La Guerra de Ucrania ha servido para confirmar algo sobre lo que en los últimos años se ha especulado mucho: la guerra moderna favorece la defensiva por encima de la ofensiva. Al menos en lo que concierne a los dominios terrestre y aéreo, pues la generalización de las armas contracarro y la multiplicación de sensores sobre el campo de batalla en el caso del primero, así como la extensión de las redes de defensa aérea integradas en el caso del segundo, hacen cada vez más difícil las operaciones de armas combinadas en profundidad, salvo que se cuente con una serie de capacidades que ahora mismo solo parecen al alcance de los Estados Unidos, como son las de Supresión de Defensas Aéreas enemigas (SEAD).
No es la primera vez a lo largo de la Historia que sucede algo similar. La construcción de fortificaciones de traza italiana por buena parte de Europa en los siglos XVI y XVII tuvo un efecto parecido, obligando a largos y costosos asedios. Algo parecido ocurrió en la Primera Guerra Mundial con la combinación de trincheras, artillería y armas automáticas, lo que degeneró en atroces batallas en las que las ganancias se medían por centenares de metros a un coste de decenas de miles de vidas o más. En los últimos meses han sido las tropas rusas las que han podido sentir en su piel de forma dramática una situación similar, pues sus columnas blindadas han caído una tras otra golpeadas por las armas contracarro, los drones y la artillería ucraniana, algo sobre lo que abundaremos más adelante y que sólo ha podido ser corregido mediante el recurso a la artillería.
El problema en estos casos es que las guerras terminan convirtiéndose en gigantescos enfrentamientos a nivel táctico, pues cualquier posibilidad de evolucionar al nivel operativo y de alcanzar con ello, en última instancia, objetivos estratégicos, se diluye. Al final, los conflictos degeneran en guerras de desgaste en las que la capacidad económica e industrial, así como la voluntad de los contendientes deciden el resultado, generalmente a un coste desproporcionado. Ejemplos históricos sobran y como hemos dicho, lo estamos viendo en Ucrania, en donde se están perdiendo miles de vida por fracciones de terreno cada vez menores.
No es de extrañar que los ucranianos pidan una y otra vez armas de mayor alcance. Más allá de ser capaces de neutralizar a la artillería rusa, que juega con ventaja, pretenden atacar sus segundos y terceros escalones, impidiendo que nuevas plataformas, suministros y uniformados lleguen al frente, a la vez que buscan destruir los puestos de mando rusos para desbaratar su capacidad de mando y control. De ahí los ruegos por más y más HIMARS, por municiones guiadas asistidas por cohete para la artillería de tubo, o por más drones como los Bayraktar TB-2.
El propio concepto de nivel operacional surgió a consecuencia de una situación como la narrada. Fue teorizado en primer lugar -pues hasta entonces apenas se hablaba de los niveles táctico y estratégico aunque Clausewitz ya había dejado ver que había un “algo más”- por autores soviéticos y alemanes. En la URSS oficiales G. S. Isserson, Tukhachevsky, Varfolomeev, Svechin, Triandafillov o Shaposhnikov, buscaban la forma de solucionar el estancamiento vivido en la Primera Guerra Mundial. En Alemania, por su parte, bebían de la tradición de Moltke “el viejo”, quien elucubraba sobre un nivel inmediatamente por debajo del estratégico. Además, jóvenes oficiales como E. Rommel, en su obra “La infantería al ataque” ya hablaban de los sucesos concatenados en profundidad como claves para dislocar el dispositivo enemigo, todo un avance de lo que sería el “arte operacional”.
Se entienden los intentos de esta época por alumbrar nuevas teorías, pues desde la “carrera hacia el mar” de 1914, y pese a que en el Frente Oriental hubiese periodos de guerra de movimientos, las líneas de trincheras, las armas automáticas, la artillería y la posibilidad de mover reservas a gran velocidad gracias al ferrocarril, lo que permitía taponar cualquier posible brecha, habían condenado a los contendientes a la inmovilidad y se habían cobrado un altísimo coste en vidas.
