Un nuevo conflicto en el corazón de Europa ha vuelto a despertar los fantasmas de la guerra con mayúsculas. Una guerra donde la intensidad de los combates, la atrición y la resiliencia de los ejércitos vuelve a cobrar una relevancia casi olvidada. Una guerra en la que las Fuerzas Pesadas han recuperado un protagonismo que habían perdido de forma artificiosa frente a las Ligeras y Medias. En efecto, lejos quedan las operaciones de mantenimiento de la paz o la ya famosa lucha contra el terrorismo que llevaron a occidente a librar una serie de guerras o intervenciones contra enemigos disimilares, denominadas como conflictos asimétricos o híbridos (según la capacidad de la fuerza a la que se enfrentaran) y que se clasificaban por la intensidad de las operaciones, siendo en su mayoría de baja o media, pero raramente de un alto ritmo operacional; todo lo contrario, se basaban en una acción dilatada en el tiempo, meticulosa y con muy poca capacidad de iniciativa frente a un enemigo muy volátil.
Aparte de los fracasos cosechados con estas operaciones en lugares como Afganistán o Mali, guerras civiles como la de Libia o Siria, así como la invasión de Chechenia o la anexión de Crimea en 2014, vinieron a advertir de la creciente influencia de Rusia en la política internacional, y con ella el recrudecimiento de estos conflictos, para los que la mayoría de países de la órbita occidental (exceptuando EEUU) no estaban preparados.
De aquella inercia, no pocos expertos e incluso algunos estados mayores, como el holandés o el canadiense, impulsaron decisiones arriesgadas por no decir erróneas (se vieron obligados a revertirlas), como fue retirar su flota de carros de combate, el elemento principal que no único de las unidades de maniobra, comúnmente definidas como fuerzas acorazadas o pesadas [1].
Solo EEUU, que había afrontado operaciones de este tipo en las dos intervenciones en Irak (1991 y 2003) contra un ejército concebido con estándares de fuerza convencional, y que representaban una seria amenaza por considerarse una fuerza en paridad (o peer adversary), ha mantenido sus fuerzas pesadas bien engrasadas. Esto no solo supone organizar las conocidas armas combinadas que vertebran las unidades acorazadas o mecanizadas, como carros, AIFV, artillería ATP o zapadores, también una estructura de mando y control capaz de coordinar grandes unidades de maniobra tipo división y CE (cuerpo de ejército) optimizadas para las maniobras agresivas y resolutivas de ámbito operacional (no solo táctico) e incluso estratégico, capacidad a la que habían renunciado todos los ejércitos europeos junto con la necesaria persistencia logística, igualmente muy mermada por el hábito de desplegar volúmenes de fuerzas reducidos y poco exigentes [2].
Como decimos, la invasión de Ucrania por parte de Rusia ha removido las conciencias de estos gobiernos, y pese a que las fuerzas pesadas no han obtenido grandes éxitos en los campos ucranianos, ha obligado a Occidente a pensar en términos operacionales y en reactivar sus capacidades de combate simétrico.
Precisamente Rusia, que no ha respetado nunca las ROE (reglas de enfrentamiento) que maniatan a Occidente en sus conflictos, es el ejemplo de que disponer de material pesado moderno, como blindados T-90 y BMP-3, y la voluntad de emplearlo con agresividad no conlleva una capacidad de maniobra de ámbito operacional. En base a sus carencias de mando y control o logísticas se debe entender su fracaso en la gran ofensiva que, en un primer momento, pretendía tomar Kiev, la capital de Ucrania, y derrocar a su gobierno como forma de obtener una rápida victoria.
La respuesta ucraniana, decidida y valiente, ha contado con el empleo de material blindado muy similar a su oponente (pasado soviético), y sin embargo han sido las tácticas de contención y de guerrilla, con masivo uso de sistemas portátiles contracarro, la que no solo ha detenido a las mal empleadas fuerzas pesadas rusas, también ha llevado a muchos analistas a precipitarse en sus conclusiones al respecto de su vigencia.
