La elección del sistema de combate de los submarinos S-80 es un tema que nunca ha sido debidamente aclarado. De hecho, ha pasado relativamente desapercibido en comparación con otros asuntos, llevándose todos los focos los problemas de sobrepeso o los relativos al diseño y construcción de la planta AIP. Ahora bien, dadas las fechas en las que se produjo la sorprendente elección del sistema SUBICS de Lockheed Martin, la situación desesperada del sector naval en España y varios asuntos más que abordaremos a lo largo del texto, la decisión relativa al sistema de combate era potencialmente más importante que cualquiera de las anteriores.
- Programa S-80 – Introducción
- Programa S-80 – El SUBESPRON, un submarino nuclear para España
- Programa S-80 – La ruptura con DCN
- Programa S-80 – La evolución del programa
- Programa S-80 – Los múltiples problemas del AIP
- Programa S-80 – Los problemas de sobrepeso
- Programa S-80 – El impacto industrial
- Programa S-80 – La elección del sistema de combate
- Programa S-80 – El sistema de combate (I)
En este caso no estaba en juego “únicamente” la posibilidad de convertirse en un fabricante de submarinos de pleno derecho, sino el futuro de un sector entero. Dicho esto, todo indica que en la apuesta por Lockheed Martin –cuya solución no estaba probada como sí lo estaban las del resto de candidatos- pesaron mucho más las consideraciones industriales que las técnicas. Solo así se entiende el cambio de opinión de última hora por parte del Ministerio de Defensa, echándose en brazos de una empresa que parecía ser la única tabla de salvación para una IZAR que hacía aguas.
A estas alturas, la inmensa mayoría de los equipos instalados o a instalar en los submarinos de la serie S-80 son conocidos por todos, por lo que no entraremos en descripciones sobre las características técnicas o las capacidades de unos y otros. Al fin y al cabo, desde los sistemas de sonar, desarrollados por Lockheed Martin y SAES a los de guerra electrónica o inteligencia de señales, responsabilidad de la española Indra o incluso los torpedos pesados DM 2 A4 de la alemana Atlas Elektronik, todos parecen ser ya viejos conocidos del público. No en vano, la construcción de los submarinos S-80 se ha alargado durante casi dos décadas en las que las noticias no han dejado de sucederse.
Mucho menos conocida es la intrahistoria de algunas decisiones. De entre todas las relacionadas con el Programa S-80, una de las más importantes y en su día controvertidas fue la selección del sistema de combate integrado SUBICS de Lockheed Martin. Una apuesta que se hizo en detrimento de la oferta de DCN (representada en el concurso por UDS International), empresa que por entonces seguía oficialmente colaborando con IZAR en el diseño y construcción de los nuevos submarinos, aunque la relación ya estuviese sentenciada. También de Raytheon, cuyo sistema se basaba en el que equipaba a la clase Virginia y durante un tiempo pareció postularse como la opción favorita de la Armada, a tenor de las conversaciones que hemos mantenido con algunos submarinistas y de las escasas referencias que hemos podido encontrar en la prensa de la época.
Por supuesto, ni la Armada ni el Ministerio de Defensa han dado nunca explicaciones convincentes ni de las razones tras la elección, siendo la falta de transparencia una amarga constante en este y otros programas de armamento. En este caso concreto esto quizá se deba, además de a un problema de cultura institucional jamás superado, a que nuestros militares poco o nada tuvieron que ver en la decisión final.
La integración, el verdadero desafío
Antes de entrar en la elección del sistema de combate de los S-80, es fundamental aclarar cierta serie de problemas relacionados y hacer una mínima referencia a sus implicaciones. La primera cuestión se refiere a la diferenciación clara entre aquellos países -y empresas- que actúan como sistemistas y que son capaces de producir tanto las plataformas como los subsistemas y componentes que necesitan casi exclusivamente por sus propios medios (siempre hay un margen para la importación y la colaboración) y aquellos que no cuentan con los medios y capacidad de hacerlo. Sobre esto existen estudios seminales, como el de Krause (1992)[1], por lo que no entraremos en grandes disquisiciones. Baste decir que España ni era ni es un sistemista de pleno derecho, por más que en sectores concretos haya hecho importantes esfuerzos para acercarse a dicha posición. En el caso del S-80, España no contaba con la capacidad técnica e industrial necesaria para diseñar y construir un submarino avanzado desde cero, por lo que necesitaba de socios que aportasen conocimiento y componentes clave -entre ellos el sistema de combate- para lo que únicamente podía recurrir a una lista de candidatos muy pequeña.
