Mas allá de la Zona Gris

Los EE. UU. y el control de la escalada en el Mar de China

Uno de los varios islotes que la República Popular de China está convirtiendo en auténticas bases aeronavales avanzadas

En los últimos años los expertos han debatido largo y tendido acerca de la incapacidad de los EE. UU. -y Occidente por extensión- para responder de forma creíble ante acciones que, encaminadas a revertir el orden internacional pero sin gravedad suficiente para provocar un conflicto armado, no eran susceptibles de respuesta militar. Enfocadas hacia la «Zona Gris» del espectro de los conflictos, no son, pese a la importancia que se les ha concedido, más que otra vuelta de tuerca de las clásicas estrategias «del débil al fuerte». Hacerles frente no requiere de tácticas complejas, ni de conceptos novedosos, sino que nos obliga a concentrarnos en la situación que ha dado pie a esas prácticas: El reforzamiento de las capacidades convencionales por parte de potencias revisionistas como la República Popular de China o la Federación Rusa, capaces de establecer zonas A2/AD que imponen a cualquier intervención un coste sin precedentes, provocando la paralización de actores como los EE. UU. o Japón, que en otras circunstancias utilizarían la fuerza -o la amenaza de la fuerza- para frenar a las citadas potencias. Aunque de forma todavía tímida, actores como la US Navy están dando ya los pasos para poner solución a esta situación de desventaja, desarrollando las primeras aproximaciones teóricas e invirtiendo en nuevos armamentos que permitan transformar el entorno operativo a su favor, permitiendo de paso una disuasión creíble ante la coerción china.

¿Es la Zona Gris el nuevo término de moda?

En los últimos años los expertos han debatido largo y tendido acerca de la incapacidad de los EE. UU. -y Occidente por extensión- a la hora de responder de forma creíble ante acciones que, encaminadas a revertir el orden internacional, pero sin gravedad suficiente para provocar un conflicto armado, no eran susceptibles de respuesta militar. Para muchos, la «Zona Gris» no es más que un término vacío de sentido pero demasiado lleno de contenido, hasta el punto de que se ha desnaturalizado por completo. Un tótum revolutum en el que todo es posible, una suerte de cajón de sastre en el que tienen cabida desde el terrorismo a las acciones encubiertas y de las prácticas de guerra irregular a la guerra proxy, pues se asimila una realidad -hay un conflicto dirimido por medios no cinéticos-, con el hecho de que todo lo que no sea una guerra o una paz perfecta es susceptible de ser incluido en la «Zona Gris». Se atribuye así una importancia y una novedad inusitadas -y desproporcionadas- a lo que no son más que otra vuelta de tuerca de las clásicas estrategias «del débil al fuerte» (Beaufre, 1980).

Cuando nos referimos a la «Zona Gris» de los conflictos no intentamos sino conceptualizar algo que no es para nada nuevo, por más que en los últimos tiempos haya cobrado relevancia, generalmente de la mano de otro concepto cada vez más discutido, como es el de «Guerra Híbrida» (Colom, 2019). Esta desnaturalización de la «Zona Gris» como concepto suele ser consecuencia de visiones simplistas relacionadas con la tipología de los conflictos (Echevarría, 2016), algo lógico teniendo en cuenta que el término, que en España se viene manejando desde hace muy poco tiempo, nace en realidad en 1948 de la mano de George F. Kennan, cuando acusa a su propio país de tener cierto «apego al concepto de [que existe] una diferencia básica entre la paz y la guerra»1, en referencia a la utilización de la Guerra Política (Political Warfare) por parte de la Unión Soviética. Es normal pues, que un concepto de tan largo recorrido haya ido ganando o perdiendo significados con el paso del tiempo.

Como decimos, se ha venido operando en esta región del espectro de los conflictos desde hace mucho tiempo y, de hecho, fue en la Guerra Fría cuando este tipo de enfrentamientos alcanzaron su apogeo como consecuencia de las dinámicas propias de la política de bloques y el efecto paralizador de las armas nucleares, factores que obligaban a utilizar vías alternativas a través de las cuales canalizar la competición entre superpotencias sin provocar con ello una escalada de consecuencias potencialmente devastadoras (Vote et al., 2016). Después de unos años de relativo olvido2, el término ha sido recuperado con especial fuerza desde 2014, cuando la toma incruenta de la Península de Crimea por parte de la Federación Rusa, o la utilización de los «Little Blue Men»3 por parte de la RPC en el Mar de la China Meridional, unidas a acciones en el ciberespacio y al empleo de la guerra política, alarmaron a los analistas al tomar a los Estados Unidos con el pie cambiado, tras más de una década de «Guerra contra el terror». En ambos casos, las tácticas rusas y chinas fueron concienzudamente planeadas para cumplir con una serie de premisas:

  1. Mantener la confrontación en todo momento por debajo del umbral del conflicto armado.
  2. Poner la carga de la escalada en el lado de los estados que pretenden mantener el status quo.
  3. Amenazar la efectividad de la disuasión extendida estadounidense sobre sus aliados (Harold, 2019).

Es precisamente ahí en donde debe ponerse el foco, en lugar de confundir el espacio que ocupa dentro del espectro de los conflictos con su utilidad. Efectivamente, cuando nos referimos a la «Zona Gris», aunque hacemos referencia a una región concreta entre la paz y la guerra, lo relevante no es el espacio en sí, sino las ventajas que otorga operar en él, en lugar de decantarse por abrir hostilidades.