Para estos teóricos, la única solución pasaba por atacar por detrás de la línea de frente, desbaratando el aparato logístico enemigo, impidiendo que movilizase sus reservas o su poder industrial y eliminando sus centros de decisión. Es de esta necesidad de donde surgió la doctrina soviética de “operación profunda”, que perseguía alcanzar objetivos estratégicos, pero en un espacio -tanto físico como temporal- limitado, coordinando los movimientos tácticos de tal forma que el efecto combinado fuese más que la mera suma de estos.
Esto es lo que perseguía el Ejército Rojo mediante el empleo de grandes agrupaciones de carros de combate y unidades motorizadas complementadas por la tradicional infantería a pie para consolidar posiciones y servir de yunque, todo ello bajo la cobertura de la artillería y la aviación de ataque: ser capaces de traspasar las líneas enemigas, esparciéndose por su retaguardia y atacando directamente los puntos neurálgicos de su dispositivo militar hasta convertirlo en un ente inútil e incoherente, pero también buscando el colapso de la sociedad que debía sostenerlo. Conceptos que fueron paradójicamente mejor implementados por los oficiales nazis que por los pioneros soviéticos, la mayor parte de los cuales sufrieron en sus carnes las purgas estalinistas.
No obstante, nada de lo anterior aclara a qué nos referimos cuando hablamos de nivel operacional, concepto elusivo donde los haya. Por eliminación y de forma muy sencilla suele hablarse del nivel operacional como aquel que está entre la táctica y la estrategia, o entre el enfrentamiento físico y el intelectual. Si buscamos una definición positiva, podríamos decir que el nivel operativo de la guerra es el aquel en el que se llevan a cabo y se mantienen campañas y operaciones para lograr objetivos estratégicos dentro de los teatros o áreas de operaciones. Vincula el empleo táctico de las fuerzas con los objetivos estratégicos. El enfoque en este nivel está en el arte operacional, que se puede definir a su vez como el uso de fuerzas militares para lograr objetivos estratégicos a través del diseño, organización, coordinación, integración y conducción de campañas, entendidas como una serie relacionada de operaciones militares destinadas a lograr un objetivo estratégico u operativo dentro de un tiempo y espacio determinados (por más que puedan ser enormes). En cualquier caso, lo que debe quedar claro es que el nivel operacional está por encima de los enfrentamientos tácticos, es decir, del contacto, sean pequeñas escaramuzas o grandes batallas, pues persigue afectar al enemigo más allá de la línea de frente. De esta forma, el éxito en el nivel operacional es producto de la concatenación de sucesos tácticos en profundidad que acaban traduciéndose en réditos estratégicos. Es decir, en victorias operacionales.
Herramientas para el nivel operacional
En el epígrafe anterior hemos explicado someramente cómo los teóricos soviéticos se adelantaron en una década a lo que posteriormente conoceríamos, gracias a los nazis, como Blitzkrieg o guerra relámpago: la concentración de armas ofensivas en frentes estrechos con la intención de abrir brechas en las líneas enemigas para atacar su retaguardia, causando conmoción y desorganización entre sus filas y llevándolo al colapso. Sin embargo, pensar que lanzar hacia el enemigo grandes concentraciones de medios acorazados es la única forma de lograr victoriales operacionales, es un error. De hecho, las herramientas para lograr objetivos en dicho nivel han ido mutando con el tiempo, gracias a los avances tecnológicos y a que los cambios estratégicos y políticos no siempre hacían recomendable el choque directo.
Es el caso típico de la Guerra Fría, en donde la posibilidad de una escalada de producirse un choque directo entre potencias obligaba a luchar en muchos casos en lo que conocemos como Zona Gris del espectro de los conflictos. De ahí que aumentase progresivamente la importancia de las unidades de operaciones especiales, surgidas en los años 40. Compuestas por infantería ligera, aunque con un importante apoyo en forma de equipos de alta tecnología y también con un entrenamiento mucho más profundo y variado que el del infante de línea, podían infiltrarse en la retaguardia enemiga creando el caos, atacando objetivos de alto valor, realizando sabotajes, etcétera.
