La escasez de microchips se ha convertido en los últimos meses en un tema de conversación recurrente en las juntas de administración de muchas empresas, en los consejos de ministros y en diferentes medios, tanto especializados como generalistas. Las consecuencias de dicha escasez son alarmantes. Lo son especialmente para los Estados Miembros de la Unión Europea, con industrias como la del automóvil viéndose obligadas a ralentizar su producción. Los problemas de suministro, pese a ser un hecho puntual, han servido para sacar a la luz una dependencia de Taiwán y Corea del Sur que nos recuerda los peligros de la deslocalización y la necesidad de recuperar cierta soberanía tecnológica e industrial si Europa pretende ser un actor importante en las próximas décadas.
Como sabemos, a comienzos de año, una tras otra, las grandes compañías automovilísticas fueron deteniendo su producción y enviando a un ERTE a sus empleados. ¿Qué pudo pasar para que esto sucediese? La respuesta es sencilla, pero sus implicaciones profundas. Faltaba un componente, pequeño, pero esencial: los microchips. La cuestión es que conforme no solo los vehículos sino también nuestra vida cotidiana han evolucionado hacia lo digital, los microchips se han convertido cada vez más un bien estratégico. Y la inmensa mayoría, especialmente los más avanzados, son fabricados por Samsung (Corea del Sur), pero, sobre todo, por TSMC (Taiwán).
La escasez de microchips, con repercusiones que van más allá del puro ámbito económico hasta el político y el geopolítico, es coyuntural. Se solucionará antes o después. Pero ha puesto de manifiesto los peligros de la deslocalización de la producción y de la concentración de productos relevantes para que avancen las economías y las vidas de los ciudadanos en muy pocas empresas. EE. UU. tiene Silicon Valley y ha puesto a Intel a trabajar, China considera Taiwán como parte “inalienable” de sí misma… ¿y Europa? ¿Qué tiene Europa para asegurar su futuro a este respecto?
El zorro, el erizo y la UE
“Muchas cosas sabe el zorro, pero el erizo sabe una sola y grande (importante)”
Verso atribuido al poeta griego Arquíloco de Paros, siglo VII a. C.
Este antiguo aforismo le sirve al pensador británico-estadounidense Isaiah Berlin[1] para caracterizar a intelectuales, líderes, políticos… personas en general, en dos tipologías. Erizos son aquellos con una visión unitaria, central, sistematizada, de la vida. Siguen un camino, una estrategia a muy largo plazo. Se rigen por un principio ordenador del mundo en función del cual todo tiene sentido y está integrado. Esto va desde los acontecimientos históricos a los pequeños sucesos individuales.
Los zorros, al contrario, brillantes y más rápidos, tienen una visión dispersa y múltiple de la realidad, y de los hombres. No integran lo que existe en una única explicación y un solo orden coherente, ya que, en su percepción, el mundo aparece multifacético, como una compleja diversidad. Por tanto, tienen intereses múltiples y diversos, así como diferentes formas de actuar.
Ya en nuestros días, Niall Ferguson, en Bloomberg[2], sigue esta línea de pensamiento y utiliza la popular dicotomía de Berlin para caracterizar la forma de actuación y de desarrollo de sus políticas de las dos grandes potencias del momento: China y EE. UU. Siendo Pekín el erizo y Washington D. C. el zorro, y estando ambos en pugna en la escena internacional, también en el ámbito tecnológico.
Una forma de actuación y una rivalidad que se refleja en la situación actual motivada por la escasez de microchips. Un fenómeno, un ejemplo, la punta del iceberg de las tendencias y corrientes de fondo que tienen lugar en la actualidad. Todas se mueven e interactúan a la vez y tienen sus repercusiones en diferentes aspectos económicos, políticos y geopolíticos.
Y, en medio, como una especie de convidado de piedra, la Unión Europea. 27 países para ponerse de acuerdo a la hora de actuar e intentar solucionar el acuciante problema que supone para sus industrias la falta de microchips. Pero, yendo más allá, además, para tratar de no perder el tren de un presente y un futuro que se presentan cada vez más tecnológicos y, también cada vez más, en manos de un zorro y un erizo con dos visiones totalmente distintas del mundo, que parecen colocarse en rumbo de colisión. Entre los que, es probable, que se vea obligada a mediar, por su propia supervivencia.
