Las Flotas Mosquito

¿Solución temporal o apuesta de futuro?

Corbeta del Proyecto 21631 "Zeleniy Dol"
Corbeta del Proyecto 21631 "Zeleniy Dol"

Las flotas mosquito son aquellas compuestas por un ingente número de unidades de pequeño tamaño, pero con una gran pegada, de forma que compensen el escaso desplazamiento con un importante alcance y letalidad. Durante las últimas dos décadas y media, la Armada Rusa ha tratado de recuperarse de los efectos del derrumbe soviético. Mientras su economía y su industria naval pasaban por momentos dramáticos, la única solución posible, para tratar de mantener operativa una flota de combate, pasaba por la construcción, como ya ocurriera entre los años 40 y 60, de pequeñas unidades fuertemente armadas, dando lugar a lo que se conoce como Flotas Mosquito.

Estas, por más que integren armamento tan moderno y eficaz como el sistema Kaliber, han sido tradicionalmente la opción elegida por quienes no han podido costearse una armada oceánica de entidad y equilibrada. No obstante, constituyen una solución de compromiso en un periodo de cambio, mientras en Rusia se finaliza la construcción de nuevos astilleros y de una industria de turbinas propia, que le permita ser independiente en un área crítica.

Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que la evolución de la tecnología y el diseño, en función de las necesidades particulares de cada nación, aun hoy día produce diferentes formas de entender la guerra en el mar y, como consecuencia, la aparición de buques de guerra y clases de flotas diferentes en Occidente y Rusia o China. También como los avances técnicos unidos a la reducción de costes han dado origen a una tendencia generalizada hacia la reducción en el tamaño de los buques de guerra y hacia la polivalencia, construyéndose plataformas con menor desplazamiento y mayor cantidad de armamento y sensores incluso en EE. UU., paradigma de la especialización de las plataformas navales.

Sin embargo, pese a cierta convergencia, especialmente en el periodo inmediatamente posterior al final de la Guerra Fría, sigue habiendo una notable diferencia entre la forma de entender la guerra naval rusa y la occidental, buscando unos el dominio negativo del mar y el positivo los otros. El caso chino, que va evolucionando de uno a otro extremo, como hiciera en su día la Unión Soviética de la mano de Gorshkov, es también indicativo de que, pese a las diferencias, todos aspiran a lo mismo. Sucede que unos (Occidente y China) tienen los medios para lograrlo y otros (Rusia) deben optar por soluciones temporales a la espera de contar con ellos.

Vamos ahora a ver cómo nace el concepto de las Flotas Mosquito, cual ha sido su evolución, si son verdaderamente útiles y qué cabe esperar del futuro, especialmente en el caso particular de la Armada Rusa.

La Guerra Fría (1945 – 1970)

La Flota Soviética se desarrolló a partir de un pequeño embrión costero, siendo concebida como el apéndice de un poderoso ejército terrestre, por parte de unos dirigentes, políticos y militares, para los que la Estrategia Terrestre era la piedra angular sobre la que giraba todo. No en vano, en su inmensa mayoría procedían del Ejército Rojo y entendían que tanto la Armada como la Fuerza Aérea debían servir a los intereses de este, que debía cargar con el peso de las operaciones.

Por el contrario, Occidente, o más concretamente las naciones que componen la OTAN, mantenía una estrategia basada en potentes flotas navales de alcance mundial y con intereses en todos los océanos. Ha de tenerse en cuenta también que, a principios del siglo XX, ni los EE. UU. ni el Imperio Británico mantenían grandes ejércitos. De hecho, en el primer caso ni siquiera lo tendría de forma continuada en tiempos de paz hasta la década de 1.950, mientras que el gobierno de Su Majestad prefería mantener a la Royal Navy en comisión por todo su Imperio, asistiendo a sus guarniciones coloniales. Francia, por su parte, obligada a mantener un componente terrestre más importante, debido a la tradicional amenaza alemana, poseía una flota muy digna, mientras que países como Alemania e Italia perseveraban en la constitución de nuevas flotas.

