Resulta complicado ser un actor estratégico sin tener antes un proyecto claro. Esto es algo que resulta evidente en el caso de Libia, país sobre el que España no se ha posicionado con claridad hasta el momento, a pesar de la situación que vive el estado norteafricano, asolado por la guerra. En este artículo trataremos de explicar las razones tras la política española, que podríamos definir como de “hacer lo mínimo» mientras se mantiene en un discreto segundo plano tras sus socios europeos, siempre tratando de arriesgar lo mínimo.
“La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas por otros medios”
De la guerra, Carl von Clausewitz
Esta es, quizá, una de las frases más profusamente citadas del brillante militar prusiano del siglo XIX. Quizá se pueda perdonar el lugar común por lo bien que se ajusta a los acontecimientos relacionados con la guerra en Libia a este respecto. Dos bandos enfrentados en un conflicto que es una lucha por el poder y una serie de potencias regionales e internacionales que utilizan el despliegue (o apoyo) militar como herramienta para lograr sus objetivos políticos, estratégicos en este caso, centrados en sus intereses económicos.
El
objetivo político es la meta, la guerra es un medio para
conseguirlo, afirmaba Clausewitz en su gran obra maestra publicada en
1832. Y seguía explicando que no se inicia una guerra, o
racionalmente no debería hacerse, sin preguntarse qué se pretende
obtener mediante dicha confrontación y durante la misma. Lo primero
es su alcance; lo segundo, su objetivo.
Dicho
en román paladino, de qué medios se dispone (o se está dispuesto a
usar), con qué alcance y para lograr qué objetivos. Siguiendo con
esta lógica, a mayor interés o importancia del objetivo a
conseguir, más disposición tendrán los decisores políticos a
utilizar más medios y/o de mayor envergadura, y a implicarse más.
Y
aún hay que tener en cuenta una cuestión adicional en lo que atañe
a España. La posibilidad de que la evolución de los acontecimientos
en la arena militar sea uno de los factores que pueda influir, de una
manera u otra, directa o indirectamente y en mayor o menor medida, en
los posicionamientos políticos a adoptar al respecto. Mediante el
cruce de estas variables, este artículo pretende arrojar algo de luz
para entender mejor dónde se sitúa España en lo que al conflicto
libio se refiere. Siempre sin perder de vista la cantidad de factores
que quedan fuera de este análisis y obviados por cuestión de
espacio, sobre todo.
Un interés estratégico: el petróleo
Pocas
dudas caben a día de hoy en torno a la relevancia del papel que
juega Libia en la esfera internacional. Desde luego, en la europea,
seguro. Y en la española, también. Actualmente, Libia es el país
con las mayores reservas confirmadas de hidrocarburos en África. Se
localizan, principalmente, en la cuenca del Sirte, a la que se suman
las de Ghadames, Tripolitania, Cyrenaica, Kufra y Murzuq1.
En esta última, Murzuq, situada al sur de Libia, se encuentra el mayor yacimiento petrolífero del país, Al Sharara. Este campo está operado por la Compañía Nacional de Petróleo (NOC), dependiente del GNA (Gobierno de Acuerdo Nacional), junto a un conglomerado de empresas internacionales entre las que se encuentra la española Repsol. La propia entidad señala la relevancia de Libia en su estrategia de crecimiento en los últimos años2:
Pero,
¿qué porcentaje del total de las importaciones de petróleo
españolas supone el crudo libio? Según los datos aportados por
Cores (Corporación de Reservas Estratégicas de Productos
Petrolíferos)3,
dependiente del Ministerio de Transición Ecológica, en
2019: Nigeria (16,9% del total) es el principal origen del crudo
importado, seguido de México (14,2%) y Libia (12,8%), que aumenta un
19,6% con respecto al año anterior, 2018. Este año destacan los
incrementos de las importaciones de Venezuela (+265,2%), Estados
Unidos (+97,6%) y Noruega (+41,9%).
Con
solo un vistazo rápido a este gráfico, se puede ver que las
importaciones españolas de crudo están bastante diversificadas. Es
lógico pensar que en un intento por evitar dependencias estratégicas
de un país o de un pequeño grupo de ellos, sobre todo, dado el
creciente grado de inestabilidad, volatilidad e incertidumbre en el
entorno de los exportadores y productores.