Elegir el sistema de combate siempre es complejo. Entran en juego factores industriales, puramente militares y también diplomáticos. Sin embargo, su integración es todavía más difícil, especialmente si debe interactuar con subsistemas y equipos ajenos al fabricante. En el caso de los submarinos S-80, el Sistema Integrado de Combate (ICSC) debe ser capaz de presentar todos los datos a través de únicamente siete consolas multifunción (MFFC). Era el precio que debíamos pagar a cambio de una gran conciencia situacional y una alta automatización, sin la cual sería imposible reducir la tripulación al mínimo.
Para entenderlo, hay que situarlo en su contexto. Además de a las citadas consolas, el ICSC estaría unido a una pantalla táctica (LTD) de gran formato, dos armarios NNSC (Navigation and Networks System Cabinets), dos unidades WPU (Weapon Processor Units) y seis unidades WIU (Weapon Interfaces Units)20. El sistema, que hace un uso intensivo de componentes comerciales (COTS) estaría también asociado a un SAS (Sonar Array Suite) capaz de integrar los datos obtenidos por el sónar remolcado pasivo (TAS), el sónar de flanco (FAS + PRS), el sónar cilíndrico a proa (CAS), así como los procedentes del sensor de intercepción acústico (AIS) y del sonar de alta resolución para la detección de minas y otros obstáculos que pudieran encontrarse bajo la superficie (MODS). También debía recoger los datos proporcionados por el sistema ONMS (Own Noise Monitoring in Submarines), diseñado por SAES y capaz de realizar en tiempo real la medición de la rumorosidad del propio submarino y proporcionar automáticamente una estimación del ruido irradiado al exterior, lo que asegura la discreción durante la navegación21. Por si todo esto no fuese suficiente, habría que integrar en el sistema de combate los sensores colocados en los distintos mástiles, para lo que se concedería en septiembre de 2006 un contrato a la estadounidense Kollmorgen Electro-Optical y a su filial italiana Calzoni22. Valorado en 57,3 millones de dólares, serviría para hacerse con los periscopios y sistemas optrónicos todotiempo23. Lo mismo para el radar ARIES-S, el sistema de defensa electrónica PEGASO de Indra y el de identificación R4 AIS de la sueca Saab.
Por supuesto, por más que las empresas vendan suites completas e intenten trasladar la idea de que se trata de productos “llave en mano”, el proceso de adaptación dista de ser sencillo. Es más, puede llegar a ser un infierno, aunque en el caso concreto del S-80 todo se ha desarrollado con relativa normalidad. Componentes clave como el sonar cilíndrico o los sonares laterales deben modificarse sustancialmente o cuando menos configurarse en función de las características del submarino en el que han ser instalados, ya que se parte de un diseño de base que ha de adaptarse al modelo en el que ha de montarse después. Resulta obvio que si un sonar sea cilíndrico o sea lateral, ha sido diseñado para un submarino de propulsión nuclear de más de 100 metros de eslora y debe ser empleado después por un submarino convencional con un desplazamiento y eslora mucho menores, a nivel de ingeniería los problemas no pueden ser desdeñables. Es más, si se produce algún cambio importante en el diseño o configuración del buque, como sucedió con los S-80, se hacen necesarios nuevos retoques en el sistema de combate y los sensores, para que sigan rindiendo al mismo nivel.
