Letalidad Distribuida

El nuevo Concepto Operativo de la US Navy

En 2015, el Instituto Naval de los Estados Unidos (USNI) publicó un artículo firmado por el Vicealmirante Thomas Rowden y los Contraalmirantes Peter Gumataotao y Peter Fanta, en el que se pedía un cambio operativo en la US Navy que condujese hacia lo que sus autores denominaban como “Letalidad Distribuida”. Para ello, no solo pedían aumentar el poder ofensivo de cada buque de la flota de superficie, sino que pretendían, además, que estos pasaran a operar en lo que definían como “hunter-killer surface action groups”, dejando atrás las grandes formaciones de escoltas, con orientación AAW y articuladas en torno a portaaviones de propulsión nuclear.

Si en Número 1 de nuestra revista hablábamos acerca de la Third Offset Strategy, entendida como el esfuerzo económico, militar, técnico y diplomático de Estados Unidos por compensar el auge militar de la República Popular de China y su expansión, especialmente en el terreno naval, toca ahora pasar del terreno estratégico al operativo.

Los últimos años se han caracterizado, en el terreno que nos ocupa, por la progresiva erosión de la capacidad de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos para operar allí y donde considerasen oportuno sus autoridades. A pesar del esfuerzo presupuestario que siguió al 11-S y que se ha prolongado durante lo que se conoce como “Guerra contra el terror”, lo cierto es que el nivel de atrición sufrido por el material y unidades estadounidenses ha sido notable, como demuestran los apresurados programas de extensión de vista de los Boeing F/A-18 Super Hornet o las quejas en torno al nivel de alistamiento de muchas unidades. Este hecho, unido a los progresos realizados por sus principales rivales -especialmente China y Rusia, pero también países como Corea del Norte o Irán- ha provocado que los EE. UU., aun manteniendo una indiscutible primacía en cuanto a inversión y capacidades, ya no posean la superioridad de los años 90, tiempo en el que podíaN proyectar su poder por todo el globo prácticamente sin oposición.

Durante el tiempo que ha pasado desde el final de la Guerra Fría una serie de decisiones poco afortunadas -como la orientación de la flota de escoltas hacia la defensa antiaérea y antimisil en detrimento de las capacidades ASW y ASuW o la apuesta por los LCS- y la progresiva implantación de sistemas A2/AD por parte de sus competidores, han llevado a la US Navy en general y más específicamente a la flota de superficie, a una situación crítica en la que podría ser incapaz de cumplir con las misiones que tiene asignadas. Esto, unido a los actuales problemas presupuestarios, amenaza con degradar hasta niveles fatídicos la supremacía de la US Navy, llegándose al punto de ser incapaz de vencer en ciertas condiciones a sus rivales más directos, con la vista siempre puesta en la República Popular de China.

Tal es así que la propia armada estadounidense ha ido reconociendo de forma paulatina la nueva situación, al pasar de perseguir el dominio efectivo del mar a buscar el control relativo del mismo, esto es, el dominio sobre espacios concretos durante el tiempo necesario para lanzar operaciones aeronavales o anfibias. Una situación radicalmente diferente de la de hace tan solo dos décadas, cuando nada ni nadie podía oponerse a una US Navy que se enseñoreaba de los Siete Mares.

Es un hecho que la profusión de misiles balísticos y de crucero antibuque, así como de medios ISR capaces de proporcionar a los anteriores la información necesaria para hacer blanco, ha superado las capacidades antiaérea y antimisil de los buques de la US Navy y, lo que es peor, ha situado la relación de costes muy a favor de los atacantes. Esta ventaja es aprovechada por países como China para instalarse en puntos estratégicos como los archipiélagos de Spratly y Paracelso sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo, del mismo modo que otros como Irán podrían hacer uso de este tipo de armamento para cerrar el vital estrecho de Ormuz, socavando progresivamente la presencia internacional de los EE. UU.

Lo que es peor, la adopción de esos sistemas aumenta la incapacidad de EE. UU. para ofrecer una respuesta gradual y creíble en la “zona gris”, esto es, ante aquellos ataques que no son tan graves como para merecer una respuesta convencional completa, como podría ser un bombardeo o un desembarco anfibio. Esto es, precisamente, lo que ocurre en el caso de las islas que China está militarizando en el Mar de China, amparándose en una política de hechos consumados ante la que los EE. UU. no pueden ofrecer una respuesta adecuada. Dicho de otro modo; los rivales de EE. UU. saben que, ante ciertos comportamientos, frente a los que cabría responder con un ataque proporcionado, EE. UU. no puede hacer nada en tanto enviar unos pocos bombarderos o hacer un pequeño desembarco es totalmente inviable dados los equipos A2/AD desplegados en la zona. Esto deja como únicas respuestas posibles por parte estadounidense bien la diplomacia -bastante ineficaz para frenar ciertos comportamientos- y la presencia naval en forma de las tan publicitadas como inútiles operaciones de libertad de navegación en la que los CSG estadounidenses muestran pabellón en lugares como el Mar de China, sin efecto alguno sobre la política de ocupación practicada por Pekín.