Solo cuando Ucrania ha movilizado tropas y recibido material pesado (especialmente artillería) de Occidente, ha podido lanzar operaciones ofensivas. Ha sido entonces cuando los famosos misiles Javelin o los obuses remolcados M777 [3] se han mostrado insuficientes para revertir la situación, haciendo fracasar o limitando enormemente el éxito (apenas local) de sus contraofensivas. Esto ha llevado a enquistar el conflicto, adentrándose en una dinámica de combates estáticos donde la artillería tiene una preponderancia no conocida desde la gran guerra de 1914-1918; apuntando no a una revolución del arte de la guerra, sino más bien al fracaso que supone para los contendientes no poder maniobrar para sacar al conflicto de una situación tan indeseada (con sacrificios y muertes sin ningún rendimiento militar).
La doctrina rusa, prácticamente idéntica a la precedente de la Unión Soviética, se permite este tipo de guerra, donde no se respeta a los no combatientes o a las tropas propias, asumiendo con naturalidad pasmosa una gran atrición, y donde el poder destructor de los fuegos indirectos supera toda idea de maniobra [4]. No es el caso de Occidente, que ve en la maniobra de armas combinadas y en una estricta preparación de sus ejércitos profesionales, así como en una superioridad tecnológica incontestable, la fórmula para evitar estas sangrías, llevando los conflictos a una rápida resolución, para bien o para mal.
Es precisamente la falta de resiliencia operacional y política (asumir bajas o padecer las consecuencias económicas de un conflicto) la mayor debilidad de Occidente, proliferando los ideólogos que, ante la amenaza que se cierne sobre Europa por el expansionismo belicista de Vladimir Putin, abogan por una rendición o negociación condicionada de Ucrania, un país soberano y democrático que se encuentra en situación tan delicada precisamente por no ser amparado por organizaciones como la OTAN o la UE [5]. Sobra decir, y la historia se encarga de recordárnoslo, lo poco práctico además de escasamente ético, que es realizar una política de apaciguamiento contra un régimen totalitario y agresivo, y menos pidiendo que sean otros pueblos los que paguen la factura de nuestra impostada seguridad.
Las Fuerzas Pesadas en la OTAN
Toca dirimir, por tanto, la necesidad o no de mantener unas fuerzas pesadas que aporten capacidad disuasoria y, en último término, posibilidades de vencer en un conflicto de gravedad contra un enemigo que, aun debilitado en lo físico y en lo psicológico (credibilidad militar), representa una amenaza importante, como es el caso de Rusia.
El entorno estratégico es el mismo para todos los países de la OTAN, pero es obvio que no todos ven la amenaza de la misma forma, pues solo unos pocos serán los que padezcan un tipo de guerra tan lesiva en su propio territorio, mientras otros afrontarán las consecuencias globales de una guerra sin ver violentadas sus fronteras ni como sus ciudades son destruidas por la acción de un enemigo que no entiende de tratados ni convenciones.
El esfuerzo de guerra entre los socios de la OTAN es, por tanto, dispar. La perspectiva de afrontar grandes operaciones terrestres es más realista en países como Polonia o Alemania que en el caso de Francia o Gran Bretaña, que además históricamente han tenido otro tipo de responsabilidades globales, por lo que disponen de otras ramas, como la marina de guerra, más desarrolladas. De hecho en estos países recae, aparte de en EEUU, el paraguas nuclear que, a modo de disuasión, previene ‘males mayores’ en las zonas fronterizas.
Si nos retrotraemos a la Guerra del Golfo de 1991, donde fueron, junto con un heterogéneo grupo de países árabes, los aliados que más fuerzas terrestres aportaron a EEUU para liberar Kuwait [6], podemos comprobar cómo la diferente orientación estratégica de ambos ejércitos tuvo un éxito dispar.
