Sea Shepherd, corsarios del S. XXI

Los justicieros del mar

Imagen del Bob Barker. Fuente - Sea Shepherd

Sábado, 9 de noviembre. Son las 7:30 horas, hora local, a unas 116 millas al sur de Cotonú, la ciudad más grande de Benín. Estamos en pleno golfo de Guinea. Desde el puente de un buque de patrulla pesquera (civil, no militar) se ve acercarse un esquife con 7 u 8 personas a bordo, algunas de ellas armadas. Se activa el protocolo antipiratería y todo el personal no imprescindible se encierra en la ciudadela del barco. Cuando los atacantes se encuentran a poco más de un kilómetro del buque, efectivos de la marina beninesa embarcados para proteger al barco realizan varios disparos de advertencia. 10 minutos después, los asaltantes abandonan la zona. El incidente parece uno más de los que vienen afectando en estos últimos meses a las aguas de África occidental. Pero no lo es por su protagonista: el buque Bob Barker de la organización Sea Shepherd.

Los orígenes de Sea Shepherd

Los lectores más veteranos se acordarán de aquel concurso televisivo que causó furor a finales de la década de los 80: El precio justo. Casi una veintena de millones de españoles veían cada semana al popular presentador Joaquín Prat (el padre, dado que el hijo también ejerce el mismo oficio) en un programa en el que el objetivo del concursante era acercarse, pero sin pasarse, al precio exacto de un determinado artículo. Millones de las entonces pesetas estaban al alcance de los concursantes semana tras semana. Como tantos otros concursos que acaban en nuestra parrilla televisiva, El Precio justo estaba basado en un formato ya probado en Estados Unidos y cuyo presentador durante 35 años fue Robert William Barker, más conocido como Bob Barker. Cuentan que cuando Paul Watson, el fundador de Sea Shepherd, le dijo a Bob Barker que con 5 millones de dólares podía acabar con la pesca japonesa de ballenas, este le contestó: “Yo tengo 5 millones. ¡Vamos a ello!” (Murphy, 2010). Y con esta donación Watson compró el Bob Barker, un antiguo ballenero noruego, que aún sigue en servicio.

Pero, ¿quién es Paul Watson y qué es exactamente Sea Shepherd? Watson es un capitán canadiense y una de las personas que en 1971 fundó en Vancouver la organización Greenpeace, siendo el socio número 007. En 1977 se encontraba en Terranova al frente de un grupo de ecologistas en una protesta contra la caza de focas. Watson se enfrentó enfurecido a un cazador y le tiró sus pieles al agua. La organización consideró su comportamiento excesivamente agresivo y lo expulsó. Entonces, decidió fundar, también en Vancouver, Earthforce Environmental Society, el antecedente de Sea Shepherd (“Pastor del mar”), definiéndose desde el principio como más radical que Greenpeace.

Imagen del Bob Barker. Fuente – Sea Shepherd

Según informan en su página web, la misión de Sea Shepherd es proteger la vida marina y acabar con la destrucción de su hábitat para lo cual utilizan “tácticas innovadoras de acción directa”. Además, la organización investiga y documenta los incumplimientos de la normativa para proteger los océanos y la fauna marina tanto en alta mar como en aguas nacionales (Sea Shepherd, s.f.).

En 1978, y gracias a los fondos proporcionados por la organización inglesa Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, así como el Fondo para los Animales fundado por Cleveland Amory, Paul Watson compra un barco de arrastre británico de nombre Westella al que rebautizará como Sea Shepherd. Será utilizado en su primera campaña de oposición a la caza de focas en Canadá.

Imagen del Westella, rebautizado Sea Shepherd

Focas y ballenas

En 1979 se producen dos de los primeros éxitos mediáticos de la organización. El primero de ellos en el Este de Canadá al rociar con un tinte orgánico la piel de más de mil crías de foca con el fin de hacerlas comercialmente inservibles. El primer día en que se abre en Canadá la siguiente temporada de caza de 1980 Watson es encarcelado y debe cumplir una sentencia de 10 días de prisión por violar la ley canadiense de caza de focas. También le prohíben aproximarse al área de caza durante tres años. Da lo mismo. Volverá en marzo de 1981 para rociar, de nuevo, a cientos de focas. Y, además, su apelación dará al traste con la condena de la Justicia canadiense, que acaba siendo revocada.

