La Third Offset Strategy es la respuesta de los Estados Unidos al auge militar de potencias revisionistas como la República Popular de China. Pretende superar las limitaciones de la RMA (Revolución en los Asuntos Militares) de la Información, aquella que en las décadas anterior y posterior al cambio de siglo nos prometía una guerra a larga distancia, precisa e incruenta, es ya una realidad asimilada en mayor o menor medida por buena parte de los ejércitos más poderosos. Es evidente dicha RMA ha cambiado la forma de hacer la guerra en muchos aspectos, aunque su influencia queda lejos de lo prometido por muchos de sus principales defensores durante los felices años 90. Los nuevos desarrollos en cuanto a armas autónomas, ciberguerra o nanotecnología, por el contrario, suponen un cambio de mayor calado susceptible de cambiar para siempre no solo la táctica, la doctrina, las operaciones o la estrategia militares, sino el propio concepto de guerra. Desarrollos que la Third Offset Strategy buscar promover y acelerar en lo posible para garantizar la supremacía militar estadounidense.
Antes de explicar qué es realmente la Third Offset Strategy o las razones por las que podría conducir a una nueva RM (Revolución Militar), hemos de explicar la diferencia entre este fenómeno -que apenas se ha producido unas pocas veces a lo largo de la Historia- y las mucho más numerosas Revoluciones en los Asuntos Militares.
Una Revolución Militar implica que la forma de hacer la guerra, en su conjunto, cambia de forma drástica frente al periodo anterior. Por ejemplo, tras la Edad Media, con la aparición del Estado Moderno y su gran capacidad económica gracias a la recaudación sistemática de impuestos se generalizaron los ejércitos profesionales. También se extendieron tecnologías como las armas de fuego -en especial la artillería- y se hizo necesaria la construcción por toda Europa y en las colonias de fortalezas diseñadas según la traza italiana, o la sustitución de las galeras por los galeones. Con ello, la guerra pasó a ser algo completamente diferente de lo que hasta entonces había sido. Dejó de basarse en una élite de caballeros, generalmente formando parte de las mesnadas de unos pocos nobles terratenientes, así como de organizarse en base a movilizaciones estacionales dependientes de los cultivos. Con ello se recortó el poder de la nobleza, eclipsada por la Corona, única institución capaz de mantener un ejército permanente y bien pertrechado con las nuevas armas de fuego.
Algo similar ocurrió tras la Revolución Industrial y la Revolución francesa, íntimamente ligadas. Los ejércitos masivos posibles gracias a la aparición del ciudadano-soldado, su organización en grandes unidades tipo división, los avances artilleros tanto en precisión como movilidad, resistencia a la fatiga o fabricación en serie, el desarrollo de la logística militar, que permitió operaciones a gran escala y a una velocidad sin precedentes, etcétera, motivaron la aparición de una forma de guerrear que en muchos sentidos se extiende hasta la actualidad y que supuso un antes y un después.
Sin entrar en si la aparición del arma atómica supuso una nueva RM, al alterar la relación entre los objetivos políticos y los medios militares para siempre, lo que el lector debe entender es que cada uno de estos grandes avances o RM, ha tenido un impacto que va más allá del ámbito militar, hasta tener efectos económicos, sociales y políticos evidentes.
Por otra parte, cada una de estas revoluciones militares ha venido marcada por diversas RMA que, según se sucedían, otorgaban una ventaja decisiva, pero por fuerza provisional, a aquel que la implementase con más celeridad. Así, gracias al ferrocarril y a la genialidad de von Moltke, por ejemplo, Prusia pudo imponerse a Francia rápidamente en 1871, aunque de nada le sirvió en 1914 cuando la movilización rusa fue mucho más rápida de lo que el Estado Mayor germano podía prever gracias entre otras razones, también al propio ferrocarril. De forma parecida años antes, en Sínope (1853), la flota rusa comandada por Pável Najímov pudo dar buena cuenta de la armada otomana, gracias al uso de obuses Paixhans, entre otras razones, aunque nada pudo hacer frente a franceses e ingleses, que contaban con esos y otros avances poco tiempo después, en Crimea.
