Las armas contracarro de la infantería moderna

misil ligero FGM-148 Javelin
El misil ligero FGM-148 Javelin es, seguramente, la más famosa de las armas contracarro modernas gracias a su papel en la Guerra de Ucrania. Fuente: US DoD.

La infantería actual necesita algún tipo de armas que le permitan defenderse de la amenaza de los carros de combate y de los vehículos blindados. Estas armas surgieron en la Segunda Guerra Mundial y su constante desarrollo las ha mantenido en la primera línea de fuego hasta hoy. A pesar de todos los avances tecnológicos, la infantería y los blindados siguen enfrentándose en el campo de batalla, como nos ha demostrado la Guerra de Ucrania. Vamos a hacer un repaso por la historia y la actualidad de las armas contracarro. Recomiendo al lector repasar las tablas comparativas que acompañan el artículo, donde podrá hacerse una idea del poder de todos estos sistemas.

Índice

  • Los inicios de las armas contracarro
  • La llegada de la carga hueca
  • Armas contracarro: tácticas en combate
  • La Guerra Fría
  • La actualidad
  • Las armas contracarro en la Guerra de Ucrania

Los inicios de las armas contracarro

El desarrollo de los carros de combate con posterioridad a la Primera Guerra Mundial, evidenció que la infantería se encontraba desprotegida frente a esta nueva amenaza acorazada. Surgieron una serie de armas para paliar esta vulnerabilidad. La primera de ellas, la más lógica, fueron los cañones contracarro remolcados, que se mostraron pesados, voluminosos y, sobre todo, escasos en el campo de batalla repleto de blindados que trajo consigo la Segunda Guerra Mundial. Los pequeños cañones anticarro de 37 mm eran ineficaces y los más pesados eran difíciles de emplear en un campo de batalla cambiante. El cañón antiaéreo de 88 mm, y sus equivalentes en otros países, parecía ser el único que podía inutilizar a los carros enemigos, pero no era algo práctico para la infantería.

La segunda de las armas que pretendió dotar al infante con algo sencillo, liviano, numeroso y que, además, pudiera enfrentarse con éxito a los carros enemigos, fue el fusil anticarro. Por último, los cohetes contracarro de carga hueca marcarían el camino a seguir a lo largo de la guerra mundial, llegando hasta nuestros días como el arma más efectiva para un infante en esta desigual lucha hombre-máquina. Los pelotones contracarro de infantería ya habían surgido durante la Gran Guerra, aunque eran más bien unidades improvisadas, que verían de nuevo la luz en la Guerra Civil española, cuando los sublevados se enfrentaron a los modernos carros soviéticos BT/T-26 con los famosos “cocteles Molotov”, del mismo modo que harían los finlandeses en su guerra de 1939 contra la URSS. Tras estas primeras lecciones, los estados mayores comenzaron a darle importancia a la lucha anticarro, formulando tácticas especificas basadas en las experiencias de la preguerra, y que, a grandes rasgos, seguirían en vigor durante la nueva guerra que se iba a iniciar en 1939.

Cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial la única defensa contracarro ligera de la que disponía la infantería eran los fusiles antitanque. Estas armas eran adecuadas contra vehículos ligeramente blindados y para incidir sobre determinadas partes de los carros de combate de comienzos de la guerra, sobre todo en sus laterales, ya que las corazas frontales disponían de mayor espesor. Los carros BT-5/7, T-26, Crusader I y Pzkpfw I/II/III se mostraron como los más sensibles a estos fusiles, pero con el aumento del grosor de los blindajes a partir de 1941, estas armas fueron quedando desfasadas, aunque los soviéticos seguirían empleando sus fusiles contracarro hasta 1945, agrupándolos en pelotones especializados que buscaban concentrar su fuego sobre los visores, trenes de rodaje, depósitos y partes débiles de los blindajes, con el objetivo de inutilizar el vehículo más que destruirlo. Estos fusiles estaban dotados de cartuchos de gran calibre con proyectiles con núcleo/envuelta de wolframio, con una capacidad perforante mucho mayor que la de los habituales con núcleo de acero endurecido.

