El libro que traemos a colación en este número de Ejércitos es un libro especial. Para quien escribe está entre los libros que, sin lugar a dudas, salvaría de la quema a riesgo de su propia vida si se diese el caso. Es una obra fundamental no ya para cualquier persona interesada en la temática militar sino para cualquier ser humano que sienta una mínima curiosidad por entender el mundo en el que vive, su Historia y las razones por las que es como es.
Un libro y una forma de pensar, además, que nacen de una circunstancia dramática, pues aunque su autor, Gaston Bouthoul (Monastir, 1896) ya había desarrollado la mayor parte de sus ideas entre 1935 y 1939, no sería sino con la Segunda Guerra Mundial y la catástrofe que supuso -aunque nacido en el actual Túnez, por entonces era un protectorado francés- que terminaría por alumbrar esta nueva disciplina que llamó Polemología y cuyos principios se recogen en este “Tratado de Polemología” que comentamos aquí.
Polemología, un curioso neologismo que pretendía ir más allá de la Sociología tradicional para hacer una sociología de la guerra como fenómeno. Del fenómeno-guerra, como él lo denominaba, para cuyo estudio no basta con recurrir a los postulados de la sociología tradicional y mucho menos al pacifismo, cuya contaminación ideológica nos impide entender la realidad de la guerra y, por tanto, limitar sus consecuencias, si es que eso es posible.
Naturalmente, las ideas de Bouthoul actualmente tienen mala prensa. Un hombre que regía su actividad científica en función del lema “Si quieres la paz, conoce la guerra” no podía sino caer en el olvido, máxime cuando en la época en que desarrollaba sus investigaciones, estaban en pleno auge las teorías marxistas y, posteriormente, en los 60 y 70, tomaron impulso las investigaciones sobre la paz impulsadas por personajes como el noruego Johan Galtung, del que algún día hablaremos y seguramente no para bien.
Las ideas de Bouthoul, explicadas siempre con ejemplos históricos y con un estilo que recuerda al de Fernand Braudel y la escuela de los Annales, son cuanto menos, atrevidas. Demógrafo de formación, aceptaba los postulados de Malthus, lo que le llevaba a ser pesimista sobre la posibilidad de acabar con las guerras por lo que prefería entender sus causas en toda su amplitud de tal forma que se hiciese posible modificar los fenómenos cíclicos y periódicos que conducían a los enfrentamientos militares, para poder así, al menos, mitigar los efectos de los estallidos bélicos de tal forma que se evitasen las consecuencias más dramáticas de los mismos.
El gran problema, seguramente, del pensamiento de Bouthoul, radica precisamente en su pesimismo. En ningún momento pretende engañar a nadie presentando un mundo feliz en el que las guerras sean un mal recuerdo del pasado. Muy al contrario, sostiene que las guerras seguirán existiendo. Son, no obstante, una enfermedad, un síntoma más bien, de una enfermedad más grave, provocada por el exceso demográfico y su consecuencia lógica, la lucha por los recursos -por supuesto, esto es una simplificación que hacemos nosotros de un pensamiento infinitamente más complejo y documentado-.
Siendo por tanto la guerra un estado patológico, queda la posibilidad de encontrar si no una cura, sí cauces que ayuden a limitar los efectos nocivos del virus que la causa. De esta forma, Bouthoul se centra en la búsqueda de sustitutivos válidos, quizá el aspecto en el que más flaquea su obra.
En cualquier caso, el valor inmenso de este libro no es es el de encontrar soluciones a la guerra -algo a lo que quizá se acercó más otro autor que ha pasado por estas páginas, Beaufre, al hablar de la disuasión- sino el de definirla sin adornos como lo que es: «Una forma de violencia cuya característica esencial es el carácter metódico y organizado de los grupos que la hacen, así como de la manera que estos tienen de conducirse en ella; se presenta limitada en el tiempo y el espacio, y sometida a reglas jurídicas particulares, extremadamente variables según lugares y épocas». Un fenómeno, simple y llanamente, sin adornos ni misticismos de ningún tipo y que, por lo tanto, puede ser estudiado, entendido y, llegado el caso, dejado de lado o controlado en su función de vía de escape para las tensiones entre grupos sociales.
Esta y no otra era en el fondo la intención de un Bouthoul que, horrorizado por el espectáculo dantesco de la Segunda Guerra Mundial fue, pese a su particular forma de abordar el estudio de la guerra y la mala fama y el olvido que ello le han granjeado pasado el tiempo, más pacifista que todos esos popes de la paz que, encantados por sus ideas sin base científica, no hacen nada por avanzar en ella.
Decía Clemenceau que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejárselo a los militares. Bouthoul, por el contrario, seguramente sería de la opinión de que la guerra es un asunto demasiado serio como para dejárselo a los idealistas o a los estúpidos, fuesen o no militares. Al condenar sus ideas al ostracismo, nos hemos perdido esta importante lección.
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