Crisis de Ucrania: pasos hacia una guerra

Si hay un tema en el plano internacional capaz de eclipsar las constantes evoluciones de la pandemia creada por el SARS COV2, este es la crisis de Ucrania. Desgraciadamente y siguiendo la tónica no ya de los medios de comunicación de nuestro país, sino de nuestra clase dirigente e incluso nuestra sociedad, pareciera que vivimos ajenos a lo que está sucediendo en el flanco este y a las consecuencias que puede tener para todos nosotros. Y esta falta de atención sobre el tema llama más la atención ante los hechos de las últimas semanas...

La primera pregunta que nos viene a la mente es ¿cómo hemos llegado a este punto?  Y seguramente la siguiente afirmación puede considerarse fuera de la corriente mayoritaria, pero aplicando una expresión popular, la primera respuesta que se nos ocurre es que “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Es obvio que hay acciones y posiciones que son reprochables sin lugar a discusión, como pudieran ser la ocupación de Crimea ola injerencia en la política interior de Ucrania con el intento de creación de una república independiente en el Donbáss. Sin embargo, no se debe ser simplista y hay que indagar en las causas, y mucho más teniendo en cuenta la singularidad de la mentalidad rusa. Porque ese es un punto que a menudo se olvida: no podemos medir los modos de actuación rusos tanto en política interior como exterior con nuestros parámetros. Incluso su concepto de democracia es muy diferente al nuestro. Y eso es algo que se debe tener siempre presente. Probablemente sea el mayor error que ha cometido y reiterado Occidente en los últimos decenios: mirar todo a través del prisma de su propia óptica olvidando la idiosincrasia y particularidades de cada zona o región, y no hay mejor ejemplo que lo sucedido en Afganistán.

Si nos remontamos a finales de los años ochenta, y a la caída del muro de Berlín tal vez encontremos las raíces de lo que hoy sucede. Por un lado, el ego ruso quedo gravemente herido. De ser una superpotencia, bajo cuya órbita controlaba toda una pléyade de naciones paso en un suspiro no solo a perder ese control, sino a sufrir una crisis interna, social, económica y de identidad que aun hoy no ha resuelto totalmente.

Pero en el marco de ese derrumbe, y en las negociaciones que siguieron a la caída del muro y posterior disolución del Pacto de Varsovia se llegó a un acuerdo tácito, no escrito pero que todos entendieron que era válido mediante el cual la Alianza Atlántica se comprometía a no mover sus fronteras hacia el Este llegando a la misma frontera rusa.

Desde un punto de vista objetivo este acuerdo era de sentido común. La OTAN nació en su día con una clara vocación de defenderse o enfrentar a la Unión Soviética, y los recelos de la nueva Federación Rusa ante esta organización eran algo más que justificado.

Sin embargo, poco a poco, con el paso del tiempo y la transformación de las sociedades de los antiguos miembros del bloque del Este, estos países fueron evolucionando hacia sistemas democráticos homologables a los de la Europa Occidental. Y el recuerdo de los años de control soviético mantuvo el temor de un nuevo resurgir del gigante ruso, lo que llevo a esos países, la mayoría de muy pequeño tamaño e incapaces de presentar por si mismos una postura de disuasión creíble ante cualquier reclamación procedente de Rusia a solicitar su ingreso en la OTAN.

Para la Alianza, la tentación de sumar más miembros que aumentaran su fortaleza, así como sus capacidades, tal vez pensando en un futuro con una sola alianza militar mundial hegemónica que permitiera anular y disuadir a cualquier potencial elemento díscolo en el panorama internacional fue demasiado grande y pronto se olvidó ese acuerdo verbal o “pacto de caballeros” con la Federación Rusa. Tal vez pensando que sus posibilidades de recobrar la perdida fortaleza eran algo menos que ínfimas.

Pero Rusia siguió su camino, no exento de problemas y dificultades de todo tipo. Hasta que poco a poco fue encontrando su sitio, asentándose, aceptando su nueva realidad y comenzó a trabajar para seguir su vocación de potencia mundial y de actor principal. Supo buscar nuevas esferas de influencia y trazar políticas y alianzas que poco a poco fueron devolviendo al país a posiciones cercanas a sus aspiraciones.

En el lado opuesto, y como era el temor de Rusia, la OTAN nunca dejo de mirar con recelo hacia el Este. Y a pesar de los innumerables tratados de buena voluntad, de desarme, de control de armamento convencional y nuclear, entre bambalinas siempre revoloteaba la sospecha y la desconfianza mutua, con la novedad de que por el momento Rusia no tenía el poder ni una fuerza equiparable a la OTAN.