Realmente, el rendimiento de estas municiones era discutible, ya que aunque perforasen la coraza, habitualmente no inutilizaban al vehículo enemigo a no ser que consiguieran acertar en un tripulante o en alguna pieza vital, algo muy difícil de conseguir contra un carro. Los más empleados serían el Boys británico de 14 mm (23 mm de penetración a 100 m), el soviético PTRS-41 de 14,5 mm (40 mm de penetración a 100 m) y el alemán PzB-38 de 7,92 mm (30 mm de penetración a 100 m). Para minimizar los daños causados por este tipo de armas, los alemanes equiparon a muchos de sus carros con los famosos faldones de chapa o rejilla (schürzen), que contrariamente a la creencia popular, no eran adecuados para proteger contra las cargas huecas, ni habían surgido para combatirlas. Los infantes alemanes también empleaban minas Teller, que adosaban peligrosamente a los T-34, algo también pensado por los británicos con sus famosas bombas pegajosas “sticky bombs” que darían lugar a las granadas “Gammon”, igualmente usadas por los americanos durante toda la guerra.

La llegada de la carga hueca

La falta de efectividad de los fusiles contracarro y la escasez de los cada vez más voluminosos cañones anticarro remolcados/autopropulsados llevó a los planificadores a buscar algún tipo de arma eficaz, ligera y portátil que pudiese ser entregada a los pelotones de infantería para dotarlos de una defensa adecuada contra los monstruos blindados que iban apareciendo según se desarrollaba la guerra. La solución fue la carga hueca, un sistema ingenioso que llegaría para quedarse. “El efecto Munroe”, bautizado así por su descubridor (un químico norteamericano de la década de 1880), se basaba en ahuecar el explosivo dándole forma de cono, logrando que al impactar sobre una chapa de metal, ésta fuera perforada fácilmente al concentrarse la carga fundente. Este efecto, tomado como una mera anécdota por los militares, daría lugar a la carga hueca gracias al alemán Neumann, cuyos estudios serios comenzarían en la década de 1920. Neumann añadió una ligera capa de metal (cobre) que recubría el cono cóncavo del explosivo en el interior de los proyectiles. La distancia a la que detonaba la carga hueca (también conocida como HEAT) respecto al blindaje debía ser estudiada con antelación para adaptar el chorro de plasma/metal fundido y su perforación máxima. Al dispararse el proyectil e impactar contra la coraza, la espoleta, que se situaba tras la carga, activaba el explosivo en forma de cono invertido, que concentraba un estrecho chorro fundente de metal y gases incandescentes que penetraban dentro del carro a más de 6.000 m/seg, quemando todo a su paso, incluyendo a la tripulación. El cobre que recubría el cono aumentaba el poder fundente de la carga hueca. Los diseñadores habían descubierto el arma definitiva contra los carros de combate. Esta podía penetrar cualquier blindaje a cualquier distancia, ya que la carga hueca mantenía su rango de perforación sin importar a cuantos metros hubiese sido disparada.

Pero no todo iban a ser ventajas, se necesitaba un vector de lanzamiento y el más lógico eran los cañones. Por desgracia, el rayado de los tubos, que servía para imprimir un movimiento de rotación a los proyectiles, producía que el explosivo de la munición HEAT perdiese sus características con la fuerza centrífuga. La solución se encontró en los tubos de ánima lisa, como los del bazooka americano y en la propulsión cohete. Con estas nuevas técnicas, las cargas huecas comenzaron a funcionar correctamente, aunque las limitaciones de los motores cohete disminuyeron las distancias de lanzamiento, debiendo el soldado acercarse a los blancos peligrosamente. Los proyectiles HEAT tampoco eran la panacea y no siempre se aseguraba la destrucción del objetivo, ya que las espoletas todavía no estaban optimizadas para este sistema, los proyectiles eran bastante sensibles al viento (al llevar aletas) y la capacidad perforante disminuía con la inclinación del blindaje. La experiencia de combate de los operadores de estas nuevas armas fue añadiendo algunas reglas básicas a cumplir por sus usuarios. Así, por ejemplo, se debía procurar aguantar el máximo posible el disparo, comprobar que el rebufo trasero no comprometiese la posición de disparo ni dañase a otros soldados, buscar el punto de impacto en las partes verticales o menos inclinadas del vehículo enemigo y cambiar de posición nada más efectuar el tiro.

Cumpliendo estas reglas y con una buena dosis de suerte, los soldados podían llegar a destruir casi cualquier carro de los existentes durante la Segunda Guerra Mundial, incluso frontalmente, quizás con la excepción de los IS-2, Tiger II, Churchill VII y Sherman Jumbo, aunque todos éstos eran perforables lateralmente.