Efectivamente, en China, a fines de los años 90 y tras un periodo de análisis, entendieron que en el caso de que hubiera una guerra con los EE. UU., la manera óptima de enfrentarse a estos era hacerlo asimétricamente imponiniendo a las fuerzas de EE. UU. una serie de zonas A2/AD. La forma más efectiva y eficiente de prepararse para ganar dicha guerra asimétrica fue la de dar un gran impulso a sus capacidades balísticas y misilísticas de crucero, reforzando lo que era el Segundo Cuerpo de Artillería del Ejército de Popular de Liberación (Tierra), actualmente denominada Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación (EPL), a lo que se añaden las capacidades de la Fuerza Aérea del EPL, que jugará un papel primordial con sus bombarderos estratégicos medios dotados de misiles de crucero de gran alcance y precisión.

En la actualidad, los chinos probablemente tendrán entre 100 y 200 misiles balísticos de alcance intermedio DF-26 con capacidad para atacar Guam y toda la segunda cadena de islas, así como los buques de la US Navy gracias a sus cada vez más sofisticados medios C3ISR. Dicho misil apareció en público por primera vez en el desfile del Día de la Victoria de septiembre de 2015, adelantándose varios años su entrada en servicio, ya que se especulaba con que un misil intermedio (el DF-26) estaría listo hacia el año 2020. Sin embargo, en septiembre de 2015 pudieron verse 16 lanzadores de misiles DF-26 portando sus respectivos misiles y para colmo, desde finales de 2016 China ya está poniendo en servicio los primeros aviones furtivos J-20 (posiblemente cuando entre en servicio servirá como avión de ataque/bombardero medio), por lo que desde finales de 2017 es muy posible que a los bombarderos H-6K con misiles de crucero CJ-20, haya que sumar aviones furtivos J-20 con algún tipo de munición de ataque stand-off. A todo lo anterior hay que unir la amenaza que representan los propios buques de una PLAN en constante crecimiento y mejora y sus capacidades nada desdeñables.

Algo parecido, aunque a menor escala, podríamos decir de Irán, que ha hecho un esfuerzo titánico en los últimos tiempos por dotarse de misiles tierra-tierra, antibuque y de lanzamiento aéreo que le permitan establecer una zona de negación suficiente para prevenir un ataque israelí -salvo en caso de guerra a gran escala-, además de para cohibir a EE. UU. de intervenir ahora que el balance de poder en Oriente Medio se ha inclinado del lado iraní (en colaboración con Rusia) en detrimento de los propios EE. UU. y sus aliados.

Corea del Norte, pese a lo anticuado de sus Fuerzas Armadas, ha logrado hacerse con un incipiente arsenal nuclear y, lo que es peor, con un número de vectores suficiente como para hacer que dicho armamento suponga una amenaza inasumible para algunos de sus vecinos, que podrían caer en la tentación de desacoplarse de la alianza con los EE. UU. A esto se une una red antiaérea en muchos casos obsoleta, pero que sigue constituyendo un peligro y, por supuesto, su ingente parque artillero.

Mención aparte merece la Federación Rusa que, pese a no igualar el número de misiles balísticos chino, cuenta con poderosos argumentos para disuadir a EE. UU. de realizar cualquier ataque no ya directamente contra la Rodina, sino también contra las zonas en las que este estado ha fijado sus líneas rojas. Además, la disuasión rusa no se basa, al contrario de lo que se cree, en las armas nucleares, sino que ha venido, especialmente desde 2010, desarrollando unas capacidades en cuanto a municiones de precisión sumamente preocupantes (la denominación rusa para estas armas es Armas de Gran Precisión o Vysokotochnoye Oruzhiye – VТО). Es más, en el pensamiento militar ruso estas armas, incluso dotadas de municiones convencionales, tienen un carácter estratégico evidente y son una herramienta imprescindible en cualquier escalada.

En resumen, podemos decir que los competidores de los EE. UU. han desarrollado una serie de doctrinas e implementado nuevos tipos de armamento que, en conjunción, son capaces de limitar la libertad de acción estadounidense, impidiéndole poner en práctica respuestas proporcionadas. Las implicaciones de esto último son mucho más serias de lo que se piensa, pues:

  • Se daña la imagen exterior de EE. UU., al aparecer como una gran potencia incapaz de defender sus intereses allí en donde se encuentren comprometidos y, no digamos ya, de asumir el papel de gendarme global.

  • Se pone en tela de juicio su capacidad de defender, llegado el caso, a aliados como Corea del Sur o Japón favoreciendo el decoupling (desacople) y resquebrajando las alianzas que se han ido forjando desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

  • Fomenta el recrudecimiento de la carrera de armamentos en regiones como Oriente Medio, Europa del Este o Extremo Oriente, dado que las potencias revanchistas tienen más incentivos para tratar de mejorar su posición mediante el uso de la fuerza mientras que las partidarias del statu quo se ven forzadas a asumir el peso de su defensa que antes se sostenía, en gran parte, gracias a su alianza con los EE. UU.

