
Esta quinta entrega dedicada a las lecturas imprescindibles para los amantes de las Ciencias y las Artes Militares vuelve, como la anterior, sobre la antropología y la paleontología, pero también va más allá, hacia el presente y el futuro, hablando sobre libros dedicados a la guerra robótica o a la forma en que la gestión económica de la guerra también se está revolucionando, al menos en lo que tiene que ver con las adquisiciones y la colaboración entre ejércitos, empresas y universidades...
13) I, Warbot: The Dawn of Artificially Intelligent Conflict
«I, Warbot: The Dawn of Artificially Intelligent Conflict» (2021), escrito por Kenneth Payne, un académico en Relaciones Internacionales en King’s College London y ex periodista de la BBC, explora el impacto de la inteligencia artificial (IA) en la guerra. Para ello, el autor aborda cómo los sistemas inteligentes están transformando los conflictos armados, desde el campo de batalla hasta las salas de estrategia, planteando de paso varias preguntas éticas, tácticas y estratégicas sobre el futuro de la guerra «automatizada». Payne combina en esta obra el análisis histórico, psicológico y tecnológico con un estilo claro y a menudo ingenioso, inspirándose en la ciencia ficción -la inspiración en la obra «yo, Robot» de Isaac Asimov es obvia- para reflexionar sobre el papel de los «warbots» (robots de guerra) en el presente y el futuro.
En la primera parte de este libro, Payne comienza contextualizando el auge de la IA en el ámbito militar: drones aéreos y terrestres y submarinos no tripulados son ejemplos claros de dicha presencia. El autor utiliza ejemplos como uno que data de 2020, en la guerra de Libia, en el que drones turcos atacaron objetivos rebeldes de forma autónoma, marcando un hito en la guerra con IA (aunque esto merece cierta discusión, claro está). Un incidente que, en cualquier caso, ilustra para el autor cómo la IA está cambiando la naturaleza del conflicto, haciendo que las armas sean más rápidas, ágiles y letales que las operadas por humanos.
Payne, por otra parte, traza la evolución de la IA militar, desde los esfuerzos fallidos de los años setenta hasta los avances recientes impulsados por el aumento en la potencia computacional, la abundancia de datos en internet y los nuevos enfoques de aprendizaje automático. Explica además que los warbots destacan en tareas tácticas específicas, como reconocimiento, procesamiento de datos y selección de objetivos, debido a su velocidad y capacidad para reconocer patrones. Sin embargo, son menos efectivos en contextos que requieren creatividad, intuición o juicio ético, áreas donde los humanos aún tienen ventaja.
Además, dedica espacio a explicar cómo la IA está transformando ya el campo de batalla al favorecer nuevas formas de combate, como el «spoofing» (engaño electrónico) o cuando habla sobre el «swarming» (ataques en enjambre que pueden abrumar a los enemigos). Payne describe cómo estas tácticas aprovechan la velocidad y coordinación de las máquinas, superando las limitaciones humanas. Sin embargo, advierte también que la IA táctica no equivale a competencia estratégica, pues los warbots carecen de la capacidad para comprender contextos políticos complejos o tomar decisiones estratégicas que equilibren objetivos a largo plazo, lo que los hace «tácticamente brillantes, pero estratégicamente ingenuos».
El libro también explora cómo la IA afecta la toma de decisiones en los cuarteles generales. Los sistemas de IA pueden procesar grandes cantidades de datos para ayudar a los generales y políticos a evaluar opciones, pero Payne plantea preguntas críticas: ¿Cuándo decidirá una máquina escalar un conflicto? ¿Cómo se puede disuadir a un warbot? ¿Pueden las máquinas predecir el futuro con precisión? Estas cuestiones subrayan la necesidad de un pensamiento más profundo sobre cómo integrar la IA en la estrategia militar sin perder el control humano.