Los aliados interpretaron equivocadamente que las chapas laterales añadidas por los alemanes a sus carros, las “schürzen”, estaban destinadas a contrarrestar las cargas huecas, por lo que comenzaron a experimentar con el mismo sistema para intentar disminuir los efectos de los cada vez más numerosos “Panzerfaust” que utilizaban los alemanes. Se encontraron con algo que los germanos ya habían descubierto con anterioridad: que en la mayoría de ocasiones, los faldones separados del carro permitían al chorro fundente perforar el blindaje más fácilmente al maximizar su efecto, dándole la distancia ideal de detonación a la espoleta del proyectil. Dado que el cálculo de esa distancia específica era algo difícil para los científicos de la época, las chapas carecían de efecto de detención contra los HEAT, excepto en casos de mera suerte. Aun así, las tripulaciones aliadas, incluyendo a las soviéticas, comenzaron a cargar sus vehículos acorazados con sacos terreros y secciones de eslabones de cadenas, que se mostraron adecuados como medios de circunstancias para defenderse de la amenaza de los abundantes Panzerfaust que infestaron el campo de batalla a partir del Desembarco de Normandía. De todas formas, la mejor defensa contra este tipo de armas era el uso de infantería de protección alrededor de los carros, aunque eso conllevaba la pérdida de más vidas humanas, aunque se salvaban los valiosos carros de combate, es decir, el ancestral dilema entre seres humanos o materiales.

Las municiones de carga hueca (HEAT/High Explosive Anti-Tank) fueron adoptadas por los alemanes sobre 1941. Los germanos fueron los primeros en poner en servicio un proyectil HEAT en calibre de 75 mm para los cañones de tubo corto de sus carros.

Fueron empleados por primera vez en África, con una ojiva con 50 mm de penetración y en números muy escasos. En 1943 realizaron un proyectil mejorado, con 85 mm de penetración, para poder usarlo en sus Pzkpfw IV y en los cañones de asalto Stug III. Los aliados desdeñaron la munición HEAT para sus carros de combate, centrándose en su uso por la infantería mediante las armas ligeras, con la excepción de los soviéticos que no desarrollarían nada efectivo hasta después de la guerra. A comienzos de la Guerra Mundial la mayoría de naciones disponían de paquetes de demolición de carga hueca, granadas HEAT lanzables desde la bocacha del fusil y minas contracarro, estas últimas con explosivo convencional. Las granadas de fusil de carga hueca anticarro demostraron rápidamente que eran ineficaces contra los blindados, aunque serían muy utilizadas contra posiciones fortificadas y nidos de resistencia. Los aliados y los alemanes centrarían su armamento ligero en lanzadores de cohetes HEAT, mientras que los soviéticos confiarían en sus numerosos y desfasados fusiles anticarro, junto con granadas de mano de carga hueca de un alcance muy limitado. Los japoneses solamente llegarían a emplear un tipo de carga explosiva, similar a las granadas de mano HEAT soviéticas, que se acoplaba a un palo de 9 m de longitud y que debía adosarse al carro enemigo, en una acción más suicida que eficaz.

Respecto a las armas ligeras de carga hueca, en 1942 los EEUU aceptaron para el servicio el famoso Bazooka de 60 mm, que se encontraba en estudio desde 1933 y que consistía en un tubo de anima lisa abierto por ambos lados, que disparaba su proyectil mediante el efecto de contraposición de fuerzas para el retroceso, lo que anulaba este último. Su primera versión, la M-1, conseguía una penetración de 80/100 mm, mientras que su versión mejorada y desmontable, la M-9 (1943), llegaba hasta los 125 mm sobre una plancha de blindaje compacto endurecido en superficie, la habitual de la época. El alcance máximo de lanzamiento era de unos 300/400 m, aunque el eficaz se quedaba en sólo unos 100/150 m.

Alemania había comenzado sus estudios sobre las cargas huecas en 1910, cuando Neuman creó un explosivo HEAT con cono metálico. Los estudios continuaron hasta que en 1938 Thomanek fabricó la primera carga funcional, usada con éxito en el asalto al fuerte belga de Eben-Emael en 1940. Casi al mismo tiempo, el suizo Mohaupt presentó un diseño similar al alemán a los militares franceses, americanos y británicos, a partir del cual los dos últimos producirían sus propios modelos. Los germanos usaron sus primeros proyectiles HEAT desde cañones anticarro convencionales, comprobando que el rayado y la fuerza centrífuga los hacían inútiles, por lo que comenzaron el desarrollo de una munición cohete de 88 mm capaz de perforar cualquier coraza aliada.

