Decíamos hace escasas horas que uno de las ideas que más se repiten en periódicos, informativos y redes sociales tiene que ver con la supuesta locura de Trump o más bien con la irracionalidad de sus decisiones. Es cierto que la imagen que el propio Trump se encarga de proyectar -no entraré hasta qué punto es algo meditado o si es parte de su personalidad- es la de un líder impredecible, capaz de hacer A y decir B al mismo tiempo para finalmente terminar en la Z y que esta táctica que quizá le ha funcionado en los negocios, aunque contenta a parte de su electorado y tiene la virtud de mantener en vilo a todo el mundo, en el exterior no tiene la misma acogida.
Ordenar el asesinato de Qasem Soleimani es una medida desesperada, no cabe duda. Recurrir a un ataque que hemos calificado como de «decapitación/advertencia» responde a una situación sobre el terreno que estaba peligrosamente cerca de escapar por completo al control de Washington después de años de actitud laxa frente a las operaciones exteriores iraníes y de no aportar soluciones válidas para la complicada vida política iraquí.
Aunque es muy pronto para decirlo y a pesar de que, insistimos, Trump no ha iniciado la Tercera Guerra Mundial, es difícil ser optimista respecto al futuro próximo de una región en la que se están librando a un tiempo diversos conflictos que enfrentan a Irán, Arabia Saudita, Turquía, los propios EE. UU. o Rusia, y eso sin contar con otros actores menores pero también significativos, como los Emiratos Árabes Unidos, el gobierno sirio, los kurdos, etcétera.
Una decisión como la aprobada por Trump, evidentemente, no contribuye a calmar los ánimos incluso aunque Irán haga una lectura correcta y comience a desescalar. Su cultura estratégica le obliga a responder de algún modo y eso provocará bajas, la consiguiente respuesta por parte de los EE. UU. -hoy ha sido el día de presumir de los numerosos objetivos que se tienen en recámara- y así sucesivamente, independientemente de si se sube o se baja la escalera del conflicto. Naturalmente, cada vez que uno de los jugadores reaccione, se correrá el riesgo de que el rival malinterprete sus intenciones o, por los motivos que sean, se vea obligado a responder de forma más contundente, con lo que ello supone.
Con todo, acertada o no, la decisión de Trump puede ser perfectamente racional y, lo que es más, la complejidad de la misma y del propio proceso de decisión en una democracia, aseguran que así sea, aunque no la compartamos.
El proceso de decisión
Antes de entrar en ello, conviene recordar algo que es obvio, pero que tendemos a olvidar: El Presidente de un régimen democrático por muy personalista que sea (no lo confundamos con regímenes iliberales) no tiene un poder absoluto sino que, por el contrario, la mayor parte de sus decisiones no solo obedecen a presiones de distintos tipo, sino que han de pasar numerosos filtros antes de materializarse, como en este caso, en una operación de asesinato selectivo.
Tampoco es razonable esperar que el presidente de ninguna nación un conocimiento lo suficientemente profundo de todos los escenarios sobre los que ha de decidir, como para que esas decisiones sean informadas, de ahí el imprescindible papel de los asesores y de los gabinetes.
Es prácticamente imposible enumerar todos los factores que han intervenido en la inesperada decisión de Donald Trump de ordenar el ataque sobre el convoy en el que viajaban tanto Qasem Soleimani como otros importantes cargos militares y paramilitares iraníes. No obstante, es seguro que antes de dar el «OK», ha tenido que consultar la misma con su círculo de confianza, los miembros del Consejo de Seguridad Nacional, leer los informes que diariamente prepara la CIA y que vendrían alertando del peligroso incremento no solo de los ataques sino de la actividad de diversos grupos, etcétera. Como consecuencia, es imposible que no se hayan tocado al menos, los siguientes temas:
- Seguridad de los estadounidenses destacados en Iraq: El primer factor que han debido tener en cuenta tanto Trump como sus asesores, es la seguridad de los ciudadanos estadounidenses residentes en Iraq. No podemos olvidar que el cometido básico de cualquier estado es proveer de seguridad a sus ciudadanos, estén donde estén (algo que pocos pueden llevar a la práctica, por cierto). En este sentido las tropas estadounidenses llevaban semanas siendo atacadas de forma cada vez más alarmante, por no hablar del hostigamiento sufrido por los buques de la US Navy al adentrarse en el Golfo Pérsico. A esto hay que unir el asalto a la embajada, que nos dejó imágenes que a más de uno le devolvieron a la caída de Saigón y a la operación Frequent Wind. Por otra parte, la seguridad no solo se ofrece a los sujetos físicos, sino también a los jurídicos y si las tropas estadounidenses abandonan Iraq, acto seguido los ciudadanos y empresas establecidos en el país harían lo propio, con lo que ello supone en términos económicos para muchas familias estadounidenses que dependen de esta presencia para su subsistencia. Es impensable que en las reuniones en la Casa Blanca no se hayan abordado estos temas y que Trump haya tomado la decisión ajeno a todo ello.
