Las elecciones generales del pasado 25 de febrero en Nigeria han puesto de manifiesto los enormes retos a los que se enfrenta el país de cara a su futuro. De los comicios han salido un nuevo presidente, el oficialista Bola Tinubu, un nuevo vicepresidente y un nuevo Parlamento. Tinubu es el mandatario con menor apoyo en las urnas que se recuerda. Unas elecciones en cuya transparencia y limpieza se habían puesto, quizá, demasiadas esperanzas en un principio y que, al final, han puesto de manifiesto, y ahondado, las profundas grietas del país. Unas fallas por las que fluyen las diferentes violencias que lo sacuden a día de hoy y que han aumentado en los últimos tiempos.
“Cuando estábamos protestando contra el ataque, los matones armados se abalanzaron sobre nosotros y uno de ellos me hirió con una daga. Me llevaron al hospital, donde permanecí hasta que terminó la votación”, Umar Ilya (nombre ficticio) relata en primera persona el momento en que un grupo de hombres armados pertenecientes a una de las bandas políticas locales de la etnia yandaba ataca un colegio electoral en Kano, al norte de Nigeria. Destrozan papeletas, urnas, etc. y obligan a todos los presentes a abandonar el lugar sin votar. Ilya es de los pocos que se resisten al ataque, terminando en el hospital sin, al final, poder ejercer su derecho al voto[1].
Ilya y algunos más se quedan, pero la mayoría se va. Y lo hacen porque ya saben lo que puede ocurrir, porque no es la primera vez, al revés. Kano (la ciudad más poblada del norte del país) se ubica en una de las áreas más castigadas por la violencia electoral en Nigeria desde 1999 (año en el que el país transcurre de forma pacífica de la dictadura militar a un gobierno civil, mediante una nueva constitución[2]). Hasta tal punto que, en numerosas ocasiones, lo único que hace falta para que los posibles votantes se queden en sus casas es la mera amenaza[3]. Años, décadas de ciudadanos que acaban en el hospital o peor en el cementerio por intentar votar o por pretender elegir a un candidato frente a otro convencen a la mayoría de lo que en realidad les “conviene” hacer, una vez más.
Kano es sólo un caso, con unas causas específicas, pero no es el único. Hay más y con otros motivos. Nos referimos únicamente a las elecciones generales del pasado 25 de febrero, en las que se eligió al presidente del país, el vicepresidente y el Parlamento. Y conforme a lo ya señalado en este texto, entonces, ¿qué hace estos comicios dignos de una mayor atención? Entre otras razones, en primer lugar, que se suponía que iban a ser diferentes y, en segundo, que han puesto de relieve y ahondado las costuras por las que fluye la violencia en el país, que tiene orígenes diversos pero similares consecuencias dramáticas para los nigerianos.
Todo esto confluye en una corriente de fondo que erosiona el sistema y conlleva un creciente desencanto que tiene la violencia como causa y, a la vez, como resultado (ya que los desilusionados o abandonados engrosan las filas de los violentos), en un círculo vicioso que se retroalimenta, que lleva décadas, que ha implicado un aumento de los incidentes violentos en los últimos años y que, al menos, hasta el momento, parece resultar complicado romper.
En lo que respecta al porqué se suponía que estas elecciones generales de 2023 iban a ser distintas, entre la ciudadanía había generado ciertas esperanzas en un proceso limpio la introducción de un novedoso sistema tecnológico electoral por parte de la Comisión Independiente para la Elección Nacional[4].
Los fallos de un sistema que se había presentado como un game changer, los casos reportados de corrupción y las deficiencias logísticas han dañado la confianza de los nigerianos en la transparencia y limpieza de los comicios, y del recuento de votos. Si a ello se une el hecho de que han vuelto a repetirse los casos de violencia política en diferentes zonas del país, como en anteriores procesos electorales, uno de ellos es el ejemplo con el que comienza este artículo, nos encontramos con que, al final, las esperanzas creadas y, después, frustradas, han podido hacer quizá más daño que bien en el imaginario colectivo[5].
Pero, ¿cómo se traduce lo anterior en datos?: de los cuatro candidatos presidenciales (algo que también ocurre por primera vez desde 1999) que consiguen un porcentaje relevante en sus respectivas circunscripciones, el ganador, Bola Tinubu (candidato oficialista, del partido Congreso de Todos los Progresistas), es el presidente electo con el menor número de votos, apenas un 36,6 %, de un total de votantes que apenas ha llegado al 27 % de los registrados. Esto supone que Tinubu inicia un contestado mandato con una preocupante tendencia que apenas implica en torno a aproximadamente un 10 % de apoyo[6].
Si a lo ya expuesto se añade el hecho de que las elecciones a gobernadores estatales, que han tenido lugar el pasado 18 de marzo, han supuesto un importante número de casos de intimidación a los votantes, impedimentos y violencia (mayor incluso que en las presidenciales), se entiende mejor el problema de credibilidad y legitimidad de los procesos electorales actuales en Nigeria y la desafección de los ciudadanos.
Con respecto a la segunda cuestión mencionada más arriba: el hecho de que las elecciones hayan ahondado las fallas detonantes de la violencia en el país africano, se profundiza en los dos siguientes epígrafes de este artículo.