Mientras Gran Bretaña reunía, a duras penas, una división acorazada con material considerado puntero (carros Challenger y AIFV Warrior), Francia recurrió a sus fuerzas de intervención basadas en vehículos de ruedas, diseñadas en su momento para actuar en países del áfrica subsahariana donde mantenía gran influencia. A la hora de afrontar un conflicto tan exigente, sus fuerzas pesadas; a las que había prestado poca atención precisamente por la lejanía de un conflicto que activará el artículo 5 de la OTAN, resultaron estar pésimamente preparadas (operaban el AMX-30B2) permitiendo una potencia del calibre de Francia que el ejército de Irak la superara ampliamente en el teatro de operaciones.
Este ejemplo, que luego se ha reproducido con el escaso desempeño de otras fuerzas de despliegue rápido o ‘entry force’, como las brigadas Stryker (basadas en el vehículo homónimo, un APC 8×8) del US ARMY en los conflictos de oriente medio, es lo que obliga a replantear la organización, preparación y uso de las diferentes modalidades de fuerzas terrestres.
No se trata de establecer comparativas perniciosas, pues las doctrinas de empleo de las unidades terrestres son claras en este aspecto (cada tipo de unidad tiene un entorno operativo que le es propicio), sino precisamente de poder disponer de la fuerza adecuada para cada teatro de operaciones. Países con ejércitos pequeños deben adoptar soluciones de compromiso, priorizando el escenario más probable (y vital para sus intereses) o bien optar por unidades más flexibles o de amplio espectro, que es otra de las razones por la cual las fuerzas medias, como compromiso entre proyectabilidad, coste y potencia de combate, han tenido tanto éxito en los despachos de los planificadores de estado mayor, pese a no tener refrendo en conflictos reales.
Sin embargo, los destinados a liderar cualquier respuesta militar ante una amenaza externa (a sus propios intereses o los de sus aliados) y con mayores presupuestos de defensa, deben ser capaces de ampliar el inventario de fuerzas militares para una más amplia gama de conflictos. Es en este punto donde la enajenación de las unidades pesadas ha sido menos entendible, impulsando a estos países a diseñar modelos de ‘fuerza terrestre’ muy rígidos y especializados, así como a limitar la acción terrestre al escalón brigada, haciendo desaparecer las divisiones en favor de cuarteles generales de fuerza o FHQ de carácter expedicionario (mandados por un general de división, pero sin actuar como tal).
Ahora todo eso debe cambiar, aprendiendo de la manera más indeseable posible la necesidad de recuperar fuerzas pesadas con alto valor disuasorio y de combate.
En este sentido se ha movido Polonia, que está construyendo unas magníficas fuerzas pesadas; otros como Alemania han anunciado incrementos del gasto de defensa y, aunque no han dado detalles de cómo se invertirán, son doctrinal e industrialmente (tecnología propia) firmes candidatos a recuperar el poderío del Heer alemán de la Guerra Fría, incluido convertir una parte del programa previo Boxer (8×8) en vehículos acorazados de cadenas (con componentes comunes). Igualmente, no es gratuito que mantenga el uso de la bomba nuclear norteamericana B61 en la Luftwaffe (fuerza aérea alemana) aun a costa de adquirir aviones de combate rivales de su propio producto (el Tifón, incapaz de usar dicha arma); en la misma medida, apostar por la lucha ASW y adquirir el medio MPA más poderoso del mercado (el norteamericano Boeing P-8 Poseidon) es otro signo inequívoco de una nueva política donde lo operativo ahora supera otros condicionantes (económico-industriales) que antaño se consideraban vitales.
Si analizamos el caso británico, la guerra ha venido a enterrar algunos planes tan peregrinos como dar de baja los Challenger 2 (ahora serán sustituidos por un nuevo Challenger 3) en favor de mandos de ciberdefensa o su flota de SSBN, como si fueran incompatibles (en tiempos de reducciones presupuestarias así era), aunque su principal apuesta sigue siendo la Royal Navy, por los citados sumergibles y por los nuevos portaaviones, que incluso influyen en la dotación de aviones para la RAF (flota conjunta de cazas embarcables F-35B).