En resumen, lo que el lector ha de entender es que, si una RM se produce a escala global y tiene un alcance político, económico, industrial, social e incluso cultural, una RMA es un fenómeno mucho más limitado, ceñido a la escala estratégica y cuyo alcance se limita únicamente a las fuerzas armadas y su forma de funcionar y no a la sociedad en su conjunto.
La RMA de la información
La última gran RMA que ha marcado el devenir de la guerra contemporánea es la RMA de la información. Sus posibilidades se hicieron evidentes, al menos para el gran público, tras la intervención militar estadounidense en la Guerra del Golfo (1991), pese a lo cual, su origen es muy anterior. Efectivamente, dicha RMA nacía como consecuencia de la Segunda Estrategia de Compensación y de la SDI puestas en marcha por la Administración Reagan para contrarrestar la superioridad soviética en medios convencionales en el teatro europeo tanto como para sacudirse el trauma de Vietnam. Dicho conflicto había puesto en entredicho el modo estadounidense de hacer la guerra, basado en la atrición y demostrado a los militares de EE. UU. la necesidad de explorar nuevos caminos si pretendían triunfar en el campo de batalla. Para ello, aprovechando los avances sobre todo en cuanto a informática, alumbraron una serie de tecnologías que permitían a su propietario una capacidad inusitada de recoger datos acerca del campo de batalla, procesarlos y utilizarlos para atacar mediante armas pensadas para aprovechar ese caudal de información.
Hoy en día a nadie sorprende el empleo de armamento “inteligente” como los misiles de crucero o las bombas JDAM (Joint Direct Attack Munition o Munición de Ataque Directo Conjunto) o Paveway incluso en operaciones “menores”, como las campañas contra Daesh. Tampoco la aparición en escena de sistemas de armas tan complejos como los aviones furtivos F-117 -quizá una de las caras más reconocibles de esta RMA por su papel en la Guerra del Golfo o en las campañas aéreas sobre los Balcanes-, los más recientes B-2 o los actuales cazabombarderos F-22 y F-35. Esto, a pesar de que el grueso de las operaciones sea asumido por sistemas heredados convenientemente actualizados como los F-15, F-16, F-18, Rafale, Su-30 o MiG-29 que, sin recoger todas las posibilidades de la RMA, si que aprovechan buena parte de los avances que la provocaron.
Del mismo modo, tampoco puede sorprender el uso generalizado de los sistemas de posicionamiento global que hace posible la precisión de las citadas municiones inteligentes. Tampoco la aparición de nuevas redes que compiten con la red GPS estadounidense como el sistema ruso Glonass, el chino Beidou o el Galileo -puesto en marcha por la Unión Europea- y que es la mejor muestra de la generalización es la RMA de la información y de la que, además todos nos beneficiamos en el día a día, dado su doble uso.
Por encima de todo, la interconexión entre los sistemas de obtención de datos sobre el campo de batalla, aquellos sistemas que deben procesar dichos datos y el armamento con el que serán batidos, resumida en acrónimos como C4ISTAR, es ya una realidad incluso en ejércitos tan humildes como el español. Aun sin disponer de la panoplia de aviones AW&C, satélites, drones o vehículos de reconocimiento y mando y control de que hacen gala los Estados Unidos -o sin ir más lejos nuestros vecinos franceses-, la interconexión entre los sistemas de adquisición de datos y objetivos de los tres ejércitos, los sistemas de mando y control y los propios sistemas de armas va avanzando año a año y con ello la posibilidad de atacar los objetivos desde el avión, carro de combate o buque que esté en mejor posición para hacerlo.
Naturalmente, la difusión de las tecnologías más características de cuantas han protagonizado esta RMA es, en cierto modo, el anuncio de su agotamiento. Así, si la RMA de la información proporcionó a Estados Unidos una superioridad militar incontestable y le aseguró durante más de una década el papel de hegemon global, en los últimos años la situación está cambiando a gran velocidad, hasta el punto de hacer necesaria la Third Offset Strategy como medio para alumbrar una nueva RMA.