El segundo gran éxito mediático del año 1979 se inicia cuando Watson decide perseguir al ballenero luso Sierra desde la costa canadiense hasta la portuguesa. Justo a la entrada del puerto de Leixoes hace colisionar al Sea Shepherd contra el ballenero, logrando abrir un boquete en la bodega del barco portugués, que pierde la carne de ballena que transportaba. Las autoridades portuguesas apresan al Sea Shepherd y retiran los pasaportes a la tripulación exigiendo a Watson una fianza equivalente a unos 50 millones de pesetas de entonces. Watson logra escapar del país luso, al que volverá con su ingeniero jefe, Peter Woof, para hundir al Sea Shepherd la víspera de año nuevo antes de que sea entregado a la compañía Sierra: “no se puede dejar un barco en manos del enemigo”, declara (El País, 1980). No acabará la cosa ahí. Tras invertir la empresa propietaria del Sierra un millón de dólares en su reparación, el ballenero Sierra también será hundido por miembros de la organización. Watson arengaba minutos antes a su tripulación: “Lo que vamos a hacer es ilegal, pero tampoco hay derecho a lo que hace el Sierra”.

Apenas dos meses después del hundimiento del Sierra, dos balleneros españoles comprados en Noruega, Ibsa I e Ibsa II, pertenecientes a la la empresa coruñesa Industria Ballenera, S.A. (IBSA) sufren sendas explosiones de artefactos colocados en su interior cuando se encontraban atracados en el puerto de Marín (ría de Pontevedra). Quedarán medio hundidos. El ataque se producía veinticuatro horas antes de que los balleneros saliesen hacia Cangas para dar inicio a una nueva campaña. Curiosamente, antiguos trabajadores de la industria ballenera de la ciudad noruega de Sandefjord salvarán en 1989 al Ibsa I del desguace y lograrán hacerlo operativo de nuevo. Rebautizado Southern Actor, es una atracción turística de la localidad.

Los balleneros Ibsa I e Ibsa II, medio hundidos en el puerto de Marín.

El Ibsa I, ahora denominado Southern Actor, navega por aguas noruegas, convertido en atracción turística en el puerto de Sandefjord.

El hundimiento de barcos acusados de pescar ballenas o de faenar de modo ilegal será una constante en las acciones de Sea Shepherd. En noviembre de 1986 lo volverán a hacer, esta vez en el puerto de la capital islandesa, Reikiavik, donde enviarán a pique a dos balleneros. En esta ocasión no usarán explosivos sino que, desde las salas de máquinas de los buques, abrirán las compuertas para que penetre el agua. Este hecho les llevará a la portada de The New York Times. Greenpeace, por su parte, enviará un telegrama al propietario de la empresa condenando el ataque.

Portada de The New York Times de 10 de noviembre de 1986 con la noticia del hundimiento de dos balleneros islandeses en Reikiavik por miembros de Sea Shepherd

Focas y ballenas serán los objetivos a proteger por Sea Shepherd en estos primeros años, llevándoles también a Siberia (junio de 1981) para confirmar la caza de ballenas grises por parte de los soviéticos y entregando las pruebas al Congreso de los Estados Unidos. En marzo de 1982 pone en el punto de mira la caza de delfines en la isla japonesa de Iki. Las negociaciones con los pescadores locales se prolongan tres días y acuerdan acabar con dicha caza.

Irlanda, Escocia, Noruega, Finlandia, Islas Feroe, Malta, Italia, Francia, Costa Rica, Guatemala, Ecuador, Brasil, Santa Lucía, la Antártida, Australia, Kiribati, Hawái, Namibia… pocos lugares en los que no haya habido polémicas relacionadas con la pesca han dejado de ser visitados durante estos años por los barcos de la organización.

