Programa S-80 – Los problemas de sobrepeso

El submarino que siempre flotó

Del Programa S-80 se han dicho toda clase de barbaridades. Las más importantes y las que están detrás de las más aberrantes -y falsas- leyendas, son las relativas a los problemas de flotabilidad, un asunto nunca del todo explicado y sobre el que trataremos de arrojar algo de luz en las próximas líneas, pues las inmensa mayoría de las informaciones se han basado en datos falsos y, además, han sido utilizadas por medios nacionales y extranjeros para desacreditar un programa vital para la Armada, la seguridad del país y su industria de defensa.

En el tercer capítulo de esta serie explicamos cómo los astros se alinearon para que Navantia se lanzara a esta aventura en solitario. La confluencia de factores estratégicos, políticos e industriales parecía no dejar otra opción ni a nuestra empresa de bandera, ni a la Armada Española: necesitábamos un submarino mayor que el Scorpène, con una autonomía superior, capacidad de ataque a tierra y también (y no era un objetivo secundario), defender nuestra industria de defensa. Ahora bien, esta es solo una parte de esta historia.

El historiador galo Fernand Braudel nos explicó cómo las batallas y los hombres, los hechos puntuales, no eran más que la «espuma de las olas de la Historia». Para Braudel, su papel en relación al de la geografía o la cultura era menor, aunque tenía su importancia. Aquí ocurre algo parecido; si bien el marco era el que era y seguramente la ruptura con DCN fuese inevitable, las decisiones concretas pudieron haberse tomado de otra manera y personajes concretos tuvieron una importancia capital en el proceso.

En primer lugar, IZAR, una vez decidida la aventura en solitario, debió recurrir desde el minuto a un socio tecnológico extranjero, fuese Electric Boat -con la que había colaborado en el Proyecto P-650 para Taiwán-, fuese cualquier otra. En segundo lugar, la Armada Española nunca debió permitir que una empresa que en ese momento no presentaba todas las garantías, se hiciese cargo en solitario de tamaña aventura, a pesar de su impresionante historial. Al fin y al cabo, la experiencia de sus ingenieros en el diseño de submarinos modernos era nula, salvo en lo relativo a partes concretas. Por último, aunque ya lo hemos explicado en el capítulo anterior, estaba el tema sangrante del AIP, que solo era un proyecto de I+D y para el que se asumió un riesgo tecnológico excesivo. Sin embargo, no conviene adelantar acontecimientos, pues todo lo anterior merece una explicación razonada que iremos ofreciendo a lo largo del texto.

Submarinos de la clase galerna de la Armada Española. Fuente – Ministerio de Defensa

La descapitalización de Navantia

España había venido colaborando con la francesa DCN durante décadas, una relación que fructificó en los S-60 y S-70 y posteriormente en la clase Scorpène, la cual logró hacerse con contratos en Chile y Malasia antes de la ruptura entre ambas empresas. Esta relación no sirvió únicamente para dar carga de trabajo a la factoría de Cartagena o para hacerse con jugosos contratos; permitió que toda una generación de ingenieros de Bazán adquiriese una experiencia impagable. Personas que habían llegado a la empresa recién salidos de la universidad y otros que llevaban ya años trabajados, pero en su mayoría en buques de superficie, pudieron crecer en su profesión gracias a los proyectos conjuntos, adquiriendo un saber hacer y un conocimiento muy valiosos. Podría decirse que habían obtenido su propio certificado de Neptuno gracias a esta experiencia, aunque haber navegado en inmersión no habilita para dirigir un submarino, ni haber colaborado en el diseño de un submarino es suficiente para concebir un nuevo modelo desde cero. En cualquier caso, la aportación francesa a la hora de incrementar el capital humano de Bazán y posteriormente IZAR, no debe ser menospreciado.

La mejor muestra de ello la tenemos al repasar la historia del programa Scorpène. Visto lo visto en muchos programas submarinos, resulta sorprendente que apenas hayan trascendido contratiempos (como tampoco los hubo de importancia en la construcción de los Agosta o los Daphné). El programa, gracias a la experiencia acumulada por DCN y a la seriedad de la empresa española fue ejemplar en este sentido, algo que no siempre se ha conseguido, como hemos podido ver con la clase Barracuda.