Como no podía ser de otra forma, un tema recurrente en «I, Warbot» es el debate ético sobre las armas autónomas. El autor habla sobre las campañas que intentan evitar la aparición de «killer robots» argumentando que las máquinas no pueden tomar decisiones morales. Eso sí, aunque reconoce que estas preocupaciones son lógicas, sostiene que la prohibición total es poco realista: las armas autónomas son demasiado útiles para que los estados las abandonen. En lugar de una prohibición, propone regular su uso mediante reglas prácticas, inspirándose para ello en las tres leyes de la robótica de Asimov (que prohíben a los robots dañar a humanos, exigen obediencia y promueven la autoprotección), Payne presenta, de hecho, sus propias tres leyes para los warbots, diseñadas para equilibrar eficacia y humanidad:
- Un warbot solo debe matar a quien se le ordene y hacerlo de la manera más humana posible, reflejando los principios de precisión y humanidad esperados de los combatientes humanos.
- Un warbot debe entender las intenciones de su comandante y trabajar creativamente para lograrlas, evitando consecuencias no deseadas, pero con flexibilidad para adaptarse a condiciones cambiantes.
- Un warbot debe proteger a los humanos de su lado, incluso sacrificándose, pero no a expensas de la misión, priorizando el éxito estratégico sin comprometer la seguridad de los aliados.
Leyes sobre el papel simples (su implementación es otro asunto) que buscan abordar los dilemas éticos de la guerra autónoma, como la necesidad de mantener el control humano y la de minimizar los daños colaterales.
En otro orden de cosas, el autor se muestra cauteloso respecto al potencial de la IA, asegurando que buena parte del «hype» tecnológico no es más que eso, expectativas que quizá nunca se cumplan. Así, aunque los warbots son impresionantes en tareas específicas, no debe olvidarse que tienen limitaciones significativas. Por ejemplo, carecen de sentido común y pueden fallar en situaciones imprevistas, comportándose en ocasiones «peor que un niño pequeño». Además, tampoco deja de lado los problemas que implica el depender demasiado de una IA que puede terminar comportándose como las escobas mágicas de Mickey Mouse en «Fantasía».
Por otra parte, el libro también examina cómo la IA militar afecta a las dinámicas geopolíticas. Los estados con acceso a tecnologías avanzadas de IA podrían obtener ventajas significativas, pero Payne advierte que la proliferación de estas armas podría democratizar la guerra, permitiendo a actores no estatales, como grupos terroristas, acceder a warbots.
En su conclusión, Payne enfatiza que la guerra seguirá siendo un asunto humano, incluso con la presencia de warbots. Aboga además por un enfoque equilibrado que aproveche las fortalezas de la IA (como la velocidad y el procesamiento de datos) al tiempo que mantenga al juicio humano en el centro de la toma de decisiones. Pese a lo cual, es una obra que no ofrece ninguna respuesta definitiva a la problemática de la IA aplicada a la guerra, si bien tiene la virtud de plantear preguntas esenciales sobre la misma. En cualquier caso, dado su tono accesible, combinado con un análisis riguroso, «I, Warbot: The Dawn of Artificially Intelligent Conflict» es una lectura valiosa tanto para expertos como para lectores aficionados que estén interesados en la intersección entre tecnología y conflicto.

14) The Dawn of Everything: A New History of Humanity
«The Dawn of Everything: A New History of Humanity» (2021), escrito por el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow, es una obra ambiciosa que desafía las narrativas tradicionales sobre el desarrollo de las sociedades humanas; motivo más que suficiente para adquirirlo. A lo largo de sus páginas, los autores argumentan que la historia de la humanidad no sigue un camino lineal de «progreso» desde sociedades primitivas e igualitarias hacia civilizaciones complejas y jerárquicas, tal y como se asume generalmente. En cambio, proponen que las sociedades humanas han sido mucho más diversas, creativas y experimentales de lo que los relatos convencionales sugieren, y que las ideas modernas sobre desigualdad y jerarquía no son inevitables ni universales, aportando de paso numerosos ejemplos de lo contrario.
