Septiembre de 1939. La Segunda Guerra Mundial acababa de empezar, y en la tierra de nadie entre la Línea Sigfrido y la Línea Maginot, una patrulla de reconocimiento francesa se topaba con un campo de minas germano que contaba con un nuevo artefacto. La Mina-S. Los aliados la apodaron Bouncing Betty, e inauguró una nueva saga de artefactos antipersona conocidos como “minas saltarinas”, y que fueron copiadas en medio mundo. La serie Valmara italiana, las J-69 sudafricanas, las M2 y M16 norteamericanas, las PP-Mi-Sr checoslovacas, o las OZM-3, OZM-4 y OZM-72 soviéticas, entre muchas otras.
El concepto de la mina saltarina tenía grandes ventajas sobre artefactos similares: Al explotar en el aire, la dispersión de su metralla era muy superior, ya que la tierra no absorbía la energía de la mina, de esta forma la metralla de se dispersaba sin oposición en los 360º del eje horizontal, de tal forma que podía herir a varios soldados en un radio de 140 metros según el Fighting Manual 5-31 estadounidense de 1943. A corta distancia podía ser mortal. En contraposición, una mina tradicional sólo era capaz de herir al soldado que la pisase.
La desventaja de la mina saltarina era que debía estar un poco asomada a la superficie, no debiendo ser enterrada por debajo de los 20 cm, para que el propelente pudiera impulsarla hacia arriba. Por eso no se podía esconder bajo falsos suelos y similares, además, entre que la mina saltaba y estallaba pasaban unos cuatro segundos, tiempo suficiente como para que los soldados se tirasen cuerpo a tierra y la metralla les pasase por encima sin herirles, aunque para esto eran necesarios los reflejos y el entrenamiento.
La otra ventaja de las minas saltarinas residía en sus tipos de espoletas, que las otorgaban varias capacidades. La espoleta más típica, la de presión, tenía unas finas varillas metálicas, que sobresalían de la tierra, y que actuaban por presión, igual que la espoleta de una mina tradicional, aunque habían sido específicamente diseñadas para ser difíciles de detectar.
Las otras espoletas, como las ZZ.42 alemanas, o las RO-1 checoslovacas se basaban en la tracción mediante un cable. Dos espoletas RO-1 se colocaban en forma de “Y” y se ataba un cable de tracción a cada espoleta, dicho cable se fijaba a una varilla de metal, a un árbol, o a cualquier cosa que permitiera que el cable se mantuviera tenso, de tal forma que al pasar un soldado y traccionar el cable, la mina saltarina se activaría. Lo bueno era que para desactivarlas sólo hacía falta cortar el susodicho cable.
Las dos espoletas en Y permitían cubrir un área mucho más grande que una mina tradicional, ya que las probabilidades de pisar una pequeña espoleta de presión son mucho menores a las de traccionar dos cables de varios metros de longitud, que activan la mina. Además, si era necesario, se podían llegar a combinar cuatro espoletas, con dos adaptadores, así se podía conformar una doble Y, con cuatro cables de tracción orientados a los cuatro puntos cardinales, de hecho incluso se podía colocar la espoleta de presión simultáneamente, por si los cables eran cortados.
Un último tipo de espoleta eléctrica permitía detonar remotamente el artefacto, lo que sin duda era muy útil para tender emboscadas o para defender una posición.
Ahora bien, volviendo a la mina en sí, un elemento fundamental era la metralla. El cilindro de la carcasa estaba hecho de una fina capa de acero, que poseía algún valor a modo de cubierta de fragmentación, pero lo más importante era la metralla dispuesta alrededor del cilindro, entre el explosivo y la carcasa.
La metralla consistía en una cifra aproximada de 350 fragmentos que podían ser de dos clases. De un lado esferas imperfectas achatadas en los polos para garantizar su encaje con la carcasa, y de otro lado cilindros que acababan en una punta muy tosca.
Mientras los fragmentos esféricos generaban una cavidad temporal y permanente mayor, tenían un factor de penetración y un alcance inferiores, asimismo es probable que el proceso de fabricación de las esferas fuera más costoso. Ambos tipos de fragmentos estaban hechos de metal, aunque es posible que se haya producido metralla de otros materiales, como wolframio o titanio. Tenían un diámetro de un centímetro aproximadamente.
En líneas generales las minas saltarinas eran artefactos muy eficaces, aunque cuando la cuestión era desplegar minas a mansalva, las minas convencionales eran más eficaces por varios motivos.
En primer lugar, las minas saltarinas tenían mecanismos relativamente complejos, y consumían muchas más horas de trabajo y de materiales, así, mientras una OZM-72 pesaba unos 5 Kg, una mina antipersonal convencional, mucho más simple y pequeña, como la PMN-1 y la PMN-2 estaba entre los 400 y los 600 gramos.
En segundo lugar, las minas saltarinas debían ser plantadas a mano para obtener un rendimiento aceptable, particularmente en el caso de usar espoletas eléctricas o de tracción, mientras que las minas convencionales se podían “sembrar” mediante vehículos especiales, y hasta se podían dispersar desde el aire.
En tercer lugar, la delgadez de la carcasa, y lo endeble de la espoleta de presión o del cable tractor facilitaban que con el paso del tiempo, la erosión del medio corroyera e inutilizara la mina, por lo que no eran artefactos idóneos para un frente estático a largo plazo, o para proteger instalaciones. Para finalizar, conviene decir que el Tratado de Ottawa, que entró en vigor en 1999 impide a los estados firmantes desarrollar, almacenar, vender o desplegar minas antipersona. Toda Europa, el África negra, Argelia y Túnez, Sudamérica, Centroamérica, Méjico y Canadá, Oceanía y el Sudeste Asiático han firmado el tratado, pero China, Rusia o Estados Unidos no lo han hecho, así que estas excelentes minas siguen siendo usadas con profusión.
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