Cuando la Guerra Fría comenzó a desarrollarse en el Viejo Continente, el enfrentamiento terrestre parecía destinado a estancarse con el choque de inmensas formaciones acorazadas, especialmente importantes en el caso del bando soviético. La OTAN compensaba su déficit en cuanto al número de unidades poniendo su énfasis en mantener la superioridad tecnológica en todo lo relativo a la aviación y las armas nucleares. Con todo, las esperanzas de una victoria no podían basarse en el estancamiento de la lucha convencional y en una imprevisible escalada hacia la guerra nuclear. La OTAN sabía que su ventaja decisiva residía en dos factores:

  • El Dominio Positivo del Atlántico Norte, para abastecer las fuerzas en el continente.

  • La capacidad de proyectar su poder naval sobre las costas soviéticas del Báltico y el Mar del Norte.

La URSS era perfectamente consciente de ello y debía reaccionar a dicha amenaza desarrollando unas capacidades importantes en un campo, el naval, que no era una de sus armas más potentes en aquellos momentos, pese a una larga y honorable tradición histórica. Su futuro y sus posibilidades frente a la OTAN residían en el desarrollo de una potente industria de construcción naval que debía dirigirse hacia el objetivo de crear una flota de primer nivel, como bien harían en los años venideros.

Para la proyección del poder naval, la OTAN articularía sus flotas sobre la base de buques o plataformas más o menos estandarizados entre los diferentes países, y especializadas en determinadas funciones (AAW, AsuW y ASW). Obviamente, los portaaviones eran el núcleo de sus formaciones de ataque, tras las lecciones aprendidas en la última guerra, siempre acompañados y escoltados por cruceros, destructores y fragatas. Buques en su mayoría diseñados para soportar despliegues distantes y que contaban con un apoyo logístico que les debía poder permitir operar por el tiempo que desearan en cualquier teatro de operaciones. A su vez, las Fuerzas Submarinas de la OTAN, numerosas y potentes también, estaban concebidas como una fuerza agresiva y de ataque. Su misión era localizar al enemigo y hundirlo, en la más pura tradición del Silent Service del Pacifico. Otros aspectos vitales hoy en día a la hora de concebir cada nueva clase de submarinos, como las misiones de inteligencia, todavía tardarían unos años en llegar. En general, las fuerzas navales de la OTAN debían cumplir los siguientes objetivos estratégicos:

  • Mantener abiertas las líneas de comunicación marítimas (SLOC) del Atlántico para reabastecer y reforzar las fuerzas terrestres del Teatro Europeo. Cumplir con esta misión implicaba ejercer un dominio positivo del Océano Atlántico.

  • Proyectar ataques contra las instalaciones militares estratégicas de la Unión Soviética en su flanco marítimo.

  • Realizar operaciones anfibias de apoyo al frente terrestre.

La reacción de la Unión Soviética ante semejante despliegue comenzaría por la fabricación de aquello de lo que su tecnología naval -por entonces en pañales- era capaz: Pequeños buques costeros que tratarían de enfrentarse a las flotas de la OTAN bajo el paraguas de la aviación rusa con base en tierra. Esas plataformas, de momento, iban a ser corbetas y fragatas de alta velocidad, así como un gran número de submarinos convencionales. Esto conformaba lo que se ha dado en llamar la armada de los pobres, en un tiempo en el que los submarinos eran todavía baratos de construir y operar. Por lo tanto, su estrategia se basaría en un dominio negativo de los mares aledaños a su masa terrestre, pero sin capacidad de ejercer el control sobre estos, algo que por otro lado no requerían como nación, al ser sus principales líneas de comunicación terrestres y ser prácticamente autosuficientes en cuanto al abastecimiento de materias primas o equipos industriales.

La introducción de la tecnología de misiles antibuque (SSM) permitiría que estos pequeños buques costeros fueran capaces de representar una amenaza real ante una flota mayor, como demostrarían las patrulleras Komar en 1967 contra el destructor Elyat en el Mediterráneo. Parecía que volvía la vieja discusión del Almirantazgo británico en tiempos de preguerra sobre si un avión torpedo sería capaz de hundir un acorazado.

Sin embargo, el desarrollo del conflicto y la introducción en ambos bandos de armamento nuclear estratégico iba a dar alas a la Marina Soviética, sobre todo a raíz de la Crisis de los Misiles de 1962 cuando la URSS fue incapaz de hacer frente a la oposición de la U.S. Navy, al carecer de una flota oceánica y de romper la cuarentena a la que esta sometió a Cuba. Como quiera que los militares solo aprenden de las derrotas, la demostración de la US Navy al imponer el bloqueo naval sobre la isla caribeña dio argumentos a los partidarios, dentro del Politburó, de crear una flota oceánica capaz de competir de tú a tú con la OTAN.

