A nivel popular, suele creerse que las variaciones climáticas -inducidas por el calentamiento global- y la escasez de recursos naturales, generarán un aumento en el número de conflictos y de guerras (especialmente civiles) y como consecuencia, de la inseguridad internacional. Por contra, el del cambio climático y la escasez de recursos naturales es uno de esos temas que suelen ser malinterpretados, ya que aunque sin duda el clima y los recursos naturales son factores importantes en el contexto de muchos conflictos armados, de ningún modo puede afirmarse científicamente que sean su causa principal.
No obstante lo anterior, aunque en la actualidad los datos y estadísticas disponibles no indican que el calentamiento climático esté induciendo un aumento en el número de guerras y conflictos civiles armados, eso no significa que en los años venideros la tendencia estadística no llegue a mostrar una relación entre cambio climático y aumento en el número e intensidad de las guerras.
En el presente artículo se hará un repaso bibliográfico seleccionado y representativo que servirá para estudiar la influencia de los recursos naturales en la seguridad internacional por los efectos en la estabilidad interna de los estados. Básicamente, 1) consistirá en comprobar si la escasez o abundancia de recursos naturales, causa, fomenta o disminuye los conflictos; 2) por otra parte, en comprobar si la escasez es causada por el cambio climático (desertización, cambios en las precipitaciones, aumento de temperaturas), el crecimiento demográfico, por factores económicos (de oferta y demanda) o por factores sociopolíticos.
Las «revueltas del pan» y las guerras
La cadena causal que suele emplearse para describir y explicar que un acontecimiento climático extremo (por ejemplo una sequía) termina desembocando en guerras civiles e inseguridad internacional, consiste en que tal sequía genera escasez de alimentos, esta escasez de alimentos hace subir el precio de los mismos y en países con una renta no muy elevada ese aumento del precio de los alimentos provoca una revuelta que induce a entrar en una espiral de protesta-represión, polarizando a las facciones enfrentadas y escalando la confrontación hasta llegar a un enfrentamiento armado generalizado y guerra civil. Es una explicación y cadena de acontecimientos que resulta muy intuitiva, a la vez que parece encajar con muchos de los conflictos y guerras civiles que pueden verse a lo largo de la historia y en el presente.
La vinculación entre los precios de los alimentos y el aumento de revueltas, levantamientos y guerra civiles, puede observarse en los dos gráficos del estudio “The Food Crises and Political instability in North Africa and the Middle East» (2011). Esta obra propone la hipótesis de que la autoridad y el orden social, incluso de cruentas dictaduras, se ve desafiado cuando el precio de los alimentos golpea a los sectores menos favorecidos, desencadenando y expandiendo la violencia (food riots o revuelta de alimentos). No obstante, más allá de la intuición de que los precios caros en productos básicos generan descontento, hay que señalar que no hay en absoluto una evidencia empírica que ofrezca detalles del grado de vinculación entre esas variables, con su porcentaje de correlación, planteando hipótesis alternativas, etc, (ya que un incremento muy elevado de los precios de los alimentos podría generar solamente un incremento reducido y poco determinante en el número de revueltas que desemboquen en guerra civil).
De hecho, como indican desde el Observatorio de Crisis de Precios de los alimentos del Banco Mundial en el documento «Food Riots: From Definition to Operationalization» (2014), no puede estudiarse aún con un alto nivel empírico porque no hay una definición operacional de consenso de lo que es una revuelta de alimentos, por lo que no pueden usarse las bases de datos habituales, como las de COW (Correlates Of War) o Polity (que mide el grado de democracia y autoritarismo en cada país), con los que hacer análisis estadísticos que indiquen el grado en que un aumento porcentual en el precio de los alimentos genera un aumento porcentual en las protestas que culminan en una guerra civil. Por todo ello no puede encontrarse respaldo científico al intuitivo argumento de que un clima adverso genera escasez, induciendo a la protesta, la inestabilidad y finalmente la guerra.
El cambio climático y la guerra civil de Siria
Una hipótesis similar a la del food riot (en el sentido que los cambios climáticos generan conflictos, guerras, o ser «multiplicador de amenazas» y riesgos) la encontramos en la explicación o relato que suele hacerse de la guerra civil en Siria, cuya causa habría de encontrarse en el cambio climático. Según ese relato, el incremento de las temperaturas que induce el cambio climático habría producido sequías severas, que a su vez producirían migraciones masivas del campo a la ciudad, lo que añadió mucha presión a los conflictos sociales preexistentes en el país desencadenando el ciclo de protestas del año 2011, protestas que a su vez terminaron desembocando en la actual guerra civil.