También
se aprecia que nuestros socios preferentes en materia de compra de
petróleo son Nigeria y México. No obstante, el aumento del
porcentaje libio se entiende por la reanudación, en marzo del año
pasado, de las operaciones en el yacimiento de Al-Sharara. Algo que
ha cambiado drásticamente a principios de este 2020 con el cese de
la actividad consecuencia de las órdenes del mariscal Haftar.
Así
las cosas, un nuevo descenso en la importación del petróleo
procedente de Libia se puede compensar con el crudo de otros países,
como, por ejemplo, EE.UU. o Venezuela, cuyo porcentaje de compra ya
se ha incrementado los últimos meses. De este modo, encontramos un
interés estratégico, sí, con cierta relevancia, también, pero no
es una cuestión de vida o muerte. Hay oferta de petróleo en el
mercado suficiente como para no incurrir en desabastecimiento solo
por el cese de operaciones en Libia, habría que añadir bastantes
más factores.
Así
pues, un interés relativo que no supone ninguna necesidad imperiosa
de adoptar una posición política clara en torno al enfrentamiento
en territorio libio entre el GNA y el LNA (Ejército Nacional Libio).
El primero, el Gobierno apoyado por la ONU, en cuyas manos está la
NOC, que ha operado hasta enero pasado el yacimiento de Al-Sharara y
el Banco Central, organismos mediante los cuales se financia gracias
a la venta del petróleo y, además, suministra electricidad a la
zona bajo su control en el oeste del país.
Y,
el segundo, el LNA, un actor no sólo a tener en cuenta sino con el
que, además, hay que negociar. Tiene estrechas relaciones con
gobiernos importantes, en sus manos está de
facto un porcentaje
de entre el 80% y el 90% de la infraestructura relacionada con el
crudo libio, incluido Al-Sharara, y cinco de los puertos que utiliza
el país para la exportación: Brega, Ras Lanuf, Hariga, Zueitina y
Sidra, pero con escaso o nulo acceso a las ganancias provenientes de
la venta del petróleo.
Y
a todo ello hay que sumar la dificultad de articulación de una
postura clara debido al giro de los acontecimientos sobre el terreno,
a la evolución de las conquistas bélicas realizadas, sobre todo,
por el mariscal Haftar, al menos en los últimos meses. Un repaso a
algunos de los hechos acaecidos en el yacimiento petrolífero de
Al-Sharara aclaran bastante esta afirmación:
Un
importante recurso para el país operado por uno de los bandos en
conflicto (GNA) con varias empresas internacionales, entre ellas,
Repsol, pero, de facto, en manos del otro bando (LNA) y, entre
medias, su seguridad amenazada por milicianos armados contra los que
solo parecen mostrarse eficaces los partidarios de Haftar, al menos,
hasta ahora. Y, todo, unido al cese de las operaciones petrolíferas
en la práctica totalidad del país a día de hoy y al cierre de
cinco de sus puertos por parte del mariscal Haftar. Actualmente, éste
es el aspecto que tiene el mapa de situación del conflicto en Libia:
Con
este panorama, y ante posibles nuevos cambios de escenario futuros,
una de las opciones políticas que se vislumbra es la de un perfil
bajo, cercano a la neutralidad. Entonces, ¿cuál es la posición
política manifestada expresamente por las autoridades españolas con
respecto al conflicto libio?
