Desde el inicio de la invasión rusa de Ucrania, este último país ha venido defendiéndose de múltiples formas. Entre ellas recurriendo al empleo de armas de largo alcance, desde avionetas modificadas a vetustos drones de origen soviético y, cada vez más, a diseños propios que le han permitido alcanzar objetivos a más de 1.500 kilómetros en el interior de la Federación de Rusia. Más allá de poner en entredicho la reputación de la que muchos consideraban como la «mejor defensa antiaérea del mundo», los ataques ucranianos han limitado de forma efectiva la capacidad rusa de conducir ataques tanto a través de su aviación de combate como de las tropas sobre el terreno; si bien no en el grado que en Kiev desean. En las próximas líneas hacemos un repaso a la forma en que Ucrania ha venido comprometiendo recursos cada vez mayores en una carrera por desarrollar armas de largo alcance que le permitan atacar el corazón de Rusia sin depender de las entregas aliadas o de los vetos al uso de ciertos materiales impuestos hasta el momento.
Índice
- Introducción
- Los primeros ataques: la herencia soviética
- El armamento entregado a Ucrania: HIMARS, ATACMS y misiles de crucero
- Drones y avionetas comerciales modificadas
- El desarrollo de misiles de crucero y balísticos autóctonos
- La impotencia ucraniana: el veto al empleo de armas de largo alcance
- Conclusiones
Introducción
A las pocas horas de comenzar la invasión, cuando la Federación Rusa trataba todavía de implementar una operación de decapitación contra el régimen de Zelenski que finalmente se demostraría imposible, las Fuerzas Armadas ucranianas lanzaron un primer ataque a larga distancia contra la base aérea rusa de Millerovo, en la región de Rostov (48.952660883170054, 40.29519347515778); una instalación fundamental para apoyar a los BTGs rusos en su avance hacia objetivos como Mariúpol. En este caso, muy probablemente la acción fue responsabilidad de la 19ª Brigada de Misiles ucraniana, que habría empleado para ello misiles Tochka-U.
Más adelante habría otros ataques significativos en el interior del territorio ruso, tanto con misiles como los citados como con drones Bayraktar TB-2 e, incluso, empleando helicópteros de combate, como el que tuvo lugar el 1 de abril de 2022 cuando dos Mi-24 alcanzaron un depósito de combustible en Bélgorod; una espectacular acción que desde Kiev no llegaron a reconocer oficialmente, como en muchos otros casos. Incluso, pasado el tiempo, aunque se trata de un caso diferente, el 8 de octubre de 2022 los ucranianos lograron destruir el puente de Kerch, que une la península de Crimea con el territorio ruso, demostrando su habilidad para planear e implementar operaciones a cientos de kilómetros de la línea de frente.
Además de esto, hemos sido testigos en estos dos años y medio de múltiples acciones a notable distancia de Ucrania, desde el sabotaje al Nord Stream en el Báltico –con pruebas cada vez más concluyentes que apuntan a la mano de Kiev– a la detonación de cuatro cargas explosivas en el túnel de Severomuysk (56.283596099745836, 113.34849213268936), situado en la región de Buriatia, y crucial por ser uno de los puntos de paso de los trenes de mercancías que, desde la República Popular de China y Corea del Norte, permiten transportar suministros bélicos o relacionados con la actividad bélica a la Federación de Rusia.
Pese a ello, lo más relevante en términos puramente militares -especialmente a nivel operacional- ha sido la creciente campaña de ataques contra instalaciones militares de distinto tipo situados en las regiones rusas más cercanas a Ucrania, si bien en algunos casos han implicado recorrer distancias no de decenas, sino de cientos de kilómetros. Una campaña que se ha ido extendiendo gradualmente a destinos cada vez más alejados, llegando en diversas ocasiones a ser alcanzados objetivos en el Báltico e incluso más al norte, caso de Olenegorsk (68.14989065532455, 33.4540013491479), ya en el Ártico ruso y que, además, ha aumentado en intensidad en fechas recientes.
