En los últimos días y coincidiendo con una serie de reveses sufridos por las tropas de Hafar (LNA) en Libia, se han producido dos hechos curiosos y complementarios: la salida del grueso del personal de la empresa rusa Wagner y la llegada al país de aviones de combate MiG-29 sin marcas de ningún tipo. Una vez más actuando en la Zona Gris, Rusia lanza un mensaje claro tanto a su protegido, Haftar, como a sus rivales, avalados entre otros por Turquía: es hora de negociar.
El primer aspecto fundamental a la hora de entender lo que está ocurriendo pasa por comprender los intereses reales de Rusia en la zona, de forma que podamos cotejarlos con los de otras potencias implicadas en el conflicto que asola Libia, caso de Turquía. Sólo así lograremos explicar de forma razonable qué ha llevado a Moscú a retirar a los contratistas de Wagner, que tan buen servicio habían prestado al bando de Haftar y a enviar en su lugar aviones de combate MiG-29 sin escarapelas ni marcas de ningún tipo. El mismo análisis nos permitirá también adelantar si Rusia o Turquía podrían escalar en el futuro, aumentando su apuesto y, en su caso, hasta dónde estarían dispuestos a llegar.
La implicación de Rusia en la actual Guerra de Libia tiene que ver tanto por su presencia pasada, en tiempos de Gaddafi, como con los intentos, sobre los que ya hemos escrito, de aumentar su influencia en Oriente Medio y África. En este caso, conviene distinguir el N. de África del resto del continente, ya que da al Mediterráneo y al estratégico Canal de Suez, tiene influencia directa sobre Europa y, por ello, su valor es mayor para el Kremlin.
Rusia, aun estando un escalón por debajo de los EE. UU. y la República Popular de China, pretende convertirse en uno de los polos de un mundo multipolar, para lo cual ha de seguir aumentando su área de influencia recurriendo a una estrategia asimétrica, debido al desequilibrio de recursos respecto a las dos potencias citadas y la Unión Europea. Es una de las razones por las que actúa preferentemente en la Zona Gris del espectro de los conflictos, pero también por las que recurre a una intenso actividad diplomática, persiguiendo capitalizar el prestigio que le otorga el control de procesos de paz como el de Siria, Libia o la República Centroafricana, o su papel de intermediario entre países enfrentados como puedan ser Irán o Israel.
Como no podía ser de otra forma el factor económico también es fundamental, en especial el control de recursos, apartado en el cual tanto el petróleo como el gas juegan un papel primordial. Libia, dado el potencial de los futuros negocios petrolíferos y relacionados con la reconstrucción, además de su interesante posición geográfica (que le sitúa dentro de un eje de influencia norte-sur que Rusia está construyendo en África), se muestra como una pieza clave en los planes de Putin. Esta es la razón por la que hemos visto un despliegue inusitado de mercenarios y también por la que han dado un paso más, cambiando el grueso de estos por aeronaves de guerra en los últimos días.
No debemos olvidar, empero, un detalle capital: Rusia busca aproximaciones que combinen un bajo coste y un alto impacto, cuando se trata de actuar más allá de su periferia. Esto limita el total de recursos que está dispuesta a emplear y las pérdidas que está dispuesta a asumir.
La estrategia militar rusa
Aunque no vamos a entrar en ello en profundidad, ya que se explica con todo detalle en el número especial centrado en Rusia que publicamos en noviembre de 2019, en concreto en el artículo titulado «La estrategia rusa. Disuasión estratégica y pensamiento estratégico», conviene dar un par de apuntes sobre la estrategia seguida por Rusia en Libia. Podría encuadrarse en lo que se conoce como una Estrategia de Acción Limitada que recurre a elementos asimétricos como el uso de mercenarios o aviones con las marcas borradas. Utilizan estas herramientas para mantener lo que denominan «falta de evidencia», y en Occidente llamamos, negación plausible o implausible.
Es una forma de economizar recursos, evitando bajas innecesarias en el ejército regular que afecten a la popularidad del Gobierno, o que conviertan una intervención militar en inviable por falta de apoyo. Por supuesto, no es el único actor que recurre a ello, como vimos en el caso turco. La elección rusa también ofrece ventajas en el aspecto diplomático, ya que una intervención rusa abierta en Libia podría acarrear nuevas sanciones contra la maltrecha economía rusa, así como un mayor aislamiento internacional.
Es por eso que Moscú se escuda en que los caídos en Libia son mercenarios, o, en caso de que ocurra, aviones que no van a ser reconocidos como propios. De esta forma su pérdida apenas impactará en la opinión pública rusa o en la imagen exterior del país, algo que sería muy diferente si se tratase de miembros de las fuerzas aeroespaciales o de las fuerzas terrestres rusas.
