Si en las dos primeras partes de esta serie de artículos os hablábamos del origen y evolución de las raciones militares modernas y del caso concreto de la Unión Soviética y heredera, la Federación Rusa, hoy le toca el turno a los Estados Unidos. El país con las Fuerzas Armadas más poderosas del planeta, como no podía ser de otra forma, cuenta también con el sistema logístico más desarrollado, lo que se traduce en una variedad de opciones y una calidad, como veremos, sin parangón.
Los Estados Unidos han sido, desde la Primera Guerra Mundial, el país que ha marcado la tendencia a seguir en todo lo relativo a la alimentación militar. Es la consecuencia lógica de disponer de unas fuerzas con vocación expedicionaria que debían actuar en muchas ocasiones a miles de kilómetros de sus fronteras.
El camino hasta llegar a la MRE ha sido largo y no ha estado libre de errores. Con todo, prácticamente desde la Guerra de Secesión han ido un paso por delante del resto en lo que a alimenación militar se refiere. No en vano una de las virtudes estadounidenses y la base de su poderío militar, reside en saber poner toda la capacidad tecnológica e industrial del país al servicio de sus Fuerzas Armadas, buscando librar guerras de atrición en las que unos recursos sin par terminan por decantar la victoria de su lado. Es lo mismo, en cierto sentido, que hacían primero la República y después el Imperio Romano; podían sufrir, de forma puntual importantes derrotas. Ahora bien, a largo plazo Roma siempre salía victoriosa pues tenía la capacidad de reponer las bajas con una rapidez asombrosa y de equipar a las nuevas legiones con toda la panoplia de armamentos y bagajes una y otra vez, algo posible no solo por el tamaño de su población, sino por su desarrollado aparato logístico.
Las primeras raciones modernas, tal y como las entendemos en la actualidad, fueron las Trench Rations, Reserve Rations y Emergency Rations que británicos y estadounidenses «disfrutaban» en la Gran Guerra. El origen de esta última, también conocida como «Iron ration» es en realidad ligeramente anterior y data de 1907. No obstante, el proceso que llevó hasta estas data como decíamos de la Guerra de Secesión.
Este sangriento conflicto, que se libró entre 1861 y 1865, solo vería su fin gracias a que el norte, industrializado y más poblado, pudo poner al servicio de las armas la capacidad de sus fábricas, logrando una superioridad material ante la que los confederados tuvieron que claudicar. Más allá del romanticismo, el heroísmo o la genialidad de personajes como Robert E. Lee, la capacidad de fuego y la realidad de unos soldados mejor vestidos y nutridos terminó por imponerse.
Buena parte del mérito se lo debemos otorgar al sistema de abastecimiento de La Unión, que había intentado asimilar las lecciones no solo de la Guerra de Independencia (1775-1783), sino también de las guerras con los nativos (con los Cherokee, Seminola, Arikara, Winnebago…), o los conflictos fronterizos con México y el Reino Unido. Todas estas guerras, aunque pueda parecer desde nuestra perspectiva que se libraron cerca de sus bases, en realidad fueron guerras expedicionarias. Por entonces la expansión estadounidense hacia el Oeste no se había completado y disponer un simple batallón para hacer frente a los mexicanos en Texas o a los indios comandados por Halcón Negro más allá de Illinois era una auténtica aventura. También lo era abastecer a los fuertes de frontera (lo que da todavía más mérito a los soldados de cuera españoles) y, en general, avanzar hacia la costa del Pacífico en un ambiente hostil y sin más medios de transporte que los de tracción animal (el ferrocarril transcontinental se inauguró en 1869).
Los resultados, aunque influyeron en el resultado de la contienda, tampoco fueron perfectos, claro. Miles de soldados murieron de flujo y diarreas, causadas en gran parte por las deficiencias en cuanto a conservación de los alimentos y en el suministro de agua potable. Con todo, en esta guerra se publicaron dos documentos básicos, que tendrían una importancia capital en las décadas siguientes.
