Sobre la necesidad de un arma acorazada en España

Sobre la necesidad de un arma acorazada en España

Si hay algo relacionado con la organización del Ejército de tierra que ha generado debate en los últimos tiempos es la creación de un arma acorazada que venga a equiparar nuestra organización a la del resto de países de referencia y, por qué no decirlo, poner algo de orden en el empleo de un sistema de armas especialmente importante y complejo, como es el carro de combate.

Parte de esta problemática, o quizá la única en realidad, viene dada por el empleo dual que hacen de él las dos armas de la maniobra; entendiendo que no son los medios técnicos sino las misiones las que distinguen a las armas.

Sin embargo, en los últimos tiempos estas misiones han ido evolucionando, hasta el punto de que no se entienden las operaciones terrestres en el ámbito táctico y operacional sin la acción interarmas; no como un conglomerado de capacidades independientes actuando en pos de un objetivo común, si no como unidades de combate integrales básicas para ejecutar el concepto de combate moderno.

Pero antes de pensar en cómo encuadrar y utilizar los carros de combate, deberíamos pensar en si realmente España necesita este poderoso, exigente y complejo sistema de armas. Tal es así, que las actuales BOP, fruto del anterior plan de transformación, dieron al traste con las tradicionales brigadas acorazadas y mecanizadas; afectando de manera desigual a las diferentes armas, con especial énfasis en la de caballería.

En la actualidad el Ejército de Tierra ha vuelto a lanzar otro programa, denominado Fuerza 35, que espera ‘modernizar’ las estructuras y los procedimientos de combate de sus unidades fundamentales con el horizonte puesto en el año 2035, poniendo especial énfasis (nuevamente) en la brigada como instrumento básico de acción, cuyo proyecto se denomina Brigada o BRIEX (por experimental) 2035. Por desgracia, poco se ha comentado del encaje que van a tener las unidades acorazadas en este modelo, centrado como está en lo que se vienen denominando fuerzas ‘medias’, y cuyo catalizador será la entrada en servicio del vehículo blindado Dragón 8×8.

La importancia de este vehículo parece encaminar a la fuerza hacia un modelo similar al del ejército francés, donde el carro de combate Leclerc (encuadrado dentro de un arma acorazada de caballería junto a los nuevos 6×6 Jaguar y VLTT VLB) es un elemento de apoyo de unos gruesos basados en medios de ruedas y de carácter eminentemente expedicionario. Más aún, el British Army se ha pronunciado sorpresivamente a favor de suprimir sus carros Challenger II, después de cancelar la que era una costosa actualización de los mismos, para dedicar recursos a otras armas y conceptos (como la ciberseguridad) dentro no ya del Ejército, sino del conjunto de sus FAS.

Estos movimientos, sustentados en opiniones variopintas sobre la utilidad real del carro de combate (debate al que se ha añadido recientemente el SUV, o vehículo terrestre controlado remotamente) no son nuevos, ya que a cada conflicto siempre surgen análisis de operaciones que ponen en duda su desempeño. Sin embargo, estas no se deben a que el carro haya perdido valor táctico, aunque sí ha cedido protagonismo el concepto asociado de empleo en masa de los carros de combate y todas aquellas armas destinadas a apoyarlos.

Desde los albores de la mecanización, diversos militares y estrategas han analizado el impacto del carro de combate en las operaciones militares. Nombres como Liddell Hart o Heinz Guderian, revolucionaron el arte de la guerra terrestre al concebir el carro como el gran dominador de los campos de batalla.

Su potencia de fuego, movilidad y protección lo hacían único, si bien la verdadera revolución, auspiciada por estos autores, era su empleo en masa sobre un punto concreto del frente para así desequilibrar las defensas enemigas y evolucionar rápidamente por su retaguardia, evitando así las por entonces recientes sangrías de la guerra de trincheras.

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General Heinz Guderian, artífice de la temible arma panzer alemana.

Sobre estos preceptos se asentaron las grandes victorias de la alemania nazi en Europa durante 1940-41, la conocida como Blitzkrieg o guerra relámpago (que incluía también otro concepto revolucionario y vigente hoy en día, el apoyo aéreo inmediato) e igualmente sobre ellos sufrieron la derrota final a manos del potentemente acorazado ejército soviético.

