Protestas en Bielorrusia

Lukashenko, el último dictador de Europa, en apuros

Las protestas en Bielorrusia llevan en marcha ya más de cien días. Es un movimiento popular de oposición al actual régimen que nace como respuesta a los resultados electorales del pasado 9 de agosto. Unos comicios en los que Lukashenko reclamó la victoria, pero que han sido considerados fraudulentos por la Unión Europea y contestados por la oposición. En la actualidad, la situación parece encontrarse en un punto de inflexión. La represión se endurece. Lukashenko, se ha aferrado al poder, aunque parece que el apoyo ruso discurre ya por otros derroteros. Mientras, las últimas manifestaciones parecen empezar a decaer, pero solo ligeramente. El objetivo de este documento es dar un repaso a cómo se encuentra la situación hoy en el país.

A quien el pueblo elija, así será. Lo juré. Prometí que será como decida el pueblo bielorruso (…) ¿Sabéis siquiera que me dispararon en las primeras elecciones? Pero no me quejé por eso. Y no andaba diciéndoselo a todo el mundo (…) No se puede construir la felicidad para el pueblo bielorruso sobre las bayonetas de la OTAN en Bielorrusia.

Declaraciones de Alexander Lukashenko recogidas en RT[1]

Lukashenko frente a las protestas en Bielorrusia

Lukashenko no se ha dejado casi ninguna táctica en su camino para mantenerse en el poder. La promesa de hacer en el futuro justo lo contrario de lo que se ha venido haciendo hasta el momento o la apelación al victimismo y a un posible “enemigo exterior” son algunas de sus tácticas. Todas ellas combinadas con la petición de ayuda a “la hermana mayor Rusia” y con unas acciones, como el incremento de la represión, que demuestran un fuerte apego al poder. Estas formas de actuar no son nuevas, pero sí han demostrado cierta efectividad en otros momentos y en otros escenarios.

Hoy, la situación en Bielorrusia parece estar en un punto de inflexión. Por un lado, la oposición se resiente de un cierto cansancio, ante la falta de éxito y de expectativas. En una de las últimas manifestaciones se reportó un número menor de participantes que en anteriores ocasiones. Por otro lado, Lukashenko ha aumentado la represión sobre la oposición. Sin embargo, la confianza ganada, entre otras cosas, tras el apoyo de su “gran padrino ruso”, Vladimir Putin, y, también, ante la respuesta europea y estadounidense, que no han ido más allá de las sanciones económicas y la “condena” de palabra, puede que no tenga mucho más recorrido. El presidente bielorruso ha vuelto a decir hace apenas unos días que dejará el poder tras la reforma constitucional que ha prometido[2]. Y lo ha hecho tras la visita del ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, que le ha trasladado el mensaje de Putin instándole a que lleve a cabo la reforma. Desarrollaremos estas ideas a continuación, pero, antes, hay que hacer un breve repaso de los hechos que nos han traído hasta aquí.

Fuente – Elaboración propia

La situación desde el punto de vista interno: en un punto de inflexión

Sin una transición en el poder con fechas concretas, con el aumento de la represión y con más de 100 días ya de protestas continuas, la situación parece complicada para los opositores. Ante este panorama, las preguntas a hacerse en este apartado serían las siguientes: ¿Qué hará la oposición bielorrusa? y ¿Qué hará Alexander Lukashenko?

Como señala Abdujalil Abdurasulov en la BBC[3], al principio, cuando un tsunami de gente llenó las calles de las principales ciudades del país, la policía desapareció. Pero, después, los antidisturbios regresaron para esparcir el terror entre los manifestantes. El número de detenciones se multiplica cada día que pasa (más de 10.000 a 6 de noviembre), y ya se han producido algunas desapariciones y muertes como consecuencia de los duros interrogatorios en dependencias policiales. Un ejemplo es el opositor Roman Bondarenko. La represión ha alcanzado a corresponsales y periodistas locales, que han denunciado abusos, malos tratos y decenas de detenciones ilegales[4]. Así las cosas, la continua y creciente violencia policial ha apartado a numerosos ciudadanos de las calles y las protestas han menguado últimamente. A pesar de todo, hasta el momento, siguen manteniendo lo que las ha caracterizado desde el principio: son pacíficas. Además, como destaca Abdurasulov, son muchos los que todavía hoy sienten que tienen que actuar si quieren vivir en un país mejor.

Por su parte, Alexander Lukashenko, al frente del país desde hace 26 años, retoma de nuevo la posibilidad de ceder el poder después de haberla descartado, de haber endurecido la represión policial y de haber afirmado: “No hay hacia dónde retroceder y no lo haremos”[5]. Su tímida reforma constitucional para salir de la crisis, ha sido rechazada categóricamente por la oposición en el exilio. Luego, ninguna variación por ese lado. Entonces, ¿qué ha cambiado para que Lukashenko retome la idea inicial de su reforma constitucional para, después, abandonar el poder?