La Empresa Nacional Bazán y posteriormente IZAR y Navantia, se encargaron de la construcción de secciones concretas (popa) y en algunos (como el General Carrera para la Armada de Chile y el Tun Abdul Razak para la Armada de Malasia), del ensamblaje final. Sin dudar de su buen hacer, hemos de ser conscientes de que la asistencia francesa jugó en todo momento un papel fundamental, con visitas constantes de ingenieros galos a las instalaciones españolas, supervisión continua, personal comisionado en España de forma semipermanente, programas de intercambios de trabajadores, etc.

Era un programa compartido, cierto, pero fue DCN quien aportó los conocimientos clave no solo relacionados con el diseño, sino también con el proceso constructivo, incluyendo un catálogo de materiales debidamente certificado y normalizado. Dentro de este consorcio, Navantia tenía acceso solo a parte de los planos del Scorpène. Desde la perspectiva española se puede pensar que era algo injusto, en un consorcio supuestamente al 50%, pero nada más lejos de la realidad. Para empezar, el reparto nunca fue paritario; no podía ser de otra manera cuando DCN aportaba la mayor parte de la tecnología y la experiencia. Así, por ejemplo, del contrato malasio Izar se benefició de aproximadamente 270 millones de euros, el 33% del total del acuerdo. Por otra parte, si bien en España se construían las popas (y no enteras) de los submarinos, las partes más comprometidas como los cascos de presión y las proas (sala de torpedos, tubos lanzatorpedos, CIC…) se realizaban íntegramente en Cherburgo. DCN puso mucho de su parte, pero pensar que una empresa líder en su campo y que tenía la sartén por el mango iba a regalar su experiencia era hacerse trampas al solitario, pues la empresa gala había visto una oportunidad doble en España:

  • Un producto conjunto tenía más posibilidades de introducirse en mercados como el iberoamericano, en donde DCN quería superar a HDW;

  • España era también un cliente que más temprano que tarde tendría que adquirir nuevos submarinos y lo lógico era que estos fuesen del mismo modelo que pasarían a fabricar en común.

Hablando de hacerse trampas, también lo fue deducir que por diseñar y fabricar partes o ensamblar un par de buques, estábamos capacitados sin asistencia tecnológica, para acometer el desarrollo de un proyecto tan complejo como se demostraría el S-80. Sí, nuestros ingenieros habían tomado parte en el proceso de diseño en detalle de las partes que eran su responsabilidad y la empresa española había aportado al programa Scorpène sus capacidades en otros aspectos, como era el caso de la logística. Sin embargo, la experiencia del personal era insuficiente para ir más allá y, lo que es peor, se agravaría con el proceso de regulación de empleo aprobado en marzo de 2005 y que supuso descapitalizar la nueva Navantia de forma dramática.

Como sabemos, en 2004 ya se había decidido desligar los astilleros civiles y los militares, propiedad hasta entonces de IZAR, creando como primer paso NEW IZAR S.A. el 30 de julio de 2004, como parte de un proceso que culminaría el 1 de enero de 2005 con la creación de Navantia, empresa que gruparíaa las instalaciones de Ferrol, Cádiz y Cartagena, centradas en la construcción naval-militar.

El intento de salvar lo posible llevaría aparejada la venta de los astilleros civiles de IZAR, así como un ERE en virtud del cual 3.983 trabajadores (el 37% de los 10.661 que formaban IZAR, 374 de los cuales trabajaban en Cartagena) pasarían al tener más de 52 años y una antigüedad mínima de 5, a estar prejubilados. Huelga decir que buena parte de esta cifra la componían técnicos e ingenieros altamente cualificados y experimentados y, por tanto, irreemplazables a corto plazo. De esta forma, la plantilla de Navantia Cartagena se quedó en torno a 1.100 trabajadores, de los 3.000 que había llegado a tener en sus mejores tiempos. Pocos, muy pocos empleados para un astillero que trabajaba en varios proyectos al mismo tiempo.

Lo más sangrante era que para cuando el expediente de regulación de empleo se puso en marcha, ya estaba perfectamente claro que el programa S-80 no sería una variante local del Scorpène, sino algo muy diferente. Dicho de otra forma: no bastaría con fotocopiar a escala los planos del Scorpène y hacer un submarino algo mayor, sino que había que partir de cero, en base a lo aprendido. Se había asestado un golpe devastador al know-how de la empresa y al menos en apariencia no se había hecho nada por mantener al personal más capacitado para sacar adelante un proyecto tan complejo como el del nuevo submarino. Mandaba el libro de cuentas y alguien debió pensar que la supervivencia de la empresa pasaba por reducir el enorme gasto en salarios, cuya parte del león se iba en abonar las nóminas del personal más antiguo y… con mayor responsabilidad y conocimientos.