Más complejo es el caso de Francia, que si bien puede reforzar sus fuerzas militares, se encuentra en una dinámica muy poco favorable, en tanto que los conflictos asimétricos eran idóneos para que la industria de defensa autóctona explotara sus desarrollos, pero que ahora se enfrenta a un enemigo que exige tecnologías en las que Francia y el europeísmo que abandera se encuentran en clara desventaja. Desde la falta de aviones de quinta generación a los aparatos ASW (que iban a desarrollar junto con Alemania) pasando por los sistemas de misiles ABM o la falta de helicópteros pesados y plataformas terrestres altamente resolutivas.
Ciertamente, el programa de modernización del Armée de Terre, denominado ‘Scorpion’, y que es anterior al actual cambio estratégico, va a ser difícil de revertir para un ejército que, basado casi por entero en fuerzas medias de ruedas, es incapaz de combatir con garantías en una guerra como la de Ucrania.
Respecto a Estados unidos, la orientación al Pacífico por la creciente amenaza de China ha supuesto grandes cambios en las fuerzas armadas norteamericanas, con especial énfasis en los marines, que abandonan su condición de fuerza expedicionaria básicamente terrestre (ocupación) para recuperar capacidades anfibias más relevantes dentro de un esquema operacional eminentemente naval (de apoyo a la acción naval), lo que ha incluido renunciar a la potencia de choque de sus carros de combate.
Es el US Army el que recupera la exclusividad de liderar grandes operaciones terrestres, cosa que no deja de ser irónica, pues de la rivalidad con el USMC surgió la obsesión expedicionaria y de despliegue aéreo que alumbraron las unidades Stryker, así como cierto abandono de proyectos más pesados, como el NLOS (artillería) o el ya imperioso relevo del M2/3 Bradley. Asuntos ambos que están en vías de solución, así como la reestructuración de las divisiones norteamericanas y recuperar capacidades de este escalón que habían sido abandonadas, como los regimientos de caballería divisionaria [7].
Por último, sin pretender hacer un repaso demasiado extenso o exhaustivo, podemos citar el caso de Italia, relevante por ser similar a nuestro país (que trataremos más adelante), con un componente aeronaval muy fuerte (potenciación de la flota y apuesta por aviones F-35B) derivado de su posición estratégica en el Mediterráneo, y sin amenaza directa a sus fronteras terrestres, que además son muy poco propicias para la maniobra acorazada; cuenta sin embargo con la flexibilidad que demandamos, combinando fuerzas medias de ruedas con otras pesadas de cadenas, equipadas ambas en su mayoría con equipo autóctono.
Usos y servidumbres de las Fuerzas Pesadas
Lo primero que hay que tener claro a la hora de organizar y utilizar fuerzas pesadas en combate, aparte de la idoneidad operativa de las mismas (siempre en entredicho) es la posibilidad de usarlas con éxito, y esto pasa por abandonar las soluciones parciales que solo sirven para dar una imagen de fuerza pero no aportan una disuasión real, como bien nos ha enseñado la guerra de Ucrania.
Y es que las fuerzas pesadas tienen grandes ventajas, pero también no pocas servidumbres, entre las que citaremos:
- Gran consumo de combustible, municiones y grasas.
- Un mantenimiento exhaustivo.
- Demanda de personal altamente adiestrado.
- Necesidad de superioridad aérea, al menos temporal.
Empezando por el mantenimiento, diremos que no solo es un imperativo operacional, tiene una influencia decisiva también en tiempos de paz debido al alto coste que representa. Lo mismo puede decirse del adiestramiento y la necesidad de perfiles profesionales muy avanzados para poder emplearlas correctamente.