Otra herramienta pensada específicamente para este nivel fueron los misiles balísticos de teatro, que parecen estar viviendo una segunda juventud. Los “Tochka-U” que hemos visto utilizar estos meses a rusos y ucranianos son armas de este tipo, pensadas para golpear los segundos y terceros escalones enemigos, afectando a su logística y a su cadena de mando. Por supuesto, como muchas otras armas y herramientas, se podían emplear a nivel táctico o a nivel estratégico, en función del objetivo elegido, pero en principio su uso lógico pasa por el nivel operacional.
Del mismo modo, la artillería cohete y de tubo, según los alcances han ido creciendo, ha pasado de jugar un rol eminentemente táctico a otro operacional. Incluso, si algunos desarrollos logran llevarse a efecto, en ciertas condiciones podría llegar a tener un rol estratégico, aunque como hemos explicado a propósito de los “Tochka-U”, esto tampoco es nuevo. Cuando los alemanes bombardeaban París con el “Paris-Geschütz” buscaban precisamente un efecto estratégico. En cualquier caso, para lo que nos concierne, lo importante es que sistemas como los HIMARS y M270, especialmente con el misil ATACMS sirven para atacar las concentraciones de tropas y suministros enemigos más allá de la línea de frente.
En los últimos tiempos, los misiles de crucero y los drones armados han servido también para este tipo de misiones. Cuando Rusia lanza desde sus bombarderos Tu-22M misiles de crucero de lanzamiento aéreo sobre puentes ucranianos o sobre depósitos de municiones, trata de impedir que Ucrania pueda seguir luchando de forma efectiva. Lo mismo que cuando los Bayraktar TB-2 turcos operados por Ucrania atacan puestos de mando o vehículos de comunicaciones rusos.
Esta parece ser la tendencia, de una forma u otra: evitar el contacto directo entre unidades sobre el terreno -lo que implica el riesgo de un altísimo coste humano y grandes pérdidas materiales- en favor de las armas de precisión de largo alcance y la guerra de salvas. En este sentido, plataformas como los drones, no dejan de ser un remedo de los bombarderos de teatro o de los misiles balísticos que han encontrado su propio espacio al mantener una buena relación entre el coste, la efectividad y la capacidad de llevar a cabo sus funciones sin exponer vidas propias.
Con todo, no deja de ser un segmento en continuo desarrollo y en el que todavía sigue existiendo un espacio para nuevos sistemas de armas específicamente diseñados para el nivel operacional.
Características de las municiones merodeadoras de teatro
Es aquí en donde entran las municiones merodeadoras, más baratas que los misiles, en algunos casos reutilizables, aunque en su mayor parte fungibles y con un encaje legal diferente al de los drones, lo que simplifica su uso. Además, son por definición armas muy precisas -tanto como los misiles de crucero y desde luego más que los balísticos-, relativamente baratas en comparación con muchos misiles y que permiten minimizar los daños colaterales o abortar la misión literalmente hasta el último momento. Lo que es más, al poder operar en enjambre, pueden asumir individualmente distintas funciones, aumentan las posibilidades de alcanzar los objetivos y además de atacar pueden proporcionar importantes datos ISR, hacer evaluación de daños o incluye llevar a cabo ataques redundantes si en un primer término no se ha logrado neutralizar el blanco o los blancos marcados. Por otra parte, su reducido tamaño, mucho menor que el de los drones clase II y III, los hace más difíciles de detectar, lo que mejora su capacidad de supervivencia y, con ello, de alcanzar el blanco. Piénsese que estamos evolucionando hacia un escenario en el que incluso estados con recursos limitados están implementando más y más capas de defensa aérea, no hay más que pensar en Marruecos y sus recientes adquisiciones. Las grandes plataformas son pues cada vez más vulnerables, de ahí que tiendan a desagregarse en otras más pequeñas.
