La amenaza del terrorismo global, encabezada por Daesh, ha virado su centro de operaciones de Oriente Próximo al amplio Sahel y el sureste africano. Tras la victoria militar sobre el califato de Daesh en el Levante, los esfuerzos para combatir al yihadismo se centran ahora en países como Malí, Nigeria y más recientemente, Mozambique. Daesh ha establecido un nuevo apoderado que no para de crecer en letalidad y número de atentados: Ansar al-Sunna. Este grupo yihadista comenzó como una insurgencia rebelde y ahora se establece como nueva punta de lanza del terrorismo global en África Oriental. Frente a ellos encontramos una curiosa «coalición» formada por mercenarios rusos del grupo Wagner, las fuerzas mozambiqueñas y el apoyo occidental.
Los tentáculos del terrorismo global son cada vez más escurridizos y alargados. Si las operaciones militares en el frente oriental consiguieron frenar el avance de las principales organizaciones yihadistas, como Daesh y Al-Qaeda, el nuevo teatro de operaciones contraterroristas se sitúa en el continente africano. En tanto sólo unos años, las matrices del yihadismo contemporáneo han conseguido sumar nuevas filiales a la causa del terror global a un ritmo vertiginoso. Esto no sólo se traduce a la implantación en terreno, sino a los atentados encabezados por los proxies de Daesh y Al-Qaeda.
El año pasado, entre los cinco países más azotados por el yihadismo, encontramos tres estados africanos –Burkina Faso, Mali y Nigeria–, y siete entre los diez primeros –Camerún, Níger, RD Congo y Somalia, sumados a los anteriores– (OIET, 2022). Las estadísticas sobre letalidad de los atentados y número de víctimas denotan datos similares a grandes rasgos, aunque destaca el grupo asentado en Mozambique por su especial letalidad en sus últimos atentados –cuenta con el 6º y 8º atentado más mortífero del pasado año– (Ibid, 2022). Unos datos que nos confirman la preocupación sobre la implantación y acción del yihadismo en África entre zonas que van desde el Sahel Occidental, a África Central u Oriental.
Como observamos, el Sahel Occidental sigue siendo la región africana que más ocupa y preocupa a los servicios de seguridad y defensa internacionales, una región que concentra casi la mitad de los atentados yihadistas perpetrados en 2021. Aún así, la atención comienza a dirigirse con cada vez más fuerza hacia el África Central y Oriental. Así lo demuestra el especial énfasis prestado al auge del yihadismo en estas zonas y la necesidad de diversificar esfuerzos del Sahel Occidental a estas regiones, en la reciente reunión ministerial de la Coalición Global contra Daesh. Algo que se ve incrementado en profundidad en las sesiones temáticas del Africa Focus Group de la Coalición.
Asimismo, en el epicentro del continente, Daesh tiene establecidas una de sus principales “provincias” en torno a ISCAP, la wilayat del África Central. Este proxy centroafricano cuenta con una expansión bastante notable y en 2021 amplió su campo de actuación cometiendo sus primeros atentados en Uganda y Sudán (Summers, 2022:30). Es por este rápido crecimiento en apenas tres años –desde que se estableciera como apoderado formal de Daesh– que en febrero del pasado 2021 sería incluido en la lista de organizaciones yihadistas elaborada por el Departamento de Estado de EEUU. Algo que combinado a lo expuesto anteriormente, da buena prueba de la nueva irradiación de la amenaza yihadista concentrada en África Central y los países limítrofes del sur y el este del continente. Así es el caso de Mozambique, un país sumido en una gran crisis humanitaria derivada de la acción del yihadismo y sumadas a las difíciles condiciones estructurales del país durante años.
Implantación de Daesh en Mozambique
Un cúmulo de factores inciden en la grave situación que vive el país africano, especialmente en el norte del país. Cuando se cumple un año de la batalla de Palma, la región de Cabo Delgado sigue sumida en la violencia y el caos. Según Naciones Unidas, tan solo en lo que llevamos de año 2022, 24.000 personas han abandonado sus hogares como desplazadas –que se suman a los más de 850.000 en los 5 años de conflicto mozambiqueño– a causa de los grupos no estatales, especialmente Ansar al-Sunna.
Este apoderado de Daesh en Mozambique pertenece a la wilayat del África Central, pese a localizarse en el oriente sur del continente. El grupo mozambiqueño –conocido localmente como Al-Shabaab– se imbrica en esta provincia de Daesh al ser aún una katibat o batallón que apenas superaría los 1000 combatientes. Pese a ello, perpetra cientos de ataques anuales y ha escalado la violencia en el norte de Mozambique hasta niveles muy preocupantes.
A este respecto, debemos puntualizar que no se debe confundir al proxy de Daesh en Mozambique con el Al-Qaeda en Somalia, también conocido como Al-Shabaab. Asimismo, la katibat de Cabo Delgado tampoco debe ser alineada con el Ansar al-Sunna de Iraq, la agrupación yihadista que acabó con la vida de 7 miembros del Centro Nacional de Inteligencia en Latifiya el 29 de Noviembre de 2003. Además, esta insurgencia iraquí también tiene relaciones probadas con la célula de la red 11-M que perpetraría en Madrid el atentado yihadista más letal hasta la fecha en España.
