El agua es vida, afirma el antiguo dicho, y el río Nilo es fuente de vida desde tiempo inmemorial. Entre otras cosas, trae alimento, actividad económica y energía hidroeléctrica, lo que supone desarrollo, poder e influencia. Todo ello es el centro de la disputa entre Egipto, Sudán y Etiopía por la construcción por parte de esta última de la Presa del Renacimiento, situada en la frontera con Sudán, en el Nilo Azul. Porque el problema comienza cuando la fuente del agua necesaria está principalmente fuera de las propias fronteras en el caso, sobre todo, de Egipto. Cuestión a la que hay que sumar el descenso de la cantidad de agua disponible y, con el crecimiento demográfico, que cada vez son más los que la necesitan. Por último, también hay que destacar los intereses de los estados involucrados que, en el caso de Etiopía, históricamente, se han tenido en cuenta poco o nada.
“Muchas de las guerras del siglo XX fueron por el petróleo, pero las guerras del siglo XXI serán en torno al agua, a menos que cambiemos la forma en que la gestionamos” predecía en 1995 el entonces vicepresidente del Banco Mundial, Ismail Seralgedin[1]. Algo muy a tener en cuenta a mediados de este 2022, a la hora de reflexionar en torno a las disputas entre Egipto, Sudán y Etiopía por la construcción de la Presa del Renacimiento, ya que es precisamente el agua, o su acceso a ella, con todo lo que conlleva, lo que se encuentra en el centro de este conflicto.
El agua es un recurso imprescindible para el desarrollo humano, no se trata únicamente de beber, que también, sino de higiene, agricultura, producción de electricidad, el desempeño de diferentes sectores económicos, etc. Y esto es lo que está en juego cuando nos situamos en una zona, como es el Norte de África, el Oriente Próximo y áreas adyacentes, en la que el estrés hídrico extremo es cada vez un mayor problema. Pocas lluvias, rápida urbanización, aumento de la población, una tasa rápida de desertización y sequías frecuentes atribuidas al cambio climático se dan en estas regiones, lo que las convierte en más vulnerables a la escasez de agua. Unas condiciones cada vez más extremas que deterioran la “seguridad acuífera” y que pueden desembocar en conflictos entre países cuando el agua es un recurso cada vez más escaso y necesario, y se depende significativamente de la que se obtiene desde fuera de las propias fronteras. Ese es el caso convertido en una situación de suma cero entre Egipto, Etiopía, también Sudán, y la Presa del Renacimiento[2].
Esta construcción iniciada por Etiopía en 2011 se encuentra situada en lo que se conoce como el Nilo Azul, en la región Benishangul-Gumuz, fronteriza con Sudán. El Nilo es el río transfronterizo más largo del mundo con una cuenca hidrográfica de 3,3 millones de kilómetros cuadrados que incluye 11 países con una población de en torno a 370 millones de personas, de los cuales cerca de 160 millones dependen de su agua para sobrevivir. Desde el Nilo Blanco en Uganda y el Nilo Azul en Etiopía hasta el Delta en Egipto, el río discurre a lo largo de 6.700 kilómetros[3] entre Tanzania, Burundi, Ruanda, República Democrática del Congo, Kenia, Uganda, Etiopía, Eritrea, Sudán del Sur, Sudán y Egipto:
El Nilo tiene dos fuentes fundamentales de agua: el Nilo Blanco, el 20%, y el Nilo Azul, que supone el 80%. El flujo del río llega a un máximo de 300 millones de metros cúbicos de agua al día, sobre todo, en la época de las inundaciones, de agosto a diciembre, de los cuales la mayor parte la recibe Egipto y se consume antes de que llegue al Delta. De ahí la importancia de la construcción de una presa de la envergadura de la del Renacimiento en Etiopía (más arriba en el cauce) para los dos países que quedan más abajo en el flujo del río y que dependen de su agua, aunque no en igual medida, Egipto es el más afectado:
El punto de vista de Egipto
La Presa del Renacimiento es un “problema existencial” para Egipto, ha señalado el presidente Abdul Fattah al-Sisi[4]. Pero, al revés de lo que podría pensarse y puede ocurrir en otros escenarios, esto sucede no porque sea la causante del problema con el agua que tiene Egipto, sino porque añade más presión a una cada vez más acuciante dificultad en el país. La escasez de agua en Egipto viene dada, entre otros, por dos factores principales: el aumento exponencial de la población y la falta de lluvias (fruto del calentamiento global y el cambio climático). De hecho, incluso sin tener en cuenta los efectos de la presa sobre el flujo de agua al país, Egipto seguiría teniendo un agudo problema de falta de agua. La presa etíope lo que puede hacer es contribuir a exacerbar, profundizar y agravar aún más la situación[5].
