El miércoles día 11 de noviembre de 2020, en la página oficial del Gobierno ruso se publicó un documento, pendiente de ratificación presidencial, de suma importancia para la estrategia exterior rusa. El texto recogía una propuesta de acuerdo destinado al gobierno de Sudán que de materializarse culminaría con la apertura de una base naval rusa permanente en el Mar Rojo. Toca pues analizar el contexto en el que se ha producido la noticia, las posibles motivaciones del Kremlin y las previsibles consecuencias de este movimiento.
El documento publicado es un primer paso imprescindible, al que todavía restan muchos pasos antes de hacerse realidad. En primer lugar, dentro de la propia Federación Rusa, debe con el visto bueno del Presidente ruso, Vladimir Putin -algo que se da por descontado-. Posteriormente, ya en Sudán, necesita del apoyo del gobierno de transición actualmente en el poder, lo que no es tan seguro dada la compleja situación interna del país africano.
El acuerdo con Sudán permitiría al gigante euroasiático contar con “un centro de apoyo logístico” en donde se llevarían a cabo reparaciones (sin especificar la complejidad de las mismas), se podría reabastecer a los buques de la Armada Rusa y que podría servir también para el descanso de las tripulaciones durante sus despliegues en el Índico. El acuerdo tendría una duración inicial de 25 años, además de una cláusula de renovación por periodos de 10 años.
Según las coordenadas que aparecen en el borrador de 30 páginas, la base estaría situada al norte de la ciudad de Puerto Sudán, algo alejada del puerto de mercancías. Las instalaciones podrían albergar un máximo de 300 efectivos tanto militares como civiles, cuatro buques y, lo que es más importante, entre estos se contarían aquellos propulsados mediante energía nuclear. Esto quiere decir que podrían recalar allí tanto los cruceros nucleares clase Kirov como submarinos, incluidos los estratégicos.
Llama la atención el tamaño propuesto para esta. Es cierto que 300 efectivos pueden no parecer muchos, pero también conviene recordar que antes de su remodelación la base naval de Tartús apenas contaba con 50 efectivos entre marinos y técnicos.
Otro punto importante del acuerdo tiene que ver con el uso de esta base como punto de llegada de suministros de cara a reforzar las actividades rusas en África. Así, Rusia podrá transportar a través de los puertos y aeropuertos de Sudán, “las armas, municiones, y equipamientos” necesarios para el funcionamiento de la misma, pero no sólo. Teniendo en cuenta que desde Sudán Rusia distribuye armas y mercenarios a Libia y la República Centroafricana, este punto puede ser importante.
Este acuerdo, de gran importancia y significado, se enmarcaría dentro de lo que algunos denominan el nuevo Scramble for Africa, en el cual diferentes potencias intentan aumentar su presencia en el continente. Esto afecta en especial a potencias emergentes y revisionistas como Turquía o China, pero también a otras que buscan mejorar su estatus internacional de forma denodada como Rusia y que quieren recuperar parte del peso perdido. En el caso de esta última, se podría decir que ha llegado tarde a la carrera pese a su implantación anterior en África (en tiempos soviéticos), pero utilizando una peculiar estrategia asimétrica y de bajo coste, está consiguiendo aumentar significativamente su influencia en el continente negro.
He aquí en parte la importancia del documento que conocíamos el día 11. Si hasta ahora Rusia ha utilizado bases por ejemplo en Libia, pero siempre intentando mantener la negación plausible y ha basado su estrategia en ofrecer servicios a los líderes locales para afianzar su poder, esto es diferente. En lugar de invertir muy poco dinero para operar a través de terceros (proxies) o bien enviar efectivos de PMCs como Wagner que sostengan al líder de turno en su trono, obteniendo unos réditos extraordinarios, en este caso el cambio de estrategia es notable.
Las bases militares, se miren como se miren, no se pueden considerar un elemento asimétrico, sino precisamente algo que sólo está a disposición de las más importantes potencias, pues suponen un cargo para las arcas públicas de gran importancia. De hecho, en los mismos EE. UU., el país que con gran diferencia posee más bases en el extranjero, se han producido no pocos debates en torno a esta cuestión. Efectivamente, no son pocas las voces que sostienen que los beneficios de poseer bases en el extranjero son menores a los grandes costes asociados a ellas y que sería más adecuado invertir en medios de proyección para utilizarlos a grandes distancias llegado el caso, que no gastar dinero cada año en sostener emplazamientos vulnerables.
Rusia y el Cuerno de África
Durante la Guerra Fría, la URSS fue un actor clave en el cuerno de África, donde estableció relaciones con los diferentes países, aunque siguiendo una estrategia poco cohesionada. En la zona llegó a contar con las bases de Dahlak, Adén y Socotra, en un tiempo en el que la Armada Roja se movía a sus anchas por el Índico. Por otra parte, Somalia y Yibuti fueron dos estados con los cuales estableció importantes relaciones, hasta la Guerra de Ogaden (1977-1978), cuando se estos lazos se rompen al apoyar a su rival, Etiopía. El final de la URSS también coincide más o menos temporalmente con la pérdida de influencia en dos otros dos estados aliados, Yemen del Sur y Etiopía, retirándose la VMF del Índico salvo de forma muy puntual y casi anecdótica hasta hace pocos años.
