La relación UE-China ha evolucionado en los últimos años, pasando de un optimismo europeo basado en premisas erróneas y reforzado por la promesa del gran negocio que supone el acceso al mercado del gigante asiático, a un escepticismo cada vez más acusado, acentuado por las dependencias detectadas durante la pandemia y la guerra de Ucrania. Con la aprobación el pasado 30 de junio de las Conclusiones del Consejo Europeo sobre China, se abre una nueva etapa, en la que desde Bruselas se pretende mantener una relación más equilibrada, en la que la dependencia se reduzca al mínimo intentando evitar romper los lazos económicos así como caer en un escenario de confrontación.
Durante mucho tiempo imperó en las relaciones exteriores de la Unión Europea el principio alemán de Wandel durch handel (cambio a través del comercio). La teoría del principio es sencilla y muy conocida: a medida que se refuerce la interdependencia económica entre dos países, más difícil será el conflicto entre ellos y, a la larga, sus sociedades tenderán a converger. Este principio era especialmente aplicable a países no democráticos a los que la UE esperaba cambiar paulatinamente extendiendo las bondades del libre comercio asumiendo que, a medida que se desarrollara la economía y sociedad del país en cuestión, éste se iría abriendo. Una visión que puede parecer ingenua pero que, desde el punto de vista europeo, respondía a su propia experiencia.
Al fin y al cabo, el germen de la Unión Europea es esta interdependencia económica, gracias a la creación de instituciones como la CECA que generaron grandes incentivos económicos para cooperar entre naciones que hasta hacía poco tiempo se encontraban en guerra y que fue expandiéndose y transcendiendo la esfera económica hasta la Unión Europea que tenemos hoy. Sin embargo, el tiempo demostró que esta experiencia no era exportable. La interdependencia entre la Unión y Rusia no frenó la invasión de Ucrania y en China no se está produciendo la apertura bajo Xi Jinping que muchos en el Viejo Continente esperaban. Esto ha acelerado un proceso que ya venía produciéndose antes de la invasión, el de la muerte del Wandel durch handel como línea maestra de la política exterior europea. Así las cosas, tocaba reformular la estrategia.
En 2016, la Unión Europea bajo la dirección de la entonces Alta Representante Federica Mogherini presentó la Estrategia Global de Seguridad (EEAS, 2016). El documento era un intento de crear una visión exterior común y coherente en la UE dibujando las líneas maestras de su política exterior. La estrategia habla de China como un actor internacional de peso con el que la UE debía aumentar su cooperación, especialmente en términos económicos pero, más allá de eso, no había más menciones a China desde el punto de vista estratégico. En ese momento la UE vivía una etapa compleja que le impedía desarrollar una estrategia unificada hacia Pekín por lo que el primer documento que intentaba hacer una aproximación real hacia una política exterior conjunta ya nacía muy limitado.
El contexto en ese momento estaba marcado por una influencia cada vez más creciente de China en el continente. Tras la crisis económica muchos países europeos miraron hacia Pekín buscando financiación para salir de la crisis y es cuando surgen formatos como el 16+1 que muchos veían en Bruselas como un caballo de Troya chino para influir en la toma de decisiones de la Unión. Además, China continuaba aumentando su presencia en regiones estratégicas para la Unión como los Balcanes o África.
Paradójicamente, estos factores eran los que aumentaban la preocupación en Bruselas y hacían necesaria la implementación de una nueva estrategia al mismo tiempo que precisamente la hacían imposible por los vínculos de muchos estados miembros con Pekín especialmente en el este de Europa -caso de Polonia y Hungría- o en el sur -caso de Grecia-.
Esta situación se prolonga hasta que la UE decide que -en tanto la iniciativa no va a partir de los Estados Miembros- que esta deberá nacer de las instituciones europeas. Así las cosas, en 2019 la Comisión Europea y la Alta Representante evaluaron nuevamente las relaciones con China definiendo por primera vez al país como un “socio, competidor económico y rival sistémico” (Comisión Europea, 2019). Esta definición es la que marca el enfoque de la UE hacia China hasta nuestros días. A partir de aquí ya la UE reconoce el riesgo que puede suponer una excesiva dependencia China al tiempo que señala también la necesidad de cooperación y dialogo. Como quiera que el azar es caprichoso, apenas un año después estalló la pandemia provocada por el coronavirus COVID-19, exponiéndose claramente estas dependencias, resumidas en el lamento del Alto Representante Josep Borrell: “No tiene sentido que Europa no produzca un solo gramo de paracetamol” (El Diario, 2020). Es desde este enfoque, el de la dependencia, bajo el que se articula la posición de la UE respecto a China desde este momento.