El antiguo presidente de Navantia, Juan Pedro Gómez Jaén, fue la persona encargada de dirigir la empresa durante sus primeros años desde la extinción de IZAR. También fueron los años de mayor crecimiento y decisiones más arriesgadas y controvertidas. Fuente – Diario de Cádiz

Para cuando se puso la quilla del primer submarino S-80 en 2006, la mayor parte de los ingenieros senior especializados en submarinos o bien estaban en sus casas disfrutando de un retiro dorado, o bien seguían asignados al programa Scorpène. Como consecuencia, desde los primeros compases se dejó en manos de personal junior o no especializado un buen número de tareas relacionadas con el diseño en detalle y con la supervisión de la construcción. Tendrían que compensar con su entrega lo que la empresa había perdido en unos pocos meses y sin duda lo harían, en algunos casos con un coste personal enorme, pero no sería suficiente.

A toro pasado puede parecer un tanto ilógico mantener el poco personal valioso (en relación al S-80) que quedaba en Navantia, trabajando en un proyecto que a medio plazo estaba condenado (Scorpène). Para entenderlo hay que ver las cosas desde el punto de vista de la dirección de la empresa en 2005 y entender que ésta tenía que cumplir con los compromisos adquiridos en Chile, Malasia o India. En los dos primeros casos Navantia participaba en la construcción y en el apoyo al ciclo de vida. En el último, firmado en 2005, la empresa española actuaba como subcontratista de DCN ofreciendo parte de los servicios incluidos en el paquete de apoyo logístico integrado o ILS (Integrated Losgistic Support), además de aportando ingeniería en detalle de algunos subsistemas y partes. No podía por tanto evadirse de sus responsabilidades y para ello requería a su personal mejor formado. Solo así fue posible poner en grada el Tun Abdul Razak, el 25 de abril de ese año o cumplir con el calendario de entregas del submarino General Carrera, que inició sus pruebas de mar en noviembre, tras dejar libre el dique para el submarino malasio el 24 de noviembre de 2004.

El programa S-80 sería una importante fuente de ingresos para la empresa durante el lustro siguiente, pero no podían menospreciarse tampoco los ingresos procedentes de los otros programas en curso, no solo de submarinos, sino también de otras clases de buques de las que se podría haber derivado personal hacia la construcción del S-81. Para hacernos a la idea, en 2005 Navantia facturó 596,82 millones de euros procedentes de la construcción naval, 165,12 del área de reparaciones, 100,65 del área de propulsión y 53,29 de la de sistemas, totalizando 937,56 millones. Esta cifra de negocio convertía al S-80 en un programa más pese a su importancia para la comarca de Cartagena y para la empresa. No en vano, de los más de 100 millones de euros destinados programa en 2005 o de los algo más de 200 de los años siguientes a Navantia solo correspondía una parte. Era mucho dinero, pero no el suficiente como para cambiar el orden de prioridades. Hay que tener en cuenta que de un contrato valorado en inicio en 1.775 millones había que descontar un buen pellizco (24,5 millones eran para que Indra desarrollase los radares y sistemas de defensa electrónica, alrededor de 200 para el sistema de combate de Lockheed Martin, 75,2 para Atlas Elektronik, el desarrollo del AIP…). Por todo ello resultaba lógico que la dirección tratara de encontrar un equilibrio entre cumplir con los programas en funcionamiento e intentar asegurar la buena marcha de aquellos que estaban iniciándose, aunque pasado el tiempo es evidente que fracasó en su tentativa.

Calendario de pagos del Programa S-80 incluido en el libro «El gasto de Defensa en España 1946 – 2015», escrito por el GD Francisco Pérez Muinelo y editado por el Ministerio de Defensa.

La falta de capital humano era un gran problema, pero no el único. Cuando la construcción comenzó, Navantia se encontró con la necesidad de subcontratar una gran cantidad de piezas que era incapaz de fabricar en sus instalaciones, así como de adaptar la factoría de Cartagena a la fabricación de los nuevos submarinos.