En 1861, el Ejército de Virginia publicó «Directions for Cooking by Troops in Camp and Hospital», un manual de cocina de campamento del Ejército, cuyo contenido fue escrito por Florence Nightingale. Las recetas hacían hincapié en la carne y la leche (para las proteínas) y en los granos enteros, frutas y verduras (para los carbohidratos). Ese mismo año, en el bando norteño, el doctor John Ordronaux escribió «Hints on the Preservation of Health in the Armies», un texto en el que se establecían las prioridades a la hora de configurar una dieta militar válida. Ambos textos supusieron, en conjunto, un antes y un después y sentaron la base teórica sobre la que se elaboraría la ración de 1892, en la que se aceptaba por primera vez la necesidad de contar con pescado, carnes y verduras frescas.
Como vimos a propósito de la Unión Soviética -y antes de eso, de España-, las disposiciones recogidas en los textos rara vez se cumplían y esto se pudo ver en las guerras que el Imperio Español y los Estados Unidos sostuvieron entre 1898 y 1902. Encontrarse con comida podrida o fermentada fue bastante habitual debido a la falta de personal destinado a adquisiciones e inspección, así como a la formación del mismo. Además, la inadecuación de las instalaciones de almacenamiento y refrigeración, así como de los medios de transporte, hacían que los alimentos se deteriorasen con rapidez, especialmente con el intenso calor que es propio, mediado el verano, de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. No era el único problema: la adición de «preservatina» en la carne degeneró en el escándalo de la «carne embalsamada» y en una investigación judicial tras los cargos presentados por el Mayor General Nelson A. Miles y otros oficiales. Y es que si la ciencia de la preservación todavía estaba en pañales, la avaricia y la picardía llevaban milenios funcionando a toda máquina.
Lo mismo ocurría con los vegetales, por supuesto, dando lugar a un fenómeno que ya vimos a propósito de los soldados soviéticos en Afganistán en los años 80: la aparición de enfermedades incapacitantes. De hecho, hasta el 75% de los militares estadounidenses sufrieron algún tipo de síntomas que se entendía era consecuencia del abuso de las «Travel rations». Estas, auténticas raciones de emergencia, estaban compuestas como las soviéticas siete décadas después principalmente de tocino graso, carne de vaca y alguna hortaliza (tomates) y legumbre (frijoles). A la ausencia de micronutrientes habia que sumar una tendencia innata a fermentarse, con las consecuencias que hemos visto. Al fin y al cabo, aunque las raciones no tenían la culpa de la aparición de casos de paludismo o fiebre tifoidea, estaba claro incluso entonces que soldados con el sistema inmunológico bajo mínimos debido a la mala alimentación, eran mucho más proclives a terminar el en hospital de campaña aquejados de cualquiera de estas enfermedades.
Como consecuencia, en 1901 y posteriormente en 1908 se rediseñaron las raciones de emergencia, estableciendo además una diferenciación entre las raciones diarias (para los acuartelamientos), las raciones de campaña (maniobras o operaciones) y las raciones de emergencia (o viaje). Este sistema seguiría en vigor hasta la Primera Guerra Mundial, cuando por primera vez en la historia se hizo uso a gran escala de alimentos perecederos, pues por entonces la tecnología ya permitía su conservación.
Llegados a este punto, conviene hacer un inciso. Los cambio radicales que se produjeron en la nutrición militar en ambos conflictos mundiales no tuvieron que ver solo con la necesidad de contar con soldados bien alimentados. Había un importante componente social en todo ello y es que a diferencia de conflictos como el de Cuba las levas a gran escala habían llenado la milicia con literalmente millones de jóvenes acostumbrados a unas condiciones de vida mucho mejores que las de la generación anterior. En relación con esto, proveerles de alimentos frescos era una absoluta necesidad para mantener la moral y evitar el desafecto, algo que como veremos, los EE. UU. han seguido teniendo en cuenta en conflictos ulteriores.
Volviendo al periodo inmediatamente anterior a la Gran Guerra, se hizo lo posible por introducir en la dieta diaria carne de res y aves de corral, huevos, leche, mantequilla, queso, verduras y pescado. El problema era que esto, relativamente sencillo en los cuarteles, se hacía todavía imposible en el campo de batalla, algo que comenzó a cambiar en 1913 con la generalización de la carne deshuesada o los vegetales deshidratados, entre otros, aunque sin tiempo como para que su impacto en los campos de batalla europeos se dejase notar.
