En los años ochenta, el narcotráfico colombiano lanzó duras ofensivas armadas en su guerra contra la extradición. En aquellos años, un miembro de ETA le enseñó al Cártel de Medellín a atentar con coches bomba. Así, esta táctica terrorista fue usada cientos de veces, por los sicarios de Pablo Escobar, dejando miles de muertos por todo el país latinoamericano. Además, los ataques con explosivos a control remoto también fueron usados por el Cártel de Cali, con quien ETA negociaría, años más tarde, para intermediar con la mafia calabresa.
Mientras ETA abanderaba en el País Vasco su guerra contra la heroína y la drogodependencia, asesinando a traficantes y consumidores (Alonso, Domínguez y García, 2010), sus emisarios en Latinoamérica estrechaban lazos con el narcotráfico colombiano. Necesitados de recursos para comprar armas y explosivos con los que atentar en España, los terroristas empezaron a traficar con cocaína, lo cual les llevaría a encontrarse con sicarios de los Cárteles de la droga en Latinoamérica (Rubio, 2004). Todo ello se enmarca en unos años en los que ETA estaba necesitada de grandes flujos de financiación, pese a que posteriormente llegase a amasar mas de 100 millones de euros en secuestros y extorsiones (Centro de Ética Aplicada, 2017).
Paralelamente, en 1984, Jorge Luis Ochoa Vásquez –fundador y alto miembro del Cártel de Medellín–, y Gilberto Rodríguez Orejuela –fundador y líder del Cártel de Cali– fueron capturados en España acusados de delitos de contrabando de toros de lidia y robo de coches (El Espectador, 2012). Fue entonces cuando los narcos fueron trasladados a la cárcel de Carabanchel, lugar donde hicieron amistad con notorios presidiarios, como el narco gallego Sito Miñanco y con “Miguelito”, un etarra experto en explosivos (Fernández, 2018).
Este fue el contacto vital para que la tecnología en explosivos de la banda terrorista ETA diera su entrada en Colombia, abriendo una guerra entre Cárteles y de las mayores campañas de terror y violencia que ha vivido el país en su historia reciente. Si bien las relaciones entre los narcotraficantes y ETA –así como con terceros actores como la mafia calabresa y las FARC– está más que probada, aún hay testimonios contradictorios, interrogantes e identidades secretas en la relación entre la banda terrorista y los Cárteles del narcotráfico.
Nexos entre el terrorismo y el crimen organizado
Los vínculos entre terroristas de ETA y los narcotraficantes no son un hecho aislado, sino un todo un fenómeno de nexos entre terroristas y grupos de crimen organizado a nivel global. Previo a exponer la entrada de ETA en el escenario colombiano, conviene contextualizar la relación entre estos actores armados. Pese a existir precedentes anteriores como los que analizamos en el presente artículo, este tipo de sinergias se han reforzado con especial intensidad en los últimos años. Así pues, la cooperación entre terrorismo y crimen organizado se debe a la evolución del sistema internacional, a sus similitudes y la capacidad multiplicadora y aventajada que les proporciona la colaboración entre ambos.
En cuanto a la evolución del sistema internacional, contamos con un panorama en el que han proliferado multitud de actores armados no estatales, a la par que se han ampliado las capacidades de producción ilícitas en mercados clandestinos (Marrero, 2017). Del mismo modo, los grandes avances internacionales en la lucha contra la financiación ilícita de grupos armados les han hecho buscar nuevas fuentes de enriquecimiento, lo cual les ha llevado al pragmatismo de la colaboración (Ibid., 2017). Todo ello, sumado a la descentralización y deslocalización de los grupos criminales y terroristas –que hace a distintos fenómenos violentos encontrar ventajas de producción y distribución de mercancías ilícitas–, han permitido crear un entorno idóneo para que dicha cooperación se produjese. Además, tanto grupos terroristas como organizaciones del crimen organizado tienen características comunes, como pueden ser el uso de la violencia física y psicológica, representan amenazas asimétricas, pueden llegar a suplir las funciones de servicios e infraestructuras que un gobierno nacional no es capaz de brindar a sus ciudadanos, necesitan recursos materiales comunes y usan técnicas violentas como la extorsión o el asesinato, entre otas consideraciones (Sanderson, 2004).