En ese orden de cosas y siguiendo una línea argumental similar, según un informe del año 2004 del prestigioso think tank CNA titulado «National security and the threat of climate change», los efectos del calentamiento global en la pérdida de tierra fértil, la disminución del acceso a agua potable, la menor producción de alimentos y el incremento de las catástrofes sanitarias, tendrían implicaciones negativas en la seguridad nacional e internacional al aumentar la probabilidad de que los países de bajos recursos tornen en estados fallidos y aumenten como consecuencia el terrorismo, las migraciones y los desplazamientos de población masivos que generarían conflictos y tensiones dentro de los países que los sufren (caso de Siria antes de estallar la guerra civil) o en los países receptores.
No obstante, la realidad de la complejidad social pocas veces puede explicarse con argumentos intuitivos. Tal y como se expone en el artículo “Climate change and the Syrian civil war revisited” (2017), no hay demostración empírica de que la guerra civil en Siria se ajuste al relato de las food riot. En primer lugar no está demostrado que el cambio y disminución de las precipitaciones en Siria durante los años previos a la guerra civil se deban al cambio climático/calentamiento global y no a las variaciones normales de los ciclos climáticos que se dan en Siria. En segundo lugar, la disminución en las lluvias en los años precedentes a la guerra civil no parecen ser demasiado elevadas, y desde luego no lo suficiente como para haber forzado la gran migración a los núcleos urbanos (estimada en un millón de personas), debiéndose dicha migración a otros factores (como la falta de empleo en zonas agrícolas, los mejores servicios disponibles en las ciudades, las oportunidades laborales, etc). En tercer lugar, la tesis de que la migración añadió presión social a unos congestionados y conflictivos núcleos urbanos, desencadenando en el actual conflicto, se topa con la realidad de que el mayor cambio demográfico en Siria en los años anteriores a la guerra civil se debió al crecimiento natural de tres millones de personas y la llegada de un millón y medio de refugiados iraquíes (por la guerra civil posterior a la invasión de Estados Unidos en 2003).
Además, aunque es cierto que en el año 2011 hubo un aumento significativo en el precio de los alimentos que sin duda fue un factor de agitación social, los conflictos y guerras civiles en Siria tienen un largo historial y se deben más a cuestiones de fracturación étnica y religiosa que a variaciones en los precios (recordemos las guerras civiles en Siria en los años 70, que desembocaron en la Masacre de Hama de 1982) Por consiguiente, la hipótesis de investigación de que un aumento de las temperaturas y el cambio climático ha generado, está generando o generará más conflictos y guerras, no parece ceñirse al caso concreto sirio.
A mayor temperatura, menos guerras
Si fuera cierto que el incremento en las temperaturas globales, con el consiguiente aumento en la desertización, lluvias torrenciales que destruyen cultivos, etc, generase un estrés ecológico que aumentaría el descontento, las protestas y las guerras, deberíamos estar observando que el número de guerras también aumentaría en mayor o menor grado. Sin embargo, como demuestra Bruno Tertrais en «The Demise of Ares: The End of War as We Know It?» (2012), el número de grandes conflictos armados de 1989 al 2009 disminuyó considerablemente desde 37 a unos 15, a pesar del aumento de temperaturas y el consiguiente aumento de estrés ecológico (sequías, desertización, etc). Según el propio Tertrais en otra publicación («The Climate Wars Myth» (2011)), lo que enseña la evidencia histórica es que las guerras y conflictos por choques ecológicos y climáticos en realidad están asociados no con un incremento en las temperaturas sino con la disminución de las misma y olas de frío (que reducen la producción agrícola y generan la consiguiente inestabilidad en sociedades cuya economía era casi totalmente agraria y que carecen de la posibilidad de recurrir al comercio global a gran escala para paliar una escasez local puntual), lo que le lleva a tildar de mito la idea de que haya (o vaya a haber en un futuro) un aumento significativo en las guerras causadas por el cambio climático y el calentamiento global (afirma que en el futuro se darán aún menos guerras que en el presente a pesar del calentamiento climático).