Resulta obvio que la principal característica que delimita el nivel de actuación, es el alcance. Para que un sistema de este tipo pueda utilizarse contra los segundos y terceros escalones, como mínimo debe tener un alcance de 50 kilómetros. Idealmente, superar esa cantidad para poder no sólo llegar a la zona en la que se cree que están el blanco o los blancos, sino también orbitarla durante el tiempo necesario para llevar a cabo las tareas de identificación pertinentes. Lo estamos viendo en la guerra de Ucrania. Las Fuerzas Armadas de este país, mediante sus lanzaderas HIMARS están golpeando de forma efectiva los depósitos de vehículos y suministros rusos a distancias de entre 50 y 80 kilómetros, intentando forzar el mismo tipo de parálisis que lograron en las primeras fases de la guerra mediante multitud de pequeñas acciones tácticas con efectos operacionales. No son distancias baladíes, ni determinadas al azar o forzadas únicamente por el alcance de los cohetes M30 empleados por estos MLRS. Más bien al contrario, a la hora de diseñar los cohetes se atendieron los requerimientos del US Army estadounidense, fruto de numerosos estudios y experiencias previas.
El siguiente requisito tendría que ver con la letalidad. Los drones tienen la ventaja de poder transportar, en función del tamaño del que hablemos, una carga útil que puede llegar a ser impresionante (1.700 kg en el caso de un MQ-9A Reaper sumando bodega y puntos de anclaje bajo las alas). Es decir, que en conjunto, todas estar armas suman una notable capacidad destructiva. En el caso de las municiones merodeadoras, hablamos de un todo-en-uno con una cabeza de guerra comparable a algunas de las que puede lanzar un drone como el Reaper, caso de los Hellfire (8 kg) o los Brimstone (6,3 kg), aunque lejos de una GBU-12 Paveway II. Ahora bien, aquí entran en juego dos factores: 1) no se arriesga ninguna plataforma (aunque técnicamente no es imposible lanzar municiones merodeadoras desde aviones para incrementar el alcance) y; 2) la posibilidad de emplear las municiones merodeadoras en grupo, formando enjambres. De esta forma no sólo se maximiza la letalidad, al poder afrontar varios objetivos a un tiempo, sino que dentro del enjambre se pueden incluir algunos elementos dotados con sensores más precisos, por ejemplo, que aumenten las capacidades en cuanto a reconocimiento.
Otro aspecto importante es el precio. A priori, la solución de las municiones merodeadoras, en la que cada elemento es a la vez vector y arma, no parece barata dada su complejidad y la necesidad de recurrir a tecnologías state of the art. Ahora bien, estamos hablando de precios comparables a los de algunos misiles contracarro y sin necesidad de contar con una plataforma que los transporte hasta las inmediaciones del blanco, arriesgando por tanto ambos. En el caso de los misiles como el MGM-1250 ATACMS, su precio es bastante mayor, superando el millón de dólares por unidad. Por supuesto su capacidad destructiva está muy lejos de la de las municiones merodeadoras, pero precisamente por ello tampoco es el medio más adecuado para ataques que necesiten de verdadera precisión.
Por último, hay algo fundamental en lo que no nos cansamos de incidir: la soberanía industrial. Es imposible para muchos países desarrollar en tiempo, plazo y coste, drones clase III e integrar toda la panoplia de armamento que requieren. Lo mismo sucede con el ATACMS, que implica una inversión millonaria y unas existencias limitadas y dependientes de terceros. Por supuesto, arriesgar la aviación tripulada para ciertas misiones es cada vez menos lógico, máxime cuando ninguna Fuerza Aérea que no sea la USAF cuenta con las capacidades SEAD necesarias como para actuar con cierta seguridad: lo hemos visto con Rusia sobre los cielos de Ucrania. En este sentido, la apuesta más racional pasa por desarrollar sistemas nacionales, en los que se controle toda la cadena de suministros y la producción, de forma que nunca se dependa de terceros para fabricar más unidades y mucho menos se esté sujeto a limitaciones a la hora de emplearlas.
España, una situación peculiar
Antes de explicar cómo podría ser una munición merodeadora hecha en España, en donde varias empresas trabajan en ello, es obligado hablar de la situación de nuestro país, así como de sus necesidades. España, como sabemos, ocupa una posición geoestratégica clave que le permite controlar diversas rutas marítimas -gracias también a la enorme extensión de sus aguas jurisdiccionales-, además de dominar un punto de paso clave para el comercio marítima internacional: el estrecho de Gibraltar. Esta posición, que en sí misma ofrece grandes ventajas susceptibles de traducirse en influencia regional, tiene su némesis en las amenazas provenientes del sur, desde el terrorismo al rearme que se está viviendo en el norte de África, consecuencia de la competición estratégica entre Marruecos y Argelia destinada a dirimir quién terminará siendo el hegemón regional.