Tras el repliegue ruso y la importante pérdida de influencia en la zona, hemos de esperar hasta la guerra entre Etiopía y Eritrea (1998-2000) para volver a ver un papel activo del Kremlin en la región. Rusia intervino en dicho conflicto de manera indirecta empleando tanto mercenarios como, en casos puntuales, personal de sus propias fuerzas armadas para construir una fuerza aérea capaz, algo que resultó clave en la guerra.
Sin embargo, aquella presencia fue apenas un espejismo y Rusia no se encontraba ni en condiciones políticas, ni económicas, ni militares para sostener una presencia permanente de importancia. Sin embargo, la situación en el Cuerno de África cambió desde septiembre de 2008, cuando la Federación Rusa comienza a tomar parte junto al resto de naciones en las misiones internacionales en la lucha contra la piratería en el golfo de Adén. Y aunque Rusia no actúa como miembro de dichas misiones, sí que coordina sus esfuerzos junto al resto de buques allí destinados, como los que toman parte en la operación Atalanta, o en su momento los de Ocean Shield, produciéndose cierto grado de integración.
Con todo, tuvimos que esperar a la Guerra de Ucrania en 2014, y al establecimiento de sanciones por parte de Occidente para que Rusia se lanzara a aumentar su presencia en África sin complejos, algo posible en gran parte por el éxito de su misión militar en Siria y tras adoptar un nuevo modelo de intervención basado en apoyar a los líderes locales ofreciendo una gama completa de servicios para mantenerlos en el poder, de forma parecida, aunque a mucha menor escala, a como lo hizo con el propio Assad en Siria. Precisamente ha sido la imagen de Rusia como socio fiable que se ha derivado de este conflicto y del apoyo prestado a Assad lo que le ha permitido granjearse nuevas amistades en África, algo que ha sabido aprovechar en los últimos años.
Sudán, pieza clave en el eje de influencia ruso
Volviendo ahora sobre Sudán, el régimen que durante décadas tuvo como cabeza visible al teniente general Omar al-Bashir, depuesto en abril de 2019, ha estado envuelto desde hace muchos años en varios conflictos armados (Darfur, por ejemplo), en los cuales se han cometido numerosos crímenes de guerra. Esto ha empañado de forma importante la imagen exterior del país y, como no podía ser de otra forma, se ha visto sometido a una continua presión internacional, lo que ha dejado a Sudán aislado. Un contexto favorable para Rusia, que ha podido así exportar armas y aumentar su influencia con facilidad, además de acceder a los recursos del país, protegiendo a cambio al régimen sudanés con su poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Junto a la venta de armas y al escudo diplomático prestado a Sudán, Moscú ha desplegado otras de sus herramientas, ya utilizadas con éxito en Libia o Siria, como los mercenarios de Wagner Group con la misión de entrenar y asesorar a las tropas sudanesas. Además, también ha ofrecido servicios que incluyen el asesoramiento contra “Revoluciones de Colores”, la guerra informativa, y la simple y llana represión interna.
Esto último pudo verse perfectamente durante las protestas que desembocaron en el derrocamiento del dictador Bashir. El apoyo a la represión, primero por parte del propio Bashir, y luego de la Junta Militar que lo depuso, ha puesto en peligro recientemente la relación entre Rusia y Sudán, toda vez que la oposición ha llegado a compartir el poder con los militares desde agosto de 2019. Rusia se ha movido hábilmente desde entonces para poder acercarse a la sociedad civil sudanesa, que se hallaba resentida por el papel del Kremlin, y lo ha hecho apoyando el acuerdo oposición-militares demostrando así su capacidad para adaptarse al cambio de escenario.
En lo que respecta al tema militar, en los últimos años Sudán y Rusia habían estrechado formalmente los fuertes lazos que ya poseían mediante una serie de acuerdos. De hecho, el borrador para un acuerdo sobre una posible base naval se habría redactado tiempo atrás y habría sido ofrecido a Sudán por primera vez en noviembre de 2017, durante una visita del expresidente Omar al-Bashir a Moscú.
Posteriormente, ya en 2019, se firmó un acuerdo bilateral en materia de seguridad con una duración de siete años, según el cual, habría “un intercambio de opiniones e información sobre cuestiones militares y políticas y las cuestiones del fortalecimiento de la confianza mutua y la seguridad internacional, un intercambio de la experiencia de las operaciones de mantenimiento de paz bajo la égida de la ONU, la interacción en la búsqueda y rescate en el mar y el desarrollo de relaciones en el entrenamiento conjunto de las tropas”. En virtud del mismo también se permitía a los buques rusos el acceso a los puertos sudaneses. Como parte de este acuerdo, Rusia ha donado un buque escuela para la marina sudanesa.
En este contexto, todo indica que Sudán, pese a su escasa capacidad económica, seguirá siendo uno de los principales compradores de armas rusas del continente, tal y como han dejado claro recientemente, aceptando Rusia el acceso a las materias primas sudanesas como forma de pago.
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