Todavía no existe un acuerdo claro sobre lo que son las mininukes. No obstante, la posibilidad de que en el futuro su uso se llegue a generalizar está levantando un notable interés por parte de la comunidad académica y militar, por sus importantes repercusiones sobre la estabilidad estratégica. La propuesta de la administración Trump -publicada en la Revisión de la Postura Nuclear de 2018- de añadir al arsenal nuclear de los EE. UU. dos nuevas ojivas nucleares de bajo rendimiento de lanzamiento submarino (una montada en misiles de crucero, otra en misiles balísticos Trident-II), ha generado un gran revuelo, así como un alarmismo exagerado entre ciertos sectores del análisis del control de armamentos, llegándose a afirmar que tales armas bajan el umbral nuclear y hacen la guerra nuclear más probable.
Como se expondrá en este artículo: 1) Tal afirmación está enajenada de los conocimientos básicos en estrategia nuclear ya que esas armas están pensadas para todo lo contrario; 2) Hay una larga historia de armas nucleares de pequeña potencia y actualmente hay miles de ellas desplegadas; 3) No se están teniendo en cuenta los aspectos estratégicos potenciales de estas armas sino solamente los tácticos y los no estratégicos (como el control de la escalada).
Aunque no hay una definición plenamente aceptada de lo que son o no las mininukes, podemos recurrir a la que dio el Grupo de Planeamiento Nuclear de la OTAN en 1973, esto es, toda arma nuclear de una potencia máxima 0,5 kilotones y una precisión CEP de un metro. Por otro lado, un arma nuclear de bajo rendimiento, según lo establece el Pentágono en estos momentos, es un arma nuclear de 20 kilotones de potencia máxima.
En el momento de escribir este artículo, no se conoce aún con exactitud el tipo de rendimiento nuclear exacto que tendrán esas nuevas cabezas nucleares, salvo que se dicen que son de bajo rendimiento (menos de 20 kt). Por otra parte, EE. UU. despliega en la actualidad una gran cantidad tanto de mininukes como de armas nucleares de bajo rendimiento, por lo que no son una invención de la Revisión de la Postura Nuclear elaborada por el gabinete Trump. De hecho, hay unas 500 bombas aéreas tácticas B-61 de diferentes modelos, con un rendimiento que va desde los 0,3 kilotones (mininukes), pasando por los 10 kilotones (bajo rendimiento) y alcanzando incluso los 170 kilotones. Por su parte, los misiles de crucero AGM-86 de la US Air Force están armados con ojivas W80 (de las que hay unas 528), con distintos rendimientos que van de los 5 a los 150 kilotones. Por lo tanto, entre mininukes y armas de bajo rendimiento, en el arsenal de los EE. UU. hay unas 1.000 ojivas de estos tipos hoy en día.
Armas estratégicas y tácticas
La diferencia entre armas estratégicas y tácticas (a veces denominadas como “armas nucleares no estratégicas”) estriba en el tipo de uso que se les de y no en su potencia o alcance. Las armas nucleares estratégicas son aquellas que se usan para atacar el armamento estratégico enemigo y las fuentes de poder adversarias (industria, generación eléctrica, etc). Las armas nucleares tácticas son las que atacan directamente la fuerza de maniobra y apoyo enemigas en el campo de batalla o en interdicción. Por ejemplo, una bomba B-61 (arma de corto alcance) usada por un bombardero B-2 contra un blanco nuclear enemigo es un arma estratégica, mientras que una B-61 empleada por un F-16 atacando concentraciones de fuerza enemiga es un arma táctica.
Durante el pico de la Guerra Fría en cuanto a armamento nuclear táctico, a finales de los 60 y comienzos de la década de los 70, los EE. UU. desplegaron hasta 25.000 armas nucleares tácticas, 10.000 de ellas en Europa (reduciéndose esta cifra a unas 7.000 durante los años 80). En el Viejo Continente, por tanto, había armas de todo tipo: unas 300 minas de demolición de un kilotón (para obstaculizar las ofensivas soviéticas), 645 misiles Lance con ojiva de entre 1 y 50 kilotones, unas 1000 municiones de un kilotón para 328 obuses de 203 milímetros M110 (para apoyar operaciones de cuerpo) y unas 2000 municiones de 2 kilotones para 684 obuses de 155 milímetros M109 (para operaciones de división). También había armamento nuclear táctico de largo alcance y de teatro, como el desplegado en los misiles Pershing I (1 a 10 kilotones) y II (5 a 80 kilotones), así como ingenios como el cañón Davy Crockett (0,001 y 0,002 kilotones), para operaciones de nivel batallón.