Independientemente de las intenciones de unos y otros, España tiene la obligación de preparar su defensa para una situación cada vez más inestable y en la que los estados implicados cuentan con armamento cada vez más moderno. Lo que es peor, no se trata de defender únicamente la Península o los archipiélagos, sino también Ceuta, Melilla y las plazas de soberanía, lo que implica una serie de imperativos (cualquier refuerzo debe ser transportado por aire o por mar, los defensores carecen de profundidad estratégica -no pueden intercambiar espacio por tiempo retrocediendo-, la cobertura -sea antiaérea, antibuque o apoyo de fuego- debe ofrecerse desde la propia Península por parte del arma de Artillería y del Ejército del Aire o desde los buques de la Armada…).
Los objetivos, por su parte, quedan muy lejos de España, al menos los estratégicos. De ahí el empeño de la Armada por contar con el misil de crucero Tomahawk (deberemos conformarnos por el momento con la limitada capacidad secundaria de los Harpoon a bordo de los submarinos S-80) y el del Ejército del Aire por disponer de ALCM. Precisamente por eso los misiles Taurus fueron un anhelo del Ejército del Aire hasta que finalmente se logró lanzar un Programa Especial de Armamento (PEA) para la fabricación y adquisición de 46 unidades. Por la misma razón, el Ejército de Tierra tiene un gran interés en recuperar la artillería cohete, perdida años atrás con la baja de los Teruel y que, pese a los múltiples intentos y rumores, no termina de materializarse. Son estos sistemas que, en función de la munición empleada, pueden lograr alcances de hasta 70 kilómetros (300 en el caso del misil ATACMS) y que, por lo tanto, podrían prestar apoyo desde la Península, gozando además de la protección que le brindan tanto el Estrecho, como una red de EVAs única, las misiones CAP del Ejército del Aire y la artillería antiaérea, con lo que serían cuasi-invulnerables… hasta la entrada en servicio con Marruecos de los Harop.
Sea como fuere, España necesita de sistemas que permitan golpear más allá de las dos Ciudades Autónomas. Es decir, no en la frontera inmediata con estas a nivel táctico una vez se esté librando una guerra, sino en los segundos y terceros escalones marroquíes. Como mínimo en los segundos, pues las distancias de las que hablamos son considerables. La solución más obvia, pasa por recuperar la artillería cohete, algo que necesitamos de forma urgente, así como por dotar de munición de alcance extendido a la de tubo. Sin embargo, en la “guerra de salvas” que viene, harán falta muchos otros recursos con los que atacar puestos de mando, depósitos de suministros, agrupaciones de hombres y de material, sistemas antiaéreos, radares, vehículos de comunicaciones y mil cosas más. Es aquí en donde entran las municiones merodeadoras, de las que en España se están desarrollando varios modelos, la inmensa mayoría de ellas destinadas al nivel táctico, como es el caso del proyecto de Instalaza y Swarming Technologies and Solutions (STS), denominada Milvus Micro o de Arquimea Defence and Security con la QLM-40, conceptos muy similares al afamado Switchblade 300 de la estadounidense AeroVironment.
En fechas recientes, no obstante, se ha puesto en marcha un proyecto prometedor por parte de UAV Navigation, empresa que forma parte del Grupo Oesía. A diferencia de otros, lo que la empresa madrileña pretende no es comercializar su propia munición merodeadora, sino ofrecer una suite de sistemas que haga posible que otros fabricantes puedan usarlos como base para que sus propias plataformas se transformen en municiones merodeadoras. Además, gracias a su versatilidad, podrán adaptarse no sólo a pequeños drones, sino a otros los suficientemente grandes y capaces como para llevar a cabo ataques propios del nivel operacional.