- Seguridad de los aliados regionales y orden político regional: La presencia estadounidense en Iraq y su capacidad/incapacidad para contrarrestar las acciones iraníes tienen una importancia capital a la hora de garantizar la seguridad de sus aliados, desde Israel (potencia nuclear, no lo olvidemos) a Arabia Saudita, pasando por los EAU, Jordania, etcétera. Más allá de los estados, son numerosas las facciones, etnias y grupos que, sobre el terreno, dependen para su supervivencia en mayor o menor medida de la seguridad, suministro y apoyos que los EE. UU. puedan ofrecer. Por otra parte y como hemos repetido en más de una ocasión, es capital para los EE. UU. evitar el decoupling a toda costa. El acuerdo nuclear al que Irán ya ha anunciado que dejará de atenerse, pese a sus limitaciones y la presencia estadounidense sobre el terreno, eran quizá los últimos seguros que mantenían a la región alejada de una carrera nuclear de consecuencias impredecibles. No puede olvidarse el perfil extremadamente bajo que están manteniendo tanto los países árabes como Israel en toda esta crisis, lo que es indicativo de que habían sido por una parte informados casi con total seguridad y, por otra, de que esta actitud estadounidense, más asertiva, les tranquiliza. Como quiera que, hasta donde sabemos, Trump no es especialista en estudios estratégicos, resulta bastante increíble que tome decisiones que afectan a temas tan complejos sin escuchar al menos al Secretario de Estado, al Jefe de Estado Mayor y a una buena pléyade de expertos más a los que se habrá ido consultando en los últimos días o semanas.
- Posibles represalias: Lanzar un ataque de este tipo obliga, de antemano, a prever un plan de seguridad aumentando el nivel de alerta de las tropas, el personal diplomático, los contratistas privados que operen en el país, etcétera. No solo en Iraq, por cierto, sino también en Siria, Líbano o cualquier otro destino susceptible de ser atacado por Irán o sus proxies. Por tanto, por más que la decisión se haya tomado a última hora, ha tenido que ser precedida de largas deliberaciones acerca de las posibles represalias iraníes y la forma de minimizar sus efectos ya que este tipo de planes, que se elaboran de forma periódica, necesitan ser adaptados a las circunstancias aunque sea de urgencia.
- Efectos sobre Irán: La muerte de Qasem Soleimani -y el envío de la 82º Aerotransportada-, tanto si ha servido de advertencia para el régimen iraní (hipótesis de Petraeus), como si solo ha servido para descabezar a la Fuerza Qods, sin duda tendrá efectos sobre la capacidad iraní para operar en Iraq y también en otros estados como Líbano o Siria. Con él se han eliminado buena parte de los lazos personales que había tejido durante estos años y un cerebro privilegiado que había sabido extender la presencia iraní en la región como una mancha de aceite operando casi siempre dentro de los estrechos márgenes de la Zona Gris. Sea como fuere, dado que Trump difícilmente conoce las particularidades de la política interna iraní, necesita de apoyo también en este ámbito.
- Consecuencias de cara a la política interna: Trump está en una situación delicada dentro de su propio país, como es de sobra conocido. Una decisión como la tomada respecto a Soleimani tiene un efecto claro sobre la opinión pública estadounidense, los apoyos dentro de su propio partido, la posición de los demócratas, etcétera. En este sentido, sus asesores políticos han debido estar informados y habrán dado su parecer, lo que tampoco es un filtro desdeñable.
- Plan B: Trump da la impresión de ser un improvisador nato o una de esas raras personas que siempre caen de pie. Con todo, esto se debe en gran medida a su capacidad para adaptarse a las circunstancias en base a estudiar previamente los posibles escenarios en los que puede llegar a encontrarse. En el caso que tratamos, en el que las posibilidades básicas pasan por lograr contener a Irán, frenando la escalada que estábamos viviendo o bien por tener que abandonar el país, sería descabellado que no se haya previsto con anterioridad una medida que no solo supone retirar los pocos miles de efectivos que quedan en el país del Éufrates, sino que obligaría a cambiar por completo el despliegue regional de los EE. UU. y algunas de sus alianzas, posiblemente destacando tropas en zonas kurdas del norte de Iraq (con el impacto que podría tener en la relación con Turquía, ya muy afectada) o reforzando la presencia en otros aliados regionales, algo que siempre es costoso en términos dinerarios, logísticos, etcétera.
En fin, sin duda son muchos más los aspectos que un presidente ha de tener en cuenta cuando toma una decisión de este calado. Independientemente de su finalmente su elección resulta o no en un éxito, lo que queda claro es que es imposible que se haya tomado a la ligera, por más que la insufrible actividad en las Redes Sociales del ínclito Trump nos invite a pensar eso.
De hecho, si lo que EE. UU. pretende, como parece, es contener a Irán evitando que se haga con el poder en Iraq aumentando así la seguridad de los iraquíes no pro-iraníes (recordemos que son una mayoría), de sus propios ciudadanos y de paso tranquilizando a sus aliados regionales y frenando una posible carrera de armamentos en la zona, la decisión de Trump es perfectamente válida. Dentro de un tiempo podremos escribir si ha sido o no acertada, pero ese es otro debate.
Perfectamente racional y necesaria tanto desde el punto de vista de la lucha contra el terrorismo islámico como desde un punto de vista interno para Trump, que no se va a comerse un Benghazi como Obama.