En relación con este tema, aunque se de una importancia mayor a los ataques aéreos, cabe recordar que, además, los ucranianos han demostrado una endiablada habilidad para hacer lo mismo en el dominio marítimo, empleando para ello vehículos no tripulados de superficie, desarrollados tanto a partir de sus propios recursos como gracias a la transferencia de conocimientos de países como el Reino Unido, en un proceso de evolución constante. Estos últimos, por cierto, no solo han aportado financiación y saber hacer, sino que también han obtenido un interesante feedback de cada operación llevada a cabo por Ucrania; algo que sin duda ocurre también con los vectores aéreos, pues modelos tan baratos como unas pocas decenas de miles de euros están demostrando ser capaces de ofrecer una alternativa económica a los tradicionales misiles de crucero, dotados de una mayor carga explosiva, sí, pero también uno o dos órdenes de magnitud más caros.
Este último es, seguramente, el aspecto más relevante de todo lo concerniente a las armas de largo alcance empleadas por Ucrania en lo que va de guerra: lo que implica en términos de innovación militar; en relación con la posible Revolución Militar en ciernes y con la más que evidente Revolución en los Asuntos Militares de la drónica o; con la forma en que Estados con capacidades limitadas pueden emplear en su favor los avances en cuanto a recolección, proceso y transmisión de la información, así como la miniaturización, aplicándolas por ejemplo al guiado y compensando los esfuerzos de potencias con recursos mucho mayores.
Al fin y al cabo, si Ucrania está pudiendo dejar fuera de combate instalaciones militares a centenares de kilómetros de sus fronteras, empleando para ello medios que se han demostrado capaces de burlar las defensas antiaéreas teóricamente más avanzadas (aunque la inmensidad del territorio ruso facilita sin duda esta tarea) y; si estamos viendo cómo actores por delegación como los presentes en Oriente Medio hacen son capaces de llevar a cabo acciones comparables (con sus propios matices); ¿Cuánto tardarán otros actores en importar estos conocimientos, en replicarlos y en incrementar el grado de amenaza que ya suponen?
El de los ataques ucranianos a larga distancia es, para finalizar, un tema que plantea también diversos interrogantes (que sólo apuntamos, ya que no son objeto de este artículo), en relación con el control de la escalada. Así, a pesar del componente en algunos casos estratégico de los ataques conducidos por Ucrania (y siendo conscientes de la disuasión extendida que ofrecen los Estados Unidos), Rusia en ningún momento ha respondido con una escalada vertical que muchos temían y todavía temen. Esto, que podría deberse en parte al grado limitado de destrucción provocado por los vectores empleados las AFU -y que no justificarían el recurso ruso a armas de mayor potencia- es, sin embargo, un tema que debe ser investigado en detalle, pues por el momento se desconoce cuál (si lo hay) es el umbral a partir del cual la escalada es inevitable, sea por el número de vectores empleados en un ataque, por el tipo de objetivo alcanzado con ellos o por el grado de destrucción causado en el mismo.
Los primeros ataques: la herencia soviética
Los primeros ataques ucranianos a larga distancia fueron llevados a cabo, como hemos señalado en la introducción, utilizando misiles Tochka-U heredados de tiempos de la Unión Soviética. Los ucranianos, de hecho, no serían los únicos en emplearlos, pues también Rusia hizo uso de ellos en ataques tan controvertidos como el de la estación de ferrocarril de Kramatorsk, que produjo decenas de víctimas civiles. Así las cosas, tras el ataque a Millerovo se reportó el empleo de estos misiles por ejemplo sobre una serie de depósitos de combustible en Briansk, el 25 de abril. También se habló de su uso contra Jersón, cuando esta localidad estaba bajo control ruso, a finales del mismo mes. Incluso, a propósito de la famosa Isla de las Serpientes, se hizo referencia al recurso ucraniano a estos misiles como arma elegida para batir las posiciones allí establecidas por Rusia.