Violencia en Nigeria: algunos ejemplos recientes
Con algo más de 230 millones de habitantes, Nigeria es el país más poblado del continente africano y en él habitan más de 250 grupos étnicos diferentes[7]. Ha sido, además, uno de los más violentos durante el pasado año 2022, con en torno a 3700 sucesos violentos confirmados, lo que supone un 9 % más con respecto a años anteriores, y 3900 muertos. El Noroeste y el Cinturón Medio del país acumulan dos tercios de todas las víctimas civiles en 2022. Sin embargo, aunque el aumento de la violencia ha sido bastante generalizado en todo el territorio nigeriano, las zonas donde ha habido un mayor incremento de los ataques contra civiles han sido el Sureste y el Noreste, según los datos del observatorio de datos y análisis Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED)[8].
Entrado ya 2023, la situación apenas parece mejorar, con los dos procesos electorales: las generales de febrero y las estatales de marzo poniendo de manifiesto, esta vez en la arena política, los enfrentamientos ya en curso en el país y la situación de inseguridad reinante.
Vectores de violencia interna
Como puede deducirse de los ejemplos enunciados en el apartado anterior, son varias las heridas que desangran Nigeria, que atraviesan diferentes zonas y tienen distintas causas.
Los grupos yihadistas
Hasta mediados de este año 2023 los grupos yihadistas se mantienen como la gran amenaza para la seguridad en Nigeria, según los datos de ACLED[9].
Más de 100 yihadistas de Jama’at Ahl as-Sunnah lid-Da’wah wa’l-Jihad, Grupo de la Gente de la Sunnah para la Predicación y la Yihad (JAS), facción de Boko Haram, entre ellos varios comandantes y figuras relevantes, han muerto en una serie de ataques aéreos llevados a cabo por la aviación nigeriana entre el 9 y el 11 de junio de este 2023, en uno de sus refugios situado en su zona de operaciones en el entorno del macizo de Mandara, en el estado de Borno, al noreste del país[10].
Una operación militar que es sólo un ejemplo, y que se enmarca en la campaña que llevan a cabo las Fuerzas Armadas nigerianas contra los grupos yihadistas en su bastión y, más allá de sus fronteras, en el marco de la Fuerza Conjunta Multinacional con Benín, Camerún, Chad y Níger. Con ello se busca mantener la presión sobre estos grupos, así como cortar sus líneas de suministro, con el objetivo final de reducir la amenaza que suponen para el país[11] y la región. Hasta ahora, con un éxito relativo, al menos en Nigeria.
A lo anterior hay que sumar el hecho de que una parte importante de los esfuerzos de los grupos yihadistas de esta zona en los últimos años se dirigen unos contra otros, en una lucha por el control de franjas de terreno en el estado de Borno y el dominio en la región. En lo que supone una especie de conflicto dentro de un conflicto, que lleva ya años y que ha ocasionado 2,4 millones de desplazados, según ACNUR[12].
En el caso nigeriano, estos grupos descienden de Boko Haram. Tras su ruptura, en 2016, queda por un lado ISWAP (Estado Islámico de la Provincia de África Occidental) y el mencionado más arriba JAS (Jama’at Ahl as-Sunnah lid-Da’wah wa’l-Jihad), que mantienen una “guerra civil” en la que el grupo más fuerte, ISWAP, domina, aunque no consigue consolidarse ni imponerse del todo sobre un JAS fracturado y a la defensiva, pero aún activo y con ciertas capacidades de mantener la lucha.
Con respecto a la población, ISWAP tiene una “cara más amable”, tribunales y prisiones funcionan en sus territorios, permite libertad de movimientos y el comercio normal, del que obtienen ganancias (financiación), mediante “impuestos”. Mientras, JAS ataca poblados, civiles y se dedica al pillaje y al robo de todo tipo de bienes[13]. No obstante, ambos coinciden en pretender gobernar cuasi-estados bajo la ley islámica y, en lo que se refiere a su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas nigerianas, también ambos han demostrado ser pacientes, móviles y resilientes, lo que mantiene la inestabilidad y la inseguridad en toda la región y reduce el efecto de las operaciones militares en su contra, como se apuntaba más arriba, a pesar de sus luchas internas. Tampoco hay que descartar la posibilidad de que lleguen a una entente cordiale en algún momento, lo que podría disparar la violencia en toda la zona.
Antes de seguir adelante, no hay que olvidar a otra facción de Boko Haram, quizá de menor envergadura, pero también activa, sobre todo, en las zonas del Noroeste y Norte Centro, se trata de Ansaru. Un grupo que ha jurado fidelidad a Al Qaeda en la región, que busca también el apoyo de la población para establecer un “gobierno” y que mantiene vínculos importantes con la delincuencia de la zona. Al parecer, ofrece apoyo y armas a grupos criminales dedicados al pillaje, ataques a poblados y a secuestros por rescate. El tráfico de armas que fluye en el área beneficia y alimenta estos grupos, tanto a los yihadistas como a bandas armadas[14].
Las bandas de delincuentes comunes y el crimen organizado
Como puede verse, la relación entre grupos yihadistas y de delincuentes es fluida en Nigeria y, al parecer, va en aumento, según datos de ACLED[15], ya sea para aliarse contra las Fuerzas de Seguridad, para conseguir armas, para vendérselas o para obtener financiación, por ejemplo, entre otras cosas, de los rescates que se piden por los secuestros, del robo de ganado o del tráfico de drogas.
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