Naturalmente, en Washington no están dispuestos a dejar que esta situación se prolongue y llevan tiempo buscando respuestas. Ya en 2012, anticipando lo que vendría después, el Almirante Jonathan Greenert, a la sazón Jefe de Operaciones Navales de la US Navy, resumió ante el Congreso de los Estados Unidos la nueva postura de la armada estadounidense en tres principios:

  • Warfighting first

  • Operate Forward

  • Be ready

Pretendía con ello poner el acento en la necesidad de centrar la US Navy en el combate y no en otro tipo de operaciones (policía marítima, imposición de la paz, evacuación de no combatientes…), en la capacidad para operar de forma avanzada, sin importar la disponibilidad o carencia de grandes bases aeronavales y, por último, en la obligación de estar preparados para los escenarios más crudos después de una época de cierta complacencia.

En este sentido, el artículo de Rowden, Gumataotao y Fanta al que hacíamos referencia al inicio, no hacía sino recoger el testigo de lo propuesto por el Almirante Greenert, llevándolo al terreno operativo y abriendo con ello un debate en el seno de la US Navy que ha dado sus frutos, al servir para definir una serie de CONOPS o conceptos operacionales que deben desembocar en una nueva doctrina naval y orientar las decisiones sobre los nuevos buques y sistemas de armas a adquirir.

Estos conceptos operacionales, que deben complementarse entre ellos -y del que la Letalidad Distribuida que da título a este artículo no es más que una parte, por más que primordial- no abandonan el marco teórico lanzado en 1997 y que se conoce como guerra basada en redes o network-centric warfare. Más bien adaptan algunos de sus principios para imponerse ante enemigos capaces de negar a los EE. UU. el dominio del espectro completo del campo de batalla buscando la superioridad en lo que se conoce como Multi-Domain Battle o Batalla Multi-Dominio (MDB). Dichos conceptos son, sucesivamente, los siguientes:

  • Letalidad distribuida o Distributed Fleet Lethality

  • Guerra de Maniobra Electromagnética o Electromagnetic Maneuver Warfare

  • Logística ágil, distribuida o Distributed, Agile Logistics

De la correcta puesta en práctica de todos ellos dependerá, en las próximas décadas, la capacidad de la US Navy para seguir siendo la más determinante de las herramientas de la política exterior estadounidense en tiempos de paz y la más letal de las fuerzas en caso de guerra. Veamos pues en qué consisten dichos CONOPs.

Littoral Combat Ship
Los Littoral Combat Ship de las clases Freedom e Independence se han convertido en un fracaso relativo y su utilidad dependerá de la capacidad de adaptarse a nuevas misiones y de la mejora en su capacidad de autodefensa y de operar en una lucha en la que el espectro electromagnético esté disputado. No obstante, si el Programa FFG(X) cuaja, terminarán quedando relegados en favor de las nuevas fragatas y de los buques autónomos que, paradójicamente, embarcarán algunos de los módulos de misión diseñados para los LCS. Foto – US Navy

Letalidad Distribuida

El primero los tres CONOPS de los que hemos hablado -y el más determinante- responde a la necesidad de maximizar el potencial ofensivo -y defensivo- de cada unidad de la US Navy. Para ello, busca:

  • Alcanzar el Control Ofensivo del Mar (Offensive Sea Control)

  • Imponerse en la Guerra de Salvas (Salvo Competition)

  • Dominar la Guerra Electrónica (Electronic Warfare)

En la medida en que la US Navy logre llevar a buen puerto la transformación en la que está inmersa y sea capaz de triunfar en cada uno de dichos ámbitos, estará asegurando no ya su capacidad de vencer en el campo de batalla a cualquier rival que se nos ocurra sino, lo que es más importante, de evitar dicha confrontación al volver a hacerse dueña del control sobre la escalada, reforzar las alianzas con sus socios aumentando su credibilidad como garante último de su seguridad y redoblar la disuasión sobre los competidores.

Naturalmente, ser capaz de adoptar los nuevos conceptos pasa por potenciar cada unidad de superficie tanto incorporando más y mejor armamento de largo alcance (misiles de crucero, UAVs, artillería de alcance extendido…) y aumentando las capacidades ASuW y ASW, como mejorando su defensa mediante una nueva aproximación a la lucha AAW en la que los interceptores de larga distancia vayan cediendo protagonismo ante los sistemas de medio y corto alcance tanto cinéticos (ESSM, CIWS, Cañones electromagnéticos) como no cinéticos (láser y guerra electrónica). La idea de fondo, sobre la que gira todo lo que vamos a explicar a continuación, no es otra que la de dispersar el poder de fuego total entre todos los buques de la flota, en lugar de concentrarlo en torno a los Carrier Strike Groups (CSG), para alcanzar el Dominio Ofensivo del Mar, imponerse en la Guerra de Salvas y dominar la Guerra Electromagnética. Esa es la verdadera esencia de la Letalidad Distribuida.