Pero según fue avanzando el tiempo y el gigante ruso comenzaba a despertar de nuevo, cada acción de este, medida con los parámetros de occidente era reprobada. Unas veces el reproche quedaba en el plano diplomático y otras se llegaba a la imposición de sanciones. Que no por justificadas habrían de considerarse convenientes, pues el recurso a dichas medidas siempre tiene como pagadores al común de la población. Y eso dio argumentos a la clase dirigente para ir creando una opinión frentista, situando a Europa y occidente en general como los principales responsables de las dificultades económicas y empeñados con un inusitado interés en entorpecer el desarrollo de Rusia.

El sentimiento nacionalista fue afianzándose, volviendo la población en general a sentir el orgullo de pertenecer a una gran nación como Rusia. Y no sólo dentro de sus fronteras, sino que dicho sentimiento germinó también en aquellas zonas donde tras décadas de pertenencia a la URSS se habían concentrado grandes núcleos de población de origen ruso, ya fuera de origen tradicional en la región o bien por desplazamientos producidos en dicha época.

Y con el devenir de los años se llegó a los sucesos iniciados en 2013 en Ucrania y que derivaron en la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea y en el aún existente conflicto del Donbáss.

Evidentemente no hay excusa que justifique el empleo de la violencia y la fuerza militar para ocupar un territorio perteneciente a un país vecino, aun cuando haya posibles razones históricas que justificaran una reclamación de este. Pero no es menos cierto que reducir el problema a una mera disputa territorial sería cuando menos hacerse trampas al solitario.

El verdadero mar de fondo venía producido por la deriva ucraniana que parecía llevarla, como a las repúblicas bálticas y otros países antes a los brazos de la OTAN. Algo que Rusia ni estaba ni está dispuesta a permitir.

Se puede entrar en el juego de las discusiones sobre quien tiene la responsabilidad de la situación a la que se ha llegado o quien a provocado más al adversario. Pero eso ya carece de importancia, es evidente que, en estos asuntos, por lo general, y salvo excepciones como la aparición de un enajenado que llevó a Europa a la Segunda Guerra Mundial, (aunque también se podría hablar de aquellos que no supieron ni quisieron frenarle a tiempo), el reparto de culpas suele estar bastante equilibrado.

La situación hoy es la que es, y no hace presagiar nada bueno. Se acercan nubarrones negros de guerra y sólo queda por dilucidar el momento exacto de su inicio y que alcance tendrá. De todos modos y por duro que parezca, esto es algo que no debería de extrañarnos. Llevamos recorrido el periodo de paz más largo de toda la historia, y esta nos demuestra que las épocas de grandes crisis sean del tipo que sean y de aparente inestabilidad en todos los órdenes, con una sociedad que no sabe muy bien hacia donde va y con una cierta perdida de sus referencias y raíces acaban derivando en un gran conflicto que en cierto modo actúa a modo de “reset” y vuelve a colocarlo todo en su sitio.

Pero centrándonos en el asunto objeto de estas líneas, habrá quien se pregunte: ¿Qué es lo que diferencia la situación actual de otras similares? ¿Por qué en esta ocasión no se trata de nuevo de simples movimientos de presión?

En primer lugar, hay que decir que el movimiento de tropas llevado acabo por Rusia es mucho mayor que en ocasiones anteriores. Se calcula que un 75% de todos sus BTG (Batallion Tactical Group) han sido movilizados. A estos hay que añadir todos los apoyos al combate necesarios, algo que no había sucedido antes, y eso incluye unidades de apoyo de fuego, las correspondientes unidades de defensa antiaérea, ingenieros, equipos específicos para el paso de cursos de agua, limpieza de minas y algo que es un indicador que marca la diferencia: las unidades logísticas necesarias para el sostenimiento de las operaciones de todos los medios anteriormente relacionados.

Como puede deducirse, un despliegue de tal magnitud es excesivamente costoso. Por lo que sólo tiene sentido si lo que se espera lograr con dicha movilización o “amenaza” merece realmente la pena o si de lo contrario piensa utilizarse. Nadie realiza tal despliegue para mostrar músculo y retirarlo sin obtener nada a cambio.

El coste es tal que los analistas consideran que Rusia sólo puede permitirse mantenerlos en sus actuales posiciones hasta principios de verano.