Pero por otro lado, aunque pueda parecer contradictorio, puede haber armas nucleares tácticas de largo alcance y que superen el bajo rendimiento, como los Pershing-II y su ojiva W85 de hasta 80 kilotones. Al tiempo que pueden haber armas nucleares estratégicas de bajo rendimiento, largo alcance e incluso corto.
La situación del armamento nuclear táctico en la actualidad
En septiembre de 1991, los EE. UU. decidieron retirar todo el armamento nuclear táctico terrestre de sus bases en ultramar y de todos los buques de la US Navy (lo que dejaba solamente a la aviación de la US Air Force como depositaria del armamento nuclear táctico desplegado). En octubre de ese mismo año la URSS anunció una medida similar. Pero si bien los EE. UU. terminaron materializando su decisión, por contra Rusia -como única heredera del arsenal nuclear de la URSS- conservó un elevado remanente de armamento nuclear táctico durante los años siguientes.
Como hemos explicado, los EE. UU. despliegan en la actualidad unas 1.000 ojivas de bajo rendimiento y mininukes (50 de ellas tácticas, las bombas tácticas B-61). Por otra parte, se estima que Rusia posee por lo menos unas 2.000 armas nucleares tácticas. Pero la ventaja rusa no se traduce solamente en la superioridad numérica, sino en que dispone de unos medios de ataque nuclear táctico muy superiores a los de la aviación aliada, como son los misiles balísticos Iskander-M o los misiles Tochka (y quizás un nuevo misil de crucero nuclear terrestre actualmente en desarrollo y de próximo despliegue). Los misiles balísticos terrestres rusos (Iskander e ICBM Topol) permiten hacer ataques de forma casi inmediata, son lanzados desde plataformas difíciles de detectar (y atacar), y además, como todos los misiles balísticos, son difíciles de derribar.
Por contra, los EE. UU. solo despliegan armas nucleares en su aviación basada en tierra dotada con bombas B-61, de las que apenas hay 150 desplegadas en bases OTAN en Europa. Esto deja los aeródromos del continente casi inermes ante un ataque nuclear balístico y de misiles de crucero de alcance intermedio rusos, a lo que ha de sumarse el hecho de que la aviación es muy vulnerable a ser derribada (disminuyendo la probabilidad de llegada del arma nuclear al objetivo, un cálculo esencial en todo intercambio nuclear) y que, para colmo, se tardan muchas horas en preparar y ejecutar un ataque con aviación y bombas de caída libre. Los misiles de crucero AGM-86 con ojivas W80, al tener que se disparados desde bombarderos estratégicos necesitan aún muchas más horas para preparar y ejecutar un ataque, y son misiles que en la actualidad son muy vulnerables a las defensas aéreas integradas.
¿Por qué la Revisión Nuclear de 2018 propone dos nuevos tipos de armas nucleares de bajo rendimiento?
Las razones detrás de la probable introducción de misiles balísticos submarinos con armas de bajo rendimiento son:
- Puede iniciarse un ataque de manera inmediata y no con una tardanza de horas, caso de la aviación táctica.
- Los SLBM llegan en pocos minutos al objetivo.
- La plataforma de disparo es prácticamente invulnerable a un ataque ruso, dado el sigilo de los SSBN.
- La probabilidad de llegada al objetivo es también muy elevada, dada la dificiltad de derribar los SLBM.