La Primera Guerra Mundial
Hacia 1918, los soldados estadounidenses disponían, de media, de 137 gramos de proteína, 129 gramos de grasa y 539 gramos de carbohidratos, con un valor calórico total de 4.000 kilocalorías por hombre y día, suficientes para una guerra de trincheras, aunque todavía con deficiencias vitamínicas. No obstante, nada que ver con sus aliados, pues disfrutaban de productos lácteos, huevos y verduras frescas en cantidad relativamente abundante, todo un lujo. Como es habitual, todo ello se preparaba en cocinas de campaña siempre que era posible.
Visto en retrospectiva, el esfuerzo que los EE. UU. realizaron para alimentar a sus tropas fue inmenso; alimentar a la tropa costaba al erario público 26 centavos por soldado y día durante la Primera Guerra Mundial, y el gasto total ascendió a 727.092.430,44 dólares entre 1917 y 1918, el equivalente a algo más de 16.000 millones de dólares al precio actual.
Este esfuerzo, además de en la alimentación en caliente, se dedicó a la fabricación de tres tipos de raciones especiales, conocidas como «Emergency Rations», «Reserve Rations» y «Trench Rations» o raciones de emergencia, reserva y trinchera.
Cuando no era posible proporcionar comida caliente, la solución estadounidense pasaba, como en el caso británico, canadiense o australiano, por las raciones de emergencia («Emergency Ratiosn»), más conocidas como «Iron rations» por su presentación. Hay que tener en cuenta que cosas tan simples como la meteorología podían complicar mucho las cosas, por no hablar de un ataque enemigo contra las líneas de suministro que podía dejar al frente sin abastecimientos. Además, en las trincheras cabía la posibilidad de que un ataque con gas arruinase cualquier alimento expuesto, por no hablar de la acción de las ratas y demás alimañas que infestaban el campo de batalla.
La solución pasaba por las raciones de emergencia, con un contenido del orden de 3.000 kilocalorías en base a pan galleta, carne y azúcar, todo elo enlatado de forma que quedasen al abrigo de la intemperie o cualquier otra amenaza. Estaban diseñadas de tal forma que un soldado debería poder sobrevivir hasta una semana con ellas, eso sí, siempre que su oficial al mando se lo ordenase, pues no podían utilizarse sin autorización.
Las «Iron Rations» estaban compuestas por una pequeña variedad de alimentos conocidos por su durabilidad y envasados en latas o envueltos en papel encerado y papel de aluminio. En entradas anteriores hemos hecho referencia a estas raciones que, en opinión de quien escribe, eran un prodigio técnico para la época (otra cosa es que alguien las siguiese utilizando medio siglo después). Dentro de una lata de 17,14 x 4,45 x 7,1 centímetros y con un peso total de 581 gramos, incluían alternados tres pasteles de pan y carne y dos de chocolate, además de la sal y la pimienta.
Los pasteles de chocolate estaban compuestos al 50% de cacao y azucar, aportando la mayor parte del contenido calórico de la ración y sirviendo como estimulante a falta de otras cosas. Los pasteles de carne y pan galleta se podían comer en seco (algo muy poco recomendable) o bien mezclarlos con agua fría si no había otra opción. Lo suyo, no obstante, era hervirlos en agua y sazonarlos, convirtiéndolos en una especie de gachas.
Lo que es más importante que la ración en sí; siguiendo los ejemplos que hemos visto a propósito de la Guerra de Secesión, las «Iron rations» no surgieron en el vacío, sino como consecuencia de un estudio médico y nutricional. Cincuenta y seis hombres fueron controlados durante cinco días mientras se alimentaban exclusivamente de estas raciones y se medía desde su paso hasta apreciaciones personales como si habían sufrido punzadas de hambre o debilidad. Es más, antes de confeccionarlas se evaluó también la experiencia de los japoneses y rusos en la Guerra Ruso-Japonesa, así como la alimentación de británicos, franceses, alemanes o austro-húngaros.
De esta forma, se alumbró un producto redondo: barato de fabricar, de larga duración, resistente a los impactos y al maltrato, aceptable desde el punto de vista nutricional, ligero y adecuado a los estándares de la época, que no son los nuestros, claro.