El
10 de marzo de 2019, mediante un comunicado oficial del Ministerio de
Asuntos Exteriores, con motivo de la reapertura del yacimiento
petrolífero de Al-Sharara, su
puesta a disposición para ser operado por parte de la Compañía
Nacional de Petróleo (NOC) y el restablecimiento de la actividad
productiva, encontramos un posicionamiento claro del Gobierno español
que defiende la “autoridad legítima del Gobierno de Acuerdo
Nacional” (GNA):
Apenas
unas semanas después tiene lugar uno de los giros drásticos de
acontecimientos sobre el terreno que sacude el statu
quo preponderante
en Libia hasta ese momento: el 4 de abril de 2019, el LNA del
mariscal Haftar inicia su operación militar sobre la capital del
país y feudo del GNA, Trípoli. Desde entonces, la postura oficial
española se resume de la siguiente manera, tal y como se refleja en
este fragmento del texto publicado por el Departamento de Seguridad
Nacional, dependiente del gabinete de la Presidencia del Gobierno, el
17 de abril de 20194:
“El Gobierno de España tras lamentar la existencia de víctimas en
Trípoli hizo un llamamiento al cese inmediato de la ofensiva sobre
la capital. Del mismo modo, pide a todas las partes que eviten una
escalada militar y solicita una tregua humanitaria. España reitera
su apoyo a la labor del Representante Especial de Naciones Unidas
para Libia y apela al regreso de todos los actores al diálogo
político y a descartar definitivamente la vía militar como solución
a la crisis del país”.
A
partir de ahí y hasta principios de este 2020, aparte de la
repetición de los llamamientos al cese de las hostilidades y del
apoyo al enviado especial de Naciones Unidas, mutismo absoluto al
respecto. Conviene destacar en el caso español que, a esta
situación, complicada, como poco, se une la circunstancia de
“interinidad” del Ejecutivo el año pasado, con el Gobierno “en
funciones”.
Así
las cosas, la posición española se ha enmarcado en un segundo plano
dentro de la Unión Europea y nunca desde el liderazgo en la
actuación. Como, por ejemplo, la participación bajo el paraguas de
la operación EUNAVFORMED Sophia5.
Ahora, tras el acuerdo alcanzado el 17 de febrero para la puesta en
marcha de una nueva misión destinada al control del embargo de armas
a Libia, todo apunta a que la posición española a este respecto no
va a sufrir ningún cambio drástico, al menos, por el momento.
No
obstante, por razones obvias, España tiene interés en estabilizar
la zona, ya que semejante foco de inestabilidad en nuestra vecindad,
en el Mediterráneo, no es algo deseable. Eso aparte del provecho que
han sacado del caos en Libia organizaciones yihadistas como Al Qaeda
o Daesh, el problema del tráfico de armas y el de personas hacia
Europa y, por supuesto, el peligro que supone una posible extensión
del conflicto a los países vecinos, como señala el Departamento de
Seguridad Nacional6.
Llegados
a este punto, aún hay otro aspecto del conflicto libio que no hemos
mencionado. Afecta a la definición de la postura de España desde un
punto más tangencial. Sin embargo, su extraordinaria relevancia a
día de hoy requiere de su tratamiento en este texto, porque lo
mencionado hasta ahora no sólo no son los únicos aspectos, ni
siquiera, probablemente, los principales. Como diría el expresidente
estadounidense Bill Clinton, el meollo de la cuestión…
…”no es el petróleo, es el gas, estúpido”
El
profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona y
Subdirector de Global Strategy, Josep Baqués, lo resume de forma
clara: “Libia es la víctima propiciatoria de un nuevo cuadro de la
distribución de poder en el Mediterráneo”7.
La
entrada de Turquía en el conflicto libio, tras la firma, a
principios de diciembre de 2019, del acuerdo sobre fronteras
marítimas y extracción de gas con el GNA (un documento que engloba
también cuestiones en materia de cooperación militar y de
seguridad) mete de lleno a Libia en la encarnizada lucha por el
pastel del gas en el Mediterráneo, y más allá.
No
es materia de este artículo entrar en la geopolítica del gas en el
Mediterráneo, ya se ha escrito con profusión sobre el tema, pero sí
lo es situar a España en este contexto, relacionado ahora con el
conflicto libio o, al menos, intentarlo. Para empezar, dentro del
marco europeo, este convenio entre Turquía y el GNA libio ha
enfriado el apoyo anterior al Ejecutivo de Trípoli y la UE ha
manifestado su solidaridad a Grecia en contra del mismo. Lo que
parece inclinar la balanza europea a favor de Haftar.
