La intervención europea en el Sahel, encabezada por Francia, está lejos de conseguir los éxitos esperados. El apoyo a diversos estados con un historial de crímenes contra sus propias poblaciones a sus espaldas, obliga a plantearse si la estrategia seguida hasta el momento es la adecuada y si no deberíamos recordar lecciones de conflictos recientes como el de Afganistán o el de Irak. Lecciones no tanto para aprender, sino para desaprender…
El pasado jueves días 5 de noviembre tuvo lugar el evento “Seguridad en África Occidental: Lecciones extraídas de la inestabilidad del Sahel”, organizado por Casa África con la colaboración de Centro Internacional Kofi Annan de Formación en Mantenimiento de la Paz (KAIPTC) y el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. El evento tuvo la particularidad de reunir expertos en Madrid, Las Palmas de Gran Canaria y Accra (Ghana) conectados por videoconferencia, dada las restricciones impuestas por la pandemia global del coronavirus.
La evidente razón de ser el evento es la situación de alarma en África Occidental ante el incremento de la violencia yihadista en los dos últimos años, con una escalada del número de ataque y víctimas, además de su expansión geográfica. Si hace unos años se constataba la expansión más allá de Mali hacia Níger y Burkina Faso, ahora mismo existe preocupación que el fenómeno se desborde más allá del Sahel a varios países ribereños del Golfo de Guinea: Costa de Marfil, Ghana, Togo y Benín. De hecho, en el pasado mes de junio tuvo lugar un ataque en un puesto fronterizo dentro de territorio Costa de Marfil, síntoma de la implantación de los yihadistas en el sur de Burkina Faso.
El evento del día 5 de noviembre en Casa África contó con la participación de José Luengo Cabrera, especialista en análisis de datos, que presentó las métricas del problema a partir de los datos recopilados por el Armed Conflict Location & Event Data Project.
Las estadísticas reflejan claramente cómo la violencia perpetrado por grupos yihadistas en la región del Sahel occidental se ha disparado dramáticamente a partir de 2018. Pero tenemos que tener en cuenta que esa violencia tiene lugar en un aumento generalizado de la violencia en la región, que también tiene otras causas.
Como vemos, hay que tener en cuenta que la violencia perpetrada por las fuerzas de seguridad del Estado son la principal causante de muertes ente la población civil de Mali. Así que lo que tenemos en ese país en concreto y en la región entera es una situación compleja que va más allá de la violencia yihadista.
En el evento de Casa África un tema recurrente en boca de los expertos fue la incapacidad de los estados de la región de responder a las demandas de los ciudadanos. En el caso de Mali, tenemos que el Estado se ha convertido en un actor de parte en los conflictos intercomunitarios agravados por la formación de grupos de autodefensa, como es el caso del conflicto entre los peul o fulani frente a los dogón y bambaras.
Los grupos yihadistas se presentan así mismos como defensores de los oprimidos y su religiosidad les proporciona un aura de píos y rectos gobernantes. El discurso igualitario en el seno del Islam apela además a los grupos discriminados dentro de los conflictos intracomunitarios. Las fuerzas yihadistas terminan siendo bienvenidas por la población porque proveen un cierto orden y justicia, por implacable que sea.
La conclusión evidente es que la pacificación del Sahel occidental pasa por soluciones que vayan más allá de lo militar. Pero se presenta el problema en que los países occidentales que intervienen en el Sahel actúan en apoyo de unas autoridades que son parte del problema. Y a los países europeos, especialmente a Francia, se les plantea el dilema de que una mayor implicación en la dirección estratégica de la guerra o la vida política de Mali se convertiría en un caso de interferencia neocolonial.
Visiones críticas sobre la intervención europea en el Sahel
Anna Schmauder, Guillaume Soto-Mayor y Delina Goxho, en una crítica razonada de la estrategia europea en el Sahel, señalan que la estrategia europea de fortalecimiento del Estado maliense y la consolidación de su presencia en todo el territorio pasa por alto que precisamente el papel del Estado es uno de los problemas centrales del país. La estrategia europea aplicada en Mali de fortalecer el Estado, fortalecer las fuerzas armadas y consolidar la presencia del Estado en todo el territorio, señalas los tres autores, tiene un efecto contraproducente porque allí las autoridades han empleado las nuevas capacidades adquiridas para reprimir a la oposición y ejercer violencia sobre la ciudadanía.
Según los tres autores los problemas del Estado en Mali es un tema poco debatido porque cuestiona la soberanía nacional del país y la idea de que la Unión Europa y Mali son socios. Y aunque se procure realizar una intervención externa poco intrusiva, la presencia misma de actores internacionales en el país socava la legitimidad de las autoridades y juega a favor de grupos yihadistas.
Por su parte, Michael Shurkin ha estudiado la intervención francesa en el Sahel a la luz de la evolución histórica de la doctrina de contra-insurgencia de sus fuerzas armadas. Shurkin encuentra que la doctrina francesa enfatizaba la importancia de las acciones más allá del ámbito militar, el llamado “enfoque global”, para ganar legitimidad a ojos de la población local frente a las fuerzas insurgentes. En palabras de Roger Trinquier, “el desafío de la guerra moderna es conquistar la población”. Las fuerzas contrainsurgentes han de detectar, por tanto, necesidades y agravios para llevar a cabo transformaciones políticas. Pero como señala Shurkin, siendo esta la clave del éxito, los franceses son reacios a imponer cambios políticos en Mali. Y cuando intervienen, frecuentemente sus acciones sirven para preservar la misma situación que generó el conflicto.
El estudio de Shurkin es relevante porque, más allá del lenguaje empleado sobre las operaciones de estabilización en Mali y que la misión de la Unión Europea sea de formación y refuerzo de capacidades, el conflicto de fondo es una campaña de contra-insurgencia clásica. Y la realidad sobre el terreno contradice los preceptos de la escuela francesa de contra-insurgencia, que además sirvió de inspiración intelectual a la doctrina estadounidense de 2006. Donde debería haber una línea de mando clara que ejecute una estrategia con un componente político y otro militar, tenemos una aglomeración de actores.
En el Sahel tenemos ahora mismo la fuerza de estabilización de Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) que reúne a 16.000 militares de 60 países actuando en paralelo a la misión de formación de la Unión Europea, la misión EUTM Mali. A esto se suma al despliegue francés en el Sahel (Operación BARKHANE) y al despliegue estadounidense en la zona, esfuerzo coordinado primero dentro de la Pan Sahel Initiative, luego convertida en la Trans-Saharan Counterterrorism Initiative y por último dirigido desde el mando regional AFRICOM. Los perfiles de cada despliegue son diferentes. Y mientras las fuerzas de estabilización de Naciones Unidas actúan como cascos azules pretendidamente neutrales, la misión europea apoya a las fuerzas armadas malienses en sus esfuerzos contra el yihadismo mientras que franceses y estadounidenses llevan a cabo acciones militares directas. El historial, como veremos a continuación, está sin embargo lleno de fracasos.
Un historial de fracasos
Los resultados de la intervención europea en Mali nos obligan a mirar con nuevos ojos el balance histórico de la experiencia occidental en materia de contrainsurgencia desde el comienzo de la Guerra Global Contra el Terrorismo (GWOT por sus siglas en inglés). El balance de casos de éxito que presentar es como mínimo discutible. Precisamente la GWOT comenzó con la invasión de Afganistán, un país donde el último gobierno de los Estados Unidos negociaba hasta hace poco la retirada tras casi veinte años de guerra.
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