Desde entonces, y durante más de 50 años, las fuerzas acorazadas supusieron la base de todos los ejércitos, culminando en la brillante operación Desert Storm de 1991, que materializó el todopoderoso US Army para liberar Kuwait de la invasión iraquí.

Pero la dura lección dada a Saddam Hussein no cayó en balde. Con la llegada del fin de la guerra fría y el enemigo convencional, el temido ejército rojo, se hizo evidente que ningún país podría ya oponerse a la tremenda superioridad técnica, táctica y tecnológica de las fuerzas de la OTAN, aunque esto no puso fin a la tremenda inestabilidad, más bien al contrario, que surgió tras la tensa etapa bipolar precedente.

Así pues, la sombra de una guerra convencional dio paso a conflictos regionales contra fuerzas insurgentes que, si bien nada podían hacer contra el poder militar de los ejércitos occidentales, reactivaron el no menos tradicional empleo de la guerrilla, lo que conocemos hoy como conflicto asimétrico.

En este entorno de guerra tan desigual, las fuerzas acorazadas parecieron perder todo el sentido. Un enemigo que se confundía con la población y que siempre parecía tener la iniciativa para atacar en el punto más débil y desaparecer, sin atender ni a frentes ni a retaguardias, no podía ser combatido con las fuerzas convencionales a las que hacemos referencia. Debido a lo cual acabó apostándose por una revisión de las tradicionales fuerzas de «seguridad» empleadas en los conflictos postcoloniales de finales del siglo XX, que se basaban en económicos y resistentes blindados de ruedas capaces de acudir de inmediato a los puntos donde se materializaba dicha amenaza (movilidad operacional).

De esta forma todos los ejércitos occidentales acogieron con entusiasmo el nuevo concepto de fuerzas «medias» auspiciadas por el entonces General jefe del US Army, Eric Shinseki, para convertir al ejército americano en un arma más proyectable y no ceder la iniciativa del empleo de fuerzas terrestres en el exterior al USMC. Hasta tal punto de dejar de lado el empleo del carro o los VCI cadenas, incluso a abandonarlos definitivamente, caso de Canadá o Bélgica. Si bien el caso norteamericano era especial, ya que incidía en la necesidad de transportar estas unidades por aire (asumiendo la debilidad subyacente a dicha exigencia) capacidad que nadie más necesitaba ni podía desarrollar con los medios aéreos disponibles.

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El M1126 Stryker, base de las brigadas medias norteamericanas.

Como el tiempo pone a cada uno en su sitio, y las ideas revolucionarias pasan, en el arte de la guerra, por ser una moda pasajera; las operaciones militares pronto evidenciaron que esos medios idílicos para combatir a fuerzas irregulares y terroristas no estaban preparados para defenderse de las armas contracarro modernas.

Conflicto asimétrico no significa que los dos contendientes estén separados por un abismo tecnológico, como muchos estados mayores quisieron interpretar, sino por unas doctrinas de empleo divergentes entre las fuerzas enfrentadas. Eso significaba, en el plano puramente operativo, que un enemigo asimétrico podía contar, y de hecho contaba habitualmente, con armas muy eficientes para batir blindados, como pudieron comprobar los israelíes en Líbano, los rusos en Chechenia o más recientemente, el ejército turco en Siria y los armenios en Nagorno Karabaj.

Pero no solo era eso; armas tan comunes, baratas y conocidas como los lanzagranadas (el RPG ruso es el más empleado en el tercer mundo) las minas o los nuevos artefactos explosivos improvisados o IED (básicamente bombas o proyectiles de artillería cebados a distancia con detonador) pusieron en jaque a las fuerzas convencionales, dando al traste con la «revolución de las ruedas».

De la debilidad de los vehículos empleados por entonces surgieron con fuerza dos armas con las que afrontar las nuevas amenazas, una nueva y otra mucho más conocida. La primera fue el MRAP, un blindado específico para minimizar las bajas ante las minas e IED; el otro, el viejo y siempre eficaz carro de combate.

