La supuesta caída del “Estado islámico” ha creado nuevos retos y desafíos para Occidente en general y para España en particular, al ser un objetivo estratégico conocido como el “Ándalus”. En realidad, no estamos tanto asistiendo a la caída del Dáesh, como a la evaporación de un auténtico Estado, transformándose en una organización invisible, con miles de soldados y adeptos (afines) no identificados, repartidos en diferentes países, algunos en zonas de conflicto y otros en zonas de paz camuflados entre los civiles.
No podemos afirmar la caída del Dáesh. Quien conoce el grupo terrorista desde sus inicios puede observar dos factores principales en su manera de funcionar: 1) factores cambiantes, (sus fronteras, estructuras, ministerios, los recursos económicos y población) y/o fases que cambian de estado dependiendo de las circunstancias geopolíticas; 2) factores estáticos (las ideas, la doctrina, la fe, y los adeptos) que no cambian en los años de transición de un modelo de gestión a otro, atreviéndome a predecir, que, en caso de no haber una resurrección de un “Estado islámico” más fuerte y resistente, seremos testigos de una organización (consecuencia de la evaporación) más cruel y de difícil control, tanto en occidente como en oriente.
Así pues, si los soldados y adeptos no identificados representan un riesgo real y un desafío para las agencias de inteligencia tanto civiles como militares, los que han pertenecido al Dáesh de origen europeo, que han sido capturados e identificados, representan un autentico reto para los países occidentales, sus sistemas policiales y jurídicos y para la propia sociedad. Nuestros ciudadanos, de unos años, se verán caminando por las calles con personas que han tenido un pasado en el que, si no han decapitado a un ser humano, han presenciado su ejecución, tal y como pasó en los países árabo-musulmanes con los ex-combatientes que participaron en la guerra de Chechenia, la guerra de Afganistán con Rusia o en la guerra de Afganistán posterior al 11-S.
La mera presencia de estos individuos en una sociedad como la española, en la que hay un porcentaje de fundamentalistas, representa un riesgo tan alto que puede desestabilizar un país entero al cambiar la estructura de su comunidad musulmana.
Por otro lado, nuestro sistema socio-jurídico no está preparado para hacer frente al problema, ya que hoy en día carecemos de las herramientas necesarias para enfrentarnos con garantías al reto que supone. Bastaría una pequeña observación de la trayectoria y la influencia que han tenido los retornados a los países árabo-musulmanes, en donde una mayoría de ellos han acabado como líderes en la segunda guerra de Afganistán con Al Qaeda tras el 11S y posteriormente en Siria con Dáesh, mientras que otros han liderado células terroristas para atentar dentro de sus países de origen. Países que supuestamente estaban preparados para tratar con el pensamiento yihadista y que en ningún caso eran un objetivo estratégico como sí lo es España.
En este sentido, hace pocos meses se habló de tres españolas pertenecientes a Dáesh y que habían sido capturadas por los kurdos. Fueron entrevistadas por El País en una entrevista que puede servir para determinar con exactitud el grado de radicalización alcanzado, así como el riesgo y la amenaza que su posible regreso puede suponer para la seguridad de España.
Conocer la terminología usada por estas mujeres, el léxico, las evasivas, la incomodidad de algunas preguntas, así como la incoherencia entre las expresiones verbalizadas y la ideología manifestada son algunos de los parámetros claves para romper el muro de la “Takyia” del yihadista. Esto, definido de forma muy breve, es algo que va más allá de la disimulación; un auténtico arte que consiste en convencer al enemigo de lo contrario. No lo aprenden como si fuera una clase magistral, sino como una doctrina muy desarrollada que se introduce de forma progresiva en el musulmán conservador antes siquiera de cualquier proceso de radicalización.
Por ello, lo primero que llama la atención en la entrevista, a pesar del estado de shock en el cual se encontraban al ser entrevistadas muy poco tiempo después de haber sido capturadas es el uso de la Takyia, especialmente en la mujer ceutí de origen marroquí Lubna Milodi.
Las tres presentan un alto grado de radicalización, considerando a Luna Fernández la menos radical de la tres y a Lubna Milodi la que más, pudiendo tener esta, incluso una posición de líder, ejerciendo un control ideológico y/o jerárquico sobre las otras dos por tener, por ejemplo, un mayor conocimiento doctrinal o por su posible estatus anterior dentro del Dáesh. Su historial -así como el hecho de no haberse casado tras la muerte de su marido- es compatible con el papel de las mujeres que pertenecían a la policía de la Sharía en las filas de la organización terrorista.
Sus pocas intervenciones en la entrevista se han limitado a guiar doctrinalmente las respuestas de las otras dos, como cuando hablaba de hacer el “Duaa”, es decir, el rezo para encontrar la salida, o cuando intervino rápidamente para negar la posibilidad de trasladarse a otro Califato si se fundará. También, cuando Luna recita un versículo del Corán, lo hace tras asegurarse de lo adecuado de la cita hablando en árabe con Lubna.