El declive relativo de los Estados Unidos y la necesidad de la Third Offset Strategy
El punto álgido de esta situación de hegemonía -algo siempre excepcional en la historia- se produjo en torno al cambio de siglo y muy especialmente tras el fatídico 11-S que condujo a iniciar la Guerra contra el Terror. En ella, los EE. UU. demostraron su capacidad de intervenir en lugares tan distintos como Iraq o Afganistán en plazos increíblemente cortos y llevando a cabo operaciones rapidísimas sin apenas oposición ni sobre el terreno, ni en la arena diplomática, pues pese a los reparos de otros estados, nadie fue capaz de frustrar los planes estadounidenses ya que nadie estaba en posición de hacerla. No solo la solidaridad que despertó como país atacado, sino la realidad de un poder duro que no tenía oposición obligó a que el resto optase por apoyar a EE. UU., como hizo Rusia o por ponerse de lado, caso de China, cuando en una situación de mayor paridad, hubiesen adoptado una estrategia diferente.
Ahora bien, si estos conflictos demostraron lo que los frutos de la RMA podían ofrecer, no es menos cierto que sirvieron también para dejar al descubierto sus limitaciones contra enemigos que utilizaban otros modos de hacer la guerra bien fueran asimétricos, irregulares o híbridos.
Por si esto fuera poco, el tiempo y dinero, así como los recursos empleados en dichas intervenciones -pues también hay que contar con el capital humano e incluso el capital político y diplomático perdido a consecuencia de las mismas-, lejos de mejorar la seguridad de los Estados Unidos, únicamente ha servido para erosionarla. Si estas campañas han obligado a poner en práctica muchos de los avances que forman parte de la RMA, lo cierto es que esto se ha hecho solo a medias, pues ha debido hacerse recurriendo a recortes en cuanto a inversión en investigación y a adquisición de equipos verdaderamente revolucionarios en pro de otros más aptos para este tipo de conflictos, como los MRAP. Todo ello en medio de un escenario, desde 2008, de crisis financiera, marcado por el abultado déficit y las negociaciones en torno al techo de gasto que han limitado en mucho el presupuesto militar de los Estados Unidos y le han dejado en muy mala posición para lidiar con las verdaderas amenazas a las que deberá hacer frente en las próximas décadas.
Como resulta lógico, esta situación ha sido aprovechada por los rivales de Estados Unidos -especialmente China y Rusia-, para ir implementando mejoras en sus fuerzas armadas, aprovechando la generalización de las tecnologías nacidas al albur de la RMA, cerrando en parte una brecha militar que, si en el cambio de siglo era abismal, ya no lo es tanto.
Buena muestra de ello son las recurrentes exhibiciones rusas en su intervención en Siria, en la que ha mostrado -con la intención de captar clientes de exportación más que por su utilidad concreta- más de un centenar y medio de nuevos armamentos entre los que se incluyen nuevas variantes de helicópteros, aviones o drones, misiles, bombas inteligentes o sistemas de guerra electrónica. Ante todo, ha demostrado una capacidad de adquisición de objetivos y de control del campo de batalla que está a años luz de lo visto en conflictos tan recientes como los de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009) o Georgia (2008). De hecho, con maniobras tan astutas como el control del espacio aéreo sirio, cuya red de defensa aérea se integró con la rusa en agosto del pasado año, ha conseguido, utilizando lo mejor que ofrece la RMA de la información, alterar el balance estratégico en la región mediante la disuasión.