El libro comienza cuestionando las historias simplistas sobre los orígenes de la humanidad, como las propuestas hechas en el pasado por pensadores de la talla de Thomas Hobbes (quien veía a los humanos primitivos como salvajes en un estado de guerra constante) y Jean-Jacques Rousseau (quien, por el contrario, idealizaba a los «nobles salvajes» viviendo en armonía, algo que seguramente nunca fue así). Graeber y Wengrow, por el contrario, argumentan que estas visiones son no solo erróneas, sino también limitantes, ya que proyectan nociones modernas sobre el Estado, la desigualdad y el progreso en el pasado. Los autores critican la idea de que las sociedades humanas evolucionaron inevitablemente de pequeñas bandas de cazadores-recolectores a sociedades agrícolas, luego a ciudades, y finalmente a estados jerárquicos. Esta narrativa, afirman, ignora la evidencia arqueológica y antropológica que muestra una enorme variedad de formas sociales a lo largo de la historia.
Uno de los puntos centrales del libro, explicado lo anterior, es que las sociedades prehistóricas y antiguas eran mucho más variadas y complejas de lo que se suele asumir. Los autores presentan ejemplos de sociedades que alternaban entre estructuras igualitarias y jerárquicas según las estaciones o los contextos, como los pueblos indígenas de la Costa Noroeste de América del Norte, que organizaban grandes festines jerárquicos en invierno, pero vivían en estructuras más igualitarias el resto del año. También destacan casos como el sitio arqueológico de Göbekli Tepe en Turquía, que sugiere que los humanos construyeron monumentos complejos antes de desarrollar la agricultura, desafiando la idea de que la agricultura fue un prerrequisito para la «civilización».
Graeber y Wengrow también exploran cómo las sociedades humanas experimentaron con diferentes formas de organización política. Por ejemplo, analizan la ciudad de Teotihuacán en México, que parece haber rechazado la monarquía y adoptado una forma de gobernanza más colectiva, con viviendas estandarizadas que sugieren un intento de reducir la desigualdad. De manera similar, las ciudades de la cultura del valle del Indo, como Mohenjo-Daro, carecen de evidencia de palacios o templos centrales, lo que indica una posible organización descentralizada.
Otro aspecto innovador del libro es su énfasis en el impacto de las sociedades indígenas americanas en el pensamiento europeo. Los autores argumentan que los encuentros entre europeos y pueblos indígenas, como los wendat (hurones) en el siglo XVII, influyeron profundamente en las ideas de la Ilustración. Los indígenas, que a menudo vivían en sociedades igualitarias y valoraban la libertad individual, criticaban las jerarquías y desigualdades de las sociedades europeas. Estas críticas, transmitidas a través de relatos de misioneros jesuitas, inspiraron a pensadores europeos como Rousseau y contribuyeron al desarrollo de conceptos modernos de libertad y democracia. Sin embargo, los autores señalan que estas ideas fueron distorsionadas para justificar narrativas eurocéntricas que ignoraban las contribuciones indígenas.
No es, sin embargo, el único argumento clave de esta obra compleja pero fácil de leer. Otro muy relevante es que la desigualdad no es un resultado inevitable del desarrollo humano. Los autores rechazan la noción de que la agricultura o la urbanización condujeron automáticamente a jerarquías sociales. Por ejemplo, citan casos de sociedades agrícolas que mantuvieron estructuras igualitarias durante siglos, como las comunidades de Ucrania en el Neolítico o algunas otras comunidades por ejemplo en el País Vasco. También argumentan que las primeras ciudades no siempre fueron gobernadas por élites autoritarias; muchas, como Çatalhöyük en Turquía, muestran poca evidencia de desigualdad extrema, careciendo por ejemplo de edificios comunitarios asociados a la existencia de una jerarquía.
Graeber y Wengrow proponen, dicho esto, que la desigualdad surge de decisiones conscientes y de la institucionalización de ciertas prácticas, como la esclavitud o el control de los recursos. Sin embargo, también destacan que las sociedades humanas tienen una capacidad notable para resistir y subvertir estas tendencias. Por ejemplo, describen cómo algunas comunidades abandonaron la agricultura o las ciudades cuando estas conducían a la opresión, optando por formas de vida más igualitarias.