Para dispararlo inventaron un minicañón de ánima lisa con ruedas conocido como “Püppchen” (muñeca), aunque oficialmente se denominaba Raketenwerfer 43. Este sistema entraría en servicio en 1943, teniendo un alcance eficaz de unos 250 m. Se usaría durante poco tiempo, ya que los alemanes capturaron algunos de los primeros Bazookas M-1 estadounidenses en Tunicia a finales de 1942, que al ser estudiados, demostraron que con un simple tubo se podía lanzar el cohete sin la necesidad de los complejos mecanismos del “Püppchen”. El nuevo lanzador sería una versión mejorada del Bazooka, usando el mismo proyectil de 88 mm que el “Püppchen”, pero con un tubo simple dotado de una magneto eléctrica que daba la energía necesaria para impulsar el cohete, un gran avance respecto al estadounidense que utilizaba baterías desechables, mucho más problemáticas. La nueva arma sería bautizada como Raketenpanzerbüchse 43, teniendo un alcance eficaz de 150 m y una capacidad de perforación superior a la de sus competidores, incluso contra corazas inclinadas (230 mm a 90º, 160 mm a 60º y 95 mm a 30º). El RPzB 43 sería más conocido como “Panzerschrek”, siendo necesario un traje protector para dispararlo. Por este motivo se mejoraría con un escudo protector y un alcance aumentado a 180 m en las versiones RPzB 54, que ya permitían usarlo con el uniforme normal de campaña.

Casi al mismo tiempo que entraba en servicio el cohete de 88 mm lo hacía también el famoso “Panzerfaust”, un cohete contracarro de 100 mm, simple, desechable, barato y eficaz. Se componía de un proyectil y de un tubo lanzador muy sencillo, dotado con unas miras de puntería muy básicas y que no era reutilizable. El primer modelo sería el Panzerfaust 30 klein (agosto de 1943), con un alcance efectivo de 30 m y una perforación de 140 mm. Le siguió el Panzerfaust 30 (1943), con un calibre incrementado a 150 mm, con 200 mm de penetración, pero con el mismo alcance práctico. A comienzos de 1944 llegaría el Panzerfaust 60, quizás el modelo más extendido, con un alcance de 60 m y 220 mm de perforación. Estas armas ligeras llegarían a equipar a unidades enteras hacia finales de la guerra, sobre todo entre las tropas “Volkssturm”. El Panzerfaust 100, el último construido en grandes cantidades a partir de septiembre de 1944, mejoraba su distancia de tiro hasta los 100 m, manteniendo el resto de características de la versión anterior. Curiosamente, uno de los prototipos que no llegaría a entrar en servicio, el bautizado como Panzerfaust 250, llegaría a ser la base del RPG-2 soviético de posguerra.

Los británicos adoptaron su propio sistema, el PIAT, durante la invasión de Sicilia en 1943, alarmados por la falta de efectividad de sus fusiles Boys en las batallas del desierto. El PIAT, acrónimo de Projector Infantry Anti Tank, estaba formado por un tubo que usaba la fuerza de un gran muelle (como si de una ballesta se tratase) para lanzar una granada HEAT con 100 mm de penetración. La distancia óptima de tiro era de unos 100 m y curiosamente, los faldones de los carros alemanes Pzkpfw IV eran capaces de impedir la penetración de sus proyectiles, algo que no solía ocurrir con los de los Bazooka americanos.

Funcionamiento de las cargas huecas.
Funcionamiento de las cargas huecas.

Armas contracarro: Tácticas en combate

La lucha anticarro se basaba en unas directrices muy simples, aunque intrínsecamente peligrosas de llevar a cabo. La falta de visión de las tripulaciones de los vehículos acorazados se convirtió en el primer punto a favor de los infantes, que así podían situarse en los ángulos muertos para acercarse al carro, adosarle un explosivo o dispararle a corta distancia. En combate cercano los carristas solían cerrar las escotillas, con lo que el campo de vigilancia de las tripulaciones se reducía al mínimo, aunque las ametralladoras coaxiales y de casco eran un peligro muy presente para cualquier infante que intentara acercarse al vehículo.