De tal manera que, lejos del empleo para el que fue concebido, el factor desequilibrante del carro de combate o MBT pronto se tornó en imprescindible, hasta el punto de que aquellos ejércitos que lo habían defenestrado corrieron a adquirir material excedente de otros que también habían reducido sus fuerzas acorazadas, pero aún mantenían excelentes carros almacenados (Alemania y Holanda).

Así pues el carro dejó de emplearse en masa y de maniobrar en grandes espacios abiertos, combatiendo contra otros carros, para convertirse en un caballero medieval de gruesa armadura que acudía presto a salvaguardar a la población inocente de los salteadores de caminos. De esta forma, aprovechando su inigualable protección (pesan entre 60 y 70 toneladas del blindaje más sofisticado desarrollado jamás, algo que ningún APC de ruedas podría soportar) pasó a escoltar convoyes, proteger cruces de carreteras y, en general, ejercer presencia en todos aquellos conflictos que hoy calificamos de asimétricos, pero que están lejos de ser de baja intensidad.

De todas formas, al uso de sofisticados misiles obtenidos de forma irregular, se suma el empleo de fuerzas regulares rebeldes u hostiles al poder establecido, lo que ha dado lugar al concepto de conflicto híbrido; y en ellos, las fuerzas regulares armadas con potentes carros de combate son una amenaza que vuelve a cobrar fuerza. Por si esto fuera poco, el resurgir de Rusia como una agresiva potencia regional ha vuelto a alertar a los estados mayores occidentales sobre la excesiva debilidad de unas fuerzas terrestres orientadas exclusivamente a la guerra contrainsurgencia.

Cierto es que mal empleado, el carro es un arma grande, voluminosa y vulnerable, y que es fácil poner fuera de combate por múltiples sistemas de armas; desde el clásico MCC, cada vez más letal, al empleo de drones aéreos suicidas, conocidos formalmente como munición merodeadora (loitering munition) que recorren el campo de batalla en busca de objetivos a los que atacan sorpresivamente por su parte más débil (en el caso de un blindado convencional) como es la superior.

Por eso el carro basa su supervivencia en la maniobra, que le permite sortear las defensas CC (el ataque frontal contra una línea fuertemente defendida estará siempre condenado al fracaso) o al menos dificultar al enemigo el posicionamiento adecuado de las mismas; unido a una protección eficaz contra la mayoría de armas del campo de batalla [2] , que obliga precisamente al desarrollo y despliegue de otras «específicas» para batir los carros.

En esta maniobra pronto se demostró, y sigue vigente, que el carro es vulnerable si actúa solo, razón por la que nació la infantería mecanizada y el resto de componentes de la acción interarmas en su vertiente acorazada. La distinción viene dada por tanto en la forma de combatir, no en las armas/servicios implicados.

Al respecto hay que constatar que el carro nunca ha sido invulnerable, desde aquellos exitosos inicios de la Blitzkrieg alemana (de hecho sus carros eran técnicamente inferiores a los de sus enemigos, pero se emplearon con mayor eficacia) siempre ha habido armas capaces de destruirlos, incluso se demostró que las fuerzas acorazadas eran unidades de empleo supeditadas al apoyo aéreo, ya que sin superioridad en este «dominio» era imposible emplear eficazmente fuerzas que carecen de sigilo, tanto por sus características físicas (son objetivos notorios en el campo de batalla), como por la amplitud de sus despliegues (aunque no se empeñen en grandes formaciones, el alcance de sus armas y su movilidad imponen la amplitud de estos).  Otra cuestión es que las otrora sencillas fuerzas motorizadas, hoy cuenten con blindados aún más grandes (con un perfil o silueta francamente mejorable) y tan armados o faltos de sigilo que las tradicionales fuerzas mecanizadas, heredando por tanto sus vulnerabilidades y perdiendo por el camino sus ventajas (que las tienen).

Evidentemente, el Ejército de Tierra español no puede ser ajeno a esta realidad y, como demuestra el actual despliegue en Letonia dentro de la OTAN (Presencia Avanzada Reforzada o EFP), tiene unos compromisos con sus aliados que requieren de una mínima potencia de combate, por lo que el uso de los carros seguirá siendo una de sus prioridades aún durante mucho tiempo; lo que sigue sin resolución es el debate de cómo sacar el mayor provecho de los mismos y, por qué no decirlo, minimizar su impacto en los costes de operación y mantenimiento de una fuerza que, en su mayor parte, atiende a funciones y requisitos divergentes.