El problema con los Tochka-U, más allá de las limitaciones en cuanto a alcance y precisión, era su limitado número. Diseñados a principios de los años 60, se trataba de misiles balísticos tácticos capaces de batir objetivos a algo más de 120 kilómetros, pero con un Círculo de Error Probable (CEP) de alrededor de 95 metros en la versión SS-21 Scarab-B (Tochka-U) en servicio con las AFU. No es de extrañar, por tanto, que fuesen empleados contra objetivos relativamente extensos y «fáciles», como depósitos de combustible o bases aéreas ni, tampoco, que pronto fuese reduciéndose el número de lanzamientos, una vez se iban agotando los inventarios. También a medida que su alcance, dados los movimientos en la línea de frente, se demostraba insuficiente para alcanzar los puntos más codiciados por los ucranianos, dado su valor militar.
Algo parecido ocurriría con dos sistemas también bastante vetustos y rescatados del olvido para la ocasión: los drones Túpolev Tu-141 Strizh y Tu-143 Reys. Tanto el Tu-141 como el Tu-143 fueron desarrollados durante la Guerra Fría para misiones de reconocimiento táctico, portando para ello cámaras ópticas y, más tarde, también sensores de televisión e infrarrojos. Aunque se desconoce el número total, se sabe que Ucrania almacenaba al menos varios de ellos con sus respectivos camiones lanzadores en Jmelnytsky
Dos de estos serían los responsables de los daños causados durante el ataque del 5 de diciembre de 2022 contra la base aérea de Diáguilevo (54.6500775885583, 39.57020933402331), en Riazán, en el que al menos un bombardero Tu-22M3 resultó afectado. Además, serían vistos posteriormente en varias ocasiones más, resultando algunos de ellos destruidos por las defensas antiaéreas rusas en ataques posteriores, como el que se llevó a cabo a finales de junio de 2022 en la región de Kursk u otro de principios de febrero de 2023. Es más, en fecha tan reciente como enero de 2024 se seguía hablando de estos ingenios a propósito de una serie de explosiones en un depósito de petróleo en la región rusa de Briansk, tras una acción en la que habían sido empleados Tu-143 reconvertidos en drones kamikaze.
El incidente más sonado, sin embargo, había tenido lugar mucho antes, en marzo de 2022, cuando un Tu-141 impactó sobre territorio de Croacia sin detonar y sin causar víctimas. Al parecer, el aparato procedente de Ucrania -Rusia negó toda relación alegando que hacía tres décadas que los habían dado de baja- cruzó el espacio aéreo de Rumanía antes de entrar en Croacia sin que ningún sistema antiaéreo lograse hacer nada para impedirlo, lo que es significativo, aunque matizable dada la falta de alerta.
En cualquier caso, el rendimiento de los Tu-141/143 fue relativamente bajo, pese a la espectacularidad de algunas acciones, de forma que durante el primer año de guerra hasta 14 de ellos fueron derribados o se estrellaron, lo que supondría una parte sustancial del inventario ucraniano. Ahora bien, podrían haber tenido una interesante función no tanto para atacar, como para delatar la posición de los sistemas aéreos rusos, que posteriormente serían atacados por otros medios una vez detectados por los ucranianos.
Además de los drones heredados, no conviene perder de vista el papel que durante un tiempo jugaron los Bayraktar TB-2 suministrados a Ucrania por Turquía. Si bien en relación con estos no se recuerdan casos de empleo en el interior del territorio ruso (Turquía ha actuado como mediador y ha intentado mantenerse lo más equidistante posible pese a su pertenencia a la OTAN), han tenido su protagonismo más allá del reconocimiento y el apoyo aéreo cercano, por ejemplo tomando parte en la operación ucraniana contra la Isla de las Serpientes, de la que ya hemos hablado y, en general, actuando en buena parte del Mar Negro occidental. No obstante, las limitaciones inherentes a estos modelos, muy útiles hasta que se han dado los lógicos procesos de adaptación por parte rusa, han penalizado su uso, dejándolos finalmente fuera de juego.