Como cita la doctrina española respecto a la Caballería, a la que define como arma ‘de difícil empleo’, las fuerzas acorazadas en general [8] son muy complejas, y de su uso correcto o no pueden derivar grandes éxitos o sonoros fracasos, precisamente porque es una fuerza de impacto operacional, poniendo en juego efectivos irremplazables en operaciones de gran relevancia, lo que comúnmente se conoce por ‘combate decisivo’.
Es por ello que una de las grandes decisiones que debe tomar un comandante [9] es cuándo deben estas fuerzas tomar contacto con el enemigo, no dispersándolas ni desgastándose en combates infructuosos (prematuros) en la zona de contacto, así como no emplear las fuerzas acorazadas en defensiva sin idea de retroceso o en el borde anterior de la línea de resistencia, sino como reserva móvil o fuerza que, tras un paso de escalón, realice una ruptura mediante el choque (que será violento y limitado en el tiempo).
Esta concepción contrasta con el empleo que se les ha dado en los últimos conflictos asimétricos o híbridos, que a pesar de esta denominación, han sido de alta intensidad (extremadamente violentos) por lo que se ha recurrido al blindaje de las fuerzas acorazadas para tareas de protección de la fuerza (check points, escoltar convoyes, limpieza de resistencias) lo que ha demostrado su obvia vulnerabilidad frente a entornos urbanos, llegando a poner en tela de juicio su utilidad, ciertamente, pero olvidando que los comandantes en el frente demandaron sus capacidades ante el fracaso previo de aquellos otros medios diseñados específicamente para estos escenarios.
Es precisamente este tipo de situaciones las que obligan a definir para qué las queremos y que otras fuerzas son necesarias en un ejército que tenga diferentes obligaciones en entornos cambiantes. Al respecto hay que especificar que las fuerzas pesadas, especialmente mecanizadas (basadas en infantería) son aptas para dejar al margen sus vehículos y empleando otros especializados (MRAP) o combatiendo a pie, acometer operaciones de pacificación y/o interposición o a mejorar su proyección mediante transporte aéreo [10]; es obvio que el caso opuesto no es posible, y pretender que la fuerza mecanizada sea más polivalente, disminuyendo su huella logística y aumentando su movilidad operacional (mediante el uso de carreteras) ha llevado a diseñar fuerzas pesadas de ruedas que abren un debate muy diferente que ya hemos tratado en estas páginas.
Ya que no se discute la necesidad de protección o potencia de fuego, dicho debate se centra en las ventajas e inconvenientes de su tren de rodaje; y en tanto que su clasificación sigue siendo ‘pesada’ y su complejidad técnica es ya equivalente a las clásicas de cadenas, trata en realidad sobre si priorizar la movilidad operacional o la capacidad de combatir en todoterreno, asunto en el que tampoco hay discusión.
Si atendemos a esta última circunstancia, y extraemos lecciones del actual conflicto ucraniano sobre la capacidad de los UAV de monitorizar el campo de batalla o la vulnerabilidad de las columnas sobre las carreteras [11], debemos entender que las fuerzas pesadas deberán ser exclusivamente de cadenas y capaces de transitar sobre terreno agreste, usándolo en su beneficio (ocultación).
Es precisamente esta visibilidad sobre el terreno lo que obliga a tener superioridad aérea local para que no sean objetivo de la aviación enemiga. El concepto tampoco debe retorcerse hasta el punto de exigir un dominio del aire tal que resulte imposible de lograr, como evitar el tránsito por el espacio aéreo próximo (muy baja cota) de drones o UAV de observación y ataque (incluidas municiones merodeadoras). Este tipo de artefactos aunque voladores, corresponden al dominio terrestre y deben ser contrarrestados por las fuerzas terrestres y sus medios de autodefensa, que van desde la AAA convencional a los sistemas APS.