Asimismo, es destacable y alarmante el hecho de que no llegase a mostrar -ni siquiera de forma disimulada- su arrepentimiento por haber ido a Siria tras la pregunta de la periodista, pues fue la única que no reaccionó de modo alguno.
Por su parte, Yolanda Martínez es el típico perfil de persona que ha sufrido un “lavado de cerebro” que sería, creemos, reversible. Es decir, por ahora es yihadista en toda regla, creyendo y defendiendo la aplicación de la “Sharía” en su extrema crueldad incluyendo la lapidación de un ser humano o la decapitación. Asimismo, la forma que utiliza para justificar que no debería ser juzgada tras regresar a España, es propia del manual de aplicación de la “Takyia”. No obstante, se trata del perfil idóneo para que un programa de desradicalización doctrinal bien elaborado y ejecutado pueda funcionar en el sentido de convencerla doctrinalmente de las corrección de otras lecturas moderadas del islam, haciéndole renunciar así a su actual ideario social.
Por último, en cuanto a Luna Fernández, es difícil analizar con certeza su perfil, pues los patrones detectados conducen a dos conclusiones opuestas. La razón radica en el estado de shock en el cual se encuentra debido a la pérdida de su marido unas semanas antes de la entrevista en un bombardeo en Baguz, encontrándose por primera vez desamparada emocionalmente, con cuatro hijos menores y uno más en camino. En este caso, su total incoherencia podría ser también causada por el sentimiento natural de “madre desesperada” que quiere salvar a sus hijos de lo vivido en Baguz y de las condiciones del campamento. No obstante, el conocimiento doctrinal estructurado es mayor que el de Yolanda. Es más natural y fundamentado, pues el uso de las palabras en árabe y la pronunciación correcta sin acento sorprenden y alarman a la vez, debido a que los radicales yihadistas fundamentalistas en general son más peligrosos que los emocionales y sensacionalistas como Yolanda.
Ahora bien, otra característica para tener en cuenta son las circunstancias del viaje para formar parte de Dáesh. Todas fueron a Siria después de la detención de la Brigada Al Andalus que operaba y reclutaba a yihadistas en la mezquita de la M30. Asimismo, también fueron tras la publicación propaganda del Dáesh sobre ejecuciones a sangre fría de civiles, siendo en algunas ocasiones en aplicación de la “Sharía” como el tiro al vacío de los homosexuales o el ahogamiento en piscinas de los espías, entre otras publicaciones anteriores al traslado de estas tres mujeres.
En la entrevista declaran que buscaban una vida mejor dentro de los valores del islam correcto, según sus idearios, y bajo las Leyes de la Sharía. Por lo tanto, para saber en qué existe la aplicación de la Sharía, es inevitable que hayan consumido esta propaganda de contenido criminal a ojos del Código Penal español. Por ello, no existe engaño alguno en su traslado a Siria. Primero porque prevalece el convencimiento de que lo que buscaron e interpretaron del islam se aplicaba bajo el mandato de Dáesh y segundo porque las formas utilizadas por los terroristas para cruzar la frontera a Siria son incompatibles con el relato que ofrecen, puesto que según las investigaciones y entrevistas del que suscribe con decenas de ex-combatientes que se han trasladado a Siria, el modus operandi utilizado (que implicaba viajar al sur de Turquía, el tiempo de espera, el alojamiento en pensiones y hoteles concretos, así como la difícil coordinación entre los responsables de fronteras de Dáesh y los intermediarios para cruzar la frontera), hacen que no sea creíble la posibilidad de que no supieran que cruzar a Siria de esta manera era ilegal. De hecho, si se consideraron engañadas en algún momento, tuvieron suficiente tiempo dentro de Turquía o durante el periodo moviéndose de un sitio a otro y esperando el “OK” antes de cruzar la frontera, para actuar y pedir ayuda.
Pues bien, confirmado que estamos ante perfiles de alto riesgo, debemos estudiar el posible impacto y las consecuencias que pueda tener la repatriación de estas tres personas a España.
En este sentido, se debe aclarar que el mero hecho de haber participado en la yihad, aunque solo sea solidariamente desde la casa del marido combatiente, les otorga un estatus social ideológico de mucho peso en la comunidad musulmana fundamentalista (no todos), al fin y al cabo, aquí juega un papel fundamental el concepto de la hermandad en el islam (“nosotros los musulmanes “y “ellos, los demás”). De hecho, hay un dicho del profeta del islam, muy usado por los salafistas de todas las corrientes que dice “Auxilia a tu hermano musulmán ya sea opresor u oprimido”. Esto último explica por ejemplo porqué en el comité de defensa de los presos islamistas “CCDDI” -considerado por el Juez Eloy Velasco como un brazo político del Dáesh en Marruecos-, los pro-AlQuaeda y los pro-Dáesh ha aparcado el enfrentamiento doctrinal entre los dos grupos para asesorar y defender mutuamente a todos los presos yihadistas, independientemente del grupo al cual pertenezca cada uno.