En el caso del S-80, Lockheed Martin realizó las pruebas acuáticas tanto de los sónares pasivos de flanco como del sonar principal en 2009, entre verano y otoño, anunciando la conclusión de los ensayos en noviembre de dicho año[2]. Posteriormente, eso sí, tendrían que realizar adaptaciones, ya que la reelaboración de los planos del S-80 debido a los problemas de sobrepeso terminó dando como resultado un submarino con una eslora y desplazamiento mucho mayores y en el que los sensores laterales no ocupaban la posición inicialmente prevista en relación con la eslora total.
Hemos de tener en cuenta que el sistema original se diseñó para un submarino muy diferente en demasiados sentidos. Efectivamente, los SSN clase Virginia no solo son mayores que los S-80, con una eslora de 115 m frente a los 80,81 m del español tras la inclusión de las tres nuevas secciones (16 cuadernas) y un desplazamiento de 7.900 t en superficie (en el caso de los block I a IV, ya que la de los block V es sensiblemente mayor) frente a las 3.200 del nuestro. También hay diferencias importantes en cuanto a la velocidad que pueden alcanzar, posiblemente hasta una decena de nudos mayor en el caso del submarino nuclear estadounidense, o en el uso de recubrimientos anecoicos, de los que la clase “Isaac Peral” prescinde, etc. Todos y cada uno de estos factores, así como la distancia entre los sensores y muchos otros elementos influyen sobre la configuración final del sistema de combate, por lo que es necesario tenerlos en cuenta a la hora de integrar dichos sensores y calibrar el conjunto.
En el caso de nuestros S-80 los mayores problemas fueron consecuencia del aumento de eslora al que fue sometido el diseño[24]. Al introducir nuevos anillos en el casco hubo que alargar y reconfigurar el cableado en consecuencia, además de introducir modificaciones en la configuración de los sensores y software encargados de analizar las señales. En cualquier caso y hasta donde sabemos, aquí el trabajo de Lockheed Martin y de Navantia Sistemas (antigua FABA Sistemas) ha sido ejemplar, algo que quizá no habría ocurrido con otra compañía y que nos lleva directamente a plantearnos las razones de la elección del gigante estadounidense.
Los participantes
A finales de los 90 todo indicaba que el futuro submarino de la Armada Española sería el Scorpène. Quizá con alguna adaptación a las necesidades de nuestros marinos, pero sin grandes desviaciones respecto a los contratados por Chile o Malasia. El documento de requisitos operativos estaba listo para octubre de 1998, iniciándose poco después los estudios de definición del proyecto S-80 original que tendrían lugar entre noviembre de 1999 y octubre de 2001.
Los cambios en la situación estratégica internacional que siguieron al 11 de septiembre y las nuevas necesidades asociadas a ellos, espoleados por la crisis del islote de Perejil, terminaron por convencer a los decisores de la necesidad de replantear el proyecto, descartando el concepto original. De ahí que se generase un nuevo documento de “Requisitos de Estado Mayor” aprobado en julio de 2002 por el AJEMA, seguido de una “Revisión del Proyecto” en noviembre de ese año[3] que daría como resultado lo que algunos denominaron S-80A[4]. La Orden de Ejecución del 24 de marzo de 2004 daría el pistoletazo de salida a la construcción de los nuevos submarinos. Buques de los que apenas se tenía unos pocos planos genéricos, pues el diseño en detalle debería concretarse sobre la marcha, al igual que sobre la marcha deberían tomarse muchas decisiones relativas a los equipos y sistemas a instalar en los futuros submarinos.
De entre todos estos sistemas, el de combate era y es, quizá, el más importante, junto con el AIP. Es así puesto que el rendimiento del submarino depende directamente de la capacidad del sistema para fusionar los datos recogidos por los sensores, ofrecer una adecuada conciencia situacional a la tripulación y permitir que torpedos, misiles antibuque y misiles de crucero -si llegan a implementarse- cumplan con su cometido.
