El 15 de abril estalla la violencia en las calles de la capital sudanesa, Jartum. La tensión creciente acumulada durante los meses anteriores entre los dos generales al mando del país africano desemboca en combates que, con el paso de los días se extienden por todo Sudán. Por un lado, el número 1 del Gobierno militar, el general de las Fuerzas Armadas sudanesas Abdel Fattah al-Burhan y, por el otro, el máximo líder de la poderosa milicia Fuerzas de Apoyo Rápido, el también general Mohamed Hamda Dagalo “Hemeti”. Un enfrentamiento con potencial para convertirse en un conflicto regional con intervención además de potencias globales, porque ambos generales tienen grandes apoyos externos.
Justo el mes en que se cumple el cuarto aniversario de la expulsión del poder de Omar al-Bashir, cerca de 30 años dictador de Sudán (1993-2019), el país se encuentra de nuevo inmerso en una profunda y peligrosa crisis. Una situación que podría desembocar en un conflicto civil e, incluso, en una guerra regional con intervención de potencias globales[1].
Porque el actual conflicto va mucho más allá de una mera lucha de poder e intereses entre dos generales en la cúpula, ya que ambos tienen poderosos “padrinos”.
Por ejemplo, Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos consideran a Sudán dentro de su esfera de influencia, un miembro más de lo que llaman Oriente Próximo[2], como señala Ahmed Soliman, investigador del grupo de expertos Chatham House en Reino Unido. Apoyaron el derrocamiento de Omar al-Bashir y a las figuras principales que lo llevaron a cabo, como Abdel Fattah al-Burhan y Mohamed Hamdan Dagalo “Hemeti”. El régimen de al-Bashir era más cercano a los Hermanos Musulmanes, Irán, Catar y Turquía. Con su caída, las monarquías del Golfo y Egipto vieron la oportunidad de un nuevo alineamiento e incorporar a Sudán a su órbita. Para lograrlo regaron al nuevo Gobierno de Jartum de al-Burhan y Hemeti con financiación y apoyo militar. Y siguieron haciéndolo incluso tras un nuevo golpe, en 2021, en el que participaron ambos y que hizo descarrilar el proceso hacia un gobierno civil con más tintes democráticos.
El 11 de noviembre de 2021 el jefe del Ejército, al-Burhan, jura como jefe de un nuevo consejo de transición que nombra para dirigir el país, haciendo caso omiso de las protestas internas y la presión externa que llamaban a revertir el golpe. Para el 5 de diciembre de 2022 los partidos políticos sudaneses y la cúpula militar firman un acuerdo para allanar el camino hacia una transición de dos años liderada por civiles hacia unas elecciones. Es en el marco de las negociaciones para poner en marcha ese proceso cuando el 15 de abril de este año estalla un violento desacuerdo entre el número 1 del Ejecutivo, el general al-Burhan, y el número 2, su jefe adjunto, el general Hemeti, de las Fuerzas de Apoyo Rápido, de dramáticas consecuencias para el país[3].
Y, ahora, estos países se encuentran en bandos distintos: Egipto al lado de las Fuerzas Armadas sudanesas y del general Abdel Fattah al-Burhan, presidente del Consejo Soberano de Sudán; y Emiratos Árabes Unidos más cerca de Hemeti, líder de las FAR, organización paramilitar formada en su mayoría por los janjaweed, árabes de Darfur, el segundo al mando en el Gobierno sudanés y uno de los hombres más ricos y poderosos del país, y al que Emiratos ha colaborado en gran medida a consolidarse en el poder.
Aún más allá, hay otros actores involucrados en la arena de Sudán, así mismo con grandes intereses, como Rusia, con operaciones del grupo de mercenarios Wagner, que ha profundizado sus lazos con Hemeti[4].
A países como EE. UU., Israel, Catar y Turquía, también les atañe lo que suceda en suelo sudanés, aunque su influencia sobre el régimen actual es probable que no se encuentre al nivel que pudo llegar a tener en épocas anteriores.
Antes de seguir adelante conviene no olvidarse de los países vecinos, con relaciones presentes y pasadas, tanto económicas como militares, con Sudán. Entre ellos podemos destacar Chad, República Centroafricana, Sudán del Sur, Eritrea, Etiopía o, un poco más lejos, Libia.
Un nuevo golpe: qué ocurre y quiénes son los protagonistas
“Esto no es una guerra entre un ejército y una pequeña rebelión. Es casi como dos ejércitos, bien entrenados y bien armados”, afirma Abdalla Hamdok, ex primer ministro sudanés, apartado del poder en enero de 2022 tras renunciar al cargo al no haber podido formar un gobierno civil, después del golpe militar de octubre de 2021[5].
Un enfrentamiento que llevaba ya tiempo fraguándose y que estalla violentamente el pasado 15 de abril. Al-Burhan, jefe de las Fuerzas Armadas, pide que la absorción de las Fuerzas de Apoyo Rápido de Hemeti por parte del Ejército se haga en apenas dos años. Hemeti insiste que eso nunca sucederá antes de diez años.
Este desencuentro, una auténtica lucha de poder en la cúpula, se produce en el marco de las conversaciones para una transición a un gobierno civil. Pero ¿qué hay detrás? Peter Fabricius, consultor del Institute for Security Studies en Pretoria (Sudáfrica), sostiene que ambos generales firmaron el acuerdo para la transición en diciembre pasado pero que, probablemente, ninguno tenía la intención de cumplirlo, ya que supondría la pérdida de poder y de los amplios beneficios económicos que conlleva[6]. Apreciación con la que coincide el Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED)[7] y a la que añade que ambos generales habían llevado a cabo varios viajes en los meses anteriores a abril, en busca de apoyo externo.
Como se observa en el mapa de ACLED, en apenas una semana de combates, la violencia se concentra en la capital, Jartum, pero se extiende por todo el país, en mayor o menor medida, como puede verse en el siguiente mapa.
Los protagonistas de estos sucesos son principalmente dos: al-Burhan y Hemeti. Pero ¿quiénes son? A continuación, un breve repaso con algunas pinceladas sobre la trayectoria vital de ambos:
Como se veía más arriba en este documento, con las tensiones entre ambos creciendo con el paso de los meses, tanto al-Burhan como Hemeti, número 1 y número 2 de los sucesivos gobiernos tras el derrocamiento de al-Bashir en 2019, han viajado al exterior en busca de apoyo en su afán por mantener el mayor control posible del poder. Y argumentos para conseguirlo no les faltan, precisamente, razones que se desarrollan en el siguiente epígrafe.
Un peón en el juego regional e internacional
La ruptura en el seno de la cúpula de poder en Sudán y el estallido violento que ha tenido como consecuencia se ve con preocupación en su vecino del norte, Egipto. Resulta lógico comprender que un conato de guerra civil en Sudán ponga nervioso al Ejecutivo de al-Sisi que, ya con anterioridad, en su búsqueda de la tranquilidad al sur, había visto al general al-Burhan como una fuerza estabilizadora.
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