Se comenzó la construcción a gran escala de buques mayores: cruceros, destructores y fragatas, eso sí -y debemos ser conscientes de ello todavía hoy- con una notable diferencia en cuanto a diseño respecto a los buques occidentales. Al carecer de la posibilidad de alcanzar a sus rivales en términos numéricos, la URSS se volcó en el desarrollo de plataformas más polivalentes que Occidente. Buques que debían ser capaces de enfrentar las mismas amenazas con un menor número de unidades. Esta mentalidad, más tarde seguida por Occidente únicamente por motivos económicos, se ha mantenido viva hasta nuestros días.

Este desarrollo no impidió que se siguieran construyendo numerosas unidades de escaso porte equipadas con SSM con la idea de crear las conocidas como flotas mosquito, caracterizadas por su número y potencial ofensivo, pero que también eran rápidas y baratas de construir. Pese a sus esfuerzos, la URSS no podía permitirse tenerlo todo -cantidad y calidad- desde el punto de vista económico, aunque lo intento e incluso a punto estuvo de conseguirlo a costa de sacrificar el consumo civil. Estas unidades, aunque ciertamente podían batir a enemigos muy superiores en armamento y tonelaje, por su pequeño tamaño eran muy débiles ante las armas navales y, por lo tanto, tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir en caso de ser detectadas.

También está el tema de los submarinos. Los submarinos rusos construidos por entonces sumaban hasta trescientas unidades, que no eran más que evoluciones de los diseños alemanes de la II Guerra Mundial, pero en un número mayor. Como es de todos sabido -aunque con frecuencia lo olvidamos-, si se pone una industria a trabajar en algo y se invierte el dinero y los recursos requeridos, finalmente acaba dando buenos frutos. Es por eso la URSS pudo mantener el ritmo de Occidente -e incluso llegar a superarle- en cuanto al avance tecnológico de los submarinos nucleares y también por ello serían los primeros en desarrollar los conceptos de SSBN y SSGN. Algo que, si nos fijamos bien, no deja de seguir la idea de equipar a buques de porte intermedio con fuertes capacidades ofensivas.

Lo cierto es que para el final de este periodo la URSS poseía ya la segunda flota mundial, aunque estaba en un momento de absoluta transición, con una potente flota oceánica en desarrollo y una numerosa flota compuesta por pequeñas unidades desplegadas en sus costas. La OTAN por el contrario parecía más dedicada a desarrollar sus grupos de portaaviones y, cómo no, una potente capacidad ASW. No obstante, sus buques en general estaban más especializados en sus funciones que los soviéticos. Algo discutible conceptualmente, pero que permitía -eso sí, a un alto coste económico-, centrar el desarrollo de equipos especializados en buques con reserva de desplazamiento y espacio suficientes, lo que sería difícil de conseguir en buques más pequeños.

La Guerra Fría tardía (1970 – 1991)

La entrada en servicio de los modernos buques oceánicos soviéticos, así como la apertura de algunas bases adelantadas, provocarían la introducción de una nueva estrategia por parte del bando comunista: La Batalla de la Primera Salva. Era, se mire como se mire, una estrategia derrotista, o que asumía la inferioridad en el equilibrio de fuerzas. En teatros como el Báltico o el Mediterráneo, como sucedería también en el resto de mares cerrados y reducidos, las flotas contendientes estarían perennemente muy próximas las unas a las otras, con los soviéticos siguiendo a las formaciones de portaaviones o de buques de desembarco anfibio. En caso de iniciarse las hostilidades entre ambos bloques, los buques soviéticos debían lanzar todos los SSM disponibles en los primeros compases del enfrentamiento.

Obviamente, las fuerzas aliadas harían lo mismo. En este caso, al poseer la OTAN unas fuerzas navales superiores numéricamente, estas quedarían muy mermadas, pero las soviéticas recibirían unos daños irreparables a nivel estratégico, al carecer de unidades de reserva para sustituir las perdidas en estos primeros compases de un enfrentamiento y dejando así el dominio del mar en manos de Occidente.