Las definiciones que en los últimos años han aparecido sobre lo que es y lo que no es la «Zona Gris» son en muchos casos insuficientes, cuando no deliberadamente ambiguas o torticeras, incluyendo en algunos casos fenómenos como el terrorismo que no deberían encuadrarse aquí (Brands, 2019). El USSOCOM (2015) define los desafíos en la Zona Gris como «interacciones competitivas entre y dentro de actores estatales y no-estatales que se encuentran dentro de la tradicional dualidad entre guerra y paz» mientras que, por su parte, autores relacionados con el US Army como Mazarr (2015) o Wilson (2017) tratan de ser un poco más específicos y nos hablan de tres características comunes a las tácticas propias de la Zona Gris:

  1. Hibridez, pues se utiliza una combinacion de metodos hostiles de todo tipo que buscan provocar efectos estratégicos sin llegar al enfrentamiento directo.
  2. Amenazan la defensa convencional, que no puede hacer frente a las tácticas empleadas en la Zona Gris dada la desproporción entre los medios y los fines o la incapacidad de atribuir los ataques.
  3. Están pensadas para imposibilitar o confundir los cálculos de riesgo tradicionales, provocando la paralización de un oponente incapaz de decidirse entre la inacción o la acción.

Características a las que podríamos añadir una cuarta, vital, como es la utilización únicamente de medios que permitan tanto la «negación plausible», como la «no atribución», de ahí el recurso a los ataques cibernéticos, que dificultan sobremanera la inculpación de sus responsables -si es que Ilega a conocerse el origen de los mismos- o de unidades paramilitares.

Como consecuencia de todo lo anterior, la «Zona Gris», en puridad, no debe entenderse tanto como una franja dentro del eje guerra-paz o como un conjunto de tácticas más o menos innovadoras, sino como un «mecanismo útil para forzar el statu quo» (Baques, 2018). Una herramienta que se basa en el estricto control de la escalada, aspecto en el que incidiremos a lo largo del texto. La idea de fondo es la de utilizar todos los recursos disponibles para alcanzar nuestros objetivos de tal forma que ninguna de nuestras acciones fuerce una reacción convencional por parte del oponente. Es más, el centro de gravedad de todo esfuerzo en la «Zona Gris» no debe buscarse en lo novedoso de las tácticas empleadas sino en el respaldo convencional que las hace posibles. En el caso de la RPC, si opera en la «Zona Gris» con relativa libertad y puede construir islas artificiales en el Mar de la China Meridional no es porque haya descubierto la piedra filosofal, sino porque su Fuerza de Misiles y las áreas de negación que ha establecido en torno a sus costas imponen un alto coste a cualquiera dispuesto a expulsarle de dichas islas. Dicho de otro modo, las acciones en la «Zona Gris» bien diseñadas provocarán en todo momento la inacción del rival, pues el volumen de fuerza que sería necesario emplear para hacer frente a movimientos muy limitados y no cinéticos sería totalmente desproporcionado en relación a la importancia del objetivo, dado el paraguas convencional bajo el que se producen.

Volviendo sobre la RPC y los Mares de la China, el país asiático, como explicaremos, utiliza tanto a su Guardia Costera como a pesqueros armados (milicias navales) para avanzar en la ocupación de pequeñas manchas de tierra situadas en posiciones estratégicas. Con las excusas más diversas acometen a posteriori su ampliación, ganando espacio al mar, así como la construcción de estructuras militares con vocación cada vez más ofensiva, mientras expulsan de la zona a todo buque extranjero que ose acercarse, pero sin llegar en ningún caso a un nivel de provocación suficiente como para forzar una operación militar en su contra. Un plan a largo plazo en el que a cada pequeño avance -que por fuerza hace aumentar la tensión con sus vecinos o con los EE. UU.- sigue un periodo de «enfriamiento», ejemplo de lo que algunos denominan tácticas salami (Haddick, 2019) y que no es sino la tradicional estrategia china de acciones sucesivas que tan bien explicara el general Beaufre (1980) y que se caracteriza por la combinación «según fuere preciso, [de] la amenaza directa y la presión indirecta con acciones de fuerza limitadas».

Para seguir adelante con sus planes en el Mar de China, la RPD está desarrollando una estrategia integral de coerción crosdominio que combina la amenaza del empleo de la fuerza armada a gran escala, la presión económica y diplomática, las operaciones irregulares junto a las regulares, las medidas ofensivas con las defensivas, etc.

La estrategia china y la Zona Gris

Las tácticas en la «Zona Gris» son un punto central del debate académico, pero no tiene sentido profundizar en ellas si no se encuadran adecuadamente dentro de la estrategia de quien las pone en práctica, en el caso que nos ocupa, la RPC.