Hasta ahora hemos hablado de las raciones de emergencia, pero como hemos dicho antes, no eran las únicas, ni mucho menos. En realidad ni siquiera las más comunes. Las «Reserve Rations» también tuvieron su papel, aunque presentaban problemas de deterioro debido a un embalaje deficiente, como explica el Teniente Coronel Frank W. Weed en un estudio de 1926 en el que se analizan todos y cada uno de los problemas médicos aparecidos entre las tropas expedicionarias estadounidenses en la Primera Guerra Mundial.
Estas raciones de reserva tenían por objeto proporcionar una comida completa para un hombre durante un día entero, para lo que incluían una lata de carne de una libra, dos latas de 8 onzas de pan duro, 2,4 onzas de azúcar, 1,12 onzas de café tostado y molido y 0,16 onzas de sal. Pesaba alrededor de 2 libras y contenía alrededor de 3.300 calorías. La comida se consideraba amplia y satisfactoria en general (seguramente después de un tiempo en Europa la percepción fuese ligeramente distinta) pero el envasado, en latas cilíndricas de una libra de capacidad, estaba lejos de ser práctico o económico, su variedad era escasa y tendían a estropearse.
Como se puede ver, esta ración sufrió cambios importantes entre 1913 y 1918, con la adopción de carne o pescado enlatado en sustitución del bacon, que tendía a degradarse con celeridad. Lo mismo era aplicable al pan galleta, pero es un extremo que no lograron solucionar.
Respecto a las «Trench Rations» venían a sustituir a las «Traves Rations» de finales del siglo anterior y también sufrieron modificaciones en las mismas fechas para adaptarse a la realidad del nuevo conflicto como la inclusión de cigarrillos o de sardinas como alternativa a la carne.
Como su nombre indica, la ración de trinchera fue diseñada para hacer frente a las condiciones únicas de este tipo de guerra en la que, por cierto, los estadounidenses contaban con la experiencia de la Guerra de Secesión. Lejos de ser raciones individuales, venían envasadas en grandes recipientes galvanizados capaces de preservar los alimentos del gas venenoso y suficientes para alimentar a 25 hombres durante un día. La principal ventaja radicaba en una variedad de alimentos mayor que la ración de reserva aunque su peso, la propensión a pudrirse de algunos de los alimentos que contenía y la inadecuación nutricional seguían estando ahí.
La Segunda Guerra Mundial
La Gran Guerra fue una prueba de fuego para las Fuerzas Armadas de los EE. UU. y sus capacidades logísticas, pero una prueba que palidece en comparación con la Segunda Guerra Mundial. Superar este desafío implicó producir miles de buques de guerra, centenares de miles de aviones y carros de combate, millones de 4×4 y camiones, armamento de todo tipo y, por supuesto, raciones individuales y colectivas.
Seguramente en la memoria de todos estén tanto las raciones C como las K, que podemos ver en distintas películas o serias sobre este conflicto. El esfuerzo, no obstante, fue mucho mayor y llevó a desarrollar soluciones específicas para casi cualquier requerimiento. Es así como vieron la luz las raciones D (Logan Bar), las de emergencias para los paracaidistas y los pilotos, los «Sandwich Pack», las raciones 10 en 1 y 5 en 1 o las raciones para la guerra en la jungla, entre muchas otras. El sistema, compuesto por cinco tipologías básicas, se organizaba de la siguiente manera:
- Ración A: Era la ración ordinaria, que se utilizaba en los acuartelamientos o cuando estaban disponibles cocinas de campaña, esto es, la mayor parte del tiempo. Se componía de una gran variedad de alimentos frescos, refrigerados o congelados.
- Ración B: La ración de campaña constaba de alimentos en conserva, es decir, que no requerían de refrigeración. Se preparaban también en cocinas de campaña.
- Ración C: La más conocidad de todas y la ración individual estándar consistía en una comida completa y precocinada que únicamente era necesario calentar para consumir. Se utilizaba cuando no era posible usar las cocinas de campaña y su uso estaba limitado para conservar tanto la salud como el ánimo de la tropa, por más que fuesen apreciadas.
- Ración K: Las famosas raciones de asalto de los paracaidistas norteamericanos fueron concebidas para maximizar la ligereza y la facilidad de uso por parte de aquellos colectivos que no podían cargar con las raciones C, mucho más voluminosas y pesadas.