Un mundo de posibilidades
UAV Navigation–Grupo Oesía es una empresa particular dentro del ecosistema de la industria española de defensa. Lejos de dedicase a fabricar plataformas o a integrar productos de otros, está centrada en el diseño y fabricación de componentes muy específicos. Tanto como lo son los autopilotos y sistemas de control de vuelo para vehículos aéreos no tripulados profesionales. De hecho, su capacidad crítica, el core de su negocio, pasa por desarrollar de manera integral sus propios Sistemas de Referencia de Altitud y Rumbo (AHRS), así como los algoritmos de control de vuelo y la fusión de sensores.
Esto permite que los sistemas de la empresa se adapten a un buen número de plataformas diferentes, personalizándolos en función de las necesidades de cada cliente, muchos de los cuales son importantes empresas internacionales, algunas de ellas israelíes. Es decir, que algunos de los componentes y tecnologías críticas que estas empresas incluyen en productos exportados a lo largo y ancho del mundo, son en realidad españolas, algo a tener en cuenta. Hablamos de una empresa que desde 2004 ha logrado comercializar más de 4000 de sus sistemas, que exporta el 75 por ciento de lo que produce y, lo más importante y sorprendente, que dedica a I+D el 40% de su facturación, una cantidad que prácticamente nadie puede igualar.
Precisamente en la personalización está la clave, pues lo que la empresa ofrece es, sobre una base común compuesta por un autopiloto, un sensor visual de navegación y un sistema de control en tierra propios, la posibilidad de que los fabricantes de plataformas creen municiones merodeadoras para atacar en solitario o incluso en grupo, utilizando sus propios diseños de aeronaves no tripuladas e independientemente del tamaño de estas. Es decir, que la empresa abre una puerta a la construcción en España de municiones merodeadoras de largo alcance, pues ha diseñado el núcleo de un futuro sistema de este tipo, que los fabricantes de plataformas podrán adaptar para alumbrar soluciones muy diferentes.
Desde la empresa nos explican que están recibiendo propuestas de distintas empresas para implantar su sistema en control de municiones merodeadoras en plataformas con un peso máximo al despegue de más de 20 kg y de 100 kilómetros de alcance. Diseños que por su tamaño equipan ya un sistema optrónico de cierta calidad en el espectro visible para localizar y confirmar el blanco y una cabeza de guerra aceptable, aunque esto no es responsabilidad de UAV Navigation–Grupo Oesía y queda a elección del integrador. En cualquier caso, y para lo que nos interesa en este artículo, han sentado la base para que España pueda contar con municiones merodeadoras capaces de realizar ataques en el nivel operacional.
Volviendo sobre UAV Navigation–Grupo Oesía, la empresa de San Sebastián de los Reyes explica que en teoría el sistema no tiene limitaciones de alcance, por más que sean los clientes los que hablen de 20, de 50 o de 100 km. Con la inclusión de relés podría ampliarse sensiblemente, lo mismo que empleando módems SATCOM, aunque esto incrementase el precio final. No obstante, cabe la posibilidad de incluir estos equipos no en la munición merodeadora, sino en los drones que hagan de relé, lo que nos lleva a otro aspecto interesante de su proyecto: la posibilidad de trabajar de forma colaborativa, lo que generalmente se conoce como “enjambre”, aunque en puridad no sea tal.
De hecho, en la empresa madrileña rechazan este término y además dan sus razones. En concreto sus ingenieros nos explican que no hablan de enjambre pues en términos matemáticos se designaría así a un «sistema complejo» compuesto por varias partes independientes pero entrelazadas sin orden, cuyos vínculos crean información adicional no visible ante el observador externo. Es decir, en el que existen variables ocultas cuyo desconocimiento nos impide analizar el sistema con precisión. Dada la existencia de dichas variables ocultas, lo creen inseguro en el caso de los sistemas de armas, ya que podría dar lugar a comportamientos inesperados y desde la empresa se busca que el elemento humano tenga un control total sobre el conjunto en todo momento.
