro de combate o un operador de sonar o de radar que no podríamos instruir a tiempo al personal encargado de operar los nuevos vehículos, buques o aeronaves.
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