De hecho, la historia del carro de combate en nuestro Ejército es una historia de remiendos. Precursores de su empleo en la guerra moderna (nuestra guerra civil fue campo de experimentación y bautismo de fuego de los primeros carros modernos), desde los convenios de ayuda americana del 53 (que supusieron la verdadera mecanización del ejército) pasando por la renovación impuesta del parque con material francés (elegido no por sus cualidades técnicas, sino por restricciones diplomáticas) en plena crisis del Sáhara, hasta el Plan Coraza 2000 (recepción de excedentes de los tratados FACE) y nuestra integración en el Eurocuerpo (1994) con cesión a precio simbólico de Leopard 2A4 alemanes, los carros de combate siempre han llegado tarde y mal. Y con ellos la doctrina de empleo de los mismos, hasta el punto de ser un caso único entre los ejércitos occidentales, al carecer de un arma específica para su desempeño.

Desde la implantación del sistema de armas Leopard en España, se ha desarrollado un ambicioso programa tecnológico e industrial gracias al cual ahora contamos con dos centenares de novísimos y eficaces Leopardo 2E y otros tantos Pizarro, pero distribuidos con criterios poco claros y, sobre todo, poco eficientes (disponemos de 14 unidades tipo batallón) entre las armas de Infantería y Caballería.

El M60A3 supuso  para el Ejército de tierra un más que necesario  medio con el que modernizar su parque acorazado, si bien llegó a España ya desfasado y con muchos años a sus espaldas.

Consideraciones doctrinales

Aparte de la labor institucional de cada arma, la razón principal de las mismas ha sido y es formar a su personal en una función de combate, razón por la que diferentes cuerpos y especialidades de gran tradición, con sus enseñas, valores y hasta misiones o modalidades de empleo (incidiremos en este punto) como la Legión, tropas de montaña, los paracaidistas o las unidades de operaciones especiales, no han multiplicado las armas existentes.

Sin embargo, la función de combate maniobra engloba cada vez más cometidos tácticos; algunos de ellos han sido santo y seña del arma de caballería, como el reconocimiento, y sin embargo lejos de ser exclusivo, las SERECO de los batallones de infantería han realizado esta función desde hace décadas (en los EE. UU. estas PUs integradas en todos los batallones de maniobra pertenecen al Cavalry). Por tanto el verdadero problema deriva de la transformación que la mecanización ha hecho de la función de combate «maniobra» y sus necesidades, con un cada vez más complejo encaje de las armas tradicionales en un nicho que puedan definir como propio.

En este punto hay que recordar que caballería, pese a su reciente inclusión en los cursos de paracaidismo (vacantes del Regimiento de Caballería «Lusitania» n.º 8) nunca ha tenido especialidades relevantes, sus unidades han sido ligeras, acorazadas o ligero-acorazadas, pero sus escalas, tanto de oficiales como de suboficiales (en una clara distinción con Infantería) nunca han disgregado a sus profesionales por especialidad, entendiendo que es un arma pequeña definida ya por una gran especialización.

En el resto de países de referencia (dentro del ámbito occidental) ésta se basaba básicamente en combatir montados, razón por la que la mayoría de armas acorazadas nacieron de la fusión o absorción de los carros por parte de la caballería. Tradicionalmente asociada al reconocimiento, la llegada de un medio de choque como el carro obligó a una dualidad o especialización de estas armas entre la caballería ligera tradicional y las fuerzas acorazadas o de carros de combate, algo que como veremos, no es exactamente lo mismo.

Según la doctrina actual, el carro se define como: ‘’un sistema de armas autopropulsado, sobre cadenas o ruedas, y fuertemente acorazado. Cuenta, como armamento principal, con un cañón, y como armamento auxiliar, con una o varias ametralladoras en diferentes tipos de montaje. Se clasifica, en función de su peso, en: ligero, medio o pesado. Constituye el elemento esencial de las unidades acorazadas.’’

