Bielorrusia, un problema estrictamente ruso

Lukashenko, el Kremlin, las revoluciones de colores y el pueblo bielorruso

La crisis de Bielorrusia está forzando a Rusia a intervenir. En los próximos días -ya hay indicios de ello-, los «hombrecillos verdes», con uniforme pero sin identificación, se dejarán ver en torno a las principales ciudades bielorrusas. Es así porque para Rusia conservar el control sobre esta república es una línea roja infranqueable. No obstante, a diferencia de Ucrania o de otros escenarios, en este caso no hay ninguna revolución de colores alentada por terceros, ni existe el deseo de oscuros poderes por deshacerse de Lukashenko ni ninguna otra de las teorías que los medios -especialmente rusos, bielorrusos y afines- manejan. Por lo tanto, no se está poniendo en práctica aquello que Valeri Guerásimov tanto temiese y sí, por el contrario, somos testigos tanto del chantaje ruso, como de las dudas del Kremlin acerca de la forma de abordar una situación potencialmente explosiva y que podría tener importantes repercusiones internas.

Hace unos años, el general ruso Valeri Guerásimov habló sobre las nuevas formas de guerra que no estaban por venir, sino que ya estaban en marcha. El bueno de Valeri, lejos de hablar de lo que Rusia pensaba hacer, se preocupaba por el tipo de ataques que podría sufrir. Ataques como las «Revoluciones de colores» que azotaron Ucrania, Georgia o Kirguistán entre otros y que asociaba a la mano de Occidente y a los intentos por debilitar a Rusia privándole de los regímenes amigos que conformaban la mayor parte de su «extranjero cercano». Sus palabras, como ya hemos explicado en estas páginas, fueron malinterpretadas por expertos occidentales, degenerando en lo que se denominó la «doctrina Guerásimov», por lo demás inexistente.

Sin embargo, pese a los desmentidos y las peticiones de perdón, el poso ha quedado y cada vez que algo ocurre cerca de Rusia, se pueden leer titulares, en muchas ocasiones maniqueos, acerca de conceptos como desinformación, guerra híbrida, doctrina Guerásimov, etc, las más de las veces mezclando churras con merinas, como está ocurriendo a propósito de Bielorrusia.

En realidad, aunque hay episodios todavía oscuros, como lo relacionado con los operativos de Wagner, en los últimos días estamos siendo testigos de varios fenómenos entrelazados, pero ninguno de ellos comparable a lo ocurrido en Ucrania, por lo que los supuestos paralelismos hay que cogerlos como poco con «pinzas».

Por una parte, llevamos meses viendo cómo Bielorrusia y Rusia dirimen el nivel de unión que ambos estados quieren tener -o más bien que Bielorrusia desea-. Episodios como la compra de petróleo noruego o la visita de Mike Pompeo, pero también las discusiones en relación la firma -o más bien no firma- de la Unión entre Rusia y Bielorrusia, que lleva más de dos décadas décadas en el aire se enmarcan en esta disputa.

Por otra, asistimos a los intentos de una sociedad -la bielorrusa- por liberarse del yugo de un régimen -el de Lukashenko-, que se ha perpetuado quizá demasiado tiempo gracias a la enorme importancia de las empresas públicas, al apoyo de Rusia (incluyendo el petróleo barato) y a la mano dura.

Por último, quizá lo que menos se está entendiendo, tenemos el uso dubitativo que Rusia hace de la crisis interna bielorrusa. El Kremlin todavía no tiene claro si es mejor apuntalar a Lukashenko o dejarle caer, a sabiendas de que no hay nada que indique que un cambio de gobierno suponga un distanciamiento entre ambos, como sí ocurrió en Ucrania. Mientras tanto, el propio Lukashenko, que se ve acorralado, hacía hace escasas horas una llamada pública un tanto desesperada, solicitando la intervención rusa.

Así las cosas, la implicación rusa irá en aumento -ya hay indicios de una posible intervención, pero lo que no está nada claro es si esta servirá para mantener el régimen actual o sí, por el contrario, Putin intentará reconducir la situación de forma que ayude a lavar su imagen entre sus propios electores, presentándose como el adalid de la democracia y de los derechos del pueblo bielorruso.

https://twitter.com/Political_Room/status/1295455357347692550?s=20

Problemas cruzados

Hace unas horas Nicolás de Pedro escribía en Política Exterior un artículo titulado «Bielorrusia no es Ucrania (ni Armenia)». En él se dan algunas de las claves de la tensa situación en la «Rusia blanca», a saber:

  • Que la crisis es endógena y no ha sido provocada por terceros.
  • Que Lukashenko hará todo lo posible por perpetuarse en el poder a cualquier precio, para lo cual ha rogado la ayuda rusa.
  • Que el Kremlin intervendrá, siempre que Lukashenko acepte el precio exigido por Moscú (básicamente la sumisión completa) a los dictados rusos.
  • Que la intervención rusa, sea sosteniendo a Lukashenko, facilitando su caída o incluso anexionándose Bielorrusia, será compleja y amenaza fracaso antes de empezar por diversos motivos.

El primer argumento es vital para entender todo lo demás. Bielorrusia -o más exactamente Lukashenko- que durante mucho tiempo ha basculado de forma totalmente controlada entre Rusia y Occidente, no es el pelele que se disputan ambos bandos, como sí ocurriera en su día con una Ucrania dividida y enfrentada con el resultado que todos conocemos.

Por una parte, Bielorrusia es un país con enormes problemas internos y con una sociedad que clama por abandonar un sistema marcado por el autoritarismo político y el atraso económico, pero con una cercanía -al menos por ahora- a Rusia que es incuestionable. Reclamaciones que, por más que pesen a Guerásimov y compañía, no necesitan de estímulos externos -aunque siempre jueguen un papel- para llegar a poner a Lukashenko en jaque. Sin embargo, aun siendo una crisis interna, tiene importantes repercusiones en Rusia y es que el destino del régimen bielorruso podría tener su reflejo en la evolución política rusa.

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