Rusia / OTAN: la lucha por el control del Báltico (I)

Desfile naval en San Petersburgo
Desfile naval en San Petersburgo, protagonizada por unidades de la Flota del Báltico de la Marina de guerra de Rusia. Fuente: Gobierno de Rusia / Mikhail Kireev / RIA Novosti

La evolución de la estrategia naval en el Mar Báltico desde finales de la Guerra Fría se puede considerar como uno de los grandes éxitos de la geopolítica occidental y, en particular, de la OTAN. Es así, pues en el plazo de unos pocos años los miembros de la Alianza han sido capaces de arrebatarle a Moscú el dominio de un mar que, hasta entonces, se había considerado como un lago soviético-ruso: un escenario crucial que, en caso de guerra, habría obligado a esta organización a una costosa batalla de cara a mantener abiertas sus líneas de comunicación, a la vez que se las cerraba a su oponente. Un proceso que se ha visto potenciado tras el inicio de la invasión rusa de Ucrania, que ha afectado a las estrategias navales de unos y otros y que tiene también implicaciones profundas para otros teatros, todo lo cual justifica su estudio.

Índice

  • Introducción
  • El Báltico en la Guerra Fría

    • La Batalla de la Primera Salva

  • La importancia del Báltico
  • Las marinas bálticas y el Poder Naval
  • El enclave de Kaliningrado

Introducción

Desde la caída de la Unión Soviética, la evolución de las políticas en el Viejo Continente en relación con el Báltico había sido muy distinta a la propia de la Guerra Fría. El estrechamiento de lazos con Rusia, en casos como el de Alemania, parecían apuntar a un futuro pacífico y tranquilo en una región que está íntimamente marcada por la geografía. En los últimos años, sin embargo, la actitud de una Rusia que se siente acosada, tras la expansión hacia sus fronteras de la Unión Europea y de la OTAN, ha provocado una renovada sensación de ansiedad entre el resto de estados ribereños del Báltico, rompiéndose de paso cualquier posible lazo establecido en las décadas anteriores.

La invasión rusa de Ucrania ha actuado como catalizador de toda una serie de cambios que han alterado radicalmente los equilibrios regionales, toda vez que los dos únicos estados que se habían mantenido al margen de la OTAN (obviando, por razones lógicas, a la propia Rusia), han terminado por llamar a las puertas de la Alianza, consumando en un breve espacio de tiempo su adhesión a la misma y, de paso, cambiando el panorama en este particular Teatro de Operaciones a todos los niveles.

En este artículo, que se publica en dos partes, veremos cómo desde la propia Guerra Fría hasta la actualidad el balance de fuerzas en la región ha ido cambiando de forma paulatina. También cómo dicho cambio ha tenido y -en la medida en que sigue profundizándose- tiene numerosas implicaciones para ambas partes, así como para otros teatros próximos. Todo ello, por supuesto, desde una perspectiva puramente naval, hablando tanto de la composición de las marinas de guerra que allí operan, como de la estrategia de Rusia y la OTAN en dicho mar.

Mapa político del mar Báltico.
Mapa político del mar Báltico. Todos los territorios con salida a este mar, salvo el enclave de Kaliningrado y la región de Leningrado, que pertenecen a Rusia, son parte de Estados miembros de la OTAN. Fuente: OTAN.

El control del Báltico durante la Guerra Fría

Durante el casi medio siglo de Guerra Fría en Europa, el Mar Báltico jugaría un papel central en las estrategias de ambos contendientes. La situación era muy diferente a la actual, como explicamos hace unos meses al hablar sobre la evolución de la Deutsche Marine alemana. Por un lado, el Pacto de Varsovia incluía a naciones como las Republicas Bálticas, en aquel entonces naciones integrantes de la Unión Soviética, así como Polonia y la Republica Popular de Alemania. Por lo tanto, las costas de dicho bloque se extendían de manera ininterrumpida desde San Petersburgo (entonces Leningrado) hasta prácticamente Dinamarca.

Por otro, Suecia y Finlandia eran naciones, inicialmente, neutrales en un hipotético conflicto, aunque con cierta inclinación hacia la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Respecto a esta, por último, la Alianza, contaba en dicho escenario con las diminutas costas de la República Federal de Alemania, que iban desde la frontera con Dinamarca hasta Lubeck. Noruega y Dinamarca aportaban también sus correspondientes costas bálticas, aunque concentradas casi por completo en la zona de los estrechos daneses, Skagerrak y Kattegat, que comunican dicho mar con el Mar del Norte.