Esta última parte, si bien es cierta, resulta especialmente conflictiva pues nos está recordando que la fuerza acorazada es una forma específica de combatir con medios que pertenecen a diferentes armas pero se rigen por unos criterios/fortalezas comunes. El arma acorazada no puede pues ser un arma de carros de combate, sino de medios acorazados similares, de acción conjunta (inter-armas) y con un cuerpo doctrinal propio, capaz de explotar sus virtudes y minimizar sus vulnerabilidades.

Vehículo acorazado de recuperación e ingenieros Wisent 2, la guerra acorazada implica a todas las armas y servicios.

En el dilema doctrinal que asola a las dos armas de la maniobra, nunca (que nos conste) se ha incluido a la infantería mecanizada sobre cadenas (acorazada en terminología OTAN) pese a que caballería tuvo escuadrones mecanizados en el pasado. Tampoco a los zapadores acorazados, hoy con potentes carros Leopard de zapadores (en fase de estudio en España, aunque existentes en otros países) o los VCZ Castor, en proceso de validación operativa.

Podemos afirmar pues que la maniobra acorazada es no solo una especialización, si no una función de combate en sí misma. Como tal la ha interpretado recientemente el US Army, que ha fusionado a efectos prácticos (no en el aspecto institucional) Armor, Cavalry y Mechanized Infantry en una escuela única de maniobra mecanizada.

Esta fusión académica tiene un fuerte componente doctrinal, sin embargo distingue la capacidad de sus miembros en función de unos conocimientos tácticos y técnicos muy específicos. No solo los zapadores o los artilleros de estas unidades tácticas se mantienen en sus armas de procedencia, es que los infantes, jinetes o miembros del armor ocupan unas vacantes concretas y utilizan vehículos diferenciados con una distinción claramente «técnica»; todo ello pese a organizar batallones orgánicos mixtos en sus ABCT (Armored Brigade Combat Team). Evidentemente para los EE. UU. los medios sí definen a las armas, y además los combina a todos los niveles sin las ataduras institucionales de estandartes o historiales.

De hecho, podemos buscar la similitud (y la diferencia) entre la pretendida arma acorazada y la de aviación, recientemente creada. Si bien las unidades de helicópteros siempre se han definido como una pata más de la maniobra, al final se ha impuesto la necesidad de concentrar y preservar su personal en base a unos conocimientos técnicos muy específicos, difíciles y caros de obtener. Igualmente, las misiones de los helicópteros son demasiado variadas como para encorsetarlos en una misión o función de combate, lo que según la teoría imperante en las armas tradicionales, obligaría a distribuirlos orgánicamente entre las diferentes unidades para apoyarlas como una herramienta más, tal que una ametralladora, un VLTT o un carro de combate.

La realidad de nuestro Ejército impone la centralización de los medios, y con ella una formación del personal (tanto de vuelo como de especialistas) muy específica, y es que volar un helicóptero y las posibilidades de actuación que ofrecen son más relevantes que la misión a realizar.

El helicóptero, como medio de ataque, escolta, transporte o asistencia médica, se basa en su capacidad para usar la tercera dimensión; con sus ventajas, como recorrer distancias enormes en muy poco tiempo, y debilidades, tales como su fragilidad o su exigencia logística. Podemos resumir todas estas actividades más como una función de combate (explotar la tercera dimensión en apoyo de la maniobra) que como una misión.

Carros Leopard 2A6 y helicópteros Tigre del Ejército alemán durante unas maniobras. Los medios más letales son también los más caros y complejos, requiriendo de personal con una formación específica.

El carro de combate y las formaciones acorazadas cumplen el mismo principio. Esto se debe a que dentro de una unidad tipo sección o compañía, los carros combaten siempre de la misma manera y basan su utilidad en el efecto que provocan en el enemigo y su aprovechamiento en favor de los objetivos propios, sea cual sea la misión o misiones encomendadas (que pueden ser muy amplias). Dicho esto, formar parte del esfuerzo decisivo o realizar una maniobra retardadora, una explotación del éxito o cubrir el flanco del grueso serán misiones asignadas por el mando a una PU táctica que por sus características, composición o disponibilidad para entrar en combate, sea adecuada para llevarla a cabo.

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