De esta forma, en UAV Navigation–Grupo Oesía nos hablan de sistemas multiplataforma, sistemas coordinados o sistemas en formación. El nombre, como reconocen de forma algo jocosa, no es tan atractivo ni permite crear el mismo “hype” que cuando se habla de “enjambres” de drones, pero recoge más fielmente lo que se espera: un sistema compuesto por varios nodos coordinados en forma de roles y con una jerarquía clara que trabajan de forma cooperativa para conseguir el objetivo de la misión intercambiándose información. Punto. En este concepto no todos los nodos de la red deben compartir las mismas características ni por el tamaño de la plataforma, ni por los equipos que cada uno de ellos embarque. Esto quiere decir, traducido a la práctica, que puedes tener sistemas de mayor autonomía (observadores y adquisición de blancos) trabajando en red con municiones merodeadoras y que, una vez localizado el blanco, proporcionarían a estas últimas los datos precisos sobre el objetivo a batir. Un conjunto que, como habrá podido deducir ya el lector, no está pensado para neutralizar un blindado o un carro de combate causando un perjuicio al enemigo a nivel táctico, sino que busca ir más allá.
Esto tiene varias ventajas, según la empresa. Para empezar, permite alcanzar un equilibrio entre el número de plataformas fungibles (municiones) que conforman el conjunto y las que no lo son. Por otra parte, se pueden manejar mejor los tiempos, los plazos de reacción y las cargas de guerra, al no ser necesario tener un número absurdamente alto de plataformas armadas volando a la vez, con riesgo de caer sobre las líneas propias o de terminar desperdiciadas si finalmente deben autodestruirse antes de localizar un blanco contra el que impactar.
Respecto a la elección de las cabezas de guerra o a las posibles cargas útiles, dependerá tanto de la empresa con la que se trabaje, como de la configuración del producto final que se pretenda, pues en función del tamaño de las plataformas elegidas, pero también del tipo de misión encomendada, podrá optarse por unas u otras, gracias a la versatilidad de que hace gala la solución de UAV Navigation–Grupo Oesía. A nuestro juicio el aspecto más importante, llegados a este punto, pasa por encontrar el espacio exacto en el que por letalidad, precisión, polivalencia y coste, estas municiones merodeadoras logren situarse a medio camino entre la artillería y los misiles de crucero. En la empresa creen que hay margen suficiente y que su sistema, unido a las plataformas adecuadas, puede ser más rentable, letal y a la vez quirúrgico a la hora de atacar depósitos de combustible, puestos de mando, sistemas de guerra electrónica o antiaéreos o vehículos de comunicaciones. En cualquier caso, no se trata de sustituir, sino de complementar, permitiendo a las Fuerzas Armadas un abanico más amplio de opciones.
Mientras llega el momento de presentar un sistema completamente funcional -ya se han hecho pruebas de vuelo-, la empresa sigue trabajando en aumentar la autonomía, no en cuanto a alcance, sino entendiendo esta como sistemas más inteligentes y capaces de tomar decisiones. Eso sí, no para llegar a sistemas human-out-of-the-loop en los que el cerebro electrónico tome la decisión sobre el ataque, sino para descargar de trabajo y aumentar la conciencia situacional del humano al mando, quien decidirá en última instancia sobre la idoneidad del ataque, tanto por razones éticas como operativas. Además, según prometen, la persona al mando tendrá la opción de abortar el ataque hasta el último momento, algo que por su envolvente de vuelo no pueden prometer las municiones merodeadoras en servicio, pues su capacidad de maniobra es bastante limitada y el punto de no retorno se sitúa a bastante distancia del objetivo.
Así pues, lo que UAV Navigation–Grupo Oesía propone no es una munición merodeadora sino la suite completa de equipos que haga posible la navegación autónoma, el ataque terminal, la gestión del flujo de datos procedente de los distintos sensores y el control de todo ello mediante una estación de control en tierra y un software de gestión pensados para simplificar el trabajo del operador al máximo.