Según revela la Estrategia 2050 de Gestión y Desarrollo de los Recursos Hídricos en el país, Egipto necesita para suministro, agricultura, industria y navegación casi el doble (110.000 millones de metros cúbicos) del agua disponible (59.250 millones). Y, con el paso del tiempo se va reduciendo de año en año por, como se ha señalado más arriba, la falta de lluvias y el aumento exponencial de la población que, en 2050, se estima que llegue hasta los 175 millones de habitantes[6].
Algunos estudios[7] revelan que los campos del Alto Egipto han descendido un 29,4% y las tierras agrícolas del Delta del Nilo un 23%. A esto hay que añadir que, debido a la reducción del flujo del agua del Nilo hacia Egipto, se prevé que el nivel del Lago Nasser baje 10 metros, lo que supondría una pérdida de entre el 20 y el 40% de la energía que provee la Presa de Asuán, la más importante del país.
En estas circunstancias, Egipto depende del agua del Nilo para satisfacer cerca del 90% de sus necesidades, que ya es menos de la que requiere, luego se entiende que el flujo del río sea un asunto de seguridad nacional para el país. Pero, además, la situación se complica más a día de hoy por una circunstancia coyuntural. En primer lugar, Etiopía inicia la tercera fase del llenado de la Presa del Renacimiento este 2022. Acto seguido, los agricultores egipcios muestran su preocupación, porque el posible descenso del flujo de agua del río puede afectar a la producción de alimentos en el país. Por último, esto se une a las actuales dificultades por las que atraviesa Egipto para alimentar a su población, ante la falta del cereal ucraniano por la invasión rusa (el 24 de febrero de 2022) y del que era gran importador[8].
Con el objetivo de tratar de evitar los efectos de la presa etíope, Egipto lleva años reivindicando los acuerdos firmados en épocas anteriores, en 1929 y 1959, en los que tenía poder de veto sobre posibles proyectos en el río Nilo de otros países. Además, en estos acuerdos El Cairo había aumentado el volumen de agua para sí, hasta los 55.500 millones de metros cúbicos[9]. Sin embargo, Etiopía ha seguido sus planes con una política de hechos consumados. Las negociaciones, con Sudán también, llevan tiempo atascadas. La Declaración de Principios fue adoptada por los tres países en 2015, pero desde la última ronda de conversaciones, en 2018, auspiciada por la Unión Africana, no se ha avanzado en ningún compromiso concreto[10].
Para Egipto, y Sudán, la falta de acuerdo supone una preocupación añadida, porque les dificulta el poder asegurar el porcentaje de agua que les corresponde y, además, que se ajuste a las normas de seguridad para la población y estos países[11].
El punto de vista de Etiopía
Sin embargo, Etiopía mantiene una posición en la que no admite ningún acuerdo que implique obligaciones con respecto a la presa[12]. Y esto es así porque para Etiopía la explotación del río implica relanzar su propia producción de alimentos y reducción de la pobreza, con la consecuente emancipación socioeconómica doméstica y regional del país. Es una pieza clave en su Plan de Crecimiento y Transformación con el que se busca incrementar el Producto Interior Bruto en un 11-15% anual. Para conseguirlo, se han puesto en marcha oportunidades para la inversión extranjera a gran escala y se quintuplica la generación de energía de 2000 a 10000 megavatios gracias a la presa[13], algo de importancia estratégica a este respecto.
Ese potencial energético, que podría llegar hasta los 15000 megavatios, puede suponer el acceso a la electricidad a las poblaciones que aún no tienen acceso a ella no solo en Etiopía, sino además en otros países del Este de África, como Sudán, Kenia o Yibuti[14].
El 20 de febrero de 2022, con las negociaciones paralizadas, Etiopía activa las turbinas e inicia la producción hidroeléctrica. Y lo hace sin contar ni con Egipto ni con Sudán, poniendo sobre la mesa otra de las cuestiones clave a este respecto: la presa es también, aparte de la economía, un asunto relacionado con el ejercicio de la soberanía y la identidad nacional etíope, por encima de la hegemonía sobre el Nilo que había tenido El Cairo hasta la construcción de la presa[15]. Y la intención de Adís Abeba es seguir haciéndolo así.
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