Por otro lado, la introducción de un misil de crucero con ojivas de bajo rendimiento responde a la necesidad de aumentar la flexibilidad. En este sentido, disparar un misil balístico delata la posición -aunque es cierto que con poca precisión- de los valiosos submarinos lanzamisiles (SSBN). Por el contrario, disparar un misil de crucero (probablemente será una versión naval del nuevo misil sigiloso LRSO) expone a los mucho más prescindibles submarinos de ataque (SSN). Al ser estos muy difíciles de detectar, especialmente en su fase de lanzamiento, es casi imposible deducir la posición del submarino atacante. Como punto negativo, el misil de crucero tiene la desventaja que puede tardar horas en llegar al objetivo, lo que plantea problemas para la gestión de la crisis en una guerra nuclear limitada, ya que el ataque nuclear podría culminar una vez la crisis ya hubiera sido solucionada políticamente.
En otro orden de cosas, según algunos autores, el misil balístico plantea también un problema de ambigüedad estratégica al país atacado, ya que bajo ciertas circunstancias un ataque táctico y balístico puede confundirse con un ataque estratégico contra la cúpula enemiga, pudiendo provocar una reacción estratégica de represalia desproporcionada, masiva y estratégica a lo que era un ataque de naturaleza muy limitada y táctica. No obstante, esto es algo muy exagerado ya que el ataque de uno o dos misiles es muy difícil que pueda ser confundido con un ataque estratégico contra la estructura de mando y control nuclear nacional.
Por tanto, lo que ha impulsado a la Revisión Nuclear a proponer la introducción de esas dos nuevas armas, es la necesidad de recuperar unas capacidades nucleares tácticas que los EE. UU. habían decido dejar de tener de manera unilateral en 1991, mientras Rusia, de forma sabia, decidió conservar algunas de esas capacidades. Con la introducción de estas dos nuevas armas, el arsenal nuclear táctico norteamericano recupera capacidades, ya que:
- Incrementa la probabilidad de llegada al objetivo de esas municiones nucleares.
- No invita a un primer ataque nuclear ruso contra las bases aéreas.
- Permite una respuesta inmediata y no de muchas horas, lo que mejora el control de la escalada nuclear.
- En ningún caso supondrá un cambio dramático en el equilibrio cuantitativo de armas nucleares entre la OTAN y Rusia, mientras que en el aspecto cualitativo tampoco supondrá ningún desequilibrio, sino que supondrá un reequilibrio.
El control de la escalada nuclear y “escalar para desescalar”
Una tercera asimetría a favor de Rusia (además de la actual ventaja en cuanto a número de armas tácticas y mejores vectores de lanzamiento) es la que podría denominarse asimetría doctrinal. Aunque hay un muy enconado debate entre los estudiosos de la doctrina nuclear rusa sobre cuestiones de detalle, lo cierto es que la actual doctrina nuclear de este país se basa en lo que numerosos autores han denominado “escalar para desescalar”.
Esto consiste en que, debido a la notable inferioridad en cuanto a armas convencionales por parte rusa, de darse un hipotético enfrentamiento a gran escala con la OTAN, estos llegarían a escalar el conflicto y emplear su armamento nuclear de forma limitada antes que perder una guerra que supusiera un peligro a la existencia de la Federación Rusa. En el caso que Rusia atacase una base aérea de la OTAN -o un grupo de combate de la armada norteamericana- con armamento nuclear de no muchos kilotones, para causar algunos miles de muertos y amenazar con una escalada nuclear aún superior, la OTAN tendría complicado responder de forma inmediata, precisa y con una alta probabilidad de éxito en su ejecución (por la inherentes limitación que tiene la aviación nuclear táctica).
Para disuadir un curso de acción como el descrito, los EE. UU. necesitan tener la capacidad de responder de forma adecuada y proporcionada (no amenazando con la destrucción masiva de Rusia, que provocaría a su vez una destrucción masiva en los EE. UU.) a un ataque nuclear limitado con un contraataque nuclear limitado y eficaz (no como hemos visto a propósito de la aviación táctica).
Beneficios estratégicos de las mininukes
Aunque las armas propuestas en la Revisión Nuclear son tácticas y de control de escalada, el debate de las armas nucleares de bajo rendimiento y las mininukes no se limita a lo táctico, sino que incumbe también al armamento de uso estratégico, ya que estas proporcionan tres beneficios: 1) disuasión; 2) control de daños; 3) consecución de los objetivos de política exterior.