En buena lógica, desde el Ministerio de Defensa tantearon a algunos de los fabricantes más afamados y con mayor tradición, buscando una solución que fuese no solo adecuada desde el punto de vista técnico y económico, sino también desde el industrial. Al fin y al cabo, el sistema de combate debía incluir un Núcleo que sería responsabilidad de FABA Sistemas, por lo que debía poder integrarse con equipos y software de factura española. También debía poder exportarse en el futuro, por lo que los oferentes debían ofrecer garantías en este punto.
Hasta donde sabemos, el concurso se resolvería sin dar mayores explicaciones -la transparencia nunca ha sido uno de los fuertes de nuestro Ministerio de Defensa- en verano de 2005. Implicó a media docena de participantes, de entre las cuales eran tres[5] las partían con mayores posibilidades (Raytheon, Lockheed Martin y UDS). En concreto, fue en febrero de 2003 cuando se emitió una Solicitud de Información en la que se estipulaban los requisitos básicos a cumplir, como la compatibilidad con las consolas CONAN SUB[6] de Sainsel, empresa participada por Navantia e Indra y cuyos productos son un estándar en los buques de la Armada Española. Los candidatos fueron los siguientes:
- UDS International: Esta empresa era una filial de Armaris, una joint venture que Thales y DCN habían formado en 2002 para trabajar, entre otros, en las fragatas de la clase FREMM y en el defenestrado segundo portaaviones francés[7]. Era la misma empresa que se encargaba del sistema de combate del Scorpène. Partía con opciones no solo porque Navantia ya trabajaba con ellos, sino también porque la Armada tenía una amplia experiencia en el empleo de sistemas de combate de procedencia gala. De hecho, los S-70 utilizan el SUBTICS, cuya variante más avanzada presentaban los galos al concurso. Era una apuesta ganadora. Un sistema que ha seguido evolucionando y está en servicio con diferentes tipos de submarinos franceses, como los modernísimos SNA clase Barracuda. Además, un sistema que ya había demostrado su compatibilidad con equipos españoles. Al igual que en la variante instalada en los Scorpène, se componía de un sistema de gestión de la información, un subsistema de control del armamento y un conjunto de sensores acústicos (sónar pasivo cilíndrico, sónar activo, sónar remolcado y sónar de alta resolución antiminas), todos ellos de diseño y fabricación franceses. Los datos se presentaban a los operadores mediante seis consolas multifunción situadas en torno a una mesa táctica.
- Raytheon: la empresa estadounidense se presentó con dos propuestas, diseñadas ambas sobre la base de su sistema de combate AN/BYG-1(V)[8]. Desarrollado para los SSN Virginia de la US Navy, fue adoptado posteriormente, a modo de retrofit, por las clases Los Ángeles, Seawolf y Ohio. Incluso, a partir de 2008, por los Collins australianos. La empresa estadounidense ofertó por una parte un paquete que incluía un sonar de Thales. Por otra, un segundo paquete dotado con un sonar de la alemana Atlas Elektronik. De esta forma, tanto la empresa francesa como la alemana participaban también por partida doble en el concurso español. Tras hablar con varios submarinistas, y en estrecha competencia con la opción de UDS International, esta parecía ser la oferta favorita de la Armada. No en vano, el sistema de Raytheon era lo que se denomina state of the art y había sido elegido para los submarinos más avanzados del mundo.
- Atlas Elektronik: la empresa germana trataría de hacer valer las bondades de su sistema ISUS 90-57, una evolución del ISUS 83 instalado, por ejemplo, en las nueve unidades de la clase Chang-Bogo surcoreana[9]. Hacía un empleo intensivo de tecnologías COTS tenía, como el resto de candidatos, una arquitectura abierta. Era otra apuesta segura, no en vano el ISUS-83 y sus derivados (van por el ISUS-100[10]) han sido integrados en submarinos como los Tipo 209, Tipo 212 y Tipo 214, exportándose a una decena de países (a destacar Israel, con sus Dolphin[11]). Además, bebía de la amplia experiencia alemana en la materia, lo que siempre es una garantía.