El libro subraya además que los humanos siempre han sido políticamente creativos, capaces de inventar nuevas formas de organización social. Esta creatividad, argumentan Graeber y Wengrow, se ha perdido en las narrativas modernas que presentan la historia como un proceso inevitable hacia el capitalismo y el estado-nación. Graeber y Wengrow proponen que recuperar esta perspectiva puede inspirar nuevas formas de pensar sobre el futuro, desafiando la idea de que estamos «atrapados» en sistemas jerárquicos.
El concepto de «libertad» es central en el libro. Los autores identifican tres tipos de libertad que han estado presentes en muchas sociedades humanas: la libertad de moverse (abandonar una comunidad), la libertad de desobedecer órdenes arbitrarias, y la libertad de crear o transformar instituciones sociales. Estas libertades, argumentan, eran más comunes en el pasado de lo que se suele asumir, y su erosión en las sociedades modernas no es un proceso inevitable.
En sus capítulos finales, Graeber y Wengrow instan a los lectores a reconsiderar la historia humana como un proceso abierto y lleno de posibilidades, en lugar de un camino predeterminado hacia la desigualdad y la burocracia. Critican la idea de que las sociedades modernas son el pináculo del progreso y sugieren que aprender de la diversidad de las sociedades del pasado puede ayudarnos a imaginar futuros más justos y libres.
Obviamente, no es un libro -una vez más- que hable directamente de la guerra, de la estrategia o de la tecnología bélica. Sin embargo, es un contrapunto interesante, toda vez que los autores desafían la idea de que las sociedades evolucionaron inevitablemente hacia estados con ejércitos organizados. Esto puede interesar a quienes estudian la historia militar, ya que invita a reflexionar sobre cómo la guerra y la organización militar no son necesariamente un «avance» natural, sino el resultado de decisiones sociales específicas. Además, «The Dawn of Everything» es interesante pues su enfoque incluye las raíces sociales, políticas y culturales de la guerra y el poder, sirviendo a quienes buscan contar con una perspectiva más amplia sobre cómo las sociedades humanas han gestionado el conflicto a lo largo del tiempo.

15) Unit X: How the Pentagon and Silicon Valley Are Transforming the Future of War
«Unit X: How the Pentagon and Silicon Valley Are Transforming the Future of War» (2024), escrito por Raj M. Shah y Christopher Kirchhoff, es un relato sumamente explicativo y detallado sobre la creación y el impacto de la Defense Innovation Unit (DIU), también conocida como Unit X: una iniciativa del Pentágono diseñada para integrar la tecnología de vanguardia de Silicon Valley en el arsenal militar de Estados Unidos. Shah, ex piloto de F-16 y empresario en el sector de las nuevas tecnologías, y Kirchhoff, que ha desarrollado también su carrera en el sector tecnológico y cuenta con experiencia en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, ofrecen una perspectiva privilegiada sobre cómo lograron superar la burocracia militar y cerrar la brecha entre el lento sistema de adquisiciones del Pentágono y el ritmo acelerado de la innovación tecnológica.
El libro, que combina narrativa personal, análisis estratégico y ejemplos concretos, destaca la urgencia de modernizar la guerra en un contexto geopolítico donde competidores como China están integrando rápidamente tecnologías comerciales en sus capacidades militares. Además, precisamente ahora que DOGE, encabezada por Elon Musk, está tan en boga, se trata de una obra que ha cobrado una renovada actualidad…
El libro comienza describiendo el problema central que llevó a la creación de Unit X en 2015, bajo el mandato del entonces Secretario de Defensa Ash Carter. El Pentágono, conocido por su burocracia y procesos de adquisición lentos, estaba rezagado en la adopción de tecnologías emergentes como la inteligencia artificial (IA), los drones y los satélites de pequeño tamaño, mientras que actores como China avanzaban rápidamente al obligar a sus empresas comerciales a compartir tecnología con el Estado para fines militares. Esta brecha tecnológica ponía en riesgo la superioridad militar de Estados Unidos, especialmente frente a amenazas como los misiles hipersónicos chinos o los drones, algo que ha sido denunciado en varias ocasiones desde el propio Pentágono.