Disuasión
Para disuadir que un adversario escale al uso nuclear limitado, los EE. UU. podrían plantearse la opción de desarrollar un arsenal nuclear contrafuerza para destruir in situ la mayor parte del arsenal nuclear enemigo, causando poco o nulo daño civil entre la población gracias a que:
- El uso de armamento nuclear de bajo rendimiento disminuye de manera considerable los daños colaterales en el país atacado (apenas se generan pequeños penachos de residuos nucleares) que pudiera desencadenar una represalia como venganza.
- Los EE. UU. podrían plantearse el desarrollo de armas nucleares de bajo rendimiento de gran precisión, usando tecnologías provenientes del programa Promp Global Strike, como la modificación convencional del misil Trident (CTM) con una precisión de unos 10 metros. Con una precisión tal, el empleo de una ojiva nuclear de un kilotón podría destruir los más endurecidos silos rusos de ICBM. Por otra parte, el radio de destrucción de camiones (que transportan los ICBM móviles) de una ojiva de un kilotón es nada menos que de 200 metros, lo que prácticamente asegura su aniquilación.
En caso de poder destruir una gran fracción del arsenal nuclear enemigo preventivamente (aproximándose al 100%) en un primer ataque, la disuasión nuclear se lograría no por la destrucción mutua y el terror nuclear, sino por la pérdida de la credibilidad nuclear de uno de los adversarios. Evidentemente, tal tipo de disuasión nuclear dependerá del número de misiles enemigos que sobrevivan al primer ataque y de cuántos de estos podrían ser derribados por los sistemas de defensa estratégica, planteando un desafío particular el de la localización de los ICBM en patrulla. No obstante, no son pocos los académicos sobre temas de estrategia nuclear que alertan de los progresos realizados en cuanto a tecnologías emergentes para la detección y seguimiento de este tipo de blancos, algo de lo que hablaremos en los próximos números. En cualquier caso, el despliegue de armas nucleares de bajo rendimiento o mininukes tienen un gran beneficio potencial en el aspecto estratégico.
Control de daños
El control de daños es uno de los tipos básicos de estrategia nuclear disuasiva. La idea básica consiste en que en un conflicto entre potencias nucleares, prevalecerá aquella que tenga más que ganar y menos que perder en caso de un hipotético intercambio nuclear. Si las dos potencias valoran por igual el objeto de disputa, pero una de las potencias sufriría en el intercambio nuclear la pérdida de unas pocas ciudades de tamaño mediano, mientras que la otra potencia sufriría la destrucción de muchas de sus grandes ciudades, en una crisis nuclear prevalecerá la voluntad de la primera. La forma de lograr esa limitación de daños viene dada por tres elementos esenciales:
- La destrucción de una fracción importante del arsenal de represalia enemigo.
- La eficacia de las defensas estratégicas.
- La eficacia de la defensa civil.
Las armas nucleares de bajo rendimiento que desplegarían los EE. UU. entrarían en el primero de los elementos, destruyendo una fracción del arsenal adversario. Por otra parte, cabe mencionar que los rusos emplean cientos de armas nucleares de bajo rendimiento como defensa estratégica en sus sistemas antimisiles A-135 y S-300.
Política exterior
Dado que los adversarios de los EE. UU. pueden emplear su armamento nuclear para disuadirles, esto podría afectar gravemente al éxito en la consecución de su política exterior. Por ejemplo, en caso de que Libia hubiera tenido ICBM y ojivas nucleares en número suficiente para alcanzar territorio continental estadounidense o destruir un grupo de portaaviones o de ataque anfibio, lo lógico es que la OTAN no hubiera empezado la campaña aérea para derrocar el régimen de Gadafi.
En otras zonas de conflicto, como la península de Corea o las islas en disputa en los mares de China, tiene efectos muy graves en la disuasión extendida norteamericana que protege sus aliados regionales, pudiéndose producir un decoupling o desenganche entre los EE. UU. y estos últimos. Al menos si llegan a la conclusión de que los EE. UU. no estarían dispuestos a sacrificar miles de vidas estadounidenses para defender los intereses de Corea del Sur o Japón. Por lo tanto, las armas nucleares de bajo rendimiento como las mininukes, al revertir ese tipo de situaciones, ya sea mediante disuasión directa o limitación de daños, tienen efectos muy positivos en la libertad de acción estadounidense y en su gran estrategia.