En cuanto a la Unión Soviética contaba con una de sus cuatros flotas principales basada en este Teatro de Operaciones: la Flota del Báltico. Una flota que, de hecho, contaba -y cuenta- con una gran tradición naval y con una abigarrada historia, protagonizada por los numerosos enfrentamientos librados en aguas de dicho mar, aunque no sólo, como nos recuerda la aventura del almirante Rozhéstvenski, quien llevara varias unidades de dicha flota hasta su fatal destino en Tsushima. Sea como fuere, el puesto de Comandante en Jefe de la Flota del Báltico era considerado uno de los más prestigiosos dentro de la Flota Soviética y, generalmente, daba acceso a las más altas magistraturas del estamento militar tanto de la extinta URSS como del Pacto de Varsovia.

El Mar Báltico estaba, por lo tanto, prácticamente rodeado de costas pertenecientes al Pacto de Varsovia (como puede verse en el mapa bajo estas líneas) y la Flota del Báltico podía contar con un amplio margen de maniobra interior en él. Sus misiones, dicho esto, eran dos: apoyar el avance de las tropas terrestres del Pacto sobre Alemania Occidental y buscar la ruptura de los estrechos daneses para la proyección de sus unidades oceánicas hacia el Mar del Norte y el Atlántico.

Mapa político del mar Báltico durante la Guerra Fría
Mapa político del mar Báltico durante la Guerra Fría. La existencia de dos países neutrales (Suecia y Finlandia) y la posesión, por parte de la Unión Soviética, tanto de las repúblicas bálticas como de Polonia y Alemania Oriental, obligaban a la OTAN a una costosa batalla naval tanto para impedir que los submarinos soviéticos alcanzasen el Mar del Norte y el Atlántico, como para mantener las líneas de comunicación marítimas abiertas. Fuente: Simo Laakkonen.

Para la primera misión, de carácter estratégico, la Flota del Báltico tendría a su disposición un importante componente anfibio al objeto de hacerse con los principales puntos de dicho mar, así como una bien dotada fuerza aerotransportada que actuaría en coordinación con las fuerzas anfibias, buscando puentear las defensas de la OTAN, sobrepasando sus líneas y ayudando así a la penetración de las fuerzas mecanizadas del Ejército rojo desde Alemania Oriental.

Para esta misión, también se apoyaría a la Flota del Báltico con una fuerza aérea de primer nivel, encargada de asegurar la cobertura aérea de las unidades anfibias y navales sobre el área de operaciones. Todo ello teniendo en cuenta que las fuerzas del Pacto de Varsovia, a diferencia de las de la OTAN, no dependían para su ofensiva de las líneas marítimas de comunicación para su ofensiva, ya que su logística básica se basaba en las comunicaciones terrestres a través del territorio alemán y, en su caso, incluso del finlandés y sueco.

Posible campaña soviética en Dinamarca y Noruega
Posible campaña soviética en Dinamarca y Noruega si la URSS invadía también Finlandia y Suecia. Fuente: SG 161/3, 30 de septiembre de 1953.

La segunda misión principal de la Flota del Báltico estaba centrada en la toma de los estrechos daneses (Kattegat y Skagerrak) por parte de sus fuerzas anfibias, de tal modo que su posesión permitiese la salida de sus unidades oceánicas hacia el Mar del Norte y al Atlántico. De hacerlo, la Armada Roja incrementaría de forma sustancial su capacidad de actuar sobre las líneas marítimas de comunicación (SLOC) de la OTAN; lo que a su vez obligaría a las fuerzas navales de la Alianza a detraer recursos de otros escenarios para poder hacer frente a esta nueva amenaza.

La Unión Soviética podía permitirse esta estrategia naval en dicho Teatro de Operaciones ya que, como hemos dicho, sus líneas de comunicación no dependían del Mar Báltico para su ofensiva principal y consideraban a este como un lago cerrado y controlado por sus propias fuerzas navales y aéreas, como de hecho así sería.

Municiones encontradas en aguas del mar Báltico entre 1994 y 2012.
Municiones encontradas en aguas del mar Báltico entre 1994 y 2012. Más allá de las minas, las aguas del Báltico esconden numerosas municiones sin detonar que en la mayor parte de los casos datan de los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. Hay que tener en cuenta que se trata de un mar con un tamaño mínimo y en el que apenas unos pequeños pasillos son transitables por buques de gran calado, lo que dificulta más si cabe las operaciones y determina el tipo de guerra que allí se lleva a cabo. Fuente: Helcom.fi.

