El golpe de Estado en Níger ha puesto en marcha una serie de dinámicas que han colocado a diversos actores de la región en rumbo de colisión. Con motivaciones de carácter interno, pero con ramificaciones que van más allá de las propias fronteras nigerinas e, incluso, regionales, nos encontramos ante un conflicto multidimensional con su fase inicial en curso. Juntas militares, gobiernos civiles, potencias regionales e internacionales, con efectivos sobre el terreno, incluso mercenarios de Wagner, grupos yihadistas, bandas criminales y una población castigada de la que es difícil entrever hacia dónde van sus preferencias más allá de su propia etnia o comunidad y que, en no pocas ocasiones, se ve obligada a desplazarse por la violencia o la falta de recursos. Actores, con sus agendas que ya interactuaban y chocaban antes habrán de hacerlo en un nuevo y más complejo -si cabe- escenario, marcado por el golpe militar en Níger.
“Escribo esto como un rehén. Níger está siendo atacado por una junta militar que intenta derribar nuestra democracia, y yo sólo soy uno de los cientos de ciudadanos que han sido arbitraria e ilegalmente hechos prisioneros (…) Si este golpe tiene éxito, tendrá devastadoras consecuencias para nuestro país, nuestra región y el mundo entero.” Son palabras del depuesto presidente de Níger, Mohamed Bazoum, escritas a principios de agosto, apenas unos días después del golpe militar que le aparta del poder[1].
Al más puro estilo pretoriano, al final del día del 26 de julio, la Guardia Presidencial toma el complejo de edificios de gobierno y retiene al mandatario en su residencia privada, situada junto al Palacio Presidencial. El autodenominado Consejo Nacional para la Salvaguarda de la Patria declara depuesto a Bazoum, suspende la Constitución y disuelve todas las instituciones estatales. Apenas día y medio después el general Abdourahamane Tchiani, mando supremo de la Guardia Presidencial, se declara presidente del país y suspende todas las actividades políticas[2].
Esto podría haber quedado en una mera asonada militar, pero el apoyo otorgado a los golpistas por oficiales de alto rango de diferentes ramas de las fuerzas armadas nigerinas convierte un posible fracaso en un éxito inicial, con la imagen de un frente unido y un golpe de Estado de altos mandos, en mayor medida que en Mali o Burkina Faso.
El mal gobierno, el pobre desempeño económico, y el aumento de la inseguridad en el país son los motivos aducidos por la junta militar para dar el golpe, el quinto en Níger desde su independencia y el séptimo en la región en los últimos años (una zona con estados frágiles y vulnerables, marcada, por tanto, por la inestabilidad y la conflictividad). Sin embargo, más allá de que la realidad se ajuste en mayor o menor medida a la justificación dada, se pueden encontrar otras razones, menos públicas, pero que han podido tener también su peso a la hora de tomar la decisión de actuar contra el Gobierno legítimo nigerino.
Aparte de cuestiones étnicas del presidente (perteneciente a la minoría árabe frente a otras mayoritarias entre los militares, como los hausas, lo que afecta directamente a las lealtades) y su cercanía a la potencia colonial, Francia, se encuentran las personales de los propios altos mandos. El actual nº 2 de la junta, el general Salifou Modi, fue destituido fulminantemente al frente del Estado Mayor en abril, tras una visita a Mali y ser recibido por su presidente[3] y también, poco antes del golpe, eran conocidos los movimientos de Mohamed Bazoum para destituir de su puesto al mando de la Guardia Presidencial al general Abdourahmane Tchiani, nº 1 de la junta militar y jefe de Estado en estos momentos. Y no eran los únicos altos mandos cuyos puestos estaban amenazados por el presidente nigeriano o consideraban que se les estaba apartando del poder. Sin duda, el miedo a perder el cargo con la posición y beneficios que conlleva, puede encontrarse fácilmente entre las razones para dar el golpe y para apoyarlo[4].
Pero, más allá de los personalismos, se venía observando en Níger una creciente oposición militar a la política seguida por Bazoum en la lucha contra la creciente amenaza de los grupos yihadistas. Una política centrada en el apoyo de fuerzas internacionales como las francesas y estadounidenses (con gran oposición también entre el Ejército y la ciudadanía a su presencia en territorio nigerino) y en la combinación de los ataques con las negociaciones.
Mientras, los altos mandos militares, aparte del temor a la pérdida de poder frente a contingentes extranjeros, se muestran más partidarios de una línea de “mano dura”, sin ningún tipo de contemplaciones con los yihadistas[5]. Un camino que coincide con los tomados por Mali y Burkina Faso y que, con la junta militar, coloca a Níger en la órbita del apoyo en materia de seguridad de Rusia. De hecho, se ha pedido ayuda de forma oficial a los mercenarios del Grupo Wagner, desplegados ya en el vecino Mali[6].