Por otra parte, el estatus “ex-yihadista” dentro de una cárcel, donde hay musulmanes, tiene más prestigio si la persona ha cometido algún atentado, ha cooperado o ha retornado de una zona de conflicto. Además, si el preso es el hijo o la viuda de un mártir, goza de privilegios muy especiales. Existen diferentes redes de salafistas “solidarios” que hacen lo imposible para ayudarles a resistir dentro de la cárcel, cubriendo sus necesidades e incluso ayudándolos económicamente tras su salida. Para ello, tienen plataformas muy desarrolladas de economía emergente y blanqueo de dinero que son difíciles de rastrear. Como ejemplo podemos referirnos al caso de la famosa Um Adam Mejjati, la viuda de un mártir, o al de Um Oubaida Khaibar, la viuda de un escolta de Abu Mosaab Zarkaoui, encontrándose esta última actualmente en el mismo campamento que estas tres españolas, pues son mujeres que llevaban años como viudas de mártires con hijos a cargo, sin trabajar, mantenidas solo de las ayudas bien organizadas del movimiento salafista mundial, y todo ello antes de trasladarse a Siria.
Por todo ello, en cuanto al riesgo, sin lugar a duda podemos afirmar que es muy alto dado el estatus social del que gozarían estas tres mujeres en el ideario salafista español, sobre todo cuando se confirma que dos de ellas son viudas de mártires y el esposo de otra está encarcelado por la misma causa. Son auténticas “heroínas” a ojos de estos fundamentalistas y si a ello le añadimos en el futuro la condición de mujer presa por yihadismo, la supuesta “injusticia” que van a sufrir las convertirá en ídolos y ejemplos a seguir.
No tendrán ni siquiera que hablar o adoctrinar verbalmente a nadie, ya que solo su presencia provocará un efecto similar al de un imán, atrayendo a los perfiles más vulnerables, aquellos que se sienten perseguidos por alguna injusticia, sea la que sea. Estos se identificarán con ellas y buscarán imitarlas induciéndolas a dar algo de su “sabiduría” al vivir entre mártires y en el esperado y fracasado “Califato”. Sin embargo, si alguna de ellas llega a tomar un rol activo y pasa a adoctrinar a otros, no hay forma ni de controlar ni de prevenir ese riesgo.
Lo más complejo en estos tres casos es que el aislamiento en celdas individuales es contraproducente y podría provocar su transformación en soldados del Dáesh -en el sentido estricto- una vez fuera de prisión. Es necesario aislarlas del mundo en el cual han vivido durante estos últimos años, pero no socialmente, sino intelectualmente, neutralizando cualquier conexión con el fundamentalismo salafista, e incluso con el islam colectivo (presos que profesan el islam), forzando su internamiento en un módulo totalmente occidentalizado.
Aun así, el riesgo sigue siendo alto en caso de que su voluntad fuera usar la cárcel para adoctrinar, pues son españolas de facto, dominan el idioma, han sido criadas en valores occidentales y tienen una experiencia doctrinal en la yihad muy profunda, lo que quiere decir que tienen la capacidad de convertir a presas españolas en radicales. De ahí que el ingreso en una cárcel española deba ser estudiado detenidamente, seleccionando incluso el perfil de las reclusas con las que podrían interactuar. Sea como fuere, el entorno en donde debe residir cada una de ellas de forma separada tiene que ser intelectualmente superior a ellas y con personas cuya influencia por las religiones o el fanatismo sea nula. Tampoco es recomendable que compartan celda con presas que no hayan asumido sus culpas o se sientan víctimas de la sociedad o del sistema. Estas medidas son necesarias tan solo para neutralizar el estatus social que funciona por sí mismo como elemento adoctrinador para otros, es decir, para no empeorar las cosas dado que conocemos los riesgos latentes si no se actúa de forma adecuada.
Es por ello que estas medidas deben ir necesariamente acompañadas de una intervención doctrinal y espiritual especializada, primero para determinar con certeza el perfil doctrinal y el grado de radicalización de cada una de ellas, así como su peligrosidad . También para preparar el entorno adecuado para una posible intervención ideológica posterior. Para ello, el primer paso ha de ser la realización de un perfil doctrinal (no criminal, ni psicológico, ni tampoco la penitenciario) antes de proceder al traslado a suelo español, con el fin de garantizar y facilitar una posible futura desradicalización. Todos estos son pasos insalvables que conviene respetar de forma cuasi-religiosa.
Llegados a este punto solo podemos decir que lo esbozado aquí no es más que una pequeña muestra de lo que puede suponer recibir retornados del Dáesh que ni siquiera han llegado a ser militares de este “Estado”. Si analizáramos otros casos de combatientes, entenderíamos el alto riesgo y la amenaza a la que nos enfrentamos, de la mano de nacionalizados y españoles de origen que tal vez tras su liberación de las cárceles sirias e iraquíes puedan terminar vagando por nuestras calles. Nuestro desafío consiste en ser capaces de estudiar caso por caso a cada uno de ellos y en dotarnos de una herramienta jurídica eficaz que ayude a neutralizar estos riesgos. Herramienta ausente hoy en día en España.
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