El segundo factor era que los vehículos, a pesar de su polivalencia, no podían moverse a través de cualquier terreno, lo que permitía encauzar su avance en determinados lugares (caminos, bosques, zonas húmedas), por lo que los infantes podían agazaparse y atacar desde los laterales o la parte trasera, dejando pasar al carro. Naturalmente los carristas también aplicaron sus propias lecciones, por lo que procuraban moverse en grupos, dándose cobertura mutua y evitando avanzar en solitario. Tampoco solían internarse en áreas confinadas donde los pelotones contracarro tenían todas las ventajas y cuando lo hacían, iban protegidos por su propia infantería, aunque eso ralentizaba mucho las progresiones, algo inevitable si se querían preservar los valiosos carros de combate.

La aparición de los proyectiles cohete de carga hueca permitió a los soldados mantener una distancia de seguridad con los blindados enemigos, con lo que podían atacarlos desde posiciones cubiertas, disminuyendo el riesgo de ser descubiertos. Por desgracia, el alcance eficaz de las nuevas armas era pequeño y los tiradores todavía debían colocarse demasiado cerca de los vehículos enemigos. Solamente el Bazooka americano y el Panzerschrek alemán podían emplearse desde posiciones relativamente alejadas del blanco.

A pesar del creciente número de armas portátiles anticarro que comenzaron a proliferar en todos los frentes, la lucha individual hombre-máquina no llegaría a desaparecer, al seguir produciéndose minas magnéticas y bombas adhesivas que podían ser empleadas por la infantería de línea en caso de encontrarse cara a cara con un carro. Precisamente los alemanes revistieron sus blindados con una pasta antimagnética corrugada llamada “zimmeritt” para eludir el peligro que representaban las minas usadas por los pelotones contracarro soviéticos. En el Frente del Este también era muy común el introducir granadas de mano por el tubo de escape de los carros, lo que acarreaba su destrucción de una manera muy sencilla. De nuevo, los germanos improvisaron una solución, añadiendo una rejilla o una barra vertical en la boca del escape. Podríamos decir que los soviéticos fueron los soldados que emplearon mayoritariamente las peligrosas tácticas cercanas contracarro y que los occidentales, incluyendo a los alemanes, se decantaron más por las armas anticarro de carga hueca que, teóricamente, daban un mayor índice de supervivencia al usuario.

La carga hueca y su desarrollo para su empleo como armamento portátil por la infantería sería una de las innovaciones que apareció con la Guerra Mundial y que se mantendría en el tiempo hasta el día de hoy, como la Guerra de Ucrania ha demostrado.

Aunque los diferentes mandos superiores de las potencias en lucha creyeron que con las cargas HEAT portátiles acabarían con la superioridad del carro de combate en los campos de batalla, las limitaciones en la distancia de disparo del nuevo invento se convirtieron en un inconveniente importante. Adicionalmente, los diseñadores de blindados no se quedaron quietos, desarrollando mejores corazas y nuevas contramedidas, por lo que la primacía de los carros nunca llegaría a ser discutida, aunque sí muy amenazada. La infantería disponía ahora de nuevas armas defensivas que añadir a una panoplia creciente que sobrecargaba de peso al infante de línea, que cada vez necesitaba más herramientas para desarrollar su oficio, antaño relativamente sencillo, pero que cada día crecía en complejidad.

Momento del disparo de un lanzacohetes RPG-7. Podemos apreciar el peligroso rebufo que se produce en la parte trasera del tubo.
Momento del disparo de un lanzacohetes RPG-7. Podemos apreciar el peligroso rebufo que se produce en la parte trasera del tubo. Fuente: Wikimedia Commons.