- Ración D: Las raciones de emergencia solo se utilizaban bajo orden directa de un oficial. Básicamente chocolate al que se añadía un sustitutivo de la mantequilla y azúcar, su razón de ser era proporcionar calorías y servir de estimulante en situaciones de apuro.
- Raciones especiales: En este grupo se pueden incluir más de una decena de variantes que por unas razones u otras fueron retiradas del servicio antes de tiempo en su gran mayoría. Respondían a los requerimientos de unidades o ambientes concretos como montaña, jungla, aviación, etc.
- Raciones colectivas: Básicamente las ración 5 en 1 y la 10 en 1, que en realidad eran similares salvo por la presentación.
Las más famosas, como hemos dicho, fueron las raciones C, desarrolladas bajo la supervisión del Mayor W. R. McReynolds a finales de los años 30 como una forma de ofrecer al soldado una ración de campaña más completa, nutritiva y sencilla de transportar que las utilizadas hasta la fecha. El proceso que llevó a dar con una configuración definitiva no estuvo exento de problemas y antes de llegar a una solución aceptable (recordemos que no sólo puntúa el factor nutricional, sino también el económico, la durabilidad o la facilidad de transporte), se probaron diferentes platos, tamaños de envase y composiciones.
Entre otras mejoras, se pasó a introducir platos más completos que la simple carne enlatada, como eran el estofado de carne (de res) con verduras, la carne con fideos o el guiso irlandés (ragú con patatas y cocinado en cerveza). También se incluyeron aditamentos como el zumo, la fruta en almíbar o los caramelos. Es más, estas raciones no dejaron de mejorar durante toda la Segunda Guerra Mundial dando lugar a las variantes C-1, C-2, C-3 y C-4, cada una con características propias. De esta forma aguantaron en servicio hasta 1958.
Después de distintas pruebas de campo se optó por las latas de 12 onzas se abandonó la lata de 16 onzas y se adoptó una lata de 12 onzas (340 gramos) y se añadieron tanto café como chocolate. De hecho, para 1941 ya incluían incluso caramelos duros y se había pasado a la producción a gran escala, acumulando unos stocks que fueron muy valiosos no solo para los militares estadounidenses, sino también para los aliados. Para hacernos una idea de las cifras, solo en 1944 se fabricaron más de 105 millones de raciones de este tipo…
El contenido típico consistía en 3 latas, cada una de ellas con un plato diferente, además de otras 3 latas que contenían distintos tipos de galletas (dulces y saladas), azúcar y café soluble entre otros. En total proporcionaba alrededor de 3.000 calorías con más de 100 gramos de proteínas y un suministro razonable de vitaminas y minerales. La prueba palpable de esto último radica en el número de afectados por enfermedades relacionadas con carencias vitamínicas o una mala alimentación, sensiblemente inferior al de conflictos previos gracias tanto a las mejoras en cuanto a la comida, como a los avances médicos. Como ejemplo, una ración normal de la primera versión contenía:
- Pan galleta
- Crackers Graham
- Galletas dulces
- Carne enlatada tipo SPAM (desayuno)
- Pollo guisado (comida)
- Pavo (cena)
- Café
- Caldo
- Bebida de limón
- Chicle
- 4 cigarrillos
- Toallitas
- Fósforos
- Cucharilla de madera
Los menús podían ser aceptablemente variados en realidad, ya que los componentes se entregaban por separado a cada soldado. De esta forma, si bien la parte «auxiliar», esto es, los componentes «B» como el pan galleta, los cigarrillos o las bebidas eran siempre más o menos los mismos (las bebidas podían ser de limón, coco o naranja), los componentes «M» alternaban entre diez platos diferentes. Pueden parecer pocos, pero si uno se para a pensar en lo que come a diario, verá que la variedad no es mucho mayor ya que normalmente recurrimos a unos pocos platos «comodín». En este caso, los platos principales eran los siguientes, en 1944:
- Carne con alubias
- Carne con vegetales
- Carne con spaghettis
- Jamón, huevo y patatas
- Carne con fideos
- Cerdo con arroz
- Salchichas con frijoles
- Cerdo con alubias
- Jamón con habas
- Pollo con verduras
Todo ello presentado en cajas de madera sencillas de paletizar (hay quien sostiene que el humilde palé, inventado en los años 20 fue el elemento más determinante de la victoria estadounidense) y que después podían utilizarse como mobiliario o material de construcción improvisado o bien para alimentar hogueras.