De nuevo en Mozambique, llama la atención cómo en pocos años una insurgencia rebelde – Ansar al-Sunna– se haya convertido en una de las nuevas puntas de lanza del yihadismo global. Este apoderado de Daesh sigue una lógica propia de grupos vecinos ya que sus lazos reales con la matriz de la organización yihadista son bastante limitados. Así, esto constituye uno de los modelos de éxito en la descentralización de la estructura de Daesh, pues es capaz de importar su branding y estética a insurgentes islamistas locales sin conexiones previas. Estos grupos, como el caso de Ansar al-Sunna en Mozambique desde 2019, piden a la central de Daesh unir sus acciones a su causa global. Tras esto, la matriz reconoce o no aceptación de la lealtad al califato y constitución de una agrupación bajo sus siglas. A cambio, como en el caso de Cabo Delgado, la relación entre la central y el proxy se limita a formaciones militares y apoyo propagandístico; una realidad que se retroalimenta de fundamentalismo y que ve los éxitos presentes en este tipo de cuestiones (International Crisis Group, 2021).
El rápido desarrollo de este fanatismo y violencia yihadista en Mozambique tiene entre sus muchas raíces la alta pobreza del país y la corrupción de sus gobernantes. Si bien el gran salto cualitativo lo tendrían a mediados de 2021 con la toma de la ciudad de Palma, así como de los enormes reservas gasísticas de la zona (Díez, 2021), no se puede obviar la ardua e insostenible situación de la población local. En el norte es especialmente acuciante donde pese a su riqueza en recursos naturales, la región en carne de corrupción política, tráfico de drogas, armas y personas, así como de inseguridad alarmante (Norbrook, 2021). Aunque evidentemente nada justifica el extremismo violento de Ansar al-Sunna, no podemos obviar la explicación de por qué nacen o los motivos que llevan a la radicalización.
Estas pésimas condiciones dieron alas a grupos extremistas como Ansar al-Sunna, que son vorazmente letales contra su propia población civil. Los asesinatos indiscriminados contra miles de civiles se han sucedido en los últimos años. También, en la más reciente actualidad como con la decapitación de 11 menores en Cabo Delgado, en marzo de este 2022, o la matanza de civiles cerca de reservas gasísticas hace apenas dos semanas. Algo que se suma a las centenares de mujeres y niñas secuestradas y esclavizadas en Mozambique, aún sin haber conseguido ser liberadas.
El despliegue incontrolado de la violencia en el norte de Mozambique se debe no sólo a virtudes del apoderado de Daesh, sino también a la ineficiente gestión de la seguridad por parte de las autoridades mozambiqueñas (Columbo, 2021). La región de Cabo Delgado cuenta con unas fronteras mal protegidas, una población altamente empobrecida y unas condiciones climáticas pésimas que han facilitado no sólo el asentamiento de la insurgencia yihadista, sino la entrada y salida de combatientes terroristas extranjeros para atacar en el norte de Mozambique o planear acciones en la vecina Tanzania (Stanicek y Betant-Ramussen, 2021).
Ante todo esto cabría preguntarse, ¿quién combate a Daesh en Mozambique? La respuesta no es única, ni tampoco brilla por los éxitos cosechados. Por un lado, como en tantos otros conflictos, en Mozambique se ha confiado a los mercenarios rusos de Wagner la misión de combatir a esta insurgencia. Aún así, la derrota junto a las fuerzas gubernamentales fue estrepitosa y los enviados del Kremlin quedarían en evidencia ante los combatientes de Ansar al-Sunna.
La posibilidad de victoria en escenarios urbanos necesita de una alta coordinación y grandes habilidades de liderazgo en terreno, algo que con lo que no cuentan las fuerzas mozambiqueñas. Asimismo, no cuentan con la destreza en el uso de fuerzas aéreas, despliegue de carros de combate o armas de precisión que han resultado de tanto éxito en la victoria contra Daesh tanto en Iraq como en Siria. Por todo ello, Estados Unidos envió el año pasado a asesores de las fuerzas especiales para que prestasen servicios de formación y adiestramiento a las tropas del país africano (Gardner, 2021), ante el preocupante aumento del control yihadista en el norte de Mozambique y su potencial expansión hacia Tanzania.
Ello también se ha complementado con el envío de tropas del ejército ruandés, un pequeño contigente de militares estadounidenses y el apoyo las Fuerzas Armadas de Lesoto, unas alianzas que permitan recuperar posiciones ante la insurgencia yihadista y que permitirían al Ejército mozambiqueño asentar nuevos controles fronterizos (EuropaPress, 2022). Aún así, esto no está resultando aún en el cese total de la violencia yihadista pues se suceden las matanzas a civiles mes a mes y está calando en nuevas zonas del norte del país (Ibid, 2022).
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