La interconexión eléctrica mediante cables submarinos es un fenómeno que, aunque estrictamente hablando no es nuevo, sí está tomando una relevancia sin precedentes en el contexto energético y geopolítico actual. Desde el siglo XIX, cuando se instaló el primer cable submarino para la transmisión de electricidad[1], esta tecnología ha evolucionado considerablemente en términos de capacidad, resistencia y alcance, lo cual ya está potenciando su uso a nuevas escalas. Lo que antes era un recurso ocasional para conectar regiones aisladas o islas cercanas a las redes continentales, hoy se ha transformado en un sector en expansión que conecta continentes enteros y traslada grandes cantidades de energía a través de porciones oceánicas cada vez mayores.
En cualquier caso, cabe aclarar que, si bien se trata de un ámbito que se encuentra en claro despegue, y sobre el cual se esperan grandes desarrollos, de momento presenta alcances que aún no pueden compararse al de los cables submarinos de comunicaciones[2]. Esto se debe, primordialmente, a que los cables submarinos de electricidad todavía no han llegado a conformarse como una verdadera red global, sino más bien como grupos de redes regionales. No obstante, y pese a sus diferentes propósitos, sí cabría plantear que la importancia de estos se sumaría —y acaso solaparía, en términos geográficos— con la que ostentan los cables de telecomunicaciones e Internet, resaltando el valor estratégico de los emplazamientos en los que ambos tipos coinciden.
Centrando el análisis exclusivamente en los cables submarinos de electricidad, que son los que motivan estas líneas, cabe apuntar que Europa se consideraría el espacio continental con mayor densidad del mundo —mayormente concentrado en el Mar del Norte y Báltico, aunque también en el Mediterráneo—, y a este seguirían otros como Estados Unidos y Canadá, Japón o determinados emplazamientos del Sudeste Asiático. No obstante, en los últimos tiempos han trascendido en los medios diversos megaproyectos de interconexión eléctrica que reflejan el auge de esta tipología de interconectividad submarina. Entre ellos se destacan iniciativas como el Australia-Singapore Power Link —o Australia-ASEAN Power Link, ver mapa 1—[3], que pretende transportar energía desde Australia hasta Singapur a lo largo de 4.500 kilómetros de cable submarino; o el Xlinks Morocco–UK Power Project, que transitaría una distancia algo menor a la anteriormente mencionada, uniendo Marruecos con el Reino Unido a través del Atlántico[4]. Asimismo, habría que mencionar otros proyectos, como el que busca garantizar el abastecimiento de las Islas de Andamán y Nicobar —cubriendo 1.150 kilómetros entre la India continental y este archipiélago[5]—, o los EuroAsia y EuroAfrica Interconnectors —este último rebautizado ya como Great Sea Interconnector—, que, con sendas extensiones de 1.500 kilómetros, busca enlazar las redes eléctricas de Grecia y Chipre con Israel y Egipto[6].
A diferencia de los cables de comunicaciones, los de transmisión de electricidad están diseñados para soportar altos niveles de voltaje y para funcionar requieren de materiales y técnicas de instalación especiales que, por consecuencia, requieren de inversiones aún mayores a las de aquellos; no solo debido a que deben resistir condiciones adversas, como la presión de las profundidades y la corrosión, sino sobre todo porque deben evitar pérdidas energéticas[8]. Una de las claves estriba en que la lógica del transporte energético en superficie no opera exactamente igual bajo el agua salada, que es por definición conductora de electricidad. A pesar de que el estándar de los tendidos en tierra firme es la corriente alterna, en el fondo del mar también es posible transportar la energía eléctrica por corriente continua, dependiendo de las distancias a cubrir. De hecho, en buena medida, el auge de este sector se desprende de los desarrollos experimentados en los últimos años en la llamada corriente continua de alto voltaje —HVDC, por sus siglas en inglés— aplicados para el medio marino, pues se trataría de la modalidad más eficaz para transportar energía a largas distancias[9]. Baste señalar que la línea submarina más larga de corriente alterna submarina del mundo —que une la isla de Creta con la Grecia continental— tiene una longitud de 174 km[10]. En cambio, la tecnología HVDC submarina es la que permite distancias mucho mayores, haciendo posibles megaproyectos como los anteriormente mencionados y, además, posibilita la conectividad entre sistemas con diferentes frecuencias —como la red europea, por ejemplo, que va a 50Hz, con otras distintas—. No obstante, el transporte energético por medio de corriente continua es bastante caro, ya que requiere de aislantes especiales y de estaciones convertidoras en ambos extremos del cable. Estas y otras particularidades inherentes al sector ubican los costos de instalación de estos tendidos por encima de los dos millones de dólares el kilómetro de línea, aunque pudiera ser mayor, dependiendo de capacidades y otras variables —una cantidad que, en cualquier caso, representa, como media, una centésima parte de lo que implica la instalación de un cable submarino de comunicaciones—[11].