Más complejo y arriesgado será asumir que esa cobertura AA pueda proteger a estas fuerzas de la moderna aviación de combate; el uso de aviones furtivos, el empleo a gran altitud con munición stand-off de precisión y la limitada movilidad táctica de los SAM capaces de oponerse a la misma, hace que la LCAD o ‘Land Component Air Defense’ se oriente principalmente a la cobertura contra la primera de las amenazas citadas.
Todo ello incide en que si un ejército pretende usar fuerzas pesadas de carácter expedicionario, es decir fuera del ámbito natural de su propio territorio de soberanía, no solo tendrá que contar con una gran capacidad de transporte estratégico, también de fuerzas aéreas expedicionarias, ya sea mediante el traslado a bases aliadas cercanas al TO, o bien empleando aviación embarcada, si el propio teatro lo permite (cercanía y accesibilidad al mar)
Una vez desplegadas en el campo de batalla y listas para entrar en combate, es notorio que las fuerzas acorazadas tienen un alto ritmo operacional (si el enemigo no lo impide) y buscan acelerar la resolución del conflicto minimizando las consecuencias negativas del mismo sobre los contendientes [12], y esto lo hacen a costa de un desmesurado gasto de combustible. Ya lo dijo Von Mellenthin, oficial de Estado Mayor de Rommel antes de la batalla del Alamein: “Una división acorazada sin gasolina no es más que un montón de chatarra”.
Los pesados blindados se mueven ágilmente gracias a trenes de rodaje de gran fricción (resistencia) que imponen el uso de motores con potencias enormes. El consumo que esto acarrea en combustible, lubricantes y grasas puede ser sorprendente para un profano, citando por ejemplo que en la invasión de Irak de 1991, las fuerzas norteamericanas (dos cuerpos de ejército) consumían diariamente 17 millones de litros de combustible [13]. Por si esto fuera poco, el volumen de la operación y el entorno desértico convirtieron otros consumibles en un factor estratégico para sostener las operaciones; baste citar que cada uno de los 650.000 soldados desplazados necesitaba cinco litros de agua potable al día.
Más allá de lo pesadas que sean las fuerzas implicadas (la mayor parte del apoyo al combate es motorizado), los combates de alta intensidad en TOs lejanos exigen una capacidad logística al alcance de muy pocos. Es por esto que muchos países se plantean el uso de, como mucho, brigadas o fuerzas de tamaño equivalente, siendo capaces de realizar operaciones ofensivas muy limitadas. Es fácil de entender pues que el mantenimiento de una fuerza pesada creíble, tanto en términos de material, como de preparación, mando y control o logística, se convierte en una decisión de gran trascendencia.
Las Fuerzas Pesadas en el Ejército de Tierra de España
España es uno de esos países que definimos dentro de la OTAN como no directamente implicado en un teatro de operaciones eminentemente terrestre y/o en conflicto directo con el amenazante Ejército ruso. Todo lo contrario, su carácter peninsular y la posición preeminente en el Mediterráneo, incluida la responsabilidad de controlar y garantizar la navegación por uno de los estrechos más importantes del mundo, así como las amenazas regionales derivadas de la inestabilidad en el Magreb; convierten a España en un país con vocación eminentemente aeronaval (tema ya tratado en estas páginas). Sin embargo, las inercias de nuestras FAS hunden sus raíces profundamente en la historia, evitando que actualizamos la base de nuestra estrategia de defensa a términos meramente funcionales.
Fue a raíz de la decadencia del Imperio Hispánico y el empobrecimiento económico, que la política internacional de España dejó de lado el mar y los ejércitos expedicionarios (como los famosos tercios viejos) para confiar en la presencia de guarniciones permanentes la seguridad de sus dominios, no evitando que vayan perdiéndose uno tras otro al fomentar el aislamiento de la metrópoli. El colapso final de 1898, con la repatriación del Ejército de Cuba y un nuevo interés de carácter colonial en Marruecos, acabó por dar al ejército metropolitano un volumen desproporcionado, que no hizo sino incrementarse con el estallido de la Guerra Civil. Como dato podemos citar que al finalizar esta, el Ejército Nacional contaba con más de un millón de hombres.