A lo largo de las últimas décadas, la estrategia china se ha ido adaptando a la par que un desbocado crecimiento económico le ha brindado nuevas posibilidades al poner a disposición de Pekín los recursos necesarios para solventar algunas de sus reclamaciones históricas. Esta tendencia cristalizó con la llegada al poder de Xi Jinping en 2013, hasta dar paso a una gran estrategia diseñada para llevar al país asiático a ser la primera potencia económica mundial en un mundo multipolar en el que otros actores como los EE. UU., la Unión Europea, Rusia o India tendrán también un papel destacado, pero en el que podrá, gracias a su poderío económico, humano y militar ser un primus inter pares. Es público y notorio que la RPC aspira en breve plazo a ser el polo central de la economía global gracias a su capacidad manufacturera y a un énfasis en el diseño autóctono que pretenden favorecer promoviendo la innovación, las marcas domésticas y la adopción de estándares propios (USCC, 2019).

La RPC, como advierte el informe que cada año remite la Oficina del Secretario de Defensa al Congreso de los EE. UU. en su última edición (2019), se ha aprovechado de un «periodo de oportunidad estratégica» durante las dos primeras décadas del presente siglo, lo que ha permitido al país reforzar las bases de su poder de diferentes formas:

  1. Implementando una estrategia de crecimiento económico a largo plazo dirigida desde el Estado y que busca reemplazar las tecnologías que hasta el momento ha debido importar, por otras de diseño y fabricación nacional, bien mediante la compra de empresas extranjeras, imponiendo cláusulas abusivas a las empresas que se establecen en el país o directamente a través del robo de la propiedad industrial.
  2. Favoreciendo la presencia y la influencia internacionales a través de la adquisición de activos estratégicos (instalaciones portuarias, industrias clave, tierras…), la donación, el apoyo financiero o de iniciativas como la conocida OBOR4 que viene apoyada, entre otras, por un importante despliegue naval en el Índico y la construcción de nuevas bases en el extranjero, como la de Djibouti o la utilización de puertos en países aliados como es el caso de Gwadar en Pakistan (Parra, 2017).
  3. Realizando operaciones de influencia a lo largo y ancho del mundo, pero con especial énfasis en Occidente y con la intención de mejorar la percepción que aquí se tiene de la RPC y de sus objetivos económicos y militares, de tal forma que no aparezca como la amenaza que realmente es. Para ello no han dudado en utilizar cualquier medio de presión (como bien saben en la Universidad de Salamanca5), con tal de imponer su narrativa en casos como el de Taiwán, acciones que se incluyen dentro del concepto de las «Tres Guerras» (Guerra Psicológica, Guerra Legislativa y Guerra por la Opinión Pública) promulgado a principios de la pasada década (Raska, 2019 y Livermore, 2019).

Todo ello, siempre, manteniendo una serie de líneas rojas como son:

  1. No poner en peligro la estabilidad regional, aspecto crítico para mantener su desarrollo económico.
  2. Evitar que cualquier crisis escale hasta convertirse en un conflicto abierto con los EE. UU. o sus socios regionales, lo que tendría consecuencias nefastas sobre su economía.

Como vemos, la RPC pretende revertir el orden internacional y para ello está poniendo en práctica ni más ni menos que aquello que su acervo estratégico le sugiere, una genealogía de la estrategia que podemos enlazar desde Sun-Tzu a Mao y de ahí a títulos más recientes, como «Guerra Irrestricta»6 y que busca imponerse sólo a largo plazo, una vez haya reunido el poder suficiente y sabiendo que la única forma de conseguirlo es evitar un conflicto militar -o económico- que no esté en disposición de ganar. De esta forma, salvo que tanto los EE. UU. como la UE tomen verdadera conciencia del peligro que el auge chino supone y esto provoque una reacción firme y coordinada que combine la adopción de sanciones, el establecimiento de aranceles y la modificación tanto de la normativa como de las instituciones internacionales en contra de la RPC -que hace un uso torticero de ambas- (lawfare), además de una actitud mucho más asertiva frente al gigante asiático, parece inevitable que sus planes culminen con éxito. No obstante, para alcanzar sus objetivos como estado, la RPC no puede confiar únicamente en las bondades del desarrollo económico, algo que ya de por sí plantea un reto formidable, ni en las habilidades de sus diplomáticos o la buena voluntad de sus vecinos, cada vez más dispuestos a buscar aliados para compensar el creciente poder chino, que aprecian como una amenaza. Por fuerza, la estrategia china contempla también aspectos como la seguridad y la defensa, campos ambos que plantean una larga serie de dificultades a las que China debe hacer frente.

De entre todas las amenazas internas y externas que preocupan a las elites del PCCh 7, la principal es la de un hipotético conflicto con los EE. UU. provocado por una mala gestión de cualquiera de los múltiples puntos de fricción que existen entre ambas potencias o por el peligro, siempre latente, de que finalmente estos se vean tentados de evitar, manu militari, el ascenso chino, en lo que se conoce como trampa de Tucídides (Graham, 2017). La RPC, en consecuencia, Ileva tiempo implementando las medidas necesarias para mejorar sus posibilidades en previsión de un hipotético enfrentamiento armado y que pasan por:

  1. La mejora de su arsenal nuclear, con la introducción de nuevos vectores susceptibles de implementar cabezas de guerra MIRV 8 y la entrada en servicio de nuevos misiles en número creciente.
  2. La creación de una serie de zonas de exclusión A2/AD que bloqueen cualquier respuesta estadounidense a las acciones que la RPC Ileva a cabo en la Zona Gris en tiempos de paz y que dificulte un ataque en caso de darse una guerra abierta (Villanueva y Pulido, 2018).
  3. Extender su control hasta la primera cadena de islas, expulsando a los EE. UU. y sus aliados tanto del Mar de China Oriental como del Mar de China Meridional, así como afianzarse en el Indico de tal forma que, incluso en caso de conflicto armado, sus SLOC 9 permanezcan abiertas, lo que permitiría mantener en marcha su economía (Ibanez, 2019) y evitar que sus Fuerzas Armadas queden paralizadas por la falta de suministro de productos básicos para la actividad bélica. En este sentido, pretende no solo controlar los estrechos, sino también hacer de sus mares aledaños (Mar de China Meridional y Mar de China Oriental) auténticos «lagos chinos» y, cada vez más, ser capaz de disputar a los EE. UU. el dominio positivo del mar en todo el Hemisferio Oriental.
  4. Diversificar sus fuentes de suministro adquiriendo tierras y explotaciones tanto agrícolas como de hidrocarburos y otros elementos en zonas cada vez más alejadas de su periferia, como África o lberoamérica.

Por supuesto, no todo tiene que ver únicamente con su la intención de Xi de elevar a la RPC hasta el puesto de primera potencia mundial. La política china es mucho más compleja y a la mera competición internacional y las ansias revanchistas se han de añadir variables internas como la necesidad de asegurar un crecimiento económico sostenido que siga aumentando el número de chinos que logran salir de la pobreza o el espinoso asunto de Taiwán. En este último escenario la RPC aspira a ser capaz de lanzar una invasión terrestre en el caso de que los políticos de Taipei diesen señales de una ruptura firme con Pekín, algo que esta lejos de poder llevar a cabo mientras la US Navy no sea expulsada del Mar de la China Meridional, punto en el que una vez más la RPC topa con la necesidad tanto de contar con bases que aseguren la defensa de dicho mar y el establecimiento de una burbuja A2/AD efectiva, como de contar can una fuerza de misiles capaz de causar daños importantes tan lejos como en la Segunda Cadena de Islas.

Es en cualquier caso en este marco estratégico en el que debemos situar las acciones que la RPC Ileva a cabo en la «Zona Gris», dirigidas a la obtención de pequeños avances que por mera acumulación terminen por dar paso a una situación de superioridad frente a los EE. UU. y sus aliados si no a nivel global, si en los Mares de China pues sabe que, en el momento en que esté en disposición de infringir una derrota inapelable a la US Navy en sus aguas aledañas, habrá recorrido buena parte del camino que conduce a la expulsión de los EE. UU. de Asia, lo que le colocaría como hegemón indiscutible. Dado que ese momento todavía no ha llegado, y mientras refuerza su poder convencional, lleva a cabo toda una batería de acciones en la «Zona Gris» que tienen, desde el punto de vista del agresor, una doble virtud en lo relativo al control de la escalada:

  1. Ponen la carga de la escalada en el actor que sufre las acciones chinas cuando se trata de estados capaces de dar una respuesta militar, lo que les coloca ante la incómoda disyuntiva de, o bien aceptar los hechos consumados empeorando su situación relativa, o bien aparecer como iniciadores de un hipotético conflicto al dar una respuesta con medios cinéticos a una acción no-militar.
  2. En el caso de actores con medios insuficientes como para retar a la RPC a una guerra abierta, permiten que las acciones chinas queden sin respuesta o esta se dé dentro de un marco cómodo, pues saben que utilizar medios más resolutivos provocaría una firme respuesta por parte de Pekín y escalaría el conflicto hacia una zona en la que la ventaja reside en lado chino (Morris, 2019).

En resumen, la RPC pretende al nivel de la gran estrategia, alzarse en los próximos años como primera potencia mundial y extender su área de seguridad por toda la región Indo-Pacífica. Para ello, antes debe expulsar de allí a los EE. UU., para lo cual ha de lograr romper las alianzas que mantiene con varios estados de la región e imponer una serie de zonas A2/AD que imposibiliten cualquier acción estadounidense. Lograr esto último implica dominar el Mar de la China Meridional y el Mar de la China Oriental, punto en el que cobran una importancia vital la posesión de determinados archipiélagos. Dado que no puede utilizar la fuerza bruta para tomarlos, pues continúa siendo militarmente más débil que los EE. UU. y sus aliados regionales, utiliza tácticas enfocadas en la Zona Gris del espectro de los conflictos para lograr sus objetivos, operando en los dominios marítimo, cibernético y, cada vez más, espacial (Harold et al., 2017) y manteniendo siempre el control de la escalada.

Dos mares, un enemigo

Cuando hablamos de los movimientos chinos en sus mares aledaños caemos, normalmente, en una generalización que conduce a errores. Conviene tener claro que los escenarios son completamente diferentes, según se trate del Mar de la China Meridional o del Mar de China Oriental, lo que lleva a que las tácticas empleadas en uno y otro difieran, aunque existen puntos en común, como la necesidad de mantener a los EE. UU. fuera de juego en todo momento, forzando su «no intervención» e incluso, si fuera posible, la ruptura de las alianzas que unen a la potencia estadounidense con buena parte de los vecinos de la RPC (decoupling) extendiendo entre estos la percepción de que dicho pals ha dejado de ser un aliado fiable. Es por ello que en ambos casos se recurre a la «Zona Gris», como herramienta de control de la escalada que permite avanzar en pos de los objetivos estratégicos chinos utilizando para ello una combinación de actores no militares (guardacostas, milicias…), ataques cibernéticos, guerra económica, propaganda y guerra legislativa (con la que trata de utilizar el derecho internacional a su favor). Herramientas todas que coadyuvan en su objetivo de presentarse en el exterior como una China victima de la rapacidad de las grandes potencias imperialistas, que solo ahora resurge tras el «siglo de la humillación» y tambien como una potencia benévola con una serie de reivindicaciones legítimas sobre sus mares adyacentes. Esto, claro este, a la vez que de puertas adentro fomenta un nacionalismo radical basado en estas mismas ideas (Baques, 2018).