La construcción de los S-80 siempre tuvo una motivación industrial innegable y la lluvia de millones, además de para modernizar la empresa, debía servir para recuperar la actividad industrial en una comarca deprimida, como nos explicaba el periodista Álvaro Gustín desde las páginas del extinto diario La Información.

Aunque se venían haciendo pequeñas inversiones desde 1999, fue a partir de 2005 cuando estas se dispararon, coincidiendo con la fase de adquisición de material para la construcción de los nuevos buques. De esta forma, en 2006 Navantia invirtió (a cuenta del programa, claro) hasta 28 millones de euros en adquirir maquinaria nueva, adecuar los sistemas de almacenamiento y manipulación y adaptar las edificaciones de la factoría cartagenera a los nuevos requisitos.

Al año siguiente, en 2007, Navantia firmaría con BAE Systems un contrato por valor de 15 millones de euros por el que la empresa británica se haría cargo de la construcción de los domos de popa y proa del primer submarino y de transferir a nuestra empresa de bandera la maquinaria y el conocimiento necesarios para realizar en Cartagena los domos de las unidades restantes. Estas eran una de esas partes críticas -y de enorme complejidad-, que hasta entonces DCN llevaba a cabo para los Scorpène.

A finales de ese año, y para cuando se puso la quilla del S-82 ya en diciembre, se sabía que el proyecto no cumpliría las fechas previstas inicialmente. En palabras del entonces presidente de Navantia, Juan Pedro Gómez Jaén, el retraso beneficiaría al proyecto al permitir incorporar equipos de nueva generación que habían tenido que desarrollar.

En 2008 fue Ignacio Briones, presidente del comité de empresa de Navantia quien denunció tanto las subcontrataciones, como la desorganización interna. Según Briones: «Mientras que los trabajadores de varios departamentos de la empresa se encuentran prácticamente sin trabajo o realizando subactividades, otras áreas se enfrentan a una carga superior. Los ingenieros, por ejemplo, están totalmente saturados». La empresa tenía otra visión, argumentando que se veía obligada a subcontratar ya que no disponían de tecnología suficiente para realizar ciertas partes y a que Bruselas imponía límites al número de trabajadores que podían contratar.

Sobre el papel y pese a estos problemas, la construcción seguía a buen ritmo. El corte de chapa de la tercera unidad había comenzado en febrero de 2009 y desde la empresa se transmitía un mensaje de confianza respecto a los avances y las fechas de entrega.

Para mediados de 2009 se estaba completando el interior de las secciones del S-81, se estaban construyendo las secciones del S-82 y tras superar la fase de acopio de materiales, se había comenzado a cortar la chapa del S-83. La cercana entrega del segundo submarino malasio, botado en octubre de 2008, había liberado parte del personal y del espacio, pero esto no explica el ritmo de los trabajos. ¿Cómo había conseguido Navantia avanzar tanto en la construcción de los S-80 si tenía problemas tanto de personal como de medios y saber hacer?

La respuesta es obvia: aprovechando al máximo las posibilidades que ofrecía la colaboración todavía en marcha -pese a los desencuentros-, con DCN. El S-80 era un submarino diferente del Scorpène, eso es innegable, pero no dejaban de compartir muchas similitudes. Hasta el punto, según sostiene personal de Hynergreen, de hacerles entrega de planos todavía en francés (es decir, planos de los Scorpène), para que así pudiesen adaptar sus componentes al diseño del «nuevo» submarino, reclamándolos posteriormente, cuando la denuncia de DCNS ante el Tribunal de Arbitraje de París se hizo efectiva. Más adelante les serían entregados de nuevo los mismos documentos, eso sí, ya en español.