Por otra parte, y antes de pasar al siguiente epígrafe, hay que tener en cuenta también que durante las fases iniciales de la guerra Ucrania no solo estaba sometida a limitaciones mucho mayores que las posteriores por parte de sus aliados debido al temor a la escalada por parte de Rusia, sino también que ni siquiera este último país había iniciado una campaña de ataques estructurada contra objetivos en el interior de Ucrania. Es decir, que lo que en la actualidad podríamos considerar como una competición de salvas con ataques diarios por una y otra parte a distancias cada vez mayores, ha sido el resultado de un proceso gradual en el que han tenido su parte tanto avances técnicos, como la ayuda de los aliados de uno y otro contendiente (ahí está el ejemplo de Irán con los drones Shahed-131/136 o de Corea del Norte con los misiles balísticos) y los cambios estratégicos.
El armamento entregado a Ucrania: HIMARS, ATACMS y misiles de crucero
Antes de seguir con el desarrollo de armas autóctonas por parte ucraniana, conviene hacer un alto en el camino, pues desde verano de 2022 las AFU comenzaron a disponer de lanzadores M270 y M142 HIMARS, así como MARS II y, también, de abundante munición guiada para los mismos, si bien con limitaciones en cuanto a su alcance. En concreto, se suministraron cohetes guiados de la familia M30, con un alcance nominal de 70 kilómetros, aunque es bien conocido que pueden ir más allá, hasta el entorno de los 100 kilómetros. Lo que es mejor, su precisión es milimétrica, como quedó demostrado con los sucesivos ataques al puente de Antonovsky, sobre el río Dniéper, entre otros.
La llegada de los nuevos lanzadores y municiones, aunque desde el principio los aliados de Ucrania establecieron limitaciones de uso -impidiendo que fuesen empleados contra el territorio de Rusia- permitió a las AFU tres cosas:
- Erosionar la logística rusa, impidiendo que las municiones y otros suministros llegasen a primera línea de frente, lo que a su vez limitó la capacidad de combate de sus tropas, ayudando junto al desgaste precedente (recordemos que los primeros meses de guerra tuvieron un coste exorbitado para Rusia) a convertir una guerra de movimientos, como lo fue en las primeras fases, en una guerra de desgaste;
- Imponer a Rusia nuevos dilemas, pues cada vez que reunía medios y hombres para una nueva ofensiva, estos corrían el riesgo de ser atacados por las municiones guiadas de los HIMARS, lo que impidió en buena medida la concentración efectiva de fuerzas y limitó las posibilidades a la hora de emplearlas. Esto último era y es importante, porque afecta directamente a la libertad estratégica del Estado Mayor ruso y les habrá obligado, con toda seguridad, a renunciar a muchos de sus planes.
- Preparar el escenario para las ofensivas de Járkov y de Jersón, que habrían sido imposibles sin el concurso de los HIMARS. En el primer caso, porque coadyuvaron a la hora de «vaciar» de tropas y suministros buena parte de las zonas de Járkov bajo control ruso, así como a organizar una respuesta a la ofensiva ucraniana. En el segundo, porque fueron los elementos que en última instancia permitieron amenazar a las tropas rusas con un gran embolsamiento, al batir las vías de paso sobre el Dniéper.
Ahora bien, la prohibición de emplear estos cohetes contra el territorio ruso, unida a la limitación de alcance de los modelos entregados (durante mucho tiempo se habló de la posibilidad de que llegasen GMLRS-ER, aunque estaban en fase de pruebas o GLSDB), terminaron por limitar su efectividad. Rusia, tras unos meses de desconcierto y pérdidas, terminó por adaptar su logística a la problemática que presentaban los HIMARS, retrasando sus puntos de acumulación de tropas y pertrechos, actuando desde aeródromos más alejados del frente o confiando en los camiones en detrimento del ferrocarril para mover suministros dentro del radio de acción de los M30, distribuyendo así sus esfuerzos.