El Control Ofensivo del Mar

Si hasta ahora el dominio del mar se había dado por sentado para la US Navy, la situación ha cambiado notablemente en apenas una década y ahora, más que en ningún otro momento desde la desaparición de la Armada Roja, la US Navy deberá prepararse para ganar el control del mar en caso de conflicto ante armadas específicamente diseñadas para negárselo (Armada Rusa, Armada Iraní o Armada Norcoreana) o disputárselo en amplios espacios (Armada China). Huelga decir que, tanto para cumplir con las misiones tradicionales que tiene asignadas la US Navy (control de las líneas de comunicación, policía marítima, imposición de zonas de exclusión…), como para proyectar su poder tierra adentro, necesita recuperar dicho dominio, aún de forma temporal. Esto, que se denomina Control Ofensivo del Mar (Offensive Sea Control o OSC) permitiría la creación de ventanas de oportunidad temporales, sí, pero suficientes como para que el armamento de los propios buques, la Aviación Naval o el Cuerpo de Marines, dependiendo del escenario, lograsen penetrar las defensas enemigas y atacar sus sistemas de mando y control, además de sus vectores, eliminando sus capacidades F2T2EA (Find, Fix, Track, Tarjet, Engage and Assess o Encontrar, Fijar, Rastrear, Guiar, Atacar y Evaluar) y neutralizando con ello su capacidad de ataque.

Como es natural, para tener siquiera la posibilidad de generar tales ventanas de oportunidad, primero hay que superar el obstáculo que suponen los buques enemigos y eso, para una US Navy que está sobrecargada de misiones que no puede dejar de lado, obliga a multiplicar el poder ofensivo de cada unidad, de tal forma que la relativa escasez numérica -relativa, pues hablamos de una flota de más de 300 buques- quede compensada por su mayor poder de fuego colectivo, pero también por una mayor capacidad defensiva, como veremos. Esto, que sobre el papel parece sencillo, implica una serie de transformaciones radicales respecto a lo que hemos venido viendo desde hace más de 70 años. Así, entre muchos otros cambios, lo más reseñables son:

  • Transición de una US Navy basada en CSGs a otra basada en SAGs: Actualmente, la US Navy cuenta como hemos dicho con poco más de 300 buques en activo. En su mayor parte, esta enorme flota está compuesta de buques de escolta -la clase más numerosa es la de los destructores tipo Arleigh Burke, con más de 60 unidades- pensados para proteger la decena de CVN en servicio y operando dentro de lo que se conoce como Carrier Strike Groups (CSG). El cambio más visible -y condición sine qua non para alcanzar el OSC- será el pase a segundo plano de los Carrier Strike Groups (CSG) tal y como los conocemos ahora, en pro de los Surface Action Groups (SAG). Esto no quiere decir en modo alguno que los portaaviones de propulsión nuclear (CVN) dejen de tener un rol importante en la guerra naval, al contrario, sino que pasarán a operar tras dichos SAG que, a su vez, serán los encargados de dirimir el control del mar en las zonas disputadas y de abrir ventanas de oportunidad para que los grupos aeronavales puedan atacar objetivos de alto valor. Todo ello supone un cambio notable, pues la creación de dichos SAG obligará a la US Navy a destinar buena parte de los buques de escolta a tareas más asertivas, reduciendo el número de unidades disponibles para proteger los portaaviones, pero también otros objetivos prioritarios para las armadas rivales como son los buques de transporte o los buques anfibios. La consecuencia es obvia: es necesario encontrar otros modos de defender estos activos o, como se plantea en la nueva doctrina, de facilitar su autodefensa. Es más, lejos de tener un papel pasivo, han de formar parte del entramado ofensivo de la US Navy incorporando nuevo armamento, especialmente antibuque y antisubmarino, además de antiaéreo, en este caso para su autodefensa. Todo lo cual, por cierto, tendrá interesantes consecuencias. Así, en el caso del MSC (Maritime Sealift Command), buques que actualmente están manejados por marinos civiles adoptarán misiones de combate, lo que a su vez tendrá importantes repercusiones legales, pues podrían considerarse piratas o mercenarios por parte del enemigo al no vestir uniforme de la US Navy, con todo lo que eso supone en términos de estatuto del combatiente y de prisionero de guerra.

  • El renovado papel de los SSC: Otro cambio fundamental es el papel de los pequeños buques de superficie (Small Surface Combatans o SSC), como es el caso de los LCS de las clases Freedom e Independence, pensados en su día para la Network Centric Warfare y diseñados para aceptar distintos módulos de misión, pero incapaces de defenderse a sí mismos incluso contra enemigos de pequeña entidad, dado su déficit de armamento. Ha de tenerse en cuenta que estos buques se diseñaron para un cometido específico que actualmente ha quedado en segundo plano y que los diferentes módulos que han sido diseñados para ellos (ASW, guerra de minas, guerra de superficie, anfibio o guerra irregular) no se adaptan bien a las nuevas exigencias que obligan a adquirir buques polivalentes. Esto ha puesto sobre la mesa la necesidad de recuperar el concepto de fragata, incluso llegando a plantearse la vuelta al servicio activo de algunas de las Oliver Hazard Perry que la US Navy mantiene en sus flotas de reserva o Mothball Fleet. Abandonadas como concepto tras la baja de dicha clase, dejando a la US Navy con un vacío entre las 9.200 toneladas de desplazamiento a plena carga de un destructor de la clase Arleigh Burke (Flight IIA) y las apenas 3.100 de un LCS Clase Independence, las fragatas son vistas actualmente como una necesidad imperiosa. Buques versátiles, rápidos, con buena autonomía, relativamente baratos y, para el caso que nos ocupa, capaces de actuar en solitario, sin depender de la conexión con otros buques y de su protección, gracias a su resistencia estructural, sensores y armamento, la US Navy parece decidida a incorporar en los próximos años un número no inferior a las dos decenas, lo que facilitará no solo dotar los SAG, sino también cubrir otras misiones como las de protección de las líneas de comunicación o la policía naval. De la entrada en servicio de nuevas fragatas y de la integración de nuevos armamentos en clases de buques que hasta ahora no contaban con dicho poder resultará la multiplicación de la capacidad de combate de la US Navy en conjunto lo que, no obstante, no es por sí mismo condición suficiente para garantizar la victoria.