Por lo tanto, ¿Para qué invertir en grandes y costosos buques si no sobrevivirían al primer día de enfrentamiento? Esa es la razón por la que los buques soviéticos estaban sobreequipados en cuanto a armamento SSM y eran de escaso porte, ya que eran más fáciles de construir y más baratos. Como también hemos mencionado, estos enfrentamientos tendrían lugar en mares cerrados y con las costas próximas, lo cual favorecía el uso de buques costeros o de litoral, generalmente más ágiles y discretos que los oceánicos. Además, se verían apoyados por la entrada en la ecuación de la artillería de costa -también dotada de misiles- y de la aviación naval soviética.

Sin embargo, sabemos que la URSS estaba construyendo unidades oceánicas en buen número, y desarrollando portaaviones y aviación embarcada, con proyectos cada vez más ambiciosos como el que dio lugar al actual Kuznetsov o, especialmente, el cancelado Ulyanovsk. ¿Cuál era la razón de ser de ese núcleo oceánico de la Flota Soviética?

Antes de la Crisis de los Misiles de 1.962, el Premier Kruschev había abogado por acometer en la Unión Soviética algo que, visto en perspectiva, podríamos denominar una Revolución en los Asuntos Militares. Lo que Kruschev quería, en síntesis, era hacer disminuir las fuerzas convencionales en favor de armas nucleares, y a la vez equipar a las convencionales que quedaran con armamento nuclear. En el caso de la Armada Roja, esto había dado como resultado submarinos y pequeños buques equipados con misiles, susceptibles en muchos casos de nuclearizarse. Los grandes buques eran muy costosos y no tenían cabida dentro de esa nueva visión militar. El Almirante Serguei Gorshkov -Comandante en Jefe de la Flota Soviética- convencería a Kruschev tras el fiasco de la Crisis de los Misiles, de que la Armada Roja no podía depender solo de submarinos, o al menos, de que estos necesitaban de apoyo de una escuadra de superficie para poder desarrollar todo su potencial ofensivo. En base a esto se constituiría la flota de superficie oceánica a lo largo de las siguientes décadas.

La función primaría de la flota de superficie oceánica soviética consistiría en el control de determinadas zonas marítimas de una alta importancia para la estrategia naval soviética. Por un lado, los accesos al norte de Islandia, permitiendo la creación de un santuario marítimo (Bastión) para la operación de los SSBN soviéticos y un área de transito seguro para las unidades submarinas que se dirigieran o retornaran del combate SLOC en el Atlántico Norte. En el Pacifico aparecerían zonas iguales, denominadas Choke Points, con la misma finalidad. Detrás de estas unidades se encontrarían las unidades costeras. Por eso los primeros portaaviones soviéticos, a diferencia de los occidentales (Clases Moskva y Kiev) eran plataformas de guerra ASW y carentes de capacidades de proyección de fuerza que, en consonancia con la mentalidad con la que habían sido diseñados, incorporaban fuertes capacidades ASuW.

Aunque contentos con sus avances -era para estarlo-, los soviéticos ansiaban y aspiraban a desarrollar una marina según el concepto tradicional de Occidente, capaz de disputar a la OTAN el dominio positivo del mar y basada en el desarrollo de portaaviones convencionales y medios de proyección. Sin embargo, cuando más cerca estaban de alcanzar su sueño, aconteció el derrumbe soviético y con él, la cancelación de la mayoría de sus programas de construcción naval y el retraso, casi indefinido, de los que sobrevivieron a la implosión del imperio comunista. Un cataclismo en toda regla con repercusión no solo en el campo naval, sino en todo el espectro de la industria de defensa soviética.

Mientras tanto China, con grandes problemas internos y tratando de reestructurarse como nación para convertirse en un ente cohesionado, centraba su estrategia naval en la construcción de un gran número de unidades costeras para la defensa próxima, así como de un buen número submarinos convencionales. Una defensa “para pobres”, que seguía la estela de la Unión Soviética de la postguerra. Iniciaron también un programa de diseño y construcción de submarinos nucleares. Un intento que probablemente haya sido el programa nuclear más largo y problemático de la historia, pero que en el siguiente siglo comenzaría a dar resultados muy positivos. Es cierto que el país no demostró en este periodo un gran interés por una expansión naval más allá de su área de influencia próxima, como cierto es también que, siendo una potencia terrestre, su estrategia naval se basaba en la protección cercana bajo el paraguas de su potente Fuerza Aérea y en una limitada capacidad de proyección de la fuerza naval en el área del Estrecho de Formosa, obligados por su complicada relación con Taiwan.