No obstante, como dice Tertrais, aunque la evidencia histórica indique que las guerras por el clima estuvieran causadas por el frío y no por el calor, la asociación entre fuertes variaciones climáticas y la violencia, existe. Según los datos agregados en un extenso metaanálisis sobre clima y conflicto escrito por Burke, Hsiand y Edward Miguel y titulado «Climate and Conflict» (2015), la variación de una unidad en la desviación típica en el agregado de variables climáticas, incrementa el conflicto interpersonal en un 2,4%. Es destacable que se refieren a violencia y conflictos interpersonales, no a revueltas por alimentos, guerras o conflictos civiles, etc. Los defensores científicamente más solventes de la hipótesis de la relación entre clima y violencia tratan de distanciarse de la vinculación entre clima y guerra; como por el momento resulta metodológicamente inviable afirmar que los cambios en el clima están aumentando las guerras civiles, descienden a métricas e investigaciones más granulares y micro como la «violencia interpersonal» y a áreas de estudios mucho más pequeñas (el impacto en localidades concretas). En el citado metaanálisis, por violencia interpersonal no debe entenderse conflictos políticos de baja intensidad, sino que se refiere a acontecimientos tan dispares como que una sequía produzca una oleada de cazas de brujas (sic) en aldeas de África Oriental, o un aumento de disputas entre agricultores o entre estos y pastores (en esa misma zona de África), por el acceso al agua, pastos, etc, en una cultura en la que está promulgado el que cierto tipo de conflictos deben dirimirse con cierto grado de violencia.
Pero aunque en varias partes de ese mismo mataanálisis encuentren una relación positiva, no se atreven a afirmar que las variaciones en el clima sean la variable más importante a la hora de explicar estadísticamente las variaciones en la conflictividad, para afirmar que el estrés climático no causa conflictividad, sino que exacerba conflictos y patrones conductas preexistentes (lo que ya es una explicación cultural y social sin determinismo ecológico). Por otra parte, dado que todavía estamos en las fases iniciales del proceso de cambio climático y del calentamiento global, aún es pronto para negar que futuras variaciones más extremas en el clima crucen cierto umbral e induzcan (al menos estadísticamente) a un aumento en el número e intensidad de las guerras.
Sin embargo, en una obra que también desciende a la unidad de análisis local en lugar del nacional, («Climate Change, Environmental Degradation and Armed Conflict» (2007)) sostienen que si en los estudios previos considerados rigurosos se han centrado principalmente en agregados a nivel nacional, en éste estudio el foco para evaluar el impacto del medio ambiente en los conflictos armados internos lo hacen mediante el uso de datos georreferenciados (GIS) y pequeñas unidades de análisis geográficas, en lugar de políticas (dado que un estado que puede tener realidades de geografía física y humana muy variadas); y teniendo en cuenta algunos de los factores más importantes que se supone están fuertemente influenciados por el calentamiento global, como la degradación de la tierra, la disponibilidad de agua dulce y los cambios en la presión demográfica. Si bien el crecimiento y la densidad de la población están asociados con mayores riesgos, los efectos de la degradación de la tierra y la escasez de agua son débiles o insignificantes.
Por contra, los resultados indican que los efectos de los factores políticos y económicos superan con creces los que existen entre los factores demográficos y ambientales a nivel local y los conflictos. Según los autores, no es probable que el estrés ambiental y demográfico sea un factor de riesgo igualmente importante en todas las condiciones económicas, políticas o sociales. Son los factores políticos, sociales y económicos los que explican la capacidad de un país para adaptarse al cambio ambiental, mediatizando el impacto de la escasez de recursos naturales (ejecutando políticas públicas que mejoren las infraestructuras como pantanos o regadío, carreteras para facilitar la exportación e importación de productos básico, etc), como estableciendo en gran medida las oportunidades generales para que los grupos rebeldes tengan éxito (un fuerte aparato de seguridad estatal que reprima y desorganice rebeliones o un entramado institucional que permita la resolución de disputas y conflictos sin llegar al conflicto armado y la guerra).
Los factores económicos
Uno de los factores más importantes (aunque no el único) a la hora de explicar el aumento de los precios en los alimentos debe encontrarse en la insuficiente oferta de los propios países en vías de desarrollo, que no ha podido crecer al mismo ritmo que el incremento de la renta y la demanda. Recordemos que según los que defienden las tesis de las food riot, sería la escasez y carestía de recursos renovables, inducida por el calentamiento global, la que estaría provocando la falta de oferta en alimentos y productos básicos, haciendo subir considerablemente su precio, induciendo a su vez a la revuelta, el conflicto y la guerra; pero por contra, como indica Alberto Priego en «La subida de los precios en los alimentos: una mirada al Norte de África» (2013), es la falta de un monto adecuado de inversión agrícola en los países en vías de desarrollo, lo que lleva a un ciclo de en el que no solo se perpetúa el subdesarrollo del campo, sino que debido a la explosión demográfica se empeoran las condiciones de vida local al no poder dar suficiente trabajo a la población joven.