  • La importancia cada vez mayor de los sistemas autónomos y no tripulados: Como hemos sugerido, la US Navy no puede dejar de lado muchas de sus misiones para pasar a centrarse, simplemente, en el combate. Ahora bien, cubrir cada una de ellas con medios tradicionales supone un dispendio económico inasumible en estos tiempos de estrecheces presupuestarias. La solución pasa por incorporar para el servicio un número creciente tanto de sistemas no tripulados (aéreos, submarinos y de superficie), que complementen la acción de los buques, multiplicando sus capacidades ISR y de ataque, como de sistemas autónomos que completen misiones por sus propios medios, sin depender de las costosas tripulaciones. Estos últimos podrían emplearse sin ir más lejos en la lucha contra la piratería, la guerra de minas (incorporando el módulo diseñado ad hoc para los LCS), el transporte de tropas (sobre la base de los EFP de la clase Spearhead) o la guerra ASW (en la que destaca el Programa ACTUV Sea Hunter, desarrollado por la DARPA y que se encuentra en una fase muy avanzada de su desarrollo).

Carrier Strike Group
Los Carrier Strike Groups organizados en torno a los CVN de las clases Nimitz y Gerald. R. Ford que constan normalmente de cuatro o cinco escoltas de las clases Ticonderoga y Arleigh Burke, además de uno o dos SSN de las clases Los Angeles o Virginia actuarán a retaguardia de los Surface Action Groups, formados por tres o cuatro destructores y fragatas y destinados a lograr el Control Ofensivo del Mar. Foto – US Navy

La guerra de salvas

Como hemos dicho al introducir el artículo, uno de los problemas a los que se enfrentan las Fuerzas Armadas de los EE. UU. en conjunto -y no solo la US Navy, aunque aquí pongamos el acento en ella-, es la proliferación de misiles de crucero y balísticos cada vez más precisos, con mayor alcance y más baratos de fabricar, unidos a medios C3ISR sofisticados y ante los cuales la actual defensa en capas no es viable.

Para que el lector lo entienda, podemos atender un ejemplo sencillo, tomando como punto de partida un destructor de la clase Arleigh Burke. Como es bien sabido, dichos buques equipan un número determinado de misiles injertos en las celdas de un sistema de lanzamiento vertical (VLS). En el caso que nos ocupa, el número de celdas asciende a 90 en los Flight I y a 96 en los Flight II, IIA y en los futuros Flight III. Esto no implica que el número máximo de misiles admitidos sea ese, dado que algunos modelos, por su tamaño, pueden acomodarse en packs de 2 o 4 en una sola celda, como ocurre con los RIM-162 ESSM (Evolved SeaSparrow Missile). 96 celdas pueden parecer muchas, pero no importa únicamente el número de estas sino también el reparto que se haga entre los diversos misiles. Lo normal es que un DDG utilice un reparto en el que los misiles SM-3 ocupen aproximadamente el 10% de los silos, los SM-6 el 20%, los SM-2 el 30%, los ESSM apenas el 10%, los misiles de crucero Tomahawk el 25% y los RUM-139 VL-ASROC el 5% restante. Traducido a cifras absolutas, esto quiere decir que un buque de la clase Arleigh Burke navegará con 8-10 misiles SM-3, 18-20 misiles SM-6, 26-30 misiles SM-2, 36-40 ESSM y 22-24 Tomahawk en sus celdas, además de 4-5 VL-ASROC. Como complemento, además, estos destructores incorporan sistemas de defensa de punto Phalanx de 20mm y la suite de guerra electrónica AN/SLQ-32. Dado que en ningún caso se puede asegurar que cada interceptor vaya a derribar un misil que se acerca, lo normal en estos casos es lanzar dos misiles para cada amenaza, con el objetivo de maximizar las probabilidades de interceptarlo. Así, los 88-100 interceptores disponibles en el mejor de los casos podrán abatir -y es mucho suponer- de 44 a 50 misiles enemigos. Todo ello, pese a ser impresionante supone -según los cálculos de instituciones como CSBA- que la defensa antiaérea/antimisil de un destructor valorado en 2.000 millones de dólares podría ser superada (saturada) utilizando una salva de misiles cuyo valor, en el peor de los casos, no alcanzaría los 200 millones de dólares.

Esto nos sitúa ante un problema mayor: la desfavorable relación de costes entre el atacante y el defensor. Si cada ASCM supersónico tiene un coste para China de entre 2 y 3 millones de dólares, cada misil de crucero subsónico de alrededor de 1 millón de dólares y cada MRBM DF-21 cuesta sobre los 15 millones de dólares, es imposible hacer frente a dichas amenazas -salvo en el caso del último y con ciertas precauciones- con interceptores SM-6 con un coste unitario de 3,8 millones, máxime sabiendo que se deben utilizar en proporción de 2 a 1 para maximizar las posibilidades de derribo.

