Nuevo encontronazo entre la UE y Rusia

Borrell "declara la guerra" a Rusia

En las últimas horas, el Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, además de Vicepresidente de la Comisión Europea, Josep Borrell, ha tenido que enfrentarse a numerosas críticas, especialmente por parte de los parlamentarios europeos, como resultado de su viaje a Rusia la pasada semana. La visita, que no ha mejorado precisamente las relaciones entre la UE y Rusia, se ha saldado con la expulsión de tres diplomáticos europeos por parte de Moscú y un aumento de las tensiones. Lejos de ser un error puntual de Borrell, la incapacidad para tratar con nuestro vecino tiene mucho que ver con la falta de interés a la hora de entender a la propia Rusia, así como sus intereses y sus inseguridades.

Antes de entrar en materia, debemos debemos tener claro que cualquier país -o en este caso comunidad política-, debe tratar de mantener siempre abiertos los canales diplomáticos con sus vecinos, máxime cuando se trata de estados con la importancia de Rusia. En este sentido, sean mejores o peores las relaciones, la vista a Rusia del Alto Representante, que algunos han criticado por llegar en mal momento (encarcelamiento de Navalny), no tendría que ser en sí misma un problema. Por el contrario, los problemas son otros, de mucho mayor calado y que, a la postre, son los que han hecho fracasar a Borrell en su viaje a Moscú.

El mismo Borell, en su comparecencia ante la Eurocámara, parecía darse cuenta de parte de los mismos cuando afirmaba:

«No están dispuestos a recomponer las relaciones si seguimos planteando los problemas de derechos humanos, si los seguimos colocando sobre el tapete. Pero es algo que forma parte de nuestro ADN».

Sin embargo, ese mismo ADN parece que le impide entender el punto de vista ruso del asunto, que hemos tratado alguna vez en estas páginas. Para una Rusia que vive en un estado de guerra permanente y que entiende el mundo en términos parecidos a los empleados por los yihadistas, como «caos controlado» y «gestión del salvajismo», que un diplomático europeo se presente allí a hablar de Navalny, de derechos humanos y de democracia, es un desafío en toda regla. Un régimen como el que encabeza Putin, obsesionado con la seguridad, la supervivencia y por evitar un nuevo «periodo tumultuoso» -algo que se ha repetido de forma recurrente en la historia rusa-, no se puede permitir injerencias externas, sean del tipo que sean. De hecho, se las toma como algo muy grave.

Si recordamos artículos anteriores como «Estrategia Rusa. Disuasión Estratégica y Pensamiento Estratégico» o «Guerra Informativa. Mucho más que Fake News», publicados en nuestro número especial dedicado a Rusia, queda claro que lo que solemos entender sobre este país o más bien los conceptos que empleamos para definir su forma de entender la seguridad, la política internacional o la guerra, tienen muy poco que ver con la realidad rusa. Normalmente extrapolamos nuestras propias ideas y tratamos de atribuírselas a los pensadores rusos mientras que ellos utilizan otros conceptos, en algunos casos de difícil traducción. Son, se puede decir, esquemas mentales diferentes. Por razones que van desde la complejidad del idioma ruso a la falta de empatía o, como en el caso de los funcionarios europeos como Borrell, a cierto sentimiento de superioridad moral, tenemos problemas enormes para situarnos en las mismas coordenadas intelectuales que los estrategas y políticos rusos. Para hacerlo necesitaríamos de un conocimiento más amplio de su historia y carácter, pero no parecemos especialmente interesados en ello.