En la actualidad, de estas confluencias entre terrorismo y crimen organizado se pueden destacar la red global de financiación ilícita de Hezbolá, el tráfico ilegal de tabaco en el norte de África liderado por AQMI (Marrero, 2017), el contrabando de armas de Al-Shabaab en el Cuerno de África, la venta ilegal de petróleo, obtenida de pozos sirios, a manos de Daesh (International Crisis Group, 2022) o las grandes rutas de narcotráfico en el continente africano lideradas por grupos yihadistas de la zona (Aguilera, 2022). Todos estos casos corresponden a nexos recientes entre crimen organizado y terrorismo, un fenómeno cuyos precedentes los encontramos en décadas anteriores como, por ejemplo, los vínculos de ETA con los Cárteles del narcotráfico colombiano.
Terrorismo y narcotráfico se encuentran en Colombia
En la década de los ochenta, Pablo Escobar quiso dar un salto cualitativo a su estrategia de terror y violencia contra el Estado colombiano. En aquellos años, el narcotraficante estaba fascinado por los atentados con coches bomba de ETA, que tantos muertos dejaron en España (Ceberio, 2018), y quería incorporar dicha técnica de explosivos a su guerra contra la extradición en Colombia, algo que también quería el Cártel de Cali. Así, la aspiración de Pablo Escobar se cumplió gracias al encuentro de uno de sus capos encarcelados en España con “Miguelito”, por un lado, y a los contactos de etarras con sicarios del Cártel de Medellín en Colombia.
No obstante, en enero de 1988, sus enemigos del Cártel de Cali se adelantaron al usar por primera vez el carro bomba -como allí lo denominan-, precisamente, contra el propio Escobar. Con un coche cargado con 700 kilogramos de dinamita atentaron, a distancia, contra el Edificio Mónaco: la residencia familiar del narco. La onda expansiva fue tal que alcanzó a destruir construcciones aledañas a la edificación principal y a dejar parcialmente sorda a la hija de Escobar, que se encontraba en el octavo piso. A pesar de ello, no sería hasta dos meses después del ataque, en marzo de 1988, que el Cártel de Medellín usase por primera vez esta táctica terrorista, concretamente contra el periódico El Colombiano.
Por su parte, la versión del Cártel de Medellín y su uso de los coches bomba se basa en el testimonio de Popeye, la mano derecha de Pablo Escobar y quien coordinó 3.000 asesinatos. El líder de los sicarios del Cártel de Medellín aseguró que pagaron 500.000 dólares a ETA para aprender a atentar con explosivos a control remoto. Con esta técnica terrorista, los sicarios de Escobar atacaron así 250 veces en Colombia, consiguiendo un alto impacto mediático internacional, además de sembrar el terror internamente en el país. La emulación de la operatividad terrorista les daba no sólo un mayor impacto de violencia física, sino que conseguía influir en la psique y percepción de la población. Así, de entre los muchos atentados con explosivos a control remoto, hemos seleccionado dos ejemplos muy relevantes para la historia de Colombia.
Uno de los atentados más letales e impactantes del narcoterrorismo colombiano fue en 1989 contra el candidato presidencial César Gaviria. Mediante la colaboración con paramilitares y la técnica brindada por ETA, el Cártel de Medellín colocó explosivos con temporizadores en la aeronave en la que se suponía que volaría Gaviria (Reyes, 2021). A los cuatros minutos de vuelo, el avión Avianca 203 estalló y 110 civiles murieron en el atentado, sin que el candidato presidencial se encontrase a bordo (Ibid., 2021); convirtiéndose en uno de los ataques más recordados de los sicarios del narcotraficante Pablo Escobar.
Una semana después, el mismo Cártel de Medellín hizo explotar un autobús con 500 kilos de dinamita en la sede del Departamento Administrativo de Seguridad, ahora reconvertido en el Departamento Nacional de Inteligencia (Cortés, 2012). Este atentado contra el antiguo servicio de inteligencia colombiano, dejó 63 personas asesinadas y más de medio millar de heridos (Ibid, 2012). Una vez más el mensaje de Escobar, con estos atentados, fue potente: haría lo que fuera en su guerra contra el Estado.
Quién era “Miguelito”, el artificiero etarra del narcotráfico colombiano
Estos lazos descritos entre ETA y Pablo Escobar están, además, respaldados por informes de la inteligencia estadounidense y española (Otto, 2016). Una relación que también avalan los testimonios de Javier Peña, agente de la DEA, Popeye, el principal sicario de Escobar, y Roberto Escobar, hermano del narcotraficante. Aún así, la identidad del etarra (apodado como “Miguelito”) que enseñó a Pablo Escobar a fabricar coches bomba, cómo murió y quién lo mató sigue siendo una de las grandes incógnitas de la relación entre ETA y el narcotráfico colombiano.
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