Enfrentarse a este escenario aterrador deja a la US Navy ante la disyuntiva de seguir apostando por lo conocido (defensa en capas), confiando en que los misiles interceptores serán capaces de eliminar cualquier amenaza cuando todavía está a una distancia considerable y desarrollando para ello misiles cada vez más capaces y caros -algo como hemos visto inasumible- o de buscar nuevos enfoques.

La actual defensa en capas se basa en la premisa de que la seguridad de un buque y su tripulación es mayor cuanto más lejos se derriban las amenazas que lo asolan. Es lógico pensar que cuanto antes sea detectado y enganchado un objetivo y cuanto antes se lancen interceptores que lo abatan a la mayor distancia que la técnica permita, más tiempo habrá para responder en caso de que la intercepción falle, repitiendo una vez más la secuencia (kill chain). Dicha secuencia se repite cuantas veces haga falta hasta conseguir el derribo y, en el hipotético caso de que ningún interceptor atine, siempre quedan las contramedidas electrónicas y los sistemas de defensa de punto para tratar de desviar o impactar el misil atacante a muy corta distancia. Esto es lo que sucedió el 9 de octubre de 2016 cuando el USS Mason fue atacado cerca del estrecho de Bab-el-Mandeb lanzando dos misiles SM-2 y un misil ESSM, pese a lo cual se cree que entraron en funcionamiento los sistemas de guerra electrónica. Estos en última instancia lograron desviar los misiles hutíes y hacer que impactaran sobre la superficie marina. Como es lógico, el hecho de detectar las amenazas a gran distancia, gracias a las capacidades inigualables del radar SPY-1D y de los radares de dirección de tiro SPG-62 manejados por el sistema de combate AEGIS, da una gran confianza a las tripulaciones en lo que sin duda es una percepción de falsa seguridad. La seguridad real, por el contrario, pasa por cumplir dos condiciones:

  • Ser capaces de interceptar un número de misiles mucho mayor que el actual, pues es factible que un buque se enfrente a salvas de decenas o incluso más misiles.

  • Hacerlo a un coste asumible que ponga en desventaja , desde el punto de vista económico, al enemigo.

Eso es lo que persigue la Letalidad Distribuida en el terreno de la defensa y, para ello, aún sin dejar de mejorar el misil standard en sus diferentes variantes, la US Navy está obligada a cambiar su doctrina, sus tácticas, sus equipos y también su mentalidad, acometiendo una transformación profunda que incidirá, como veremos a continuación, en múltiples aspectos:

  • Nuevo enfoque para la defensa antiaérea/antimisil: Se dejará de lado la defensa por capas, cara e inútil contra grandes salvas de misiles balísticos y de crucero y G-RAMM (Guided Rockets, Artillery, Mortars, and Missiles o Cohetes Guiados, Artillería, Morteros y Misiles), en favor de un nuevo mix defensivo de medio y corto alcance basado en sistemas cinéticos y no cinéticos:

    • Misiles de alcance medio: Se pondrá el énfasis en aquellos misiles interceptores que maximicen la relación coste/eficacia, en este caso los de medio y corte alcance (RIM-162 ESSM). Como hemos dicho anteriormente, estos misiles pueden integrarse en las celdas de los lanzadores MK-41 en packs de cuatro unidades por celda, lo que permite multiplicar inmediatamente la cantidad de interceptores disponibles y a un coste mucho menor, con lo que la relación de costes pasa a ser favorable al defensor.
    • Cañones Electromagnéticos (EMRG): Permitirán hacer frente a las amenazas balísticas a un coste menor que los misiles, aunque por el momento son tecnologías pendientes de madurarse, pero con prototipos en fase de pruebas con una potencia de 33 megajulios y con un alcance teórico de 110 millas. Naturalmente, no es factible adaptar todos los sistemas heredados a la operación de estos ingenios, debido a su exigencia en cuanto a generación eléctrica, sin embargo, los nuevos buques estarán diseñados teniendo en cuenta esta servidumbre.
    • Proyectiles Hiper-Veloces (HVP): Precisamente BAE Systems está inmersa en el desarrollo de nuevos tipos de proyectiles, aptos para ser disparados desde los cañones Mk-45 de los Arleigh Burke y cuyas características otorgarían una gran ventaja a los buques que los tuviesen en su santabárbara.
    • Láser de Estado Sólido (SSL): A pesar de que este tipo de ingenios no han entrado en servicio con la velocidad con que soñaban los planificadores navales de los años 80, cuando la “Guerra de las Galaxias” promovida por Reagan parecía que iba a generalizar el armamento láser, lo cierto es que los primeros prototipos ya están en pruebas, con modelos navalizados de 30 y 60Kw o prototipos como el JHPSSL de Northrop Grumman, que promete una potencia de más de 100Kw. Del mismo modo, se están desarrollando pods laser para acoplar tanto a cazabombarderos como a UAS y que serían ideales para hacer frente a los misiles rozaolas.
    • Microondas de Alta Potencia (HPM): Armas capaces de quemar, literalmente, los circuitos de los misiles enemigos, provocando así una pérdida de precisión, cuando no su destrucción.
    • Suites de Guerra Electrónica: Junto a todo lo anterior, es quizá la capacidad EW la que está viviendo un mayor desarrollo en los últimos tiempos, tendencia que seguirá aumentando en el futuro con un abanico de posibilidades cada vez mayor. Los futuros sistemas, además de interferir los circuitos enemigos, serán capaces de engañar sus detectores haciendo pasar un buque de un determinado tipo por otro. Lo que es más impactante, recurriendo a la Inteligencia Artificial, podrán “leer” en tiempo real las emisiones electromagnéticas enemigas, desarrollando emisiones específicas que las interfieran y confundan, alterando así, por ejemplo, su plan de vuelo o haciendo que las espoletas se activen antes de alcanzar el objetivo.