Como hemos sugerido anteriormente, en sí mismas estas tácticas y medios no tendrían excesiva incidencia y serían relativamente fáciles de contrarrestar, por lo que actúan siempre respaldadas por un poder convencional sólido que viene dado por el despliegue masivo de una fuerza de cohetes de cada vez mayor alcance y por el establecimiento de una zona de negación compuesta por una densa red IADS 11 y baterías de misiles de defensa costera, amén de su cada vez más moderna y equilibrada armada (Vilches, 2018).

La situación actual, en cualquier caso, no puede ser una sorpresa para ningún analista. En realidad, arranca varies decades atrás. Los estrategas de la RPC, ya a finales de los años 90 y tras un periodo de estudio en el que se evaluaron sucesos como la Operación Tormenta del Desierto (1991) o la Tercera Crisis del Estrecho de Taiwan (1995-1996), entendieron que en el caso de que hubiera una guerra con los EE. UU., la única forma racional de hacer frente a la superioridad convencional norteamericana pasaba por adoptar una estrategia asimétrica. Una vez establecida la estrategia, pasaron a materializarla dando un gran impulso a sus capacidades balísticas y misilísticas de crucero, reforzando lo que era el Segundo Cuerpo de Artillería del Ejército de Popular de Liberación 12 a la vez que mejoraban las capacidades de su Fuerza Aérea, que participa de dicha estrategia mediante sus bombarderos estratégicos armados con misiles de crucero. Establecido así un mecanismo de disuasión sólido, capaz de imponer un coste inaceptable a cualquier posible represalia por parte de EE. UU. y sus aliados, la RPC se vería libre de avanzar en sus planes, que pasan por hacer de sus mares aledaños auténticos «lagos chinos» y por mejorar los mecanismos de coerción sobre sus vecinos, objetivos ambos para los que necesita no solo alcanzar el dominio negativo del mar en una primera fase, sino también militarizar tres puntos concretos: Las islas Spratly y las Paracelso en el Mar de la China Meridional y las Senkaku, en el Mar de China Oriental para alcanzar en el futuro el dominio positivo sobre esos mismos mares.

El Mar de la China Meridional

El primer caso, el del Mar de la China Meridional, si bien es complejo por la cantidad de países ribereños, por las disputa en torno a las Islas Spratly y las Paracelso, por encontrarse en su periferia el vital estrecho de Malaca y por el conflicto con Taiwán, es un escenario en el que la RPC puede operar en la «Zona Gris» si cabe con mayor comodidad (minimizando el riesgo), pues subyace una diferencia abrumadora entre los recursos económicos y militares de dicho estado y los del resto de afectados por su política de construcción de islas artificiales. Consciente de su relativa impunidad, la RPC ha ido profundizando, especialmente desde 2014, en dos líneas de actuación:

  1. Proteger lo que reclama como su ZEE -a pesar de las sentencias internacionales en su contra- de forma cada vez más agresiva a sabiendas de que ninguno de los otros países que mantienen contenciosos abiertos por dichas áreas en disputa le puede hacer frente.
  2. Ganar paulatinamente terreno al mar en diversas islas y arrecifes que posteriormente ha ido utilizando para situar desde estaciones de escucha a depósitos de municiones, sistemas de defensa antiaérea y antibuque o pistas de aterrizaje, hasta el punto de que las instalaciones que ha edificado pueden considerarse un auténtico “game changer» regional (Storey, 2015) que además de permitir a la RPC mantener una presencia militar permanente en las áreas en disputa, le posibilita monitorizar el trafico maritimo y aereo, capacidad que ha maximizado estableciendo una ADIZ 14 que abarca el espacio aéreo de varios de sus vecinos, incluyendo los cielos sobre las Senkaku.

Son las dos caras de una estrategia que busca sortear la legalidad internacional -cuando no cambiarla- y que, combinadas, confieren a la RPC enormes ventajas tanto para su propia defensa y la de sus SLOC, como para sostener sus reclamaciones sobre dichos territorios a largo plazo, ya que el derecho internacional es susceptible de cambiar en el futuro y, en cualquier caso, una vez expulsadas el resto de armadas de esas aguas, construidas nuevas islas a las que se ha dotado de medios defensivos y, en suma, siendo de facto aguas chinas, será complicado revertir una situación a pesar de haberse acelerado desde la llegada de Xi al poder, data de fechas muy anteriores, con casos como los del atolón Mischief en el que se ha desplegado una guarnición china al menos desde 1998 (Baques, 2017).