En Cartagena sabían construir submarinos, pero esto también tenía trampa: más que fabricar desde cero, ensamblaban piezas adquiridos a terceros y siempre de acuerdo con las especificaciones y el catálogo de materiales facilitado por DCN y bajo la supervisión de sus ingenieros, que colaboraban estrechamente con los de Navantia, como hemos comentado anteriormente. Dicho catálogo no es otra cosa que un libro (más bien una base de datos) en la que figuran todos aquellos componentes que han sido previamente probados y que están debidamente certificados para su integración en futuras construcciones. Hay que tener en cuenta que las condiciones que deben soportar muchas piezas de un submarino son extremas (presión, temperatura, necesidad de discreción, resistencia al fuego…), para lo cual cada una de ellas debe ser diseñada con un cuidado especial. Una vez se ha dado con un diseño optimizado y ha sido probado y certificado, cada componente se incluye en el catálogo de materiales para agilizar el trabajo en futuras unidades. De esta forma, cuando es necesaria por ejemplo integrar una válvula de presión o un filtro, estos se adquieren directamente al fabricante elegido, en base a las características previamente establecidas.

En el caso del S-80 en parte se utilizaron piezas del catálogo de materiales de los Scorpène, algunas de las cuales hubo que devolver con el consiguiente retraso y sobrecoste al no ser válidas para el nuevo submarino. En otros casos, ingenieros como hemos visto junior y sin experiencia en submarinos, se vieron en la tesitura de tener que diseñar componentes desde de cero -o inspirándose en los datos de los Scorpène a los que tenían acceso-, trasladando luego las especificaciones a los proveedores. Estos fabricaban las piezas cumpliendo escrupulosamente con lo acordado, pero el resultado final en muchas ocasiones distaba de ser el esperado, porque las especificaciones enviadas a los fabricantes eran erróneas, lo que obligaba a retocar el diseño y volver a fabricar los componentes.

Piezas que en una corbeta o una fragata son relativamente convencionales, en un submarino deben presentar características de resistencia o fiabilidad muy diferentes, por las particulares condiciones en las que han de operar. Problemas como un incendio o una vía de agua son mucho más peligrosos para un submarino que para otro tipo de buques, lo que obliga a que casi cada componente, desde un filtro de aire a una cañería, el cableado o una válvula de paso, estén sujetos a especificaciones extremas. Dicho esto, los ingenieros que Navantia destinaba por entonces al programa, siendo buenos en sus respectivos campos, no estaban acostumbrados a las peculiaridades de los submarinos, lo que sería una fuente constante de problemas.

La responsabilidad ni siquiera era totalmente de Navantia. La Armada también tenía su parte de culpa, al fin y al cabo conocían la situación de la empresa. Sin embargo, el apoyo que podía a través de sus propios ingenieros o del personal de ISDEFE, también era limitado. La oficina del Programa S-80 en la Armada dispone de apenas una decena de personas más un refuerzo de otras 4 o 5 que en realidad pertenecen a ISDEFE. La Armada tuvo que recurrir a esta empresa (pública) en julio de 2009 «para suplir la escasez de los recursos disponibles por parte de la Administración en las actividades técnicas necesarias del programa de construcción de los submarinos S-80 y de la Oficina de Certificación Técnica de los Submarinos S-80 de la Dirección de Construcciones Navales (DIC)«. No se podía llevar un programa de más de 1.700 millones de euros con tan poco personal.

En resumen, la ruptura con DCN se había consumado antes de que Navantia solucionase algunos de sus problemas más importantes, aunque tuvo el efecto positivo de liberar ingenieros con experiencia en submarinos que ahora podían entrar a formar parte del programa S-80 a tiempo complejo…

Rumbo al desastre

A principios de 2010, el 19 de enero, se puso la quilla del S-84. Navantia tenía cuatro submarinos en construcción al mismo tiempo, lo que no dejaba de ser un logro vistos los problemas de personal. El calendario de entregas seguía en pie:

  • S-81 (primer trimestre de 2013);

  • S-82 (cuarto trimestre de 2014);

  • S-83 ( segundo trimestre de 2015);

  • S-84 (primer trimestre de 2016).

Respecto al estado de construcción, para esa fecha el casco del S-81 estaba «casi terminado» según la prensa y el S-82 estaba bastante avanzado. En resumen, todo parecía ir bien, aunque el apagón informativo era evidente ya por entonces, a tenor del número decreciente de noticias que se iban publicando, mientras la fecha de botadura de la primera unidad no dejaba de acercarse.

En julio de 2011 supimos que había culminado la fase de diseño y, salvo noticias referentes al simulador de plataforma (SIMPLA), no tenemos más noticias relevantes hasta el 29 de febrero de 2012, cuando se publicaron noticias y vídeos mostrando la integración del motor eléctrico principal, fabricado por Cantarey, en la sección correspondiente del S-81. Entonces se consideraba que se había completado un tercio del total del proyecto y que se estaba a apenas un año de la botadura, una estimación tan optimista como errónea.