No es de extrañar que la gran pelea, durante largos meses, entre el Gobierno de Ucrania y su aliado estadounidense (de la que participaban varios Estados más que presionaban junto a Kiev) tuviese que ver con la entrega de misiles balísticos tácticos ATACMS. El problema residía, una vez más, en el control de la escalada. Desde Rusia seguían utilizando magistralmente la amenaza de una escalada vertical para moderar el apoyo de algunos aliados a Ucrania y se temía que los ATACMS pudiesen provocar una respuesta rusa más contundente (que no tenía que ser necesariamente en Ucrania).
Pese a ello, en octubre de 2023 Ucrania recibió los primeros misiles ATACMS, aunque en una variante antigua, concretamente la M39 Block I con un alcance de 165 kilómetros. La intención de los Estados Unidos pasaba porque las AFU pudiesen golpear a las fuerzas rusas tanto en todo el interior de las óblas ucranianas bajo su control, como en parte de la península de Crimea, degradando una vez más su logística. Sin embargo, se privaron de suministrar variantes más avanzadas, con hasta 300 kilómetros de alcance, hasta abril de 2024. La decisión favorable se adoptó, entre otras cosas, en respuesta al empleo por parte rusa de misiles norcoreanos Hwasong -11A (KN-23) y/o Hwasong -11B (KN-24), con un alcance mayor que cualquier variante del ATACMS, contra objetivos en Ucrania.
Ahora bien, lejos de convertirse en un «game-changer» como lo fueran en su momento los M30, los ATACMS han tenido un impacto residual en esta guerra, toda vez que se han mantenido limitaciones de empleo y que los ucranianos, según algunas fuentes, habrían hecho un uso poco inteligente de los mismos, lo que ha provocado que los Estados Unidos perseveren en su negativa a permitir que sean utilizados contra objetivos en Rusia; lo que ha motivado una y otra vez quejas por parte ucraniana.
Eso sí, con o sin uso inteligente, desde su entrada en servicio con Ucrania se han anotado algunas acciones interesantes, como el ataque contra la base aérea de Belbek, en la península de Crimea, logrando destruir al menos cuatro aviones de combate rusos, así como parte de un sistema antiaéreo S-400. Sin embargo, también han sido empleados para ataques más polémicos y, hasta el momento, difíciles de explicar, como los conducidos contra las instalaciones NIP-16, también en Crimea, relacionadas con el sistema de mando y control espacial y de alerta temprana ruso. Ataques que siguieron a otros anteriores contra radares Voronezh-DM y Voronezh-M (en estos casos mediante drones, dadas las distancias y la imposibilidad de utilizar armamento estadounidense contra estos objetivos) y que con toda seguridad provocaron intercambios de mensajes nada agradables entre Kiev y Washington por su potencial desestabilizador.
Los ATACMS, sin embargo, no han sido el único vector de largo alcance operado por Ucrania en los últimos tiempos. El país también ha recibido un número limitado (varios centenares en total, no obstante) de misiles de crucero Storm Shadow y SCALP-EG por parte de Reino Unido, Italia y Francia. Es más, a colación de los misiles de crucero y también durante meses se vivió una tensa situación con Alemania, ya que este país se negaba a entregar Taurus amparándose en distintos argumentos, desde el miedo a la escalada por parte de Rusia a la necesidad de mantener una disuasión creíble. De hecho, la situación llegó a provocar desencuentros entre la propia Alemania (el segundo país, tras los Estados Unidos) que más ha colaborado en la defensa de Ucrania) y Francia, por sus distintas posiciones en relación con el suministro de misiles de crucero.
En este caso, el Storm Shadow/ SCALP-EG es un misil de crucero de lanzamiento aéreo (Ucrania los ha montado en sus Su-24M/MR tras adaptarles pilones procedentes de los Tornado GR4 británicos) propulsado por un turbojet, con una longitud de 5,1 metros y peso de 1.300 kilogramos (de los que 450 corresponden a su ojiva). Cuenta con un alcance superior a los 250 kilómetros. Está dotado de un sistema de guiado triple que combina GPS, INS y TRN, siguiendo una trayectoria semiautónoma hasta su objetivo generalmente a muy baja altura para, en la fase final, ascender antes de identificar el objetivo con una cámara IR.
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