- Kongsberg: La empresa noruega contaba con la experiencia de haber equipado en los años 90 a los seis submarinos de la clase Ula (diseñados por TKMS) con un sistema de combate propio. El sistema MSI-90U en conjunción con los equipos de sonar de Atlas Elektronik hacía de los submarinos noruegos un enemigo formidable. Para la fecha del concurso español, la empresa ya trabajaba en la versión mk2, que finalmente sería también implementada en los Ula[12]. Además de los contratos con la Real Armada de Noruega, este sistema de combate ha sido exportado a Italia, que lo monta en sus U-212A[13].
- Lockheed Martin: La empresa a la postre ganadora, se presentó al concurso con su sistema SUBICS (SUBmarine lntegrated Combat System) desarrollado en origen para la clase Virginia de la US Navy al igual que el de Raytheon. Pese a no hacerse con el contrato estadounidense, posteriormente sería elegido por Australia para sus polémicos submarinos de la clase Attack (Shortfin-Barracuda) a los que finalmente renunciaría en favor de una opción nuclear en el marco de la alianza AUKUS[14]. Además, y esto es importante, la empresa actuaba como integradora del sistema de combate de Raytheon en los Virginia, lo que le aportaba un interesante know how.
De entre estas cinco empresas, tanto la opción alemana como la noruega fueron descartadas a los pocos meses de iniciado el concurso -antes incluso de finalizar 2003-. Quedarían UDS, Raytheon y Lockheed como únicos candidatos. Finalmente, en julio de 2005 se haría oficial la elección de Lockheed, empresa con la que FABA Sistemas y la propia Navantia -por entonces recién creada- deberían colaborar de cara a la correcta integración del sistema integrado de combate (ICSC) y el resto de los sistemas asociados.
Más allá de las razones profundas de esta elección, que abordaremos más adelante, resulta destacable que se optase por la empresa que, al menos sobre el papel, menor experiencia atesoraba en el diseño y construcción de sistemas de combate para submarinos. Conviene por tanto dedicar unas líneas a la evolución de la empresa en estos últimos años y a cómo se introdujo en este sector.
La actual Lockheed Martin nació en 1995, al albur de la política de fusiones y adquisiciones patrocinada por el gabinete Clinton tras la “última cena” de 1993. La fusión de Lockheed Corporation y Martin Marietta dio lugar a un auténtico gigante de la defensa -en el que se integraría también la famosa división Skunk Works[15]– que, para finales de esa década, contaba con cinco líneas de negocio[16]. Una de ellas era Lockheed Martin Warfare Systems and Sensors, que se había beneficiado de la política de adquisiciones seguida en los años previos y que no dejaría de crecer en el futuro con nuevas incorporaciones.
Apenas unos meses después de su nacimiento, Lockheed Martin se hizo, gracias a un acuerdo multimillonario, con la división de electrónica de defensa de Loral Corporation[17]. Esta última, a su vez, había adquirido Librascope[18] en 1992 al especulador de origen armenio Paul Bilzerian, cuyas actividades fueron cuando menos rocambolescas y que por entonces cumplía condena en una prisión de Florida[19]. La compra de Loral terminaría sirviendo a Lockheed Martin para fortalecer su línea de negocio de sistemas submarinos aprovechando la tradición de Librascope. Al fin y al cabo, esta última sí contaba con una experiencia de décadas en el diseño y producción de una amplia gama de sensores y sistemas, desde sónares remolcado a consolas tácticas como las que equipaban a los SSN clase Seawolf. Por supuesto, también en sistemas de combate, habiendo presentado en años anteriores algunos como el New Generation Submarine Combat Control System (SCCS)[20] y el LORAL SUBICS-900[21], cuyo acrónimo SUBICS (SUBmarine Integrated Combat System) sin duda nos resultará familiar y daría lugar con el tiempo al sistema instalado en nuestros S-80.
Demasiados interrogantes
Tal y como hemos ido explicando a lo largo de los sucesivos capítulos, fueron muchos los factores que entraron en liza a la hora de hacer que la Armada Española, el Ministerio de Defensa y en última instancia, el Gobierno presidido entonces por José María Aznar, se decantasen por un submarino de diseño y producción nacionales en detrimento del Scorpène franco-español. Lo mismo puede decirse en el caso concreto del sistema de combate, componente fundamental de cualquier buque de guerra moderno.