  • Capacidad de ataque a larga distancia: Como quiera que la mejor forma de reducir la amenaza sobre los buques de la US Navy es eliminar los vectores enemigos, esta deberá dotarse de medios capaces de atacar a larga distancia tanto los vehículos lanzadores (TEL), como la aviación con capacidad de lanzar misiles de crucero de lanzamiento aéreo (ALCM). Dicho de otro modo, en la medida en que se destruyan al arquero antes de que lance la flecha, se logrará disminuir de forma drástica la probabilidad de sufrir daños, algo que también es aplicable a la destrucción de los medios ISR enemigos, que serán blanco prioritario del armamento estadounidense pues sin su concurso, lanzar ataques de precisión contra la US Navy será tarea imposible.

  • Relocalización de las bases aeronavales: Se utilizarán bases situadas en zonas más distantes y seguras (segunda cadena de islas) o incluso en el propio mar (atolones o Sea Basing), lo que obligará al enemigo a gastar más recursos en la fabricación de sus vectores de mayor alcance y precio. Por supuesto, para los EE. UU. implicará un menor número de salidas, en el caso de la aviación naval. Esto, a su vez, aumentará la importancia de los aviones de reabastecimiento y de las municiones de precisión (PGM) de menor tamaño y peso, para lograr la misma destrucción incluso reduciendo el número de misiones y aeronaves empeñadas.

  • Dispersión y relocalización de las unidades: En la medida en que la US Navy sea capaz de mantener sus unidades en movimiento, dificultará la tarea de localizar, enganchar y atacar dichos activos por parte de cualquier enemigo. Si a esto le unimos una dispersión mayor, se logrará que en cada ataque las salvas sean más reducidas lo que limitará el daño. Por el contrario, la dispersión y la movilidad suponen un formidable reto logístico lo que, no obstante, es el punto fuerte no solo de la US Navy, sino de la forma que los propios EE. UU. tienen de hacer la guerra.

  • Resiliencia: Esto puede aplicarse tanto a las bases, que se aprovecharán del camuflaje, las técnicas de decepción o el endurecimiento y la dispersión de sus estructuras para ser menos vulnerables ante los ataques, como a los buques de guerra y al propio personal. En el caso de los buques, deberán construirse embarcaciones más difíciles de impactar, reduciendo su RCS y más capaces de aguantar un mayor número de impactos sin perder su capacidad de combate, recuperando el blindaje en zonas vitales como la cintura de los buques si es preciso. Respecto al personal, se necesitarán marinos más dispuestos a aceptar bajas, después de años en los que los navíos de la US Navy parecían bastiones inexpugnables a pesar de incidentes como el del USS Cole.

Lanzamiento de misiles por parte un destructor de la US Navy
La victoria en la guerra de salvas solo será posible -y esto es aplicable también al US Army-, en la medida en que se cargue el peso de la IAMD en los misiles de medio y corto alcance, en los sistemas de Guerra Electrónica, los emisores de MIcroondas de Alta Potencia, los Proyectiles Hiper Veloces, Láseres de Estado Sólido o los Cañones Electromagnétticos. Mantener la actual defensa basada en capas resulta tan oneroso como poco efectivo ante las nuevas amenazas, como los misiles de crucero y balísticos. Foto – US Navy

Dominar la Guerra Electrónica

Para materializar estas ambiciones, la Letalidad Distribuida busca limitar la capacidad de los sensores de búsqueda enemigos (radares OTH, receptores SIGINT, satélites con sistemas de búsqueda infrarrojos y electroópticos…) encargados de cubrir grandes áreas, aunque con poca precisión. La herramienta básica pasa por aplicar un estricto control de emisiones (EMCON) que impida al enemigo captar cualquier señal RF propia. Además, se utilizarán señuelos para confundir los sistemas de búsqueda, haciendo pasar las señales de los buques de la US Navy o de cualquier otro sistema por algo que no es, en combinación con jammers que interfieran sus señales y con sistemas láser que cieguen sus satélites sin necesidad de derribarlos. Esto mismo, aunque aplicado al caso concreto, se aplicará respecto a los sensores destinados al guiado de armas de precisión como son los radares VHF y UHF activos y pasivos, los receptores RF o los sensores infrarrojos y electroópticos. Por supuesto, todas estas medidas se implementarán a la vez que se sigue confiando en diseños stealth que dificulten la localización y que se dispersan las unidades y se mantienen en continuo movimiento.