Las distintas órdenes de arresto de Paul Watson a petición de algunos gobiernos como el costarricense, el noruego o el japonés sólo sirven para aumentar la publicidad del grupo dado que siempre se deniega la extradición del capitán. En 2012, tres años después de que lo hiciera Bob Barker, el cofundador de la serie Los Simpson, Sam Simon, financia la compra de un antiguo barco del gobierno japonés utilizado para recopilar datos para la flota ballenera. Sea Shepherd lo renombrará Sam Simon en su honor. Las campañas de apoyo de personajes conocidos se multiplican: grupos musicales como Metallica, Aerosmith, Red Hot Chili Peppers, gente del mundo cinematográfico y televisivo como Martin Sheen, Brigitte Bardot, Pierce Brosnan, Kevin Costner, Christian Bale, Emmy Rossum, Lena Headey, Michelle Rodriguez, Darryl Hannah, Salma Hayek, Jay Leno, el surfista Kelly Slater… Libros, documentales, premios, aperturas de nuevas sedes en distintos países, adquisición de nuevos barcos… En el año 2000 la revista Time nombra a Watson uno de los 20 héroes medioambientales del siglo XX. Veamos ahora alguna de sus principales «aventuras»…

Buques hundidos por Sea Shepherd entre 1979 y 1998.

A la caza y captura del Thunder

Pero los días de mayor gloria están todavía por llegar. Se trata de una misión especialmente complicada. Perseguir al pesquero furtivo más famoso hasta hacerlo desistir. Este barco, de bandera nigeriana, se llama Thunder. Sabemos que estaba entre los pesqueros más criminales porque era uno de los seis barcos (conocidos como los “seis bandidos”) a los que Interpol le había otorgado la notificación morada. Interpol realiza alertas, conocidas como notificaciones, que se clasifican según el color: roja, amarilla, azul, negra, verde, naranja y morada. Estas alertas se lanzan a petición de uno de los 194 países que pertenecen a la organización intergubernamental. Las notificaciones moradas sirven para “buscar o facilitar información sobre modus operandi, objetos, dispositivos y métodos de ocultación utilizados por los delincuentes” (Interpol, s.f.). Paradójicamente, el propio Watson era el objetivo de dos notificaciones rojas presentadas por Japón y Costa Rica por sendas colisiones. Por cierto, de los otros cinco bandidos, de nombres Viking, Perlon, Kunlun, Yongding y Songhua, los tres últimos pertenecían a la empresa gallega Vidal Armadores.

La tripulación del Thunder, compuesta por 40 personas, era principalmente indonesia, pero entre los oficiales había siete españoles (cinco de ellos coruñeses), dos chilenos (uno de ellos, Luis Alfonso Rubio, era el capitán) y un portugués (Watson, 2015). Este pesquero se había dedicado durante décadas a la pesca ilegal de merluza negra, conocida también como bacalao de profundidad o róbalo chileno, habitual solo en aguas muy frías. Un auténtico plato de lujo para los restaurantes de Occidente. Según Interpol, entre los años 2000 y 2003 el barco había sido propiedad de empresas ligadas a España como Southern Shipping Limited, Vistasur Holding y Muñiz Casitiñeira.

Imagen del Thunder. Fuente: Sea Shepherd/Simon Ager

Urbina (2019) explica que el Thunder hacía dos expediciones anuales al océano Antártico de seis meses de duración cada una. Capturar 100 toneladas de merluza negra en uno de los viajes era suficiente para cubrir costes. Pero algún año llegó a pescar siete veces dicha cantidad, según los registros de los puertos donde desembarca su pesca ilegal. En una década Interpol calculaba unas ganancias que superaban los 76 millones de dólares. A pesar de su inclusión en varias listas negras y de la prohibición de faenar en la Antártida establecida en 2006, pesqueros, satélites y aviones de patrulla confirmaban que seguía trabajando en la zona. Sobornos, llamadas y latas de pintura eran suficientes para cambiar su nombre y su registro. En sus casi 30 años de historia, el Thunder portará 10 pabellones y 8 nombres distintos. Cuando Togo le quitó el derecho a portar su pabellón, el buque fue registrado bajo dos pabellones distintos a la vez: Nigeria y Mongolia. El nombre y el puerto de registro no figuraban en el casco sino que aparecían en una chapa metálica colgada en la popa que se cambiaba si era necesario. Además, la técnica pesquera utilizada por el Thunder (redes de enmalle) provocaba que solo una de cada cuatro especies capturada fuera merluza negra. El resto morían enmarañadas en las redes.