En diversos foros y páginas de Internet, en el marco de conversaciones privadas con ingenieros –algunos de ellos implicados directamente en el programa S-80- y con marinos e, incluso en varios medios de comunicación de mayor o menor solvencia, hemos podido leer y escuchar todo tipo de teorías sobre la elección de Lockheed Martin. En muchos casos, se hace referencia al volátil contexto político interno y externo de la época (años 2003-2005) como factor explicativo. Sin embargo, son argumentos o demasiado genéricos, o demasiado parciales. Se cita la influencia del posible contrato taiwanés, que podía haber supuesto un revulsivo para IZAR, pero no se explica cómo pudo afectar a la elección del sistema de combate del S-80. Se habla de la necesidad de buscar nuevos clientes internacionales que tenían nuestros astilleros, golpeados por las sanciones. Se relaciona la decisión con las discrepancias con DCNS e incluso se afirma que se eligió a Lockheed Martin y no a Raytheon o Armaris para enviar un mensaje político a los EE. UU. y a Francia en un momento de máxima crispación política y de cambio en la orientación exterior del país. Desgraciadamente, si bien no todas las explicaciones son peregrinas, tampoco son concluyentes. En algunos casos, incluso son descabelladas.
Antes de entrar de lleno en estas cuestiones, volvamos sobre los hechos. Las hemerotecas nos dicen que a finales de julio de 2005, en concreto el día 26, el Ministerio de Defensa publicó una nota de prensa en la que se anunciaba la elección de Lockheed Martin como socio tecnológico. Sería pues el gigante de Bethesda la empresa elegida de cara a la fabricación del núcleo del sistema de combate de los futuros S-80, alegando que la oferta de la compañía estadounidense era la mejor en términos industriales y tecnológicos y no solo gracias a cumplir los requisitos operativos fijados por la Armada Española[22]. Por supuesto, la coletilla de “mejor en términos industriales y tecnológicos” no fue elegida al azar y nos da muchas pistas de las verdaderas razones tras la elección.
Por aquel entonces, se estimaba que el contrato sería del orden de 200 millones de euros (más o menos una octava parte del total inicialmente presupuestado para Programa S-80). Esto, por sí solo, bastaría para explicar la rápida reacción de Raytheon. Sorprendida por la elección de su contrincante, terminaría presentando un recurso ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional contra la decisión del Ministerio de Defensa en noviembre, después de protestar por escrito ante el Ministerio en varias ocasiones, alegando falta de transparencia.
La reacción no era únicamente despecho de mal perdedor. Su propuesta parecía ser hasta poco antes de publicarse la decisión, en julio de 2005, la favorita de la Armada[23]. Al menos entre los altos cargos, aunque no exactamente entre nuestros submarinistas. Estos valoraban la continuidad que ofrecían los sistemas franceses, según hemos podido saber tras conversar con varios de ellos (dato que hay que tomar con precaución, pues podría estar sometido a sesgo).
Sin embargo, Raytheon no solo no logró llevarse el gato al agua, como se dice castizamente, sino que además tuvo que soportar que su principal competidor a nivel doméstico (y el mercado estadounidense es dos órdenes de magnitud mayor que el español) fuese quien se alzase victorioso. No olvidemos que pese a que el sistema de Raytheon equipaba a los SSN clase Virginia (en construcción desde el año 2000), era posible que esto cambiase en sucesivos blocks, así que el futuro no estaba ni mucho menos asegurado para la empresa en este caso concreto. De hecho, se trata de un mercado tan competitivo, que el futuro dista mucho de estar asegurado para nadie, por muchos éxitos que se hayan conseguido previamente. Eso sin cortar el mercado de exportación, en el que se miran con lupa los historiales de cada empresa y producto, valorándose mucho aquellos que ya están en servicio y especialmente aquellos que tienen la etiqueta de “probado en combate”.
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