Esa definición como competidor y rival sistémico era lo que hacía que estas dependencias supusieran un riesgo para la UE, sí, pero había un tercer pilar en la definición: China también es un socio importante para la UE. Así se explica que mientras la UE trataba de reducir la influencia y dependencia de Pekín tratara al mismo tiempo de reforzar su cooperación. Lo que la UE pretendía era equilibrar su relación económica con China, pues las empresas europeas no disfrutan del mismo acceso al mercado chino que las empresas chinas al mercado europeo y el CAI (Comprehensive Agreement on Investment), impulsado especialmente por Alemania, pretendía resolver parcialmente esta situación eliminando barreras a las empresas e inversión europea en el gigante asiático (Comisión Europea, 2020).
Sin embargo, en marzo de 2021 el Parlamento Europeo aprobó sanciones contra oficiales chinos por la situación de los uigures, a lo que respondió el gobierno chino sancionando a varios eurodiputados. Como consecuencia de lo anterior, el Parlamento respondió negándose a ratificar el CAI indefinidamente por lo que el gran acto de cooperación y buena voluntad entre China y la UE se encuentra todavía en un limbo indefinido sin que se haya abandonado formalmente pero sin que se espere tampoco su ratificación en un futuro cercano.
Una compleja situación a la que se une la invasión de Ucrania. No olvidemos que la guerra ha servido para acercar todavía más a Rusia a la órbita de China, en tanto que sus relaciones con Occidente se han roto y necesita dar salida a su producción. La actitud china, sin condenar la invasión, ha terminado por romper definitivamente la buena sintonía que hasta entonces mantenía Pekín con algunos estados miembros ubicados en Europa del Este y que desde entonces no han podido seguir separando sus posiciones sobre China y Rusia. La concepción de China como competidor y rival sistémico cobraba pues más peso que la de socio y compañero.
La relación UE-China en la actualidad
La Unión Europa ha detectado dependencia estratégica de China en los sectores farmacéutico, químico y electrónico, principalmente de componentes (Comisión Europea, 2022). Según la Comisión Europea, existen 137 categorías de productos de los que la Unión Europea es dependiente, la mitad de ellos provienen de China. China es el origen principal de las importaciones que entran en la UE y uno de los principales destinos de las exportaciones europeas. Además, China lidera las reservas mundiales de materiales como el magnesio, fosfatos o tierras raras, todos ellos fundamentales en la producción de componentes electrónicos. Sin embargo, esta dependencia opera en los dos niveles, China depende de la maquinaría y el equipo especializado europeo para producir estos productos (Zenglein, 2020).
Por su parte, la Unión Europea es el mayor socio comercial de China (sólo superado por los países de la ASEAN si los contamos como una unidad) y es uno de los mayores inversores extranjeros en el país con empresas del continente creando allí millones de empleos (Eurostat, 2023). Además, la Nueva Ruta de la Seda, el proyecto chino para conectar Europa y China es de alta prioridad para su gobierno pues permitiría promover la industrialización en las provincias interiores de China para equilibrar su desarrollo y permitiría ralentizar los costes crecientes de producción a medida que las zonas costeras más industrializadas continúan el suyo. Es pues una iniciativa fundamental para mantener la competitividad de los productos chinos en el exterior.
Esta interdependencia es el motivo por el que desde Bruselas y Pekín se quiere evitar una ruptura o un distanciamiento significativo y se opta por una estrategia de reducción de riesgos. Este “de-risking”, como se refieren a él en Bruselas, ha generado controversia en las instituciones europeas con estados miembros más partidarios de un tono más duro con China y otros más benévolos con Pekín. (Lau, 2023) Una división que pudo verse en las posiciones enfrentadas de la presidenta de la Comisión Ursula Von der Leyen -que mantenía una postura más alineada con Estados Unidos y dura con China- y el presidente del Consejo Charles Michel -que priorizaba las relaciones comerciales-.
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