Aunque hay que empezar por el principio y eso es saber primero qué es lo que ha pasado con los microchips, algo que explicamos en el siguiente epígrafe.
¿Por qué hay escasez de microchips?
En España, comienza 2021 con la producción parada y los trabajadores de las plantas de Seat en Martorell y la de Ford en Almussafes en ERTE, como consecuencia de la falta de microchips[3]. La misma situación se da en la de Figueruelas del nuevo grupo Stellantis (fusión de PSA y FCA)[4], así como en la de Audi en Bruselas, por la misma razón[5]. Y son solo cuatro ejemplos de la situación del sector.
Todo empieza a finales de 2020, cuando se suceden los informes sobre parones en la cadena de suministro de semiconductores para la automoción. Tras el cese de la actividad por los confinamientos decretados por la pandemia de coronavirus, durante la primera mitad de 2020, en la segunda mitad del año su demanda se recupera con rapidez y sorprende a los fabricantes de microprocesadores. Estos habían optado por destinar el grueso de sus remesas a otros sectores electrónicos que habían aumentado en peticiones, como telefonía y videojuegos. Empresas que se encuentran, además, haciendo acopio de suministros, de cara a los preparativos para la época de vacaciones invernales[6].
El CEO de Intel, Pat Gelsinger, culpa en parte a la Covid-19 del problema: “Ha acelerado el paso de casi cada aspecto esencial de la existencia humana hacia las plataformas digitales. Más teletrabajo, más educación en casa, más telemedicina, todo se ha convertido en más digital con una cadena de suministro afectada también por la Covid”[7].
Sin embargo, ha habido otros motivos como: el endurecimiento de la regulación de la venta de semiconductores de EE. UU. a empresas chinas como Huawei que, ante esta situación, han hecho acopio de los mismos, ya que son esenciales para los móviles 5G y otros productos; los incendios en dos plantas japonesas relacionadas con el ramo también han afectado a la escasez de microchips; así como problemas en el transporte marítimo de mercancías, no solo por las necesidades causadas por la pandemia (por ejemplo la necesidad de llevar vacunas y otros suministros)[8] sino también porque las empresas están haciendo más negocio en Asia, debido al incremento de la demanda.
Ni muchísimo menos el sector de la automoción es el único afectado por la escasez de microchips. Cualquier bien que lleve un circuito integrado (por ejemplo, una lavadora, un frigorífico, etc.) resulta perjudicado. Sin embargo, la industria del automóvil es clave en Europa, por ejemplo, y se encuentra en un momento crítico de cambio. Conforme se vayan priorizando los vehículos eléctricos, los coches serán cada vez más dispositivos electrónicos. Y esto significa que esta industria tendrá que competir con las demás a este respecto de aquí en adelante.
La escasez de microchips es coyuntural y terminará por solucionarse. Para los más optimistas es cuestión de unos pocos meses, los pesimistas apuntan a dos años, para 2023. Todo depende de la vía que se tome para solventar el problema. Y todo, porque el quid de la cuestión sobre este asunto radica, precisamente, en la producción de tan preciado bien.
La demanda de chips es global, pero entre las empresas que se dedican a ello dos son los mayores fabricantes, con diferencia sobre el resto: la surcoreana Samsung y la taiwanesa TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company).
TSMC es la dominante en el mercado mundial a día de hoy, pero es que su posición va a tender a afianzarse aún más, ya que copa casi el 90% del mercado de los nodos más avanzados, actualmente en producción. Y, además, dada la gran cantidad de inversión que se requiere para fabricar los chips con componentes cada vez más pequeños (que es el problema al que se enfrentará aquel que quiera lanzarse a producirlos), se dispone a invertir hasta un total de 28.000 millones de dólares para fabricar microchips cuyas estructuras sean de 3 nanómetros. Se espera de ellos que sean un 70% más rápidos y con un menor consumo de energía que los actuales. Se destinarán a dispositivos desde teléfonos móviles a supercomputadores[9].
En este punto, antes de seguir adelante, este artículo se centra en los microchips, pero conviene no olvidar que no son los únicos que faltan, se echa de menos también otros componentes de la cadena de suministros para diferentes industrias.