Esto entronca con el aspecto más geopolítico del golpe de Estado en Níger, en el que encontramos: intereses franceses y europeos en la minería de uranio (y otros recursos) nigerina, botas sobre el terreno francesas y estadounidenses con ojos y oídos en la zona en el último gran bastión, y último aliado junto con Chad, en la lucha militar contra el avance del yihadismo (tras la expulsión de Mali) y de la influencia de Rusia en la Francáfrica, antiguo dominio colonial francés, ahora con cada vez mayor presencia rusa y china, en medio de un creciente sentimiento anti-francés también entre la ciudadanía. Todo ello, sin olvidar el crucial papel de Níger en la cooperación con la Unión Europea de cara al control de los flujos migratorios de África a Europa, como país de tránsito de miles de migrantes[7]. Es decir: intereses, yihadismo, Rusia y migración.
Así pues, tenemos un conflicto pluridimensional en su fase inicial, cuya evolución se apunta aún incierta, y con una miríada de factores internos, regionales e internacionales que en estos momentos configuran las alianzas y los bandos enfrentados. Todos ellos en el marco de la organización regional que puede jugar un cierto papel, la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental).
Se configuran las alianzas
En palabras de la ministra de Asuntos Exteriores de Senegal (país miembro de la CEDEAO), Aissata Tall Sall, el golpe de Estado en Níger “es un golpe de más” en la región “y ya es hora de detener los golpes militares”[8]. La CEDEAO reacciona con una contundencia no exhibida hasta el momento. Aparte de imponer sanciones, el organismo se muestra dispuesto a utilizar todos los medios a su alcance para reponer el poder civil nigerino con el presidente Bazoum a la cabeza, sin descartar el “uso de la fuerza”, y da un ultimátum de una semana a la junta militar nigerina, que termina el domingo 6 de agosto[9].
Una respuesta que se entiende en el marco regional si se tiene en cuenta que los sucesos de Níger han ahondado la grieta que ya estaba abierta en la CEDEAO tras los golpes militares de Mali, Burkina Faso y Guinea, y que termina de fracturar la institución en dos bandos enfrentados: regímenes y gobiernos civiles, elegidos más o menos democráticamente, por un lado, y dictaduras militares resultado de golpes de Estado, por otro. Siempre teniendo en cuenta que los estándares democráticos de la zona no se encuentran precisamente en lo más alto de la tabla, ni entre los líderes golpistas hay ningún Thomas Sankara.
La Comunidad Económica de Estados de África Occidental se crea con el Tratado de Lagos en 1975, revisado más tarde en Cotonú, en 1993, y la forman quince países: Benín, Burkina Faso (suspendido tras el golpe militar), Cabo Verde, Costa de Marfil, Gambia, Ghana, Guinea (suspendido tras el golpe militar), Guinea-Bisáu, Liberia, Mali (suspendido tras el golpe militar), Níger (suspendido tras el golpe militar), Nigeria, Senegal, Sierra Leona y Togo. Su objetivo fundamental es la unión económica, impulsar la cooperación e integración en aras de un mayor y mejor desarrollo y el mantenimiento de la paz, estabilidad y seguridad en la región. Es aquí, donde se pueden desplegar fuerzas a petición de un determinado país (conformadas por tropas de los estados miembros que lo dispongan). No es la primera vez que la CEDEAO realiza una intervención en algún país miembro, ya lo hizo en Liberia y Sierra Leona en los años 90, en Costa de Marfil en 2010-2011 y en Gambia en 2017, para restaurar la democracia. Sin embargo, la de Níger, esta vez sí por primera vez, se lleva a cabo sin el consentimiento de Niamey y, además, sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU[10].
A este respecto, como se mencionaba más arriba, no todos los países que pertenecen a la organización están en el mismo bando ni opinan igual ni están dispuestos a comprometerse al mismo nivel, es decir, entre los que rechazan el golpe militar en Níger no hay un consenso mayoritario.
Apenas unos días después de hacerse con el poder en Niamey, el nº 2 de la junta militar, el general Salifou Modi, se pone en contacto con los militares en el poder en los vecinos Mali y Burkina Faso en busca de apoyo y colaboración. Precisamente, en la visita a Bamako es donde oficializa su petición de apoyo al Grupo Wagner, ya con presencia en Mali[11]. Tanto Bamako como Uagadugú afirman que consideran la intervención en Níger como “una declaración de guerra” contra ellos. Guinea rechaza también una intervención militar, aunque no ha demostrado la misma contundencia en la respuesta que los dos anteriores ni disposición a involucrarse en un conflicto bélico regional.
