Desde el 7 de octubre atendemos a un recrudecimiento de la tensión en Oriente Medio a un nivel que llevábamos décadas sin ver, posiblemente desde la década de los 90 con la invasión iraquí de Kuwait. Una tensión que ha derivado en multitud de aristas hasta el momento, tales como la crisis en el Mar Rojo con los hutíes, y más reciente el ataque directo de Irán a Israel como respuesta al bombardeo de su embajada en Damasco por parte de los de Netanyahu. No es objeto de este focus abordar las causas de esta tensión, pero sin embargo un motivo que influye sobre la misma es la panoplia de actores con intereses distintos y radicalmente enfrentados entre sí que tienen presencia en la región. Desde actores puramente regionales como Irán, Arabia Saudí o Israel, hasta actores internacionales, entre los que destaca principalmente EEUU, pero también Turquía y, en los últimos años, China.
La presencia de China en la región ha crecido de forma notoria en la última década, especialmente con la llegada al poder de Xi Jinping y su viraje en la política exterior china, pasando a un enfoque mucho más asertivo y reclamando el peso internacional que considera que le corresponde al país derivado de su potencial económico. Uno de los principales focos en esa estrategia de mayor involucración china a nivel internacional es precisamente Oriente Medio, donde la presencia a nivel económico, comercial y diplomático del país es cada vez mayor. No sólo se presenta ya como aliado estratégico de Irán con el objetivo de esquivar las sanciones impuestas por Occidente, sino que las relaciones con Arabia Saudí, tradicional aliado norteamericano, son cada vez más interesantes tanto para uno como para otro.
El gigante asiático es consciente de que para mantener la vitalidad de sus inversiones en la región necesita paz y estabilidad en ella, y así lo declara en el Documento sobre la Política Árabe de China de 2016 y en continuos encuentros diplomáticos entre altos representantes chinos y de los países árabes. En esa línea, en marzo de 2023 se produjo un acuerdo histórico de restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí, que contaba con China como mediador. Esta línea de actuación va en consonancia con los principios de coexistencia pacífica de los que Xi Jinping ha hecho gala desde que asumió el poder, con la coexistencia pacífica, el respeto mutuo y la no intervención en asuntos internos de otros Estados.
Sin embargo, a partir del 7 de octubre observamos que el trabajo de China por mantener la paz y la estabilidad en la zona ha sido poco menos que inexistente. Las acciones efectivas que ha llevado a cabo China para mantener esa paz y estabilidad que es fundamental para sus intereses han brillado por su ausencia, lo cual puede parecer contraproducente en su estrategia internacional y nos lleva a preguntarnos por qué Pekín actúa de esta manera, y si realmente puede contribuir a calmar los ánimos en la zona. A continuación, vamos a examinar algunas de las claves que pueden explicar esa actuación que puede parecer contradictoria o poco realista:
- Relaciones con Irán: como hemos comentado China se constituye como una suerte de salvavidas para el país persa, ya que es el principal destino de las exportaciones de petróleo iraní a raíz de las sanciones económicas impuestas por Occidente a colación del programa de desarrollo nuclear, y de erigirse como un rogue state a ojos de estos. Ambos países tienen un Acuerdo de Cooperación Estratégica firmado en 2021, que es el mayor grado de cooperación que China puede tener con un país, y además se establece como pieza clave dentro del proyecto de la Belt and Road Initiative, o nueva Ruta de la Seda. Tanto en su papel como lugar de paso comercial, con la importancia geoestratégica del estrecho de Ormuz, como del poder potencial que tiene el país, ha sido objetivo de una gran cantidad de proyectos de inversión a nivel tecnológico y de infraestructuras, además de las notorias relaciones comerciales entre ambos. Sin embargo, Teherán se queja de que esos acuerdos no se han materializado y se han quedado como simples promesas, lo cual tensa la cuerda entre ambos países y limita la capacidad de influencia china en el país. Pero tampoco se plantea una ruptura de relaciones, ya que ese escenario sería fatal para Irán, por lo que la situación se plantea como una relación provechosa desde el punto de vista económico, pero Irán se opone a acatar potenciales órdenes de China a nivel político. Por otro lado, el gigante asiático tampoco parece dispuesto a aumentar su capacidad de influir en Irán por los puntos que veremos a continuación.
- El problema no es Irán, es Israel: desde la visión china toda la tensión desencadenada en la región tiene como origen el conflicto entre Israel y Palestina, y la guerra abierta con Hamás. Esto hace que China considere que los esfuerzos por alcanzar la paz no deban iniciar en una relajación de las acciones iraníes, sino que es Israel el que debe cesar en los ataques a Gaza y Cisjordania, y para ello el actor fundamental es EEUU, el principal socio de los israelíes, que debe trabajar para que cesen los ataques y se llegue a una solución negociada. El perfil de China tradicionalmente ha sido la solución de los dos Estados, dando apoyo y reconocimiento diplomático a Palestina, ya que retóricamente le permite mantener la legitimidad frente al mundo árabe, que a su vez se han confabulado con China para mirar hacia otro lado ante la eliminación de los uigures por parte de Pekín.
- La grand strategy china: a pesar de que el país es ya la principal economía a nivel mundial, la línea discursiva y a su vez estratégica de China pasa por abanderarse como representante de los países del llamado Sur Global. Un Sur Global que se identifica como un bloque alternativo al Occidental que tradicionalmente ha dominado el sistema internacional. En él se pretende aglutinar a todos los países del mundo que no se organizan en torno al conjunto de valores propugnados por las democracias liberales, y proponer un modelo de organización social y del conjunto de sistema que no responda al tradicional. Los países árabes son parte del objetivo de esa gran estrategia china, con el objetivo de atraerlos a su causa. Por ello el conflicto en Oriente Medio se constituye como una buena oportunidad para establecer un nuevo argumento discursivo para apoyar su modelo. China puede argumentar que los países occidentales, y con ello me refiero principalmente a EEUU y a determinados países europeos como Francia y Reino Unido, no son capaces de garantizar la paz, la seguridad y la estabilidad del sistema, así como la incapacidad de estos para solucionar conflictos abiertos. De esta manera se constituye como una oportunidad para desgastar a EEUU, y proponer posteriormente una solución propia a través de la no injerencia en asuntos internos de los Estados y el desarrollo pacífico.
- Relaciones con Oriente Medio: ya sabemos que China es un actor con una influencia creciente en la región, para lo cual se ha valido de su solvencia económica y capacidad comercial. Las promesas de desarrollo y de inversión le han supuesto una gran capacidad de atracción para países de lo más distintos. A día de hoy China mantiene relaciones cordiales con países como Israel, Palestina, Irán y Arabia Saudí. Tomar una posición clara en el conflicto le puede costar tensiones innecesarias con alguna de las potencias regionales, lo cual dañaría más a los intereses chinos que una tensión creciente en la región. China prefiere jugar a la ambigüedad y mantenerse como “el amigo de todos’’ en Oriente Medio.
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