Las repercusiones de la escasez de microchips
Las repercusiones de la escasez de microchips van mucho más allá de lo que, a simple vista, podría pensarse y han hecho saltar las alarmas en medio mundo. Porque hace unos meses fueron las mascarillas y los respiradores, luego las vacunas contra la Covid-19 y, ahora, los microchips que, además, son prácticamente imprescindibles. Y, dada la inversión prevista y la posición dominante de Samsung y TSMC en lo que a los chips con las estructuras más pequeñas se refiere, su influencia es previsible que vaya a más y que su posición en la economía global pueda llegar a ser, incluso, central[10]. EE. UU., China y la Unión Europea dependen, así, fundamentalmente, del suministro de Taiwán y Corea del Sur.
Puede que la escasez de microchips haya hecho pensar a algunos en la necesidad de producir ellos mismos los que previsiblemente puedan necesitar. No obstante, en primer lugar, como prosigue el Financial Times, a estas alturas la inversión necesaria puede resultar prohibitiva. Y, en segundo lugar, se requiere del diseño y del desarrollo de la tecnología, algo que tampoco se consigue de un día para otro. Pueden necesitarse varios años para poner en marcha una planta productiva como la de Taiwán de hoy o como la que ya está construyendo.
Así las cosas, el problema con la escasez de microchips ha puesto de manifiesto otra cuestión de fondo, que ya existe, que va más allá y que supone que pueda volver a repetirse, pero con otro producto. Desde el punto de vista económico, la pandemia y los avances tecnológicos han dejado al descubierto las costuras de una deslocalización desenfrenada. Pero, además, de un diseño económico quizá demasiado basado en dependencias externas (en el caso de la UE el mantenerse en industrias muy “clásicas” y, durante años, haber invertido poco, o nada, en otros sectores, como el tecnológico) y de los problemas de la concentración de la producción de bienes esenciales en pocas empresas.
Desde el punto de vista político, el problema con el suministro de microchips ha movilizado a varios gobiernos. No en vano han visto cómo afecta a sus industrias y a sus economías, que iba camino de convertirse en un problema de Estado, y que no ha sido la primera vez. Por lo que han llegado a la conclusión de que había que actuar. El Ejecutivo alemán ha lanzado un SOS a Taiwán y estudia aumentar el apoyo estatal para incrementar la capacidad de producción de semiconductores en Alemania y, en general, en Europa[11].
Algo similar ocurre en EE. UU. El presidente Biden ha incluido las medidas destinadas a aumentar la fabricación local de microchips en la Ley de Autorización de Defensa Nacional 2021. La nueva Administración revisa ya la cadena de suministro de productos que consideran críticos como: los semiconductores, las baterías de gran capacidad para vehículos eléctricos, los productos farmacéuticos y las tierras raras[12]. Además, la empresa Intel, de acuerdo con la nueva política de su Gobierno, planea la construcción de dos plantas para fabricar microchips en Arizona, lo que supone una inversión de 20.000 millones de dólares[13].
En lo que a China se refiere, con gigantes como Huawei, sus importaciones de semiconductores superan, incluso, a las de petróleo. Pekín se ha propuesto como objetivo estratégico para 2025 ser menos dependiente de taiwaneses y coreanos. Sin embargo, hasta ahora, las compañías chinas no han sido capaces de alcanzar la destreza de la taiwanesa TSMC en la elaboración de microchips.
Y aquí es donde los chips, la TSMC y la isla de Taiwán se colocan en el ojo del huracán de la creciente rivalidad geopolítica y tecnológica entre Washington y Pekín[14], sus dos mayores consumidores mundiales. El organismo que se encuentra entre los que más ha presionado a la Administración estadounidense para atajar cuanto antes el problema es el Pentágono. ¿Por qué? Pues porque casi cualquier pieza del equipamiento militar actual tiene un procesador en su interior. Es cierto que no todos son los de más alto rendimiento, pero, en algunos casos, el material más avanzado sí los necesita. Esto coloca a la defensa de los EE. UU. en una situación de fuerte dependencia respecto de la taiwanesa TSMC.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
2 Comments