La Postguerra Fría (1991 – 2000)

El colapso de la URSS conllevó la desaparición de todo lo hasta entonces conocido en el campo naval. Ya no había grandes flotas enemigas campando a sus anchas por el Mediterráneo, el Báltico o el Pacífico, ni existían cientos de submarinos dispuestos a hundir cualquier cosa que flotara en el Atlántico. La OTAN respiró aliviada y, automáticamente, se pasó a reclamar el disfrute de los dividendos de la paz, desguazando las grandes fuerzas navales tradicionales, entre ellas buena parte de una Royal Navy que todavía no ha levantado cabeza. La otrora todopoderosa U.S. Navy, que durante los ochenta buscaba convertirse en una flota de 600 buques, apenas luchaba unos años después por mantenerse en torno a la mitad de dicha cantidad.

El problema en esos momentos era la economía. Así que ¿cuál fue la reacción de Occidente? Fabricar buques más económicos y polivalentes, ya que al reducirse el número de plataformas en servicio están habían de ser más versátiles para poder ejecutar las funciones de las unidades dadas de baja. Este cambio puede resultar una paradoja al acercarse a la mentalidad soviética, pero, acuciados por el dinero, los planificadores navales occidentales hicieron de tripas corazón y lo aceptaron como un mal menor.

Por supuesto, también había que ahorrar en las nuevas construcciones. Los buques comienzan a ser más pequeños en tamaño, mientras se equipan con todos los sistemas de armas posibles o se empiezan a estudiar conceptos de modularidad para que puedan acometer diferentes tipos de misiones sin necesidad de construir más buques. Las nuevas tecnologías y el crecimiento de la capacidad de procesamiento del nuevo software, espoleadas por la RMA de la Información, ayudan a reducir las tripulaciones y a contener los costes de mantenimiento.

Curiosamente los submarinos, hasta entonces la solución de los pobres, pasan a convertirse en un artículo de extremo lujo y de una complejidad tecnológica tal que solo un puñado de países poseen las capacidades tecnológicas imprescindibles para acometer su construcción con éxito. Incluso estas en muchos casos sufren retrasos, problemas técnicos y sobrecostes, que hacen que se construyan menos unidades o que la opinión pública llegue a dudar de la necesidad de poseer tales ingenios a causa de su prohibitivo coste.

Occidente se apretó el cinturón, sí, pero ningún recorte que podamos imaginar se acerca a lo vivido por las Fuerzas Armadas Rusas. Rusia sufrió más. Mucho más. La Flota Soviética había crecido durante décadas, como hemos visto, hasta alcanzar unas capacidades globales sostenidas por un buen número de plataformas muy capaces, especialmente en cuanto a submarinos. Sin embargo, la política de construcciones de la URSS premiaba las nuevas construcciones por encima de las reformas, las actualizaciones o el mantenimiento de las plataformas en servicio.

Como consecuencia, los buques viejos se encontraban en un estado lamentable o simplemente eran incapaces de operar, aunque nominalmente seguían dados de alta con la VMF SSSR (Voyenno-morskoy flot SSSR o Flota Marítima Militar de la URSS), provocando costes innecesarios. Si esto ocurría mientras la URSS existía y poseía los suficientes recursos financieros, tras la debacle del 1991 la situación toco fondo. Los buques más viejos fueron desguazados sin más miramientos, cuando no abandonados a su suerte en las bahías en torno a las principales bases militares o en el interior de las propias bases.

Esta baja apresurada de los buques en servicio se extendió también a parte de los más modernos y capaces navíos de guerra, al carecer del dinero necesario para mantenerlos operativos. Así, aunque la naciente Federación Rusa anhelaba continuar siendo una superpotencia, reconocía la carencia de una flota con capacidad de despliegue en áreas lejanas a sus costas y esto tenía una notable influencia en su política exterior.