Más allá de la ración C
La variedad de situaciones y ambientes en los que debieron operar los militares estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial no había tenido parangón hasta la fecha. Desde los atolones del Pacífico a las costas de Sicilia y desde los campos europeos a las selvas asiáticas, por tierra, aire y por la superficie del mar o bajo esta, todos y cada uno de los aproximadamente 16 millones de soldados movilizados (y todavía más soldados aliados) debían estar bien alimentados para cumplir su misión con garantías. Esto llevó a un esfuerzo logístico y técnico sin precedentes y que, sin el lustre del Proyecto Manhattan, quizá fue tan determinante como este último.
Además de las raciones C, también tuvieron su papel las raciones D, conocidas en un principio como «Logan bar» en honor del coronel Paul Logan. Estaban compuestas de chocolate, azúcar, harina de avena, grasa de cacao, leche desnatada en polvo y potenciadores del sabor de origen artificial. Eran, sin duda, un producto calórico, pero poco nutritivo, a pesar de lo cual se intentó que no solo ocupase un papel similar a las anteriores «Iron rations», sino que se convirtiese en la nueva ración de reserva, lo que habría sido una barbaridad, pero también habría supuesto un gran ahorro.
La producción a gran escala de estas raciones se inició en 1941 y la producción mensual aumentó desde 200.000 unidades en septiembre de 1941 a 10 millones un año después y a más de 117 millones en 1942. Para entonces, lejos de servir a su propósito original de ración de emergencia para la caballería eran utilizadas por submarinistas, aviadores o paracaidistas, pero también por la infantería como complemento de las raciones C. De hecho, podría decirse que llevan en uso desde entonces aunque se haya ido cambiando tanto la composición como la presentación, pues no ha habido época en la que el «military chocolate» no haya estado presente.
Por su parte, las raciones K fueron la respuesta a la demanda de una ración individual y fácil de transportar que pudiera utilizarse en operaciones de asalto aerotransportado. Se caracterizó por su ligereza y reducido tamaño y, de hecho, fue reconocida como la ración que proporcionaba la mayor variedad de componentes nutricionalmente equilibrados en el menor espacio.
Hacerlo imposible implicó la adopción de productos cárnicos novedosos, tabletas de leche malteada, envoltorios termoplásticos que resistían el frío, el calor, la humedad o los golpes y mucha imaginación. Solo después de muchas idas y venidas se llegó a perfilar un producto totalmente satisfactorio que podía contener:
- Desayuno: Producto cárnico enlatado, galletas, una barra de cereales comprimida, café soluble, una barra de frutas, goma de mascar, azucarillos, cuatro cigarrillos, pastillas purificadoras, abrelatas, papel higiénico y una cuchara de madera.
- Cena: Queso enlatado, galletas, una barra de caramelo, chicle, bebida en polvo, azúcar granulado, sal, cigarrillos, cerillas, abrelatas y una cuchara.
- Cena: Carne enlatada, galletas, caldo en polvo, caramelos y chicles, café soluble, azúcar granulado, cigarrillos, abrelatas y cuchara.
Cada uno de los componentes tenía su propio envoltorio y posteriormente se unían todos y se envolvían dentro de un grueso papel encerado que en algunos casos contenía instrucciones o consejos sanitarios, en función del escenario al que se destinase. Doce de estas raciones se empaquetaban en un embalaje de fibra de vidrio, resistente a la humedad y, a su vez, esta se introducía en un cajón de madera para su transporte a cualquiera que fuera el escenario. De su éxito dan fe los 105 millones de racioens fabricadas solo en 1944…
Más allá de estas tres raciones, quizá la más famosa fue la ración colectiva 10-en-1, de la que se llegaron a fabricar más de 300 millones de unidades a un coste de 85 centavos de dólar por caja. En realidad no eran diferentes de la Ración C en lo fundamental, pero la presentación implicaba menos embalajes y un ahorro notable en cuanto a costes de transporte.
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