El libro que comentamos hoy es especial. «La edad de la pólvora», escrito por Tonio Andrade, fue publicado en español en 2017 por Crítica y nos ofrece un punto de vista muy diferente al habitual sobre la Revolución Militar de la edad Moderna. Esta última, que hemos abordado en estas páginas, fue una idea que data de los años 50, pero que fue popularizada en los 90 por el historiador británico Geoffrey Parker. Desde entonces ha sido aceptada por muchos desde entonces como una verdad absoluta, a pesar de sus muchas inconsistencias que el propio Parker reconoce.
Tonio Andrade, lejos de achantarse ante tamaño reto y de forma muy elegante, recurre a fuentes chinas y europeas de la baja Edad Media y la Edad Moderna, demostrando que la generalización de las armas de fuego no fue un fenómeno exclusivamente europeo.
Como sabemos, la pólvora y las armas de fuego son originarias de Asia. Sin embargo, se suele admitir que fueron los europeos los que lograron sacar todo el partido a estos inventos no solo desarrollando armas que aprovechaban todo su potencial, sino también las orgánicas y doctrinas más adecuadas. Esta serie de avances en armas para la infantería y en artillería, tanto terrestre como naval están a su vez detrás de otros cambios notables, desde la introducción de la traza italiana en la construcción de murallas y fortalezas, al desarrollos de los galeones primero y los navíos de línea después, aptos para utilizar armas de gran calibre. En conjunto, tendrían buena parte de la responsabilidad en el despegue europeo, que llevaría a las potencias de esta hasta entonces olvidada península euroasiática a repartirse el mundo en la Edad Moderna.
El mérito de «La edad de la pólvora» reside en demostrar, de forma convincente, que durante varios siglos el desarrollo tanto del armamento, como de la propia formulación de la pólvora, la instrucción, la doctrina y la orgánica asiáticos estuvieron, como poco, a la par que en Occidente. De hecho, en realidad hasta bien entrado el XVII se puede decir que Asia (habla principalmente de China, aunque en ocasiones también de Corea y Japón) estuvo por delante. Sus ejércitos incluían un mayor porcentaje de artilleros, sus armas eran más capaces y sus tácticas y entrenamientos estaban a la altura de cualesquiera otros. Incluso en la construcción de fortificaciones y en las tácticas de asedio se mostraron perfectamente capaces hasta época bien tardía, en concreto hasta el inicio de las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), cuando se produjo lo que el autor denomina la Gran Divergencia entre Oriente y Occidente.
Sin ánimo de desvelar nada al lector, al que recomendamos encarecidamente «La edad de la pólvora», sí diremos que en la parte final, cuando reflexiona acerca de las razones por las que China terminó completamente retrasada y vencida frente al poderío militar de los estados europeos, va más allá de las explicaciones más convencionales. Estas suelen achacar a la mentalidad confuciana, conservadora e inmovilista, el atraso de un «Imperio del Medio» que, creyéndose el centro del mundo y por tanto superior, no tenía motivos para innovar. Nada más lejos de la realidad….
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