La función de estos cables de transporte energético submarinos no se limita a la interconexión entre redes eléctricas de distintos Estados y/o territorios; también posibilita el aprovechamiento de fuentes de energía ubicadas en el mar, como la eólica y, en menor medida, la solar. En este contexto, estos tendidos no solo pueden ayudar a satisfacer los requerimientos energéticos de territorios aislados o con limitaciones geográficas, sino que también pudieran contribuir a la estabilidad de redes interconectadas y a la diversificación de las fuentes de energía[12]. El crecimiento de la demanda energética mundial, las políticas de transición hacia energías limpias, y la necesidad de aseguramiento eléctrico son factores que también permiten explicar la importancia que van ostentando estos cables en el panorama internacional.
Europa es el principal epicentro en el que confluyen todas estas cuestiones, lo cual permite entender que sea en el viejo continente —generalmente demandante energéticamente y con escasa diversificación de proveedores— donde más tendidos de este tipo se hayan desarrollado, máxime cuando la opinión pública de este ámbito es más proclive que en otras latitudes a aceptar inversiones cuantiosas si se entiende que son sostenibles en términos ambientales. De cualquier modo, cabría igualmente plantear que, con independencia del origen de parte —o toda— la energía transportada, desde la óptica del consumidor, en realidad se trata de electricidad utilizable directamente y, por lo tanto, pudiera considerarse como “limpia” a efectos prácticos, ya que no genera impactos ni emisiones en el destino. En este punto, cabe destacar que esto no únicamente aplica para el cableado de largas distancias, pues este componente de sostenibilidad se ha enarbolado también para justificar proyectos más locales que no tienen porqué trascender los límites estatales. Amén de otros ejemplos, uno bastante ilustrativo de este tipo es el que se está planteando para integrar a Ceuta con el resto de la red eléctrica española. El cableado submarino, que tendría una longitud de casi 50 km de distancia, se plantea expresamente como una alternativa que reduciría la dependencia de combustibles fósiles que tiene la ciudad[13] —cuya única fuente actualmente es la central térmica de diésel, que es propiedad de la compañía Endesa—. Como dato relevante, cabe destacar que ya se ha planteado un proyecto similar para Melilla, si bien este ha visto pocos avances hasta la fecha[14].
La cooperación internacional en esta materia ha ido derivando hacia la creación de redes eléctricas supranacionales, o “superredes”. Se trataría de una tendencia en crecimiento que apunta hacia el aseguramiento energético, ya que los Estados que se insertan en estas dinámicas buscan, entre otros objetivos, participar del intercambio de energía excedente entre regiones con diferentes capacidades y demandas. El hecho de que hoy en día se puedan combinar rutas terrestres con marítimas amplía las posibilidades de conexión, no solamente en estas redes, sino más allá de las mismas. Cuando la distancia va siendo un factor a considerar, la interconexión eléctrica mediante cables submarinos de HVDC permite una gestión más eficiente de los recursos energéticos y reduce la dependencia de fuentes locales, que pueden ser limitadas o intermitentes. Ejemplos significativos de esta práctica son el Baltic Cable y el North Sea Link, que conectan Escandinavia con Alemania y el Reino Unido, respectivamente[16], y que se plantearon, fundamentalmente, para derivar excedentes energéticos a los mercados mencionados. Se trata, en esencia, de un tipo de conexiones que favorece un sistema de precios más dinámico y reduce el riesgo de cortes de energía, ya que los Estados involucrados pueden apoyarse mutuamente para mantener el suministro.
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