Esto es, quizá, lo más asombroso de debate vivido ayer en la Eurocámara; ver a varios parlamentarios afeando a Borrell por haber ido a Rusia en un momento de crisis debido al encarcelamiento del opositor Navalny, pero a ninguno hablar sobre cómo podrían entender los rusos este movimiento por parte del Alto Representante. Dicho de otra forma; el debate ha girado sobre si la UE debe o no hablar con Rusia en estos momentos o si más bien debería sancionar a Moscú y romper los lazos diplomáticos como castigo por su actitud. Sin embargo, lo que se debería haber tratado es si los intentos de promover la democracia en Rusia y las peroratas acerca de su calidad democrática, su viraje dictatorial o su respeto a los derechos humanos son beneficiosos para las relaciones mutuas -y como consecuencia, para la seguridad europea- cómo son interpretadas por Moscú y si ayudan a cambiar algo o solo provocan que el país se muestre más agresivo y dispuesto a actuar contra nosotros utilizando sus herramientas y canales habituales: Zona Gris, Guerra Informativa…

Imaginemos el caso contrario: pensemos por un momento que Putin llega a la Eurocámara y comienza a darnos una charla acerca de nuestra decadencia moral o el fracaso de nuestras democracias representativas frente a su modelo de «democracia dirigida». Lo mismo si Jamenei nos intentase convencer de la necesidad de colgar a los homosexuales de lo alto de una grúa. Huelga decir que provocarían un escándalo, aunque dada la indolencia del político europeo medio y la falta de medios de «poder duro», poco podrían hacer más que levantar la voz y tratar de asustar a Rusia -o Irán- con su «poder normativo». Ahora bien, Moscú no es Estrasburgo y lo que allí entienden cuando un político europeo llega a su casa a hablar de democracia y derechos humanos, es que están en la antesala de un ataque. Como explicara el propio profesor Guillem Colom:

«[…] mucho antes de que se produjeran las revoluciones de colores o las primaveras árabes, el Kremlin también alertó de que el país estaba siendo objeto de una guerra híbrida en la cual Estados Unidos y Occidente estaban utilizando un Enfoque Integral – fundamentado en la armonización de todas las herramientas del poder nacional para responder de forma coherente a crisis y conflictos – para debilitar a Rusia. Concebida por los pensadores rusos como cualquier acción militar o no-militar (política, cultural, diplomática, económica, informativa o ambiental) encaminada a debilitar un oponente y fundamentada en el empleo de ONGs y organizaciones civiles, el apoyo a movimientos sociales u opositores políticos, el control de Internet y las tecnologías de la información, la penetración cultural o la propaganda en medios de comunicación, esta guerra híbrida aparentemente librada por Occidente pretende explotar el potencial de protesta popular para apoyar cambios de régimen.

Es decir -y esto tiene mucho que ver con lo que explicara Gerasimov en su famosa conferencia malinterpretada por Mark Galeotti- que Rusia verdaderamente se siente parte de una campaña en su contra. Una campaña que busca derribar al gobierno mediante una revolución de colores como las que han vivido varios países de su entorno. En este sentido, es indiferente si es cierta o no la existencia de dicha campaña; lo que importa en este caso es la sensibilidad rusa al respecto y nuestra incapacidad para convencerles de lo contrario, aunque no solo, como veremos a continuación.

Problemas conceptuales que dificultan las relaciones entre la UE y Rusia

Y es que más allá de la incapacidad para convencer a Rusia, como explicáramos anteriormente, tenemos problemas conceptuales serios, derivados de diferentes experiencias históricas y culturales, que tienen consecuencias:

[…] el lector debe tener claro que cuando se denomina el pensamiento y doctrina estratégica rusa como holísticos, globales, etc, se refiere a que, de manera no muy pulcra, tienen en cuenta factores que entre los intelectuales y estudiosos occidentales se tratan en otras áreas. Por ejemplo, en los estudios estratégicos occidentales normalmente el área de estudio se circunscribe y limita a términos como disuasión, carrera de armamentos, temas de tecnología militar, etc, dejando los aspectos no militares de los conflictos en el área académica e intelectual de las relaciones internacionales. Por contra, en el pensamiento ruso contemporáneo estratégico sobre las guerras y los conflictos, los aspectos no militares tienen en cierta forma tanta importancia como los medios militares.

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