Costes estratégicos de las mininukes y las armas nucleares de bajo rendimiento
Las mininukes y las armas nucleares de bajo rendimiento también plantean diferentes costes, entre los que cabe citar tres: 1) carrera de armamentos; 2) uso intencionado; 3) uso no intencionado.
Mininukes, proliferación y carrera de armamentos
El desarrollo y despliegue de estas nuevas armas podría inducir a los adversarios de los EE. UU. a desarrollar su propio arsenal nuclear ofensivo o expandir el que ya tengan mediante una carrera de armamentos. Todo para no acabar sufriendo un cambio de régimen o una campaña de coerción estratégica.
Esto es algo que ya explicáramos en la edición digital de esta revista, en concreto en el artículo “La estrategia nuclear de Corea del Norte”. En concreto, en dicho artículo se explicaba cómo se ha llegado a la actual situación la península coreana después de que:
- 1) Kim Jong-un adoptara una estrategia nuclear de represalia masiva asegurada.
- 2) Esto indujese a surcoreanos y estadounidenses a adoptar contramedidas ofensivas para anular dicha estrategia (disuasión activa y OPLAN-5015).
- 3) Como consecuencia, los norcoreanos adoptaron medidas de warfighting nuclear, lo que ha generado una gran inestabilidad estratégica entre Corea del Norte y sus enemigos.
Uso nuclear temprano intencionado por adversarios
Como los enemigos de Estados Unidos se enfrentan al riesgo de perder su arsenal por un ataque preventivo, podrían verse tentados a escalar el conflicto a lo nuclear de manera anticipada y conseguir desescalarlo de ese modo, forzando negociaciones diplomáticas. En este tipo de escenario, las armas nucleares de bajo rendimiento estratégicas no habrían contribuido a la disuasión sino a todo lo contrario, impidiendo además la consecución de los objetivos de la política exterior norteamericana.
Inestabilidad de la crisis y uso no intencionado
Si los adversarios de los EE. UU., ante la eficacia de su armamento ofensivo estratégico, temen poder sufrir un ataque decapitador durante una crisis nuclear, para asegurar el uso nuclear una vez se inician las hostilidades, deberían decidir delegar el disparo de su armamento nuclear bajo determinadas circunstancias. Esto podría provocar un uso accidental por parte de los mandos en quienes ha recaído esa responsabilidad desde la cúpula gubernamental, tal y como de manera muy vívida se refleja en la famosa película Marea Roja.
Armas usables y umbral nuclear
Un arma nuclear más usable, como podrían ser las mininukes, no implica una reducción del umbral nuclear, sino que la lógica paradójica del armamento nuclear genera el efecto contrario.
De manera sorprendente, no pocos supuestos especialistas en temas nucleares han estado afirmando que las armas nucleares de bajo rendimiento de la Revisión Nuclear son más usables, que ello rebaja el umbral nuclear y que, por consiguiente, hacen que la guerra nuclear sea más probable. En realidad el armamento nuclear y la lógica de la disuasión opera de manera contraria y paradójica. Cuando las armas de represalia y defensa son más usables, la probabilidad de que se usen son mayores, aumentando severamente los costes para el actor al que se intenta disuadir. Si los costes de iniciar una acción son muy elevados, esa acción no se llevará a cabo, por lo que las armas usables han conseguido elevar el umbral de inicio de conflicto, disminuyendo así la probabilidad de guerra.
Es decir, el umbral es la relación entre los costes y los beneficios, y delimita el punto en el que iniciar una guerra se vuelve aceptable. De esta forma, si un arma de disuasión es usable y eficaz, esta eleva el umbral al aumentar los costes al agresor, tal y como hizo la OTAN desplegando gran cantidad de artillería atómica táctica contra el Pacto de Varsovia, o como plantea la Revisión Nuclear con las dos nuevas armas para uso táctico y control de escalada. No obstante, como se ha explicado antes, las armas de uso estratégico ofensivo nuclear de bajo rendimiento como las mininukes podrían tanto contribuir a la disuasión (aumentando el umbral) como a todo lo contrario (rebajándolo), dependiendo el resultado de variables políticas y de otra índole que se explicarán en posteriores artículos.
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