Ha de reconocerse que la RPC ha actuado con astucia, pero también con sabiduria. La construcción de las islas artificiales se ha llevado a cabo a la vez que ha logrado mantener divididos a sus vecinos, jugando al viejo juego del «palo y la zanahoria» mediante una hábil combinación de sobornos, ayudas, inversiones y amenazas, a la vez que hacía oídos sordos a organismos internacionales como el Tribunal de la Haya, aunque públicamente y hasta fecha muy reciente ha seguido comprometiéndose sobre el papel en la búsqueda de una solución pacífica (Corral, 2016) a las disputas sobre las aguas territoriales. Por otra parte, la velocidad y escala sin precedentes a la que se ha llevado a cabo la construcción en arrecifes como Fiery Cross ha cogido a los EE. UU. y sus aliados fuera de juego e, incapaces de dar una respuesta firme y coordinada, apenas han sabido proseguir con las tradicionales FONOPs 15, operaciones que no han dado el más mínimo resultado. Esto ha permitido a la RPC mejorar su control administrativo sobre este mar con un coste mínimo tanto económico como diplomático (Morris, 2019).

Buena muestra de lo cómoda y segura que se siente la RPC en este escenario es la relativa pasividad con la que vive el gran número de incidentes que se han producido en los últimos años entre buques de la propia RPC, Indonesia, Vietnam, Filipinas, Tailandia o Malasia 16 y la tranquilidad con la que ha hecho caso omiso a las reclamaciones por parte de Filipinas y a las sentencias legales en su contra. Parece evidente, dada la superioridad militar china, que podría imponer, por la fuerza si fuera necesario, sus pretensiones. No obstante, prefiere mantener sus Fuerzas Armadas -siempre que no se vean en peligro sus ganancias territoriales- en segundo plano, dejando el dia a dia en manos de su Guardia Costera, pues tampoco le interesa tensar la cuerda más de lo conveniente con unos vecinos que son, a la vez, importantes socios comerciales y que, en caso de formar una alianza sólida en su contra podrían llegar a frustrar sus planes. De esta forma, sin necesidad de emplear el elemento militar más que en contadas ocasiones y siempre para ejercer la disuasión, la RPC ha logrado imponer una política de hechos consumados que sus vecinos, pese a las protestas diplomáticas y las denuncias, no tienen más remedio que aceptar con resignación. Es más, posiblemente la RPC esté deseosa de que en un momento dado cualquiera de sus vecinos, especialmente Filipinas, opte por emplear la fuerza contra uno de sus patrulleros, lo que dejaría a ojos de la sociedad internacional a dicho país como agresor, justificando una intervención militar china que serviría para consumar un dominio que ya ejerce.

El Mar de la China Oriental

En el segundo caso, el Mar de China Oriental supone un reto mayor por la entidad de los rivales, ya que Japón, pese a sus limitaciones legales y presupuestarias, cuenta con unas fuerzas armadas dignas de consideración 17, actúa con una creciente asertividad y cuenta con el respaldo de los Estados Unidos. Además, en los últimos años el antiguo Imperio del Sol Naciente ha venido modificando su legislación para dar mayor libertad de acción a sus Fuerzas de Autodefensa. No en vano, Japón, desde la llegada al poder de Shinzo Abe en 2012 ha aumentado su gasto en defensa, ha dado luz verde a la exportación de armamento por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ha introducido cambios legales de calado que autorizan, en virtud del principio de «Contribución Proactiva para la Paz» a acudir en ayuda de sus aliados, a proteger a sus ciudadanos en lugares de riesgo o a realizar despliegues en el extranjero (Cortina, 2016). Además, ha puesto en marcha programas como el de los destructores portahelicópteros de la clase Izumo que, con modificaciones que embarcarán en pocos años cazabombarderos de quinta generación Lockheed Martin F-35B.

En vista de la fortaleza de Japón, la RPC ha optado por una táctica basada en la provocación continua que pretende por una parte alterar el control administrativo de este país sobre las Senkaku y, por otro, aprovecharse de la situación de tensión obligando a Tokio a multiplicar el número de patrullas tanto aéreas como navales. Incidentes que implican a docenas e incluso, en casos concretos, a centenares de buques, son cada vez más comunes. Un buen ejemplo es lo ocurrido a principios de agosto de 2016 cuando 230 pesqueros chinos se adentraron en aguas en disputa cercanas a las Senkaku, escoltados por 16 patrulleros chinos (Panda, 2018). Mientras tanto, la RPC prosigue incrementando el número de buques que forman su milicia naval, la mayor del mundo según miembros del US War College (Erickson, 2017), una herramienta muy útil en la Zona Gris y que por un módico precio ofrece a la RPC importantes dividendos, entre los que son dignos de mención:

  • El considerable aumento del nivel de atrición al que se ven sometidos los sistemas militares japoneses: Este desgaste afecta a todo tipo de sistemas, desde buques de guerra a aviones de patrulla marítima, cazas de interdicción, etcétera, pero también al personal, que debe ser desplegado con mayor frecuencia. La cuestión es más grave si cabe cuando se toma en consideración el precio considerablemente mayor de los sistemas de armas japoneses, el número reducido de estos en el inventario y el coste que supone su operación, especialmente en relación a los sistemas chinos. De hecho, la RPC suele utilizar buques de su Guardia Costera -en muchos casos antiguas fragatas de la PLAN dadas de baja 19-, lo que obliga a Japón a utilizar buques de guerra para mantener su soberanía sobre las Senkaku.
  • Los datos recolectados: En cada acción de interdicción realizada por Japón, en cada incursión que los buques AGI 20 chinos camuflados como pesqueros al mejor estilo soviético realizan en aguas japonesas, en cada incidente, la RPC obtiene un pequeño beneficio en forma de inteligencia. En preparación de un conflicto que, de suceder, será multidominio y en el que la Guerra Electromagnética será primordial, cada vez que aviones chinos y japoneses -o estadounidenses- contactan, la RPC adquiere datos valiosos. Además, a la vez les sirve para mejorar sus tácticas de combate al conocer la forma en que reaccionan sus rivales en cada scramble 21.