Por el contrario, la OTAN encaraba una situación operacional mucho más complicada. Debía mantener abiertas las líneas de comunicación marítimas con Noruega y con la neutral Suecia a través del mar Báltico. Sin embargo este no era más que un objetivo secundario, pues el principal pasaba por embolsar a la Flota del Báltico de la Unión Soviética en la región del Golfo de Finlandia, en torno al área donde se encuentra San Petersburgo. Algo extremadamente complejo de ejecutar debido a la posesión de las costas por parte de la URSS y que implicaba que las formaciones navales de la OTAN tendrían que adentrarse en exceso en territorio controlado por el enemigo. Además, con todo lo que implica hacerlo en aguas someras como las del Báltico, plagadas por si no fuera poco de minas –incluso hoy son centenares las minas de tiempos de la Segunda Guerra Mundial que siguen encontrándose en sus aguas– y al alcance de la aviación, las baterías antibuque terrestres y, por supuesto, los buques y submarinos comunistas.

El objetivo de la OTAN, en términos más amplios, pasaba por mantener el Báltico cerrado y, en lo posible, carente de enfrentamientos navales, con el objeto de ahorrar recursos que pudieran ser usados en otros escenarios inicialmente más importantes. Es más, si hacemos memoria ya durante la II Guerra Mundial la Alemania nazi había logrado alcanzar este objetivo al inutilizar a la Flota Soviética, confinándola en puerto. De esta forma, el régimen nazi pudo mantener el control del Báltico hasta el Golfo de Finlandia, pero con la ventaja de llevar a cabo una ofensiva terrestre exitosa en la propia URSS.

Siguiendo con la OTAN, las operaciones de combate en el Báltico se ejecutarían mediante el empleo de plataformas que se escapaban del estándar oceánico habitual entre las marinas de guerra que forman parte de la Alianza. Para ello se apostaba por submarinos convencionales de escaso tonelaje, así como lanchas rápidas equipadas con misiles antibuque y un importante componente aéreo para cubrir las operaciones navales. Y, por supuesto, por un recurso intensivo a la guerra de minas. Al fin y al cabo el Báltico es, quizá junto al Mediterráneo y el Mar Negro, el escenario en el que las minas navales podrían llegar a copar buena parte de la guerra naval, en caso de poder desplegarse de forma adecuada los campos de minas requeridos, tanto en forma ofensiva como defensiva.

Para implementar su estrategia, la OTAN partía de una situación precaria en comparación con el Pacto de Varsovia, ya que sus bases y zonas de despliegue se encontraban más al oeste y su extensión era una mínima parte en comparación con la soviética. Esto obligaba, en consecuencia, a realizar una proyección de su poder naval costero hacia una zona cuyas costas estaban en poder de su enemigo. Además, con su principal punto de interés en el Atlántico, los recursos que la OTAN podía destinar al Teatro de Operaciones del Báltico eran, tanto en cantidad como en calidad, de segunda línea. Tan solo las fuerzas submarinas, basadas en el escuadrón germano, podían considerarse una fuerza naval de primer orden. Suficientes quizá, junto al resto de elementos, para llevar a cabo operaciones de minado extensivo y para acosar gracias a las corbetas y lanchas rápidas lanzamisiles de forma constante a la Flota del Báltico.

Esto, que era aplicable al conjunto de la OTAN, lo era igualmente para algunos de sus Estados miembros a título individual. Así, por ejemplo, Noruega y Dinamarca tenían sus áreas principales de interés en el Mar de Norte, destinando al Báltico una parte menor de sus recursos. Únicamente Alemania era la que, por razones obvias, destinaba más recursos a este mar, en tanto debía impedir no sólo que sus costas quedasen bloqueadas, sino también que las tropas soviéticas pudiesen emplearlo como apoyo a una operación por tierra.

Dicho lo cual, se daba por seguro el uso de las aguas territoriales de Suecia y Finlandia para el acoso a la Flota del Báltico, aunque la Unión Soviética también ejecutaría acciones en el mismo sentido. Todo a sabiendas de que resulta extremadamente difícil elucubrar acerca de cómo hubieran reaccionado ambas naciones -neutrales- en caso de hostilidades. En el primer caso, el de Suecia, este país siempre tuvo una tendencia hacia la Alianza Atlántica, mientras que Finlandia se encontraba más cohibida por la larga frontera terrestre que mantenía con la URSS y su experiencia pasada. En cualquier caso, la violación de los espacios aéreos, marítimos y terrestres, especialmente en el caso de ofensiva soviética en el Alto Norte contra Noruega, determinarían el camino a seguir por ambas naciones y tendrían importantes consecuencias en el Báltico.

A pesar de que los medios navales eran menores que los que podía oponer la Unión Soviética y de que esta disponía de una potente Fuerza Aérea, la OTAN mantendría una potente capacidad aérea en la región. Capacidad que sería, en última instancia, la que definiría hasta dónde podría arriesgarse la Flota del Báltico soviética. De hecho, la batalla aérea por el dominio del Báltico sería crítica para ambos bandos y muy contestada, ya que además de las numerosas unidades desplegadas, ambas partes contaban con la posibilidad de enviar refuerzos desde otros teatros, llegado el caso, en una época en la que el número de aparatos en servicio era muy superior al actual.