El escándalo -aunque Navantia había informado a la Armada en noviembre de 2012- se haría esperar hasta 2013, cuando primero Revista Naval, en febrero -seguramente en base a un «macutazo»- y ya en mayo El Confidencial Digital, hablaban de problemas técnicos, en concreto relacionados con el peso y de la necesidad de alargar el submarino, así como de los seguros retrasos.

El S-80 era de repente portada de todos los periódicos y motivo de mofa en la prensa nacional e internacional, así como en diversos foros. La falta de transparencia favoreció la aparición de rumores descabellados, como aquel que achacaba a «un decimal mal escrito» los problemas de sobrepeso, motivado por las declaraciones de Rafael Bardají recogidas por The Associated Press el 5 de junio de 2013 y difundidas en España de forma vergonzosa por El Confidencial Digital, al atribuir a fuentes de Navantia la confirmación esta información, como explicamos en su día. Otros, como el colectivo LONTRA culpaban con poco tino al AIP de los mismos problemas. Sin embargo, más allá de las especulaciones, nadie sabía qué había ocurrido realmente.

Lo que sí se sabía ya entonces, aunque no se conocían los detalles exactos, era que la solución iba a ser costosa tanto en términos de tiempo, como económicos y que se necesitaría alargar la eslora para aumentar el desplazamiento y con ello la reserva de flotabilidad.

En realidad, independientemente de si el submarino era o no capaz de emerger, lo que estaba claro era que: 1) el reparto de pesos no era el adecuado, lo que comprometía la maniobrabilidad y ponía en peligro la seguridad (recordemos el caso del D-1, entregado a la Armada en 1947, cuyo par adrizante era nulo); 2) se habían comido cualquier posibilidad de crecimiento futuro pues, al consumirse la reserva de peso, se perdía cualquier opción de instalar nuevos equipos o armamentos más adelante.

Para la prensa, como hemos visto, lo ocurrido suponía un escándalo sin precedentes. Las causas del sobrepeso, no obstante, distaban mucho de ser excepcionales. Como hemos ido narrando, Navantia tenía un problema serio de falta de personal, especialmente de ingenieros senior y con formación en submarinos. Esto no solo impactó sobre el diseño del nuevo submarino, sino que también tuvo su impacto en todo lo relativo a los controles de calidad y pesos. Simple y llanamente no había personal suficiente como para supervisar cada proceso.

Como es lógico, en la construcción de cualquier buque, y más aún de un submarino, resulta imperativo controlar los pesos de cada componente ya que están en juego la seguridad, la maniobrabilidad y la capacidad de emerger. Conocer en todo momento los diferentes desplazamientos (en rosca, en lastre, máximo…) y la reserva de flotabilidad es primordial y para ello, además de calcularse los pesos teóricos sobre plano, se lleva un registro puntual del peso de cada sección y componente instalado en ella. Para ello, normalmente se destina una persona -un ingeniero senior- a esta tarea-. Ha de tratarse de una persona de probada experiencia y total confianza, pues su responsabilidad es enorme.

Llegados a este punto, hay quienes afirman que tras el proceso de pre-jubilaciones, Navantia no destinó a nadie a esta función, algo poco creíble. En realidad, todo apunta a que se unieron tres factores:

  • la persona que llevaba a cabo el control de pesos no lo hacía en exclusiva (es decir, tenía otras tareas y por lo tanto, sobrecarga de trabajo);

  • el resto del personal no hizo por proporcionar en todo momento a esta persona todos los datos necesarios para llevar un control adecuado y;

  • resultaba mucho más complicada la tarea de llevar un control adecuado cuando a diferencia de los Scorpène, en los que todo estaba estandarizado, muchos componentes eran de nuevo diseño.

Como consecuencia, hasta el último trimestre de 2012 no se tomó conciencia del problema. A meses de la botadura y tras una auditoría interna, se dieron cuenta de que el libro de control de pesos no se había elaborado con la pertinente diligencia o, dicho de otro modo, faltaban dados de varios componentes y de otros ni siquiera se conocía el peso real, como sucedía por cierto con el AIP, pues partes como el reformador estaban todavía por terminar de desarrollar.

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