Caben pocas dudas de que la confianza que había demostrado Lukashenko las últimas semanas se debe, también, al apoyo de su “hermana mayor” Rusia. Estos años se había convertido en el “aliado incómodo” que daba problemas a Vladimir Putin, hablaba incluso de ser tratado como “socio” y no como subordinado. Sin embargo, en cuanto empiezan los problemas, cambia de actitud. Lukashenko ha sido capaz de revertir esa tendencia y de dar un giro de 180 grados con respecto a Moscú para conseguir su ayuda. Algo que ha logrado solo hasta cierto punto y, quién sabe, lo que pueda suceder en el futuro[6]. De hecho, ese apoyo parece deshacerse como un azucarillo a tenor del último movimiento del Kremlin, que presiona al líder bielorruso para que haga lo prometido en materia de reformas constitucionales (citado al inicio de este documento).

Por el otro lado, la líder opositora, y contrincante en las presidenciales de agosto, Svetlana Tijanóvskaya, no ha logrado un apoyo internacional (sobre todo de la Unión Europea) lo suficientemente consistente como para poder ejercer la presión necesaria para hacer caer al régimen bielorruso. Tampoco parece haber convencido a Putin de que su movimiento pro-democrático no supone ninguna “amenaza” para los intereses rusos en su espacio post-soviético y evitar, así, su intervención en favor de Lukashenko[7]. La dimensión internacional del problema bielorruso es importante y se tratará a continuación.

Una mujer de rodillas delante de la línea policial. Protesta en Minsk, Bielorrusia, el 30 de agosto de 2020. Foto de Nadzeya Buzhan/Hawa Hiea. Fuente – Parlamento Europeo

El juego geopolítico tras las protestas en Bielorrusia

En este apartado, las preguntas a hacerse serían: ¿Hasta dónde está dispuesta a llegar la UE, y EE.UU., por la oposición bielorrusa? y ¿El apoyo de Putin es a Lukashenko o a Bielorrusia?

“Felicito a los representantes de la oposición bielorrusa por su valentía, resistencia y determinación. Han permanecido firmes ante un adversario mucho más fuerte, pero tienen a su favor algo que la fuerza bruta no puede derrotar: la verdad. Mi mensaje para vosotros, queridos premiados, es que os mantengáis fuertes y no ceséis en la lucha. Estamos con vosotros.”[8]

David Sassoli, Presidente del Parlamento Europeo

Con estas palabras, el presidente del Europarlamento, David Sassoli, comunica a la Cámara la decisión de reconocer el esfuerzo de la oposición bielorrusa con el premio Sájarov 2020 a la Libertad de Conciencia. Un galardón que homenajea a personas y organizaciones que defienden los DD.HH. y las libertades fundamentales.

Junto con este reconocimiento (dotado con 50.000 euros), la Unión Europea prepara una nueva ronda de sanciones económicas, la tercera ya, contra el régimen bielorruso. La primera, en octubre, contra 40 responsables de la represión; la segunda, en noviembre, que alcanza al presidente Lukashenko y a su hijo[9]; y, esta tercera en preparación, se dirige contra instituciones, firmas y empresarios que financian al presidente y a su gobierno[10]. Con estas medidas, parece que la Unión Europea da apoyo moral a la oposición y va incrementando la presión de las sanciones económicas sobre el régimen bielorruso. Lo hace con contención, poco a poco y sin, al parecer, la intención de exacerbar las cosas. Aparte de esto, no parece haber, hasta ahora al menos, ninguna estrategia clara para ir más allá en el bloque de los 27.

Mientras, las acciones de Vladimir Putin reflejan también un cierto cuidado. Al principio, parece tratarse de controlar la situación. Aparte de fuerzas especiales para desplegar, y del anuncio de que pueden hacer maniobras mensualmente en territorio bielorruso, Putin promete a Lukashenko en septiembre en la cumbre de la ciudad de Sochi un crédito de 1.500 millones de dólares. Una cantidad que, si bien no es nada despreciable, tampoco alcanza la cuantía de las ayudas económicas dadas por Rusia a otros aliados en otros momentos. Así pues, apoyo al principio, para luego mirar hacia un futuro con Bielorrusia, pero sin Lukashenko, con un cambio en el poder controlado por el Kremlin. Desde el punto de vista económico, también se justifica que, en este caso, Rusia sopese cuidadosamente sus pasos. Entre otras cosas, porque, en un contexto en el que su economía pierde terreno en lo que a PIB se refiere, al Kremlin le interesa mantener sus lazos económicos con Europa[11].

Sin duda y por diversos motivos, las acciones de Europa y Rusia se explican por acontecimientos pasados, por ejemplo, en 2014 en Ucrania. En las mentes de los decisores de ambos lugares aún pesan los errores cometidos entonces y las consecuencias posteriores. De ahí que, en el caso bielorruso, se sopese cada acción cuidadosamente, para no precipitar hechos no deseados que pudieran poner en peligro el statu quo aceptado. Bielorrusia es una de las líneas rojas del espacio post-soviético para Putin, forma parte de su espacio de seguridad, y la Unión Europea parece consciente de ello.

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