Shah y Kirchhoff explican que el sistema de adquisiciones estadounidense, pensado para la Guerra Fría, dependía de contratistas tradicionales o «primes» (como Lockheed Martin, Raytheon y Boeing), que producían tecnología a un ritmo lento y que, en demasiadas ocasiones, estaba ya obsoleta para cuando llegaba al campo de batalla. En contraste, las startups de Silicon Valley ofrecían soluciones ágiles e innovadoras, pero el Pentágono no tenía mecanismos para colaborar con ellas. Unit X se creó para actuar como un puente, funcionando casi como una firma de capital de riesgo para identificar, financiar y desplegar tecnologías de startups que pudieran satisfacer necesidades militares inmediatas.
Los autores narran los orígenes de Unit X, y también los obstáculos que enfrentaron, incluyendo la resistencia interna, o lo que los autores llaman «anticuerpos» del sistema: burócratas del Pentágono y personal del Congreso que veían a Unit X como una amenaza a los procesos establecidos y a los intereses de los contratistas tradicionales. A pesar de estas barreras, Unit X logró avances significativos al adoptar metodologías de desarrollo ágiles e iterativas de Silicon Valley, que contrastaban con el enfoque rígido y marcado por la aversión al riesgo del Pentágono. Por ejemplo, uno de sus primeros éxitos fue desarrollar una aplicación para el Combined Air Operations Center, que reemplazó sistemas obsoletos basados en pizarras blancas y discos duros para coordinar operaciones aéreas contra el Estado Islámico en Siria e Irak. Este proyecto demostró cómo soluciones tecnológicas rápidas y relativamente baratas podían tener un impacto inmediato en el campo de batalla.
Los autores también exploran el impacto de Unit X en conflictos actuales, como el apoyo a Ucrania en su guerra contra Rusia. En las líneas del frente ucranianas, las tecnologías de drones y sistemas de comunicación desarrollados con la ayuda de Unit X han demostrado su valor, mostrando cómo la innovación puede inclinar la balanza en guerras modernas; temas que hemos abordado en estas páginas.
Otro tema clave del libro es cómo Unit X fomentó la colaboración entre el Pentágono, la Academia y la industria tecnológica. Los autores destacan la importancia de establecer asociaciones público-privadas para acelerar el desarrollo de capacidades militares. Por ejemplo, Unit X trabajó con empresas de capital riesgo y startups para adaptar tecnologías comerciales existentes, como software de IA, a necesidades militares específicas, en lugar de desarrollar soluciones desde cero y con sistemas cautivos. Este enfoque no solo redujo costos y tiempos, sino que también permitió al Pentágono mantenerse al día en relación con el ritmo de la innovación tecnológica.
Por otra parte, los autores hablan también sobre las lecciones aprendidas, como la necesidad de fomentar un entorno donde el pensamiento creativo pueda prosperar dentro de una institución tradicionalmente resistente al cambio. Eso sí, es muy posible que el libro sea un tanto triunfalista, al centrarse descaradamente en los éxitos de Unit X, pasando por alto sus fracasos o limitaciones, como pueden ser aquellos proyectos que no cumplieron objetivos o la dificultad de escalar estas innovaciones a todo el Departamento de Defensa.
El libro subraya la urgencia de la misión de Unit X en un contexto donde la superioridad tecnológica es crucial para la seguridad nacional. Los autores advierten que China, al integrar tecnologías comerciales en su ejército, representa una amenaza creciente. En este sentido, Unit X supondría un activo crucial para cerrar la brecha tecnológica ayudando a evitar por la vía de la disuasión conflictos futuros, a mantener la ventaja de Estados Unidos en un panorama geopolítico incierto y a superar la inercia burocrática y fomentar la innovación en instituciones rígidas.

IMPORTANTE: Las opiniones recogidas en los artículos pertenecen única y exclusivamente al autor y no son en modo alguna representativas de la posición de Ejércitos – Revista digital sobre Defensa, Armamento y Fuerzas Armadas, un medio que está abierto a todo tipo de sensibilidades y criterios, que nace para fomentar el debate sobre Defensa y que siempre está dispuesto a dar cabida a nuevos puntos de vista siempre que estén bien argumentados y cumplan con nuestros requisitos editoriales.
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