En resumen, la RPC ha sabido, manteniendo un impecable control de la escalada, aumentar de forma subrepticia su control sobre los dos principales mares que bañan sus costas a expensas de sus vecinos, avanzando además en su proyecto de expulsar a los EE. UU. de Asia y debilitando las alianzas que mantiene con varios actores regionales. El primer paso para adoptar en el futuro próximo papel de hegemón regional como fase previa antes de alzarse como primera potencia mundial no solo en términos económicos, sino también tecnológicos y militares.

«Destructores multipropósito» clase Izumo

La actuación de los EEUU hasta la fecha

La RPC, en su esfuerzo por expulsar a los EE. UU. de Asia no busca únicamente sustituir a dicha potencia en su papel de hegemón regional o primera potencia mundial. En realidad, la apuesta china supone un órdago en toda regla que pretende terminar con muchas de las instituciones y normas que los EE. UU. y sus aliados han sostenido durante décadas, como la libertad de navegación. Este principio incuestionable del derecho marítimo choca con la aspiración china de ejercer un control excluyente no solo sobre sus ZEE, sino en las rutas marítimas del proyecto OBOR. Desde el punto de vista estadounidense, por contra, no puede olvidarse que una de las razones de ser de la US Navy desde su fundación es la de luchar por dicha libertad de navegación, tarea que, desde que se convirtiera sin discusión en la armada mas poderosa del planeta, a partir de 1945, ha venido llevando a cabo con decisión, pues es un pilar fundamental del orden liberal internacional (Stires, 2019b). Sin embargo, los fundamentos de este orden están bajo amenaza especialmente en el Mar de la China Meridional pues la RPC, a pesar de ser parte en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS 22) -y uno de los principales beneficiarios hasta la fecha de la libertad de navegación- esta promoviendo una visión revisionista de la soberanía marítima, según la cual las áreas oceánicas distantes se pueden reclamar del mismo modo que si de «suelo nacional azul» se tratase, al objeto de mantener alejados a los buques y marineros de otros países (Stires, 2019a).

Hasta el momento, la respuesta estadounidense ha sido laxa e incoherente, llegando a hacer dudar a socios como Jap6n de su implicación en este teatro. La dejadez estadounidense ha motivado que las las acciones chinas hayan continuado in crescendo a medida que constataban la pasividad o incapacidad de sus rivales. Amén de las protestas diploáaticas, hasta el momento la réplica estadounidense se ha basado en las tan publicitadas como inefectivas FONOPs, que han ido en aumento 23. Estas operaciones han llevado a la US Navy junto a algunas armadas aliadas a navegar por las zonas en disputa, en defensa de la UNCLOS en general y de su artículo 17 en particular, que consagra el «derecho de paso inocente» 24. Pese al eco mediático -especialmente cuando se pasa por puntos sensibles como el Estrecho de Taiwán-, en realidad estas misiones no tienen efectos prácticos más allá de hacer acto de presencia.

Las otras medidas que se han ido adoptando o heredando de épocas anteriores, como la ayuda militar a diversos países de la región, generalmente están enfocados hacia otros problemas como la lucha contra el crimen organizado, los narcóticos, la piratería, etcétera. Así, ocurre que el mayor receptor de ayuda militar proveniente de EE. UU. en la zona en los últimos años ha sido Filipinas, un país que, bajo la batuta de Duterte, ha utilizado los fondos estadounidenses para financiar su particular lucha contra las drogas, en una controvertida campaña que esta siendo cuestionada, cada vez más, en los propios Estados Unidos. Las donaciones o ventas subvencionadas como ha ocurrido con los nuevos patrulleros, helicópteros o material de infantería de marina, así como el adiestramiento que los EE. UU. proveen a otros países cercanos no son suficientes por sí mismos para alterar el equilibrio de poder en las zonas en disputa, constituyendo una medida de contención. El problema, como en tantos otros casos, deviene de haber cedido a China la iniciativa en estos escenarios mientras la atención se centraba en escenarios secundarios como Siria, Libia o Ucrania, concediendo una ventana de oportunidad que ahora es dificil cerrar. Es más, en el caso concreto de Filipinas, se ha descuidado tanto la alianza con el archipiélago que, durante un tiempo tras la llegada de Duterte se llegó a temer que el país terminase por caer en la órbita china 25.

La progresiva agresividad china ha servido para que las élites estadounidenses vayan cobrando conciencia del problema al que se enfrentan. El efecto ha sido palpable, especialmente en los últimos dos años, con cada vez más voces reclamando cambios en la estrategia hacia la RPC no por sus actuaciones en el Mar de la China Meridional o por su asertividad militar, sino por la amenaza económica que supone. Esta se ha hecho evidente incluso para la Unión Europea, siempre reacia a los enfrentamientos y que, no obstante, ha cambiado radicalmente su discurso en un breve espacio de tiempo hasta catalogar al gigante asiático como un «rival sistémico» 26.