Por lo tanto, a nadie se le escapa que un órdago de estas características sin una verdadera intención de actuar sería un tremendo error, pues si la OTAN decide afrontarlo y aguantar sin responder a las exigencias planteadas y las fuerzas acaban retirándose sin más, el golpe a la moral y a la credibilidad de Rusia sería tremendo.

Pero hay otros indicios que nos muestran que esto es más que una demostración de fuerza. Durante el último mes y medio se ha reportado un notable incremento de los ciberataques a diversas infraestructuras ucranianas, precisamente a aquellas que son críticas para la defensa y que son vitales para poder obtener información para elaborar la inteligencia necesaria para preparar el espacio de batalla ante una intervención armada.

Un capítulo aparte merece el documento con la propuesta de acuerdo lanzado por Rusia la semana pasada. Las exigencias trasladadas por parte de Rusia, que casi tendrían la consideración de un ultimátum son otro claro indicador de sus verdaderas intenciones por inasumibles. Es especialmente interesante lo que establece en su artículo 5:

“Ambas partes se abstendrán de desplegar sus fuerzas armadas y armamento, incluso en el marco de organizaciones internacionales, alianzas militares o coaliciones en aquellas zonas en las que tal despliegue pueda ser percibido por la otra parte como una amenaza para su seguridad nacional, con la excepción de que dicho despliegue sea realizado dentro del territorio nacional de las partes”.

En otras palabras, Rusia exige el derecho a limitar el despliegue de tropas estadounidenses en los países de la OTAN si los rusos se sienten amenazados por ese despliegue. El efecto inmediato sería que, mientras Polonia podría aumentar su fuerza, Estados Unidos tendría que retirarse de Polonia si Rusia se sintiera amenazada, cosa que dice hacer.

Es posible que se diseñe como la base para una negociación, pero está demasiado inclinada hacia el interés ruso como para ser viable para Washington. Otra posibilidad es que sea para consumo interno ruso, mostrando que Rusia se dirige a Estados Unidos como un poderoso igual al que hay que respetar. O puede ser que, tras la respuesta inicial de los estadounidenses a las amenazas rusas de que su sistema bancario se vería perjudicado, los rusos interpreten que Estados Unidos no está dispuesto a responder en Ucrania.

Simplemente no son unas peticiones razonables que puedan establecer un punto de partida para unas negociaciones. Sería como pedirle a Rusia que no desplegara sus misiles de crucero en el Distrito Militar Oeste. Esto nos lleva a concluir que son unas demandas expuestas para que sean rechazadas desde el primer momento. Al mismo tiempo, al haberlas hecho publicas en lugar de realizar una primera aproximación discreta fuera de los focos mediáticos hace que sea mucho más difícil rebajar estas, lo cual lleva a concluir de nuevo que no son más que un pretexto.

Igualmente, y en el plano diplomático, puede decirse que Rusia ha llevado a cabo una jugada maestra al exigir conversaciones bilaterales con EE. UU. Desde el punto de vista ruso, para lograr recuperar el estatus perdido por la Unión Soviética el primer paso es lograr la neutralización de EE. UU. sin recurrir a la opción militar. Y el mejor camino para lograrlo es a través de la neutralización de la OTAN, cuya fuerza militar, aunque importante, es limitada. La idea es simple pero clara, una respuesta militar por parte de Estados Unidos sin la disponibilidad del territorio de los países de la OTAN y sin su apoyo político complicaría enormemente esta opción o sencillamente la haría inviable. La prueba de que EE. UU. es perfectamente consciente de la situación es la respuesta inicial amenazando al Sistema bancario ruso con duras sanciones si desencadena una guerra en Ucrania.

Los estrategas rusos han hecho sus deberes, y juegan sobre el plano de la realidad y no de sus deseos. Antes de dar el primer paso dentro del territorio ucraniano es vital neutralizar también a EE. UU. en el plano político. Y de nuevo el camino pasa por la OTAN. Y aquí Alemania es la clave. Para Alemania, Rusia es proveedor estratégico de energía, y un socio comercial fundamental.  Del mismo modo, la importancia de la OTAN para Europa más que como alianza militar, reside en su papel de elemento aglutinador dentro de Europa. Y dentro de Europa, Alemania es la potencia dominante al menos en el plano económico y en el político, papel al que no quiere ni puede renunciar, y una guerra desde luego no favorece a sus intereses, especialmente en los actuales momentos de crisis, pues indudablemente debilitaría la economía europea.