Mientras, el presidente de Nigeria, el país más poblado y la economía más grande de la región, que preside la CEDEAO, lidera a los que están dispuestos a intervenir militarmente en Níger contra la junta militar, que incluye a estados como Benín (que, no obstante, ha abogado por una vía diplomática de solución del problema), Costa de Marfil y Senegal. Una intervención cuyo plan de acción ha sido consensuado entre los jefes militares de la CEDEAO, reunidos en la capital nigeriana, Abuja[12]. «En esta reunión se trabajaron todos los elementos de una posible intervención, incluidos los recursos necesarios, pero también cómo y cuándo vamos a desplegar la fuerza», afirma a la AFP el comisionado de Asuntos Políticos y Seguridad, Abdel-Fatau Musah, en el encuentro[13]. Hasta el momento, a 8 de agosto, se sabe que se trataría de 25.000 soldados de Nigeria, Costa de Marfil, Senegal y Benín. La mitad de ellos y el comandante de la fuerza conjunta (un general de división) serían nigerianos[14].
Así pues, sobre el mapa de toda el área, las posiciones se dibujan así:
Más allá de la CEDEAO, por las distintas cuestiones mencionadas más arriba en este artículo, se considera a potencias como Francia y Estados Unidos favorables a la intervención militar regional en Níger. Ahora, hasta este momento, 8 de agosto, no está claro cuál será su participación ni en qué grado. Entre otras consideraciones, tanto París como Washington parecen tener en cuenta la ola de sentimiento anti-occidental (sobre todo anti-francés, antigua potencia colonial) que inunda la zona entre los ciudadanos de los diversos países del área y su posible impacto sobre las posiciones que mantienen en Níger. Por ahora, Estados Unidos opta por la vía diplomática para revertir el golpe y poner en marcha una transición hacia un gobierno civil en el país.
También fuera de la CEDEAO tiene peso la postura de Argelia, potencia magrebí que comparte una frontera sur de casi 1.000 kilómetros con Níger, y que se opone frontalmente a cualquier operación militar contra Niamey (el vecino Chad, también). El presidente, Abdelmadjid Tebboune, afirma que una intervención sería «una amenaza directa» para su país. «No habrá solución sin nosotros», añade, y deja entrever, así, su temor de que una intervención militar «incendie todo el Sahel”[15], cuando sus fuerzas de seguridad se enfrentan ya en el sur a grupos yihadistas, bandas criminales y a redes de inmigración ilegal. Sin duda, Tebboune también tiene en mente cómo la inestabilidad creada en la región por los últimos acontecimientos y su posible desarrollo afectará al proyecto de gasoducto transahariano, que debería unir en un futuro Nigeria con Argelia, atravesando Níger[16].
Algunas razones a favor y en contra de la intervención militar
Una conjunción de objetivos a conseguir, intereses a mantener y modus operandi convierte en aliados naturales a las juntas militares de Mali, Burkina Faso y, ahora, Níger. Todos en la creciente órbita de influencia de Rusia en la región, por similares razones, y más cercana a su convicción en materia de seguridad interna y en la forma de actuar “necesaria” con respecto al yihadismo en sus respectivos países que otras aproximaciones, sobre todo, occidentales.
En materia de narrativa, la amenaza de un enemigo externo puede contribuir a ganar legitimidad y cohesión a la junta militar nigerina, lo que beneficia su intento de mantenerse en el poder tras el golpe (y, de paso, también, a las juntas militares de Mali y Burkina Faso). Un ejemplo, el baño de multitudes que se ha dado la junta militar nigerina en Niamey, aunque, en realidad, apenas se sabe el apoyo popular del golpe más allá de la capital:
Del otro lado, los regímenes de naturaleza civil que ven amenazada su estabilidad e, incluso, hasta su propia existencia por la cada vez mayor presencia de juntas militares en el poder en la región. Un ejemplo paradigmático de ello es Senegal, con protestas y problemas políticos internos[17].
Para el 1 de agosto, el Gobierno de Senegal había disuelto el mayor partido opositor y arrestado a su líder, la mayor amenaza para el actual Ejecutivo de cara a las elecciones de 2024, entre otras cosas, por su cantidad de seguidores entre la juventud del país. Se le acusa de llamar a la insurrección, conspirar contra el estado y amenazar la seguridad nacional, entre otros cargos[18].
Con esta situación interna, mirar hacia “otros ejemplos cercanos” y a una mayor inestabilidad en la zona, junto a la posible convicción de que los golpes de Estado en la zona “funcionan” y podrían ser un éxito, dado que, como fichas de dominó, país tras país, se reproducen hechos similares, podría servir de acicate a algunos que pudieran estar pensando en este tipo de acciones y poner en mayores dificultades al actual régimen senegalés. De ahí se entiende su postura clara a favor de la intervención militar, otras consideraciones aparte.
En este bando, sin embargo, el país con mayor peso es Nigeria y es sobre el que debe recaer el grueso de una intervención militar en Níger. Esto no sólo por la envergadura de su Ejército (en torno a 223.000 efectivos, modernos cazas de combate y helicópteros de ataque, por ejemplo) sino, además, por la porosa frontera de más de 1.600 kilómetros que comparten ambos. Nigeria ejemplifica, así mismo, los motivos por los que se justifica la operación militar y, de igual modo, por los que no sería conveniente llevarla a cabo.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
1 Comment