Sin embargo, en esta ocasión Sea Shepherd no estaría sola. El Atlas Cove, un pesquero perteneciente a la firma australiana Austral Fisheries dedicada también a la pesca de la merluza negra, se unió a la persecución. Hartos de cumplir unas normas que otros evadían una y otra vez, proporcionaron a Sea Shepherd información muy valiosa sobre la actividad de pesqueros como el Thunder.

El 17 de diciembre de 2014 dos barcos de Sea Shepherd interceptan al pesquero en aguas antárticas. El Bob Barker y el Sam Simon se lanzarán a perseguirlo durante 110 días, 11.500 millas, tres océanos y dos mares. Pero esta vez el objetivo no será embestirlo. Se mantendrán dentro de los límites de la legalidad, acosándolos hasta lograr detenerlos y… colaborando con Interpol.

Recorrido realizado por el Bob Barker en su persecución del Thunder durante 110 días. Fuente – Sea Shepherd.

Dos meses después de iniciar la persecución, cuando ya se encuentran en el Índico, a cientos de millas al sur de Madagascar, el Thunder empieza a navegar en círculos y lanza cientos de metros de redes con boyas. Es una situación extraña porque a esa profundidad (unos 150 metros) no hay merluza negra. Media hora más tarde la tripulación del pesquero empieza a recoger las redes, momento que aprovecha el Bob Barker para bloquearle el paso y evitar que pueda hacerse con ellas. En ese momento, el capitán del Thunder intenta embestir a su perseguidor, lo que no conseguirá por apenas tres metros. A la noche siguiente de nuevo lanzan las redes. Desde el Bob Barker logran cortar las boyas: parte de las redes caen al fondo marino y el resto son recuperadas por los miembros de Sea Shepherd. Durante las siguientes horas el perseguidor se convierte en perseguido. Acabado el enfado y vuelto el pesquero a su ruta habitual, desde el Bob Barker realizan fotos y vídeos para confirmar sus sospechas: el Thunder apenas se hunde en el mar. Su combustible comienza a escasear.

Tras cien días de persecución, el Thunder parece dirigirse a aguas nigerianas, bajo cuyo pabellón navega. El golfo de Guinea es uno de los puntos calientes de la piratería marítima. Se imponen guardias de 24 horas en los barcos de Sea Shepherd para vigilar un posible ataque mientras un oficial controla los correos electrónicos y las comunicaciones que realiza la tripulación de los mismos para evitar ser detectados por los piratas.

La tarde del 5 de abril, ya en plena oscuridad, se observan movimientos extraños en la cubierta del Thunder. En el cuaderno de bitácora del Bob Barker escriben: “linternas en movimiento y luces de cubierta encendidas poco habituales”. Y a la mañana siguiente salta la sorpresa. Una llamada de socorro desde el pesquero. “Nos vamos a pique”, dice su capitán, quien afirma que han colisionado con algo (Engdal y Saeter, 2016).

Mientras el Thunder se escoraba, varios miembros de Sea Shepherd permanecen en sus esquifes a la espera de poder subir a bordo del pesquero antes de su hundimiento para recoger pruebas. Por fin, a las 12:46 horas de la mañana, mientras el capitán Rubio dejaba el barco y subía a un bote salvavidas, un ingeniero y un fotógrado de la organización ascendían por el extremo opuesto del buque. Durante 37 minutos recorrieron el pesquero. No había tripulantes. Metieron en una bolsa de basura una cámara, un móvil, mapas, cartas de navegación e, incluso, imágenes de la tripulación del Bob Barker, obtenidas por el Thunder de la web de la organización. Lanzaron la bolsa a sus compañeros que esperaban en el esquife.

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