La Guerra Fría

Después de la guerra, los Bazooka/Panzerfaust y sus equivalentes darían lugar a los lanzacohetes ligeros tipo LAW, RPG-2/7 y Carl Gustav. La carga hueca también se convertiría en el principal proyectil usado por los carros de combate para destruir a sus enemigos acorazados, reinando en el campo de batalla hasta la aparición de los blindajes compuestos en la década de 1980. Solamente la llegada de los proyectiles tipo flecha APFSDS dejarían a los HEAT obsoletos para su uso como arma en la lucha de un carro contra otro. Todos los ejércitos adoptaron diferentes doctrinas, todas ellas variantes de la “guerra de armas combinadas” alemana o “Blitzkrieg” y de la “ofensiva profunda” soviética. La infantería pasaría a ser un engranaje más de la máquina combinada ofensiva-defensiva, que debía actuar conjuntamente con los carros de combate, siguiendo su marcha a bordo de vehículos blindados equivalentes en movilidad. La artillería, los ingenieros, la aviación de apoyo y la logística se subordinarían a la consecución del objetivo principal, todo ello basado en la correcta proporción entre el fuego, el movimiento, el choque y el trabajo.

La infantería seguiría empleando los lanzacohetes surgidos en la Guerra Mundial. Los occidentales basarían sus diseños en los bazookas americanos, mientras que la URSS copiaría el sistema del panzerfaust alemán. Ambas corrientes de diseño darían lugar a los primeros lanzacohetes contracarro mejorados de carga hueca, que conseguían incrementar los alcances efectivos hasta unos 200 m. Un buen ejemplo sería el Superbazooka de 1945 y el RPG-2 de 1954. A partir de la década de 1960 aparecerían armas anticarro desechables mucho más ligeras, como el lanzacohetes LAW (1963) o el RPG-18 (1972), ambos muy similares.

La Unión Soviética se mantendría fiel a las armas con granada acoplable a un tubo lanzador reutilizable en sus RPG, aunque se irían desarrollando diversos tipos de granadas-cohete de diferentes calibres que incrementaban la penetración sobre los blindajes enemigos. Un diseño especial para las tropas paracaidistas y que no llegaría a sustituir al RPG-7, debido a no poder emplear granadas de mayor calibre, fue el RPG-16. El máximo exponente de las armas soviéticas sería el RPG-7 con la granada de 105 mm y con carga en tándem para derrotar a los blindajes reactivos. El RPG-18, una copia del LAW americano, sería el único diseño soviético que se saldría de su línea habitual de desarrollo, siendo su heredero el RPG-22 (1985) de mayor calibre, su derivado el RPG-26 (1985) y el RPG-27 (1989), un arma más grande y pesada con carga en tándem.

En la parte occidental el camino partiría del Superbazooka y su heredero de 1959, el M-67 de 90 mm, compartiendo la línea de armas con un tubo lanzador reutilizable que contenía la granada-cohete. En 1963 salió al mercado el LAW desechable de 66 mm, una gran mejora para el infante, que podía transportar un arma eficaz y ligera, sin las complicaciones logísticas de los bazookas tradicionales que necesitaban 2/3 operadores.

Los suecos innovarían el concepto original con el denominado “cañón Carl Gustav”, con un sistema de cierre trasero de tipo Venturi y con un tubo rayado, que no necesitaba las aletas estabilizadoras de las granadas-cohete, por lo que, sus proyectiles minimizaban las desviaciones causadas por el viento. El Carl Gustav había sido diseñado en 1946, pero su éxito llegaría a partir de 1964.

Siguiendo la estela de los bazookas saldrían al mercado armas modernizadas como el francés LRAC F-1 (1972), con el cohete disparado desde un contenedor en lugar de depositar la granada directamente en el tubo. El B-300 israelí de 1980 seguiría la estela del sistema francés, llegando a ser adquirido por los Marines de los EEUU como SMAW (Shoulder-launched Multi-purpose Assault Weapon) en 1984. El US Army, sin embargo, adoptaría el AT-4 sueco bajo la denominación de LMW M-136 (Lightweight Multipurpose Weapon), un lanzacohetes similar al LAW pero con alcance y penetración incrementados a 450 mm. Otros países diseñarían una serie de armas similares a los LAW, como el APILAS francés (1985), el británico LAW-80 (1987) o el C-90 español (1990), aunque Alemania produciría el Panzerfaust-3, un arma directamente inspirada en sus homónimos de la Segunda Guerra Mundial y con la granada-cohete emplazada externamente, al estilo soviético.