Comenzando por el autopiloto, que cuenta con los certificados MIL-STD 810F y 416F, permite la operación de vuelo completamente autónoma de varias plataformas a un mismo tiempo, que lleven a cabo sus operaciones tanto sobre tierra como sobre el mar (está preparado para el ambiente marítimo), mantener vuelo estable a una altitud de siete metros sobre la superficie -incluida la del mar-, velocidades de hasta 650 km/h, soportar maniobras sostenidas a más de 3G, el lanzamiento mediante catapultas de la plataforma en la que se instale a aceleraciones de hasta 25G o controlar los flares y otros equipos de contramedidas. Además, se trata de equipos redundantes, preparados contra fallos en los sensores y cuentan con posibilidad de realizar geofencing, es decir, establecer sobre el mapa áreas determinadas de las que el aparato o aparatos no puedan salir en su vuelo. Por su parte, el sistema de navegación visual, que cuenta con una cámara que lee el terreno en tiempo real, permite que en este caso la munición merodeadora alcance su destino incluso en condiciones en las que la señal GPS se haya visto degradada o sea inexistente. Por último, la estación de control en tierra junto con el software de la empresa permite controlar todas las funciones de vuelo, asignando rutas, zonas de exclusión y zonas seguras, puntos de retorno automático si las comunicaciones se ven interrumpidas, monitorizando el estado de todos los subsistemas, etc.
Por último, aunque en todo momento hemos hecho referencia al núcleo del sistema por sus posibilidades, hemos de aclarar que UAV Navigation–Grupo Oesía está colaborando en la actualidad con diversas empresas de cara al desarrollo de distintas soluciones basadas en su producto. Por ejemplo, UAV Navigation-Grupo Oesía es un colaborador cercano de SCR Drones, a quién aporta desde hace años sus soluciones de guiado, navegación y control. Quien más quien menos conocerá a esta última empresa por ser fabricante de los blancos aéreos empleados por las Fuerzas Armadas, aunque en realidad también diseña y produce UGVs y USVs. En los últimos años han vendido, tanto en España como en el extranjero, más de un millar de blancos de la familia SCRAB, Alba, etcétera. Esto les ha proporcionado una importante experiencia relacionada con los materiales, las motorización, la aerodinámica o la maniobrabilidad que muy pocas empresas tienen y menos aún en nuestro país. Además de los blancos, hacen también drones cautivos como el ASTER-T y RPAS como el Tucán y el Atlantic I. Es pues lícito pensar que la combinación de capacidades entre ambas empresas podría dar como resultado municiones merodeadoras de largo alcance, de diseño y producción íntegramente españolas…
Conclusiones
La guerra de Ucrania está sirviendo para enseñarnos que es en el nivel operacional en donde se ganan las guerra modernas. Dada la capacidad económica y fabril de las naciones industrializadas, incluso de las más pobres, es muy difícil que una derrota táctica culmine en un descalabro absoluto de sus fuerzas armadas, lo que inevitablemente lleva a guerras de desgaste cuando no capacidad de explotar las rupturas. En el caso de los ataques estratégicos, salvo que hablemos de armas nucleares, lo que estamos viendo en Ucrania también demuestra que ni siquiera la capacidad rusa para golpear nudos de comunicaciones, puestos de mando, edificios gubernamentales o cualquier tipo de instalación sensible que imaginemos, es suficiente para doblegar a un oponente decidido. En vista de lo anterior, los ejércitos necesitan dotarse de sistemas de armas capaces de golpear los segundos y terceros escalones enemigos, de forma que su despliegue quede paralizado por la falta de suministros.
En el caso particular de España, esto se cumple por partida doble, pues necesitamos por encima de todo de la capacidad de golpear a larga distancia, de forma que un hipotético ataque sobre Ceuta y Melilla o cualquier otro territorio de nuestro flanco sur, quede dislocado antes de alcanzar sus objetivos, maximizando así las opciones de las guarniciones allí estacionadas. Es ahí en donde entran las municiones merodeadoras de largo alcance, que deben sumarse como una opción más a los misiles de crucero, a la artillería de tubo con munición de alcance extendido y a la artillería cohete, otra de nuestras grandes carencias.
La propuesta de UAV Navigation–Grupo Oesía ofrece una base sólida de cara a desarrollar municiones merodeadoras de largo alcance, de diseño y producción íntegramente españoles y susceptibles de atacar a nuestros enemigos en el nivel operacional, maximizando las posibilidades de defendernos con garantías ante cualquier tipo de ataque.
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