Ha comenzado así por parte de Washington una guerra económica y comercial que es solo la parte más visible de un conflicto que se libra por muchas vías y que, en lo que nos concierne, ha Ilegado a una fase de ebullición conceptual, con los principales think tanks y agencias estadounidenses estudiando a un tiempo la mejor forma de frustrar las ambiciones chinas. Al fin, después de años de desconcierto, empiezan a aflorar las primeras ideas verdaderamente prometedoras para recuperar el control de la escalada frente a la RPC y lograr así una disuasión efectiva ante cualquier acción que esta emprenda en la Zona Gris.

Programa ACTUV, de la agencia DARPA
Los buques autónomos están camino de convertirse en una realidad no en cuestión de décadas, sino de años. En la imagen, prototipo del Programa ACTUV, de la agencia DARPA -actualmente gestionado por la Oficina de Desarrollos Navales de la US Navy- que busca el desarrollo de un buque ASW sigiloso y de gran autonomía, capaz de patrullar áreas en disputa de forma totalmente autónoma. Se espera que que las primeras unidades estén operativas en los próximos cinco años, una vez concluyan las pruebas de mar del prototipo y madure el proyecto. Foto – DARPA

La Zona Gris y la recuperación del control de la escalada

Si, como hemos explicado, la Zona Gris debe entenderse como una herramienta de control de la escalada, es lógico pensar que cualquier respuesta frente a las acciones que se desarrollan en esta región del espectro de los conflictos debe dirigirse, precisamente, a recobrar ese control. Para ello, en primer lugar, se ha de recuperar la iniciativa ante la RPC en todos los terrenos, incluyendo el económico o el diplomático, pero muy especialmente, el militar. Es en este último apartado en donde debe situarse el centro de gravedad de todo esfuerzo pues, como hemos visto, son las capacidades militares chinas las que actúan como respaldo de las tácticas que desarrolla en la Zona Gris. De esta forma, eliminado ese paraguas, los esfuerzos de la RPC caerán en saco roto. Para lograr esto último, los EE. UU han de profundizar en un proceso de Revolución Militar en ciernes que promete conceder a sus fuerzas armadas una libertad de acción de la que hasta ahora no ha gozado, permitiendo que operen incluso allí en donde se hayan establecido zonas de negación. A partir de ahí, hay que acometer cuantos cambios presupuestarios, legales, técnicos, doctrinales y operativos sean necesarios para lograr que el espacio que las zonas grises ocupan dentro del espectro de los conflictos sea cada vez más estrecho.

En relación con lo anterior, los EE. UU. deben proseguir su lucha comercial con la RPC hasta arrancar concesiones suficientes como para garantizar una competición justa, esfuerzos a los que debería unirse la Unión Europea, el otro actor más perjudicado por los robos de propiedad intelectual y las condiciones abusivas, procedimientos utilizados con profusión por Pekín. Se han de aprovechar las suspicacias que el auge y la creciente asertividad chinas están levantando entre sus vecinos para restablecer alianzas que han sido descuidadas o alumbrar otras nuevas que ayuden a la contención del régimen chino, obligándole a respetar la legalidad internacional en lugar de tratar de adaptarla a sus necesidades, pues no puede olvidarse en ningún momento que se trata de un régimen no democrático que busca revertir el orden liberal internacional existente, planteando una alternativa integral al actual sistema de gobernanza global basada en sus propios conceptos ideológicos (Lee y Sullivan, 2019).

Aprovechar el factor tiempo

El primer paso a la hora de enfrentar a la RPC consiste en tomar consciencia de que el tiempo no juega necesariamente en contra evitando caer así en la tentación de responder a cada avance con ansiedad, inventando tácticas de circunstancias que por fuerza solo pueden ser inefectivas. En este sentido, es más provechoso continuar aumentando el número de FONOPs, la cuantía de buques destinados a cada una de ellas y su duración, que invertir en ideas arriesgadas que puedan provocar un incidente indeseable.

A diferencia de lo que se cree, cuando se opta por estrategias indirectas, como esta haciendo la RPC, el tiempo no siempre favorece a la parte más débil, aunque seguramente los conflictos revolucionarios del S. XX hayan dejado la impresión de que forzosamente es así. Nada más lejos de la realidad. En el caso de la RPC, cada vez que alcanza una pequeña victoria en los Mares de China, provoca también que sus rivales -con importantes cuitas entre ellos- sean menos reacios a limar diferencias para equilibrar la creciente amenaza y que, de cara al interior, las opiniones públicas sean más favorables a adoptar los cambios necesarios para hacer frente a la RPC, como sucede con un Japón que, de la mano de Abe, viene implementando importantes cambios legales en el último lustro. Al final, la RPC no puede obviar que, pese a lograr ciertos avances, opera desde una posición de debilidad en la que perfectamente puede terminar, igual que Rusia tras su aventura ucraniana, padeciendo más por las consecuencias negativas de sus actos (sanciones, aislamiento, desconfianza por parte de sus vecinos, pérdida de oportunidades comerciales…) de lo que haya podido ganar al llevarlos a cabo.

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