La solución propuesta por sus planificadores navales fue fácil: Volver a los orígenes. Con pocos recursos disponibles, deberían volver a poner en servicio pequeñas unidades fáciles de construir y baratas de mantener y en el mayor número posible. Por supuesto, deberían estar potentemente armadas con todos los sistemas ofensivos que la industria de defensa era capaz de proveer. Obviamente, la Federación Rusa trataría de mantener operativas sus capacidades de construcción naval de grandes buques, con especial hincapié en los submarinos, como es el caso de las clases Borei, Sierra, Oscar II o Severodinsk. De hecho, con la perspectiva que da el tiempo podemos afirmar que si la Federación Rusa no hubiera invertido el dinero que no tenía en aquellos duros momentos para tratar de mantener abiertas las líneas de producción aunque fuese con capacidades mínimas, actualmente carecería de la capacidad de construir SS, SSN y SSBN.

En Rusia sabían, pese a todo, que era un periodo pasajero. Duro, pero pasajero, pues en algún momento, una vez conseguida la estabilidad política, vendrían mejores tiempos en lo económico, época en la que podrían volver a pensar en reconstruir su flota. Mientras tanto sus proyectos navales se limitarían a mantener la capacidad de construcción de submarinos, comenzar a construir corbetas y fragatas modernas y multifuncionales, modernizar el arsenal de misiles SSM y SLCM, y ver en dónde se podría en el futuro construir buques militares de gran porte, tras la pérdida de los astilleros ucranianos, así como sus industrias de turbinas propulsoras y equipos auxiliares.

Sin duda alguna, existe un punto de inflexión en la política naval rusa reciente: el hundimiento del SSGN Kursk. La catástrofe naval, pero también mediática, con toda su polémica, obligó al Kremlin a centrarse en su futuro naval y dedicar recursos de una manera más efectiva al mantenimiento de sus flotas, que provenían íntegramente de la época soviética. Con los nuevos proyectos navales construyéndose a un ritmo demasiado lento por falta de recursos, no había más remedio que destinar más fondos a la Armada.

Por fortuna, el hundimiento del Kursk coincidió con el inicio de un ciclo de repunte en el precio de las materias primas que hizo posible incrementar los presupuestos de defensa y los diseños de nuevos equipos. Incrementarlos, sí, pero no hacerlos ilimitados, como en muchos casos ocurría en una URSS capaz de poner un cheque en blanco a los ingenieros navales con tal de sacar adelante proyectos como el SSBN 941 Akula, más conocido en Occidente como Typhoon.

La Nueva Guerra Fría

La US Navy ha sido la única armada con capacidades globales y capaz de mantener una flota compuesta en su mayoría por unidades oceánicas en buenas condiciones operativas, a pesar del gran número de buques dados de baja respecto a épocas anteriores. En este periodo, que algunos denominan ya como Nueva Guerra Fría, la mejora económica experimentada en Rusia, así como la estabilización y posterior crecimiento de la economía China, han provocado la aparición de dos grandes flotas con proyectos expansivos, que amenazan, una vez más, el liderazgo cuantitativo y cualitativo de Occidente. No obstante, antes de sacar conclusiones precipitadas, habría que analizar siquiera por encima dichos crecimientos, dejando claro que, si bien las comparaciones son odiosas, son también en muchos casos necesarias.

Los EE. UU. han luchado, desde la caída de la URSS, por mantener una flota global. Aun a pesar de haberse cargado de un plumazo toda una gama de buques (fragatas) lo cierto es que su flota continúa estando compensada, y han seguido invirtiendo en nuevas tecnologías, aunque en materias como el diseño de los cascos, salvo excepciones, siguieran siendo de la vieja escuela. Su sistema de combate AEGIS, que ha marcado un antes y un después en la guerra naval, es la columna vertebral de la US Navy y de sus diferentes buques. Los experimentos de la siguiente generación -en su mayoría fruto de las ideas de la Guerra Fría- no salieron del todo bien, como en el caso del DDG Zumwalt, los LCS Freedom y SSN Seawolf. Este último, sin ir más lejos, a pesar de ser considerado el mejor submarino nuclear del mundo tenía un coste tan prohibitivo que obligó a acortar la producción, algo parecido a lo que sucede con el Zumwalt.

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