Un
vistazo rápido a las estrategias a medio plazo de las dos grandes
corporaciones del ramo de los hidrocarburos en España, como son
Repsol y Cepsa, nos deja clara la relevancia del gas natural como
fuente de energía en un futuro no demasiado lejano. En su estrategia
2018-2020, Repsol hace referencia al papel clave del gas en el actual
marco de transición energética8.
Por
su parte, Cepsa sostiene que las energías renovables y el gas
natural dominarán el crecimiento en la generación de electricidad
para 2030 (que, además, será la clara ganadora entre las fuentes de
energía de los próximos años con un 20% del total) y que el
petróleo desaparecerá de la ecuación. Las renovables supondrán
más de la mitad de este incremento total en los próximos 15 años,
debido a la penetración sin precedentes de la energía eólica y la
solar. El gas natural ocupará el segundo puesto tras ellas9:
La
cosa varía en lo que a la demanda primaria de energía se refiere.
Para Cepsa, los combustibles fósiles, sobre todo el petróleo,
mantendrán su liderazgo para 2030. No obstante, el gas natural es la
fuente que más rápido crece10.
Las
empresas parecen tenerlo claro, y numerosos gobiernos, también.
Máxime tras el Pacto Verde Europeo, que eleva a rango de política
comunitaria la descarbonización de la energía, entre otras cosas.
Como señala el investigador del Real Instituto Elcano, Gonzalo
Escribano11:
“el elemento clave consistirá en el recorrido que finalmente tenga
el Pacto Verde Europeo y sus implicaciones geopolíticas, con lo que
la transición energética entrará por primera vez en la agenda
exterior de la UE al mismo nivel que las preocupaciones relativas al
régimen fósil”.
En
este marco, en el que se busca una reducción drástica de
importaciones de combustibles fósiles12,
fieles al estilo europeo tradicional, cada país toma su propio
camino alternativo, a su manera. Pero no sólo se trata de intereses
nacionales diferentes, sino que, además, estos compiten unos con
otros en el ámbito estratégico: Francia, que aspira al liderazgo
europeo en la lucha contra el Cambio Climático y la transición
energética (manteniendo parte de la importancia de la energía
nuclear y apostando por las renovables)13,
el Norte de Europa (Alemania) con el Sur (España e Italia) por
convertirse en centro de referencia gasístico (gas
hub) y, al mismo
tiempo, España e Italia por ser gas
hub en el
Mediterráneo.
Italia
orientándose hacia gasoductos del Norte de África, Rusia, El Caspio
y el Mediterráneo Oriental. Mientras que España se centra en su
extensa flota de plantas LNG, suministro variado (incluyendo América)
y dos gasoductos desde Argelia14
(el MedGaz y
el Gasoducto Magreb-Europa que conecta los yacimientos argelinos con
España a través de Marruecos),
para convertirse en un país de tránsito energético para las
exportaciones a otros países desde y hacia el Norte de África.
La
situación de las importaciones de gas en datos de 2017:
De
este modo, de materializarse el proyecto de gasoducto EastMed desde
Israel a Chipre, Grecia e Italia, las aspiraciones italianas
mejorarían (precisamente, el acuerdo turco-libio de aguas
territoriales busca obstaculizar esta opción). Por su parte, España
apuesta por el gasoducto MedGaz desde Argelia (cuya construcción
lidera Cepsa15).
Una opción que considera mejor, ya que evita las tensiones generadas
en el Mediterráneo Oriental y mejora sus esperanzas de ser gas
hub frente a
Italia. España también juega la baza del suministro procedente de
América como una fuente con poco riesgo que mejora el perfil-riesgo
de la importación de gas española16.
Sin
embargo, el gas se ve como un complemento, un apoyo necesario ante
las intermitencias estructurales de la fuente prioritaria. En el
documento de Estrategia Europea de Seguridad Energética de 2016 se
apunta a las renovables como el instrumento principal para reducir la
dependencia energética17.
(Continúa…) Estimado lector, este artículo es exclusivo para usuarios de pago. Si desea acceder al texto completo, puede suscribirse a Revista Ejércitos aprovechando nuestra oferta para nuevos suscriptores a través del siguiente enlace.
Be the first to comment