Sucesivas modernizaciones a lo largo de los últimos 80 años, en especial con la profesionalización llevada a cabo a finales del siglo pasado, fueron reduciendo esta fuerza, pero sin perder su papel prominente en el conjunto de las fuerzas armadas, que por motivos económicos y cierta apariencia de ‘seguridad’ en nuestras fronteras, no han compensado esa pérdida reforzando las otras ramas de las FAS, en línea con la citada vocación aeronaval y el devenir de la política internacional, en especial en el mundo multipolar y altamente inestable surgido tras la Guerra Fría.
Esto es relevante a la hora de tomar una decisión sobre la Fuerza Terrestre, porque en buena lógica España se perfilaría como país que renuncia a una fuerza pesada de ‘disuasión’ en favor de fortalecer la Armada y el Ejército del aire. Se puede argumentar que tenemos una amenaza no compartida en las ciudades de Ceuta y Melilla (no cubiertas formalmente por el tratado de adhesión a la OTAN) y que son, obviamente, un escenario terrestre. Pero aparte del hecho de que el propio Ejército renuncia a preposicionar fuerzas de guarnición que resulten disuasorias, tanto por su volumen (el 3% del total de la fuerza) como por la calidad de su equipamiento; que para reforzarlas con la llegada de reservas de la Península sea necesario un dominio absoluto del aire y el mar adyacente, así como la superioridad en estos respecto a las fuerzas alistadas por las reales fuerzas marroquíes (por las que imponerles gran quebranto estratégico en forma de bombardeos y bloqueo naval), convierten en contraproducente una estrategia de defensa terrestre que solo favorece las fortalezas del enemigo, superior en este campo.
No obstante, el actual estado de cosas, y aunque se produjese una reducción para desviar recursos humanos y financieros a los otros ejércitos, Tierra aún tendría, con más de 60 mil hombres y mujeres, capacidad para sostener diferentes fuerzas de combate aptas para afrontar cualquier crisis o escenario.
Tradicionalmente España ha dividido sus fuerzas terrestres en tres tipos claramente diferenciados.
- Fuerzas de Defensa Territorial.
- Fuerza de proyección.
- Fuerza de Acción Rápida.
La primera tuvo gran relevancia en el pasado, cuando el Ejército se organizaba por capitanías generales y tenía una masa de conscriptos (servicio militar) con las que alimentar diferentes unidades de reserva o movilizables; a día de hoy solo las fuerzas de guarnición de Canarias, Ceuta, Melilla y Baleares tienen una función territorial, pasando el resto a formar parte de una fuerza de maniobra proyectable de composición variable a lo largo de los últimos años, pero articulada como un cuerpo de ejército de dos divisiones, de las que una generalmente se ha orientado a ofrecer disuasión con unidades pesadas y la otra a generar efectivos especializados, de reacción rápida o Entry Force. Esta última fuerza siempre ha contado con los mejores medios y un superior grado de preparación (cursos de capacitación) de su personal, que en virtud de ello ha accedido a los más altos cargos del escalafón (generalato); generando así cierto corporativismo que ha perjudicado a las fuerzas pesadas.
Nuestro CE está representado en realidad por dos mandos diferenciados e independientes, uno de carácter eminentemente operativo, pero sin unidades asignadas permanentemente, el CGTAD, y otro meramente orgánico y responsable de la preparación y generación de contingentes (unidades operativas ad hoc) como es FUTER.
De este último dependen tres entidades divisionarias (mando a cargo de un general de división), una de apoyos al combate y dos divisiones como tales: San Marcial y Castillejos.
Al respecto de estas últimas, han sido siempre la cabecera orgánica y operativa de las fuerzas ligeras y pesadas (llegaron a llamarse así oficialmente) respectivamente. Si bien actualmente difieren claramente en tamaño y estructura.
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