Pasando a la artillería antibuque, el Báltico era -y es todavía-, una de las pocas zonas del globo en la que las baterías de costa, en su mayoría dotadas de misiles antibuque, tienen una importancia estratégica. Debido a la escasa distancia entre las rutas de navegación y las costas, el uso de este tipo de armamento es de una importancia vital, siendo capaces de atacar de manera efectiva a una agrupación naval sin la necesidad de desplegar buques de guerra y beneficiándose además del camuflaje que ofrece el entorno, así como la versatilidad en cuanto a ubicación de la plataforma. No es de extrañar, por tanto, que ambos contendientes las tuviesen en sus arsenales para su uso intensivo.

La Batalla de la Primera Salva
Al igual que en el Mediterráneo, en el Báltico la disposición de las fuerzas navales en sus primeras horas iba a definir en gran manera el resultado final del enfrentamiento, bajo el concepto de la Batalla de la Primera Salva. Un inicio ofensivo, con vectores antibuque de largo alcance por parte de ambos contendientes, buscaría destruir en las primeras horas el máximo número de unidades enemigas, que difícilmente podrían ser sustituidas por otras tras este intercambio de misiles. Al menos no a corto plazo y únicamente previo traslado desde otros teatros.

En el caso de la OTAN, mientras la organización retuviera el control de los estrechos daneses, mantendría también abierta la posibilidad de reforzar el Teatro de Operaciones báltico con unidades provenientes de otras áreas. Para la Unión Soviética esto era más que complicado de plantearse, ya que los estrechos daneses impedían la entrada de cualquier unidad de la Flota del Norte. Y el sistema de canales fluviales que comunicaba Leningrado con la Flota del Norte o la del Mar Negro, era lento de operar y susceptible de ser atacado en sus infraestructuras básicas para condenar su uso e impedir el traslado de recursos por él.

Por lo tanto, el TVD soviético del Báltico se consideraba siempre como un elemento aislado y dependiente del resultado de las acciones del Ejército Rojo en las llanuras de Alemania. De esta forma, si podían proyectar sus unidades navales hasta el área de la isla de Bornholm, y mantener un status quo parecido al inicio de las hostilidades, podía ser un éxito para ellos.

Dicho lo anterior, podemos considerar que durante la Guerra Fría, la OTAN reconocía de facto la superioridad del Pacto de Varsovia en este Teatro marítimo y se contentaba con el cierre de esta región para inmovilizar a la Flota del Báltico, mientras que el Pacto apostaba por el uso intensivo de su superioridad terrestre y aérea para forzar la ruptura del bloqueo de la OTAN y tratar de proyectar su poder naval fuera de dicha región.

Si la ofensiva terrestre soviética desbarataba las defensas en Alemania, entonces las operaciones anfibias podían acelerarse y ejecutarse más hacia el oeste, a la par que la presión diplomática se incrementaría sobre Suecia y Finlandia. Un plan para el que la Unión Soviética dependía del buen hacer de sus fuerzas terrestres, pero también de la capacidad de encaje, toda vez que el armamento más moderno de la OTAN era, en principio, superior al de una URSS que oponía el número como mejor argumento de cara a mantenerse el pie al final de la Batalla de la Primera Salva.

Una batalla que podría durar días o semanas, pero que incluso podría llegar a ser mucho más rápida, quedando neutralizadas partes sustanciales de las flotas contrarias en cuestión de horas una vez iniciado el conflicto…

Batimetría del mar Báltico
Batimetría del mar Báltico. La particular configuración física de este mar, que además de costas recortadas e islas situadas en posiciones estratégicas, posee una profundidad mínima en la mayor parte de su extensión, determina la estrategia de los actores que en él compiten. Fuente: Jakobsson et al. (2019).

La importancia del Báltico

Antes de continuar con el estado actual de la situación naval en el Báltico, pasemos a ver algunas particularidades de este escenario, así como de las naciones ribereñas, que hace que sea una zona muy especial y en la que, en muchos aspectos, no aplica la concepción del Poder Naval que nos es más familiar en Occidente.

Las naciones ribereñas son; Dinamarca, Alemania, Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, la Federación Rusa, Finlandia, Suecia y Noruega. De entre ellas, algunas como Dinamarca, Alemania o Noruega se han ido enfocando en los últimos años hacia operaciones en el Mar del Norte o incluso más allá, apostando por la capacidad de proyección y por la versatilidad en el diseño de sus buques de guerra. Únicamente Alemania se ha preocupado –pese a todos sus problemas y carencias-, de mantener capacidades aptas para la lucha en este escenario, consciente de que sigue siendo el principal sostén de la OTAN en dichas aguas.

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