Como quiera que no basta con limitar la capacidad enemiga para detectar las fuerzas propias, ni sus habilidades para conducir ataques de precisión confundiendo o degradando sus sensores de guiado, buena parte de la respuesta estadounidense pasará por atacar el corazón de las capacidades C3ISR enemigas: La inteligencia. La ventaja es obvia, pues en la medida en que el enemigo sea incapaz de elaborar una imagen precisa y fiable del campo de batalla deberá llevar a cabo ataques a menor escala o arriesgarse a atacar reduciendo la precisión de las armas empleadas o desde una distancia menor, lo que aumentará su exposición a los sistemas de detección estadounidenses.

Además, mediante el despliegue de numerosos interferidores de señales, señuelos capaces de imitar no solo la forma, sino también las señales IR y RF de los sistemas estadounidenses y la aplicación de técnicas de camuflaje, se reducirá la habilidad del enemigo para lanzar ataques de precisión, inclinando la balanza a favor de los EE. UU.

Naturalmente, esta es solo una cara de la moneda. La otra, quizá más complicada, supone ser capaz de mantener la capacidad C3ISR propia, lo que permitiría lanzar ataques quirúrgicos -por naturaleza menos escalatorios que un ataque a gran escala- incluso en ambientes plagados de sistemas AA y contramedidas. La tarea se confiará a grupos de UAVs que actúen en red y sean capaces de localizar y enganchar los objetivos, proveyendo de información a los cazabombarderos y buques estadounidenses, en la medida de lo posible sin revelar su ubicación. Atacar de este modo la red de sistemas antiaéreos, los centros de mando o los lanzadores enemigos permitirá, una vez más, abrir ventanas de oportunidad para lanzar ataques mayores o, en su caso, influir sobre la voluntad del enemigo para seguir luchando, al obligarle a una escalada inasumible.

También en el plano ofensivo se generalizará el uso de la guerra electrónica, con dispositivos incardinados en todo tipo de armamento, aun cinético. Así, los misiles balísticos y de crucero e incluso las PGM de menor coste incorporarán señuelos e interferidores que, al confundir las defensas enemigas, aumentarán las posibilidades de que dichas armas den en el blanco. Por supuesto, a medida que la probabilidad de impacto crece, disminuye el coste económico de cada operación, lo que tiene un impacto directo en la guerra de salvas.

Transporte de la clase Spearhead
Buques como este transporte de la clase Spearhead, pertenecientes al Maritime Sealift Comman (MSC) deberán incorporar armamento defensivo, pues no podrán contar, como hasta ahora, con ser escoltados por parte de unidades de la flota de superficie. Foto – US Navy

Guerra de Maniobra Electromagnética

A pesar de que pueda confundirse, por su denominación, con el apartado anterior, la Guerra de Maniobra Electromagnética va mucho más allá, constituyendo un CONOP en sí mismo. Lo que el lector ha de entender es que existe una diferencia notable entre utilizar la guerra electrónica como apoyo a operaciones en los dominios aéreo, naval o terrestre y conducir operaciones dentro del espectro electromagnético como si de un dominio más se tratase ya que, de hecho, así es. La división clásica entre ejércitos de tierra, armadas y fuerzas aéreas hace mucho tiempo que ha quedado atrás y en la actualidad tanto el ciberespacio como el espectro electromagnético se consideran en pie de igualdad respecto a los anteriores, lo que hace necesario el desarrollo de una doctrina ad hoc.

La EMW busca proveer a la US Navy de comunicaciones más seguras, a la vez que posibilita robustecer la secuencia F2T2EA propia y limitar la efectividad de los sistemas ISR enemigos, mejorando la capacidad de supervivencia de la flota. A diferencia del punto anterior, no pretende neutralizar los vectores enemigos una vez han sido lanzados, sino que su intención es atacar la kill chain enemiga en toda su magnitud.

Por poner un ejemplo sencillo, las interferencias electromagnéticas, lejos de ser una herramienta que permita habilitar a los aviones propios para atacar los radares enemigos, confundiéndolos y abriendo una ventana de oportunidad, han de convertirse un arma en sí misma. Arma que, como veremos, otorga a quien la emplea una gran ventaja, pues le permite operar sin que sea sencillo trazar el origen del ataque, haciendo plausible la negación de cualquier participación en este.

En la primera parte de este artículo explicábamos cómo los EE. UU. tienen serios problemas para ofrecer una respuesta gradual y creíble en la “zona gris” de los conflictos, es decir, ante aquellos ataques que no son tan graves como para merecer una respuesta convencional completa, como podría ser un bombardeo o un desembarco. Como el lector sin duda comprenderá, ante cualquier amenaza o ataque, los estrategas presentan un abanico de posibilidades a los decisores políticos. Cuanto más amplio sea este catálogo de respuestas, tanto más adecuada será la reacción, pues nos permitirá ir aplicando medidas de forma gradual, lo que se conoce como escalar el conflicto, hasta que el contrario ceda, pero sin el peligro de jugar constantemente a un juego de todo o nada que desemboque en una guerra abierta de consecuencias impredecibles.

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