Por último, tampoco debemos olvidar que para reducir el impacto de ésta intervención – y también dentro del concepto de guerra asimétrica- se incluye el uso de operaciones de información. Dominando este ámbito, también se evita el impacto que producen los crímenes de guerra o los errores, como puedan ser derribos accidentales. De hecho, en Libia ya hemos visto varios casos de fuego amigo de los sistemas antiaéreos Pantsir contra drones Wing Loong operados por el LNA y no es ningún secreto que la escasa integración entre las distintas fuerzas podría dar lugar a accidentes peores, por lo que es mejor que los responsables, de suceder, no permitan ninguna atribución clara.
El renovado despliegue ruso en Libia
Las primeras señales del despliegue ruso en Libia nos llegaron a través de Telegram el 15 de mayo, haciéndose eco el portal Avia.pro. Un Tu-154 y 6 MiG-29 habrían partido de la base aérea de Astrakhan, haciendo escala en Hamadan (Irán), para luego aterrizar en Siria. En un principio se creyó que eran MiG-29 para el gobierno sirio, pero lo único que se hizo en este país fue ocultar las escarapelas y números de identificación, para luego llevarlos a Libia. Respecto al Tu-154, es un avión de pasajeros utilizado en este tipo de despliegues para llevar al numeroso personal necesario para proseguir la misión en Libia.
El 21 de mayo medios como Bloomberg se hacían eco de las amenazas por parte del jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea del LNA, Saqr Al-Jaroushi al GNA. Venía a decir que se iba a producir la mayor campaña aérea vista hasta el momento en Libia y que los turcos iban a ser objetivos legítimos. Parecía una amenaza absurda teniendo en cuenta que acababan de perder la base aérea de Al Watiya y el numeroso material que albergaba y también que se estaban llevando la peor parte de los combates. Sin embargo, a las amenazas de Jaroushi se unían las acusaciones del Ministro de Interior del GNA, Fathi Bashagha, según el cual media docena de MiG-29 y dos Su-24 habían llegado a Libia desde una base aérea rusa en Siria, escoltados por una pareja de Su-35.
El 21 de mayo aparece una imagen de la base aérea de Al-Jufrah en la que se puede ver un MiG-29, aparato que hasta el momento no había estado presente en Libia, lo que hizo saltar todas las alarmas. Por fin, el AFRICOM, además de compañías como ISS, mostraron imágenes inequívocas del nuevo despliegue ruso. En unas de estas, que fueron tomadas con el FLIR, se aprecian las escarapelas de la VKS, ya que a pesar de la pintura, es posible que esta no pueda ocultar la diferente absorción del calor de lo que hay debajo. Además, por el tamaño de la espina dorsal del MiG-29, se deduce que es de la versión S. En total, según el AFRICOM, hay desplegados (al menos en Al-Jufrah), 14 aviones de combate rusos, entre MiG-29 y Su-24.
En el caso de los MiG-29S, partieron de la base aérea de Astrakhan, donde se encuentra la 185th TsBP BPr, unidad responsable del entrenamiento de combate de los aparatos y pilotos de la VKS y de los sistemas de defensa aérea. El segundo escuadrón de dicha unidad utiliza viejos MiG-29S, caracterizados por su “espina dorsal” plana, ya que no llevan el combustible y electrónica de los más modernos SMT utilizados por el primer escuadrón. Estos MiG-29 coincidirían con los desplegados en Libia. Como curiosidad, esta unidad lleva desde 2018 experimentado con el derribo de drones o grupos de drones, similares a los utilizados por los grupos rebeldes sirios. Si los pilotos de dicha unidad han sido reclutados por Wagner, su experiencia será útil para el derribo de los Bayraktar TB2 turcos. Sin embargo, han sido los MiG-29SMT los implicados en esta tarea, por lo que no se puede asegurar que puedan llevar a cabo la misma con los MiG-29S.
También mencionar que otra de las labores de la unidad es probar los sistemas de defensa aérea, por lo que los pilotos estarían acostumbrados a tratar con los medios más modernos. Esto los haría más efectivos a la hora de lidiar con los sistemas HAWK turcos estacionados en Mitiga o los misiles SM-1 y ESSM de las fragatas clase Gabya. Desde el punto de vista de quien escribe es más probable que los MiG-29 más viejos se utilizaran solo para prácticas de combate aéreo, como DACT y que se aprovechara la electrónica superior de los SMT para poner a prueba los sistemas SAM.
Existe una última opción: que tanto aviones como pilotos procedan de la otra única unidad con MiG-29S en servicio, estacionada en la 3624º base aérea, en Armenia. Además de disponer de pilotos con una buena tasa de horas de vuelo para los estándares rusos (entre 100 y120 horas por año), tienen experiencia en misiones QRA (Quick Reaction Alert), ataque a suelo con el cañón de 30 mm, lanzamiento de bombas y cohetes no guiados y combate aire-aire, misión para la que pueden recurrir a los misiles R-27R y R-73. Procedan de donde procedan aparatos y pilotos, es muy posible que se encuentren en la misma situación que muchos de los operarios de Wagner, militares en situación de excedencia.
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