China, por su parte, ha venido buscando su propia variante de la RMA desde los años 90, con propuestas tan originales -basadas en la Guerra Asimétrica- como la de los coroneles Qiao Liang y Wang Xiangsui que en 1999 publicaran su libro “Guerra sin restricciones”. Su potencial económico y técnico, sin embargo, tanto como sus condicionantes geopolíticos, han llevado a China a apostar por un camino más convencional, en el que se han adoptado la mayor parte de las tecnologías de la RMA americana. Bajo la firme mano de Xi Jinping, cuyas ambiciones geopolíticas nada tienen que ver con la mesura mostrada en el pasado por Den Xiaoping, Jiang Zeming o Hu Jintao, está desarrollando aviones furtivos, pretende hacerse con una parte significativa del mercado mundial de drones civiles y militares, está construyendo a marchas forzadas su segundo portaaviones autóctono y botando fragatas y destructores a un ritmo endiablado, a la vez que persevera en la modernización de su enorme y en parte todavía anticuado ejército de tierra. Por encima de todo, condicionada por la presencia de tropas estadounidenses en Corea del Sur, en Japón y en Guam, así como por el apoyo que presta EE. UU. a Taiwán y por la amenaza que supone la US Navy, China ha apostado por desarrollar numerosos sistemas de misiles que garanticen la creación de un área A2/D2 efectiva sobre los mares de China Oriental y de China Meridional.
Incluso potencias medias como Irán han sido capaces de mellar significativamente durante este tiempo la posición de Estados Unidos y sus aliados en regiones vitales como Oriente Medio gracias a una afortunada combinación de estrategia -alianzas o colaboraciones puntuales con Rusia, Turquía o Catar- y patrocinio -caso de Hezbollah- pero también de inversión en sus fuerzas armadas con la incorporación de numerosas tecnologías tanto autóctonas como desarrolladas por Rusia y China y que van desde sistemas antiaéreos a equipos optrónicos y sensores varios para carros o aviones de combate a misiles antibuque.
La amenaza china
Los retos planteados por Irán, Corea del Norte o por la misma Rusia, pese a ser tenidos en cuenta por los estrategas de EE. UU., palidecen ante la amenaza que supone una República Popular de China, comparable en todo punto -se diría que incluso mayor en algunos aspectos, como el económico o el demográfico- a la que en su día representó la Unión Soviética.
Efectivamente, China es un competidor global que, si bien no amenaza desde el punto de vista ideológico -dado el escaso atractivo del comunismo de corte maoísta-, sí que está limitando el poder e incluso expulsando a EE. UU. de regiones en las que hasta ahora ha tenido una notable influencia -cuando no hegemonía- como África, Iberoamérica, el Sudeste Asiático o Asia central.
A pesar de este creciente poderío, China ha seguido siendo vulnerable a un ataque por parte de Estados Unidos durante mucho tiempo, especialmente si este provenía de sus fuerzas aeronavales. Esta amenaza requería una respuesta ad hoc y por ello, a finales de los años 90 y tras un periodo de análisis, en China entendieron que en el caso de que hubiera una guerra con EE. UU., la manera óptima de enfrentarse a los estadounidenses era hacerlo asimétricamente e imponer a las fuerzas de EE. UU. una zona Anti-acceso y de Negación de Área (A2/AD).
Ha de tenerse en cuenta que China ha tenido que ver cómo los Estados Unidos operaban frente a sus costas con total impunidad desde el siglo XIX, algo que se ha repetido una y otra vez a propósito de cada crisis con Taiwán o Corea. Como respuesta, los estrategas chinos han decidido dar un gran impulso a sus capacidades balísticas y a sus misiles de crucero con la creación de la Fuerza de Cohetes del Ejército Popular de Liberación (EPL). Capacidades a las que han de añadirse las propias de la Fuerza Aérea del EPL, que jugará un papel primordial con sus bombarderos estratégicos dotados de misiles de crucero.
La razón de ser de esta estrategia radica en las servidumbres propias del despliegue global de EE. UU. Hay que tener en cuenta que las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, especialmente en el caso de una guerra con China, tendrían unos costes logísticos enormes, derivados de la necesidad de sostener hombres, armas y bases a distancias que se cuentan en miles de kilómetros. Sus bombarderos estratégicos, aviones cisterna, aviones AWACS y aviones de caza, tendrían que operar desde un puñado de bases en el Pacífico, muy alejadas del territorio norteamericano. Su flota aeronaval tendría que aprovisionarse de combustible y municiones también desde bases en el Pacífico Occidental si pretende mantener un tempo de operaciones elevado y todo ello solo es posible, precisamente, por la existencia de