Durante la Guerra Fría la mayoría de estos lanzacohetes portátiles eran capaces de penetrar las corazas laterales de los carros de combate y de los blindados que los acompañaban. Para derrotar a los blindajes reactivos de tipo ladrillo, los soviéticos introdujeron el RPG-7 de 105 mm con dos cargas en tándem en 1988, pero occidente no tendría ningún lanzacohetes equivalente hasta 1998, con la aparición del Panzerfaust-3 mejorado. El RPG-29 soviético (1989) era similar al Carl Gustav, con cargas en tándem y 750 mm de penetración. Los suecos de Bofors, sacaron al mercado la versión mejorada del Carl Gustav, denominada M-3 (1991), con mayor alcance, 500 m y un visor moderno renovado, siendo elegido por las fuerzas especiales de los EEUU como su arma contracarro MAAWS (Multi-Role Anti-Armor Anti-Personnel Weapon System). El M-4 MAAWS, de similares características, pero más ligero, fue seleccionado en 2017 para reemplazar al sistema M-3. En Rusia, el RPG-28 (2000), un desarrollo del RPG-27, estaba optimizado para derrotar a los blindajes de ladrillos, gracias a su doble carga hueca, hasta 400 m de distancia. En 2003 Rusia introdujo un lanzacohetes portátil para disparar cargas termobáricas desde unos 100 m de distancia, el MRO-A. En ese mismo año, España desarrolló el sistema C-100 Alcotán, un lanzacohetes guiado mediante una dirección de tiro optrónica diurna/nocturna/láser capaz de disparar cohetes de 100 mm con carga en tándem, con una capacidad de perforación de 700 mm. En 2012 llegaría el RPG-30 ruso, un modelo muy innovador, con una carga en tándem y una especie de lanzacohetes auxiliar destinado a hacer detonar con antelación las defensas activas del tipo Trophy o Drodz.

Los alcances de estas armas iban desde los 150 m del RPG-2, pasando por los 200 m del RPG-7 y del LAW, los 400 del Carl Gustav o los 500 m del AT-4. Las penetraciones en blindajes verticales fluctuaban entre los 260 mm del RPG-7, los 400 mm del SMAW, los 500 mm del C-90 o los 700 mm del APILAS, siempre contra corazas homogéneas. Las cargas huecas en tándem iban desde los 700 mm de los RPG-7 de 105 mm/ RPG-27/ RPG-30 y los Panzerfaust-3 optimizados hasta los teóricos 900 mm del RPG-28, el lanzacohetes con mayor penetración de los actuales.

Todas estas armas portátiles siguen en uso hoy en día, siendo empleadas sobre todo para destruir vehículos blindados ligeros, búnkeres, fortificaciones y edificios. Su utilidad original, contra los carros de combate, pasaría a un papel secundario, ya que las corazas compuestas y los ladrillos reactivos, convirtieron este tipo de blancos en algo solamente factible en situaciones desesperadas. Para ocupar el lugar perdido por las cargas huecas portátiles llegarían los misiles contracarro.

Hasta la aparición de los misiles contracarro la defensa más lejana estaba en manos de los cañones anticarro remolcados o cañones sin retroceso (CSR), cuyo alcance eficaz rondaba los 1.000/2.000 m, utilizando también proyectiles de carga hueca. Estas armas fueron la solución encontrada por los diseñadores para permitir el disparo de proyectiles HEAT a una distancia mucho mayor de la que se podía alcanzar con los lanzacohetes portátiles. Con la llegada de los misiles, estas armas, más pesadas y engorrosas, irían desapareciendo del campo de batalla. Los cañones remolcados más reseñables de la Guerra Fría serían el Vz 52 (1952) checoslovaco de 85 mm, el CSR B-10 (1954) soviético de 82 mm, el CSR B-11 (1954) soviético de 107 mm, el CSR M-40 (1955) estadounidense de 106 mm, el cañón D-48 (1955) soviético de 85 mm, el CSR L-6 Wombat (1962) británico de 120 mm, el CSR SPG-9 (1962) soviético de 73 mm y el MT-12 (1970) de 100 mm. En todos ellos la penetración oscilaba entre los 300 mm de los más antiguos, hasta los 500 mm de los más modernos, aunque su alcance era limitado y su puntería era óptica, mediante visores estadimétricos, mucho menos precisos y que necesitaban de un buen adiestramiento. Los misiles contracarro sustituyeron totalmente a estas armas, aunque algunos países las mantuvieron hasta más allá de 1991. En la actual Guerra de Ucrania todavía se han empleado los cañones contracarro MT-12 por ambos contendientes, aunque orientados a la destrucción de fortificaciones más que al combate contra vehículos blindados.

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