Como además el incremento de la renta que se produce en el conjunto del país se concentra en las áreas urbanas y zonas turísticas, ello provoca que la diferencia de renta obligue a que la población del campo emigre a la ciudad. Ello genera un crecimiento descontrolado de las áreas urbanas y el abandono de zonas de producción agrícola, lo que impide que las cosechas se incrementen adecuadamente, que se cuiden menos las tierras cultivables y que la tierra se erosione, favoreciendo a su vez que se extiendan las zonas desérticas (un proceso de desertización que a su vez espoleado por el calentamiento global y el aumento local de temperaturas, la disminución de unas precipitaciones que además aparecen de forma cada vez más extremas, periodos de sequía más largos, etc). Es decir, que un factor más importante para explicar la subida del precio de los alimentos se debe a cuestiones socioeconómicas y no a factores ecológicos y climáticos.
Otro factor de oferta de enorme impacto es el del precio del petróleo, ya que el diésel supone una parte muy importante de los costos de producción, al ser este el combustible que usa la maquinaria agrícola, pudiéndose observar una gran correlación, por ejemplo, entre el precio de ese combustible y el del trigo y la cebada o del precio del petróleo con el de los alimentos en general.
Por otro lado, en el aumento de los precios de los alimentos, debemos tener en cuenta el factor de demanda que implica el aumento de la renta de los países en vías de desarrollo y de su crecimiento demográfico. Dado que ha de alimentarse a más personas y que estas aumentan el consumo de carne, grasas y productos de origen animal (como es sabido la cadena trófica es muy ineficiente energéticamente en calorías consumidas respecto a las calorías generadas), esto ha generado que muchos de estos países pasaran de ser exportadores netos a tener que ser importadores, lo que ha provocado, como consecuencia económica, el aumento de la escasez relativa y los precios. Por otra parte, el factor de demanda de los mercados mundiales también es un factor de importantes consecuencias locales, ya que la explosión de demanda de maíz para convertirlo en biodiésel empujó en su momento al alza el precio del conjunto de los alimentos.
Además, también deben tenerse en cuenta factores de mercado estructurales (que van más allá de las cantidades de oferta y demanda). La protección arancelaria encarece en gran medida los precios de los alimentos, ya que al incrementarse las importaciones por la carestía en algunos mercados, se termina disparando el precio final, llegando a ser responsable según el IFPRI de hasta tres cuartas partes de los incrementos de precios (Priego, página 143). Los aranceles, además, impiden una división internacional del trabajo más eficiente, desincentivan la inversión, etc. Abundando en esa línea, las cuotas a la exportación que impusieron algunos países productores después de un año de malas cosechas se convirtieron en un factor que posiblemente contribuyese al incremento de los precios de los alimentos.
Darfur y el África Oriental
En el artículo publicado en Nature «Assessing the relative contribution of economic, political and environmental factors on past conflict and the displacement of people in East Africa» (2018), los autores pusieron a prueba la creencia común de que los conflictos en el África Oriental están motivados por por el cambio climático (sequías, desertización, cambios en precipitaciones, etc), fenómeno que genera a su vez desplazamientos migratorios y posteriores conflictos violentos. Para ello se centraron en los diez principales países de África Oriental, utilizando una nueva base de datos que registra episodios importantes de violencia política y el número total de personas desplazadas durante los últimos 50 años para cada uno de los diez países. Luego compararon estadísticamente estos registros tanto a nivel nacional como regional con los indicadores climáticos, económicos y políticos apropiados.
Descubrieron que variaciones climáticas como la sequía regional y la temperatura global no afectaron significativamente el nivel de conflicto regional o el número total de personas desplazadas. Las principales fuerzas impulsoras del conflicto fueron el rápido crecimiento de la población, el crecimiento económico reducido o negativo y la inestabilidad de los regímenes políticos. El número total de personas desplazadas se relacionó con un rápido crecimiento de la población y un crecimiento económico bajo o estancado, no por efectos climáticos adversos (las tablas y gráficos del artículo son muy esclarecedoras; pueden consultarse online al estar en abierto). Las conclusiones de dicho artículo son coherentes con los hallazgos de Buhaug y otros en «Climate variability, food production shocks, and violent conflict in sub-saharan Africa» (2015).
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