Por todo la anterior, el documento pone al bloque occidental en una posición incómoda, centrando el problema exclusivamente con EE. UU. Las palabras de Ryabkov respondiendo a las declaraciones de Borrell desprendían un absoluto desprecio hacia su figura y hacia la UE. Si EE. UU. aceptara este formato sacando de la ecuación al bloque europeo esto crearía tensiones entre Washington y Bruselas, y si lo rechaza Rusia le culpará de no querer una salida dialogada. Por lo que sea cual sea la respuesta Moscú obtendrá una victoria.

Otro factor que nos indica la búsqueda forzada de una situación que justifique como única salida que la intervención armada es la urgencia de las demandas planteadas. En cualquier situación, unas exigencias de tal calado no sólo se sondearían discretamente al inicio, sino que las discusiones para alcanzar un consenso llevarían cuando menos meses. En este caso las demandas vienen acompañadas de una petición urgente de respuesta, algo que Rusia sabe imposible. Pero de nuevo sitúan la pelota en el tablero opuesto.

Y la retórica empleada es desde luego la menos adecuada si lo que se busca es crear un clima para la negociación. Cada declaración parece más subida de tono que la anterior y con un matiz más amenazante, dejando siempre entrever que se está dispuesto a tomar otro tipo de medidas. Esto desde luego no parece lo más adecuado si lo que se busca realmente es una desescalada.

Pero tal vez lo más preocupante son los eventos de los últimos días, que parecen encaminados a crear una excusa lo suficientemente sólida que acompañen a la negativa a cumplir las exigencias. Es decir, el clima perfecto para justificar la invasión de Ucrania. Para ello ha puesto en marcha una completa campaña INFOOPS con la participación no sólo de miembros del gobierno realizando declaraciones cuando menos estrambóticas, sino que están colaborando toda clase de medios afines difundiendo noticias de lo más “sorprendentes” como la supuesta presencia de contratistas de defensa de EE. UU. introduciendo en Ucrania materiales químicos por el momento desconocidos. De esta forma se contribuye a crear entre la población afín un clima de temor frente a Europa y EE. UU. que le conduzca a justificar la intervención. Y en paralelo esta campaña se está ejecutando al otro lado de la frontera, diseminando todo tipo de “fake news”, creando confusión y movilizando a grupos afines de la izquierda europea que se encargan de difundir la idea de las simpatías del gobierno ucraniano con postulados extremistas, tildándolos de simpatizante de movimientos neonazis. Y todo ello con el fin de sembrar la semilla de la comprensión hacia la invasión o de posicionamiento a favor de dejar en problema circunscrito a Ucrania.

En paralelo a todo lo anterior, hay otra serie de razones que sustentan la urgencia del Kremlin por intervenir en Ucrania:

Para el gobierno de Moscú es una evidencia que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski está muy lejos de buscar una solución negociada al conflicto del Donbáss, más por el contrario está dando pasos para recuperar por la fuerza el control perdido sobre dicho territorio. Para ello, y este es uno de los mayores temores de Rusia, necesita cambiar el balance de fuerzas en la región, y poco a poco dicho balance se está equilibrando con la adquisición de nuevos materiales como los UAV de fabricación turca Bayraktar TB2 y algunas unidades navales. Así mismo EE. UU. ha suministrado a Ucrania significantes cantidades de misiles contra carro FGM 148 Javelin, vehículos blindados todoterreno Humvee, equipos de radio y sistemas de radar contrabatería. Del mismo modo la industria armamentística ucraniana está dotando al ejército con nuevos vehículos blindados BTR 3 y BTR 4.

Además de lo anterior, países como Canadá, Reino Unido y EE. UU. mantienen personal en el país en misión de asesoramiento y adiestramiento, mejorando sensiblemente las capacidades de las unidades ucranianas, al tiempo que la colaboración con la OTAN afianza estas.

Especial mención ha de hacerse a los UAV, pues el reciente conflicto entre Armenia y Azerbaiyán ha puesto de relieve la efectividad del modelo turco y lo decisivo que un adecuado empleo de estos sistemas puede llegar a ser. Y mucho más cuando se han ganado la nada desdeñable reputación se ser especialmente eficaces contra los sistemas antiaéreos rusos Pantsir-S1. Y de todo ello ha tomado buena nota Moscú.

Como se apuntó al comienzo, no se puede olvidar la idiosincrasia rusa y su particular visión de la situación, condicionada como sucede en todas las naciones por su historia. Y esta nos dice que todas las grandes invasiones que ha sufrido Rusia siempre se han llevado a cabo a través del territorio de la actual Bielorrusia o de Ucrania.

Y en definitiva lo que cuenta no es cómo se ven las cosas desde occidente, sino como las ve Moscú. Y Moscú considera una amenaza tener justo en su frontera no ya un país como Ucrania que pertenezca a una organización que ellos consideran en su naturaleza profundamente antirrusa, sino simplemente en el área de influencia de esta. Para Rusia esta posibilidad es casi una amenaza existencial que socava su seguridad. Por todo ello el Kremlin estima que una intervención contundente en Ucrania acabaría de golpe con las aspiraciones de cualquiera de los países adyacentes no ya de adherirse a la Alianza Atlántica, sino que los disuadiría de entrar en su órbita o de permitir el despliegue de sus unidades o sistemas de armas en su territorio. Sería una forma de retomar el control de su esfera de influencia y de evitar cualquier tipo de veleidades de los antiguos miembros de la Unión Soviética (a excepción de las repúblicas bálticas) tanto con la OTAN como con la Unión Europea.

Otro factor que nos indica que esto va mucho más allá de una amenaza son lo que podríamos llamar “condiciones ambientales”. EE. UU. está centrado en la región Asia-Pacífico, la presión de China en sus pretensiones sobre Taiwán y la región en general va en aumento, la igual que su desarrollo militar, y la confrontación económica entre ambas potencias es abierta. Así mismo actualmente la situación interna de Estados Unidos no le favorece, y la figura de su presidente no ofrece la imagen de solidez que cabria esperar. A todo esto, hemos de añadir los desbocados precios de la energía y la dependencia que tiene Europa de Rusia en este plano, principalmente en lo referente al gas. Esto le proporciona una carta muy importante al Kremlin.

El Nord Stream 2, cuyo trazado está pensado para evitar pasar por países contrarios a Rusia, es una muestra más de la relación de simbiosis entre Alemania y Rusia.

Crisis de Ucrania: conclusiones

Así pues, y dando por hecho que la intervención es más que probable, ¿a qué escenarios nos enfrentamos?

El escenario más probable es una invasión limitada de Ucrania. De esta manera, además de lanzar el mensaje señalado anteriormente la intervención de EE. UU. y la UE se vería casi con toda probabilidad limitada al suministro de material y a la imposición de sanciones económicas. Ucrania no es un país miembro de la Alianza, por lo que no estaría justificada una invocación no ya del artículo 5 del tratado, sino de ninguno de ellos. Y es más que evidente que no todos sus miembros estarían dispuestos a involucrarse en un conflicto con Rusia. Por lo tanto, la intervención de la OTAN como organización quedaría descartada.

Por esa misma razón, y porque la Unión Europea es consciente de las consecuencias de un enfrentamiento abierto con Rusia, a la vez que es conocedora de las aspiraciones reales de Moscú, por su parte la respuesta se limitaría a las sanciones económicas, y aun así estas serían muy medidas, pues si bien la toma de medidas que afectaran al sector energético podría tener consecuencias económicas terribles para Rusia (aunque no debemos olvidar la capacidad de resiliencia del pueblo ruso), Europa sufriría las consecuencias del desabastecimiento energético en pleno invierno, algo inasumible. La puesta en marcha del Nord Stream 2 está paralizada por el momento pendiente de situaciones administrativas, y aun así EE. UU. por boca de su presidente ha amenazado con cerrarlo. Esta instalación está prevista que suministre el 40% del gas que necesita Alemania. Su bloqueo podría provocar en Europa un incremento desbocado de la inflación y el caos dentro de la propia UE con países contrarios a intervenir en el conflicto sufriendo las consecuencias de la toma de partido por Ucrania de otros. Del mismo modo negaría a Rusia unos beneficios billonarios, pero no es menos cierto que China estaría encantada de construir un gasoducto siberiano que suministrara el tan preciado recurso a sus ciudades, por lo que incluso este tipo de sanciones tiene solución a medio plazo. Esto no hace sino disminuir el poder de disuasión de estas, a lo que hay que añadir que tras años de sanciones Rusia y el pueblo ruso se han acostumbrado a vivir con ellas, y de nuevo, el recurso habitual a estas ha restado capacidad de disuasión.

EE. UU. por su parte tampoco se involucraría más allá del apoyo material y las sanciones o medidas diplomáticas. Su principal frente lo tiene con China y no podría permitirse involucrase ahora en un conflicto abierto con Rusia, pues le estaría abriendo la puerta al gigante asiático.

Por su parte Rusia lo que busca es disponer de una zona de colchón que aleje a la OTAN de su frontera Oeste. Por ello es muy improbable que la invasión vaya más allá del Dniéper. De ese modo conseguiría su objetivo y al mismo tiempo lograría un corredor terrestre con la península de Crimea.

A los ojos de Moscú el coste de una operación de esta envergadura sería asumible. Considera que sus objetivos pueden conseguirse militarmente sin excesivas perdidas y que su maquinaria militar abrumaría al ejército ucraniano sin demasiados problemas, además la experiencia adquirida en los conflictos de Chechenia, Siria y el propio Donbáss le ha servido para saber como afrontar un largo periodo de lucha contrainsurgente o de conflicto de baja o media intensidad que probablemente seguiría a la invasión.

Nadie tiene verdadero interés por que se desencadene una guerra a gran escala en Ucrania. Sería larga, sangrienta y de consecuencias imprevisibles. Y Rusia sería quien únicamente tendría algo que ganar al menos en lo que a territorio se refiere.

La propuesta puesta sobre la mesa, independientemente de su tono y sus términos ofrece a los países europeos la oportunidad de plegarse a las intenciones rusas dando la apariencia de que lo que están haciendo es preferir una salida dialogada a la solución militar. Si esta es la postura que toma Europa, que en su mayoría no desea involucrarse en una guerra por la independencia de Ucrania, por más que a EE. UU. le preocupe que Rusia se expanda mediante el uso de la fuerza o la amenaza de esta y estuviera dispuesto a una intervención vería sus opciones muy limitadas.

Vladimir Putin es perfectamente consciente de que su propuesta será rechazada, pero en el contexto actual ese rechazo irá acompañado de alguna contraoferta, tal vez la esperanza del líder ruso sea que esta consista en territorio a cambio de olvidar algunas de las demandas más extravagantes. La otra opción es que la intención real sea que se entienda el documento como lo que aparenta, un ultimátum, y desencadenar el pánico.

Por lo tanto, si bien el escenario que algunos plantean de un conflicto que enfrente abiertamente a EE. UU. o incluso la OTAN con Rusia es el menos probable, pues ambos bloques son conscientes de que sería un desastre para todos, se puede considerar que la invasión de Ucrania es algo más que inminente. Solo falta encontrar la justificación necesaria y el momento oportuno, y ambas cosas no tardarán en darse. En esta ocasión Rusia tiene muy poco que perder y mucho que ganar.

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2 Comments

  1. Esperemos que los intereses económicos comunes sean mas potentes que los vientos de guerra. En caso de producirse el desenlace estaría definido como un regreso a la guerra fría y los rusos ya saben como acabó, con su país en ruinas. El problema sería que Rusia mirara más a China de lo que actualmente lo hace y se creasen dos enormes bloques antagónicos en lugar del bloque multipolar actual.

  2. » Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra…elegísteis el deshonor, y ahora tendréis también la guerra». W. Churchill.
    Rusia no puede permitir que Ucrania ingrese en la OTAN. Estaría muerta estratégicamente hablando.
    Ni Europa ni la OTAN pueden seguir consintiendo que Rusia alcance sus objetivos por la fuerza, ya sea militar o económica, a través de los condicionantes energéticos que impone a los europeos (léase alemanes). Si Rusia crece, los países del Este europeo menguan ( en sentido literal). Nadie quiere una guerra (dudo que los occidentales queramos siquiera el menor conflicto). Pero los precedentes históricos de ceder al chantaje están ahí, para quien quiera recordarlos. En algún momento habrá que trazar una línea roja que sea percibida con claridad. De lo contrario, el chantajista se vendrá arriba y subirá las apuestas. Es necesario entablar negociaciones al más alto nivel que procuren tranquilidad a Rusia respecto a la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y acaben de una vez por todas con su chantaje inaceptable en forma de conflictos híbridos (Crimea), ciberguerra o guerra pura y dura, aunque sea de alcance limitado. Negociaciones con línea roja, sostenidas por EEUU, RU, Francia (como potencias nucleares) y Alemania (el presidente del Nord Stream 2 es el ex-canciller G. Schoroeder y su dependencia del gas ruso constituye una debilidad estratégica enorme que debilita al resto de sus aliados). Y que les quede claro el mensaje a los rusos. No albergo demasiadas esperanzas al respecto, en nuestro lado del tablero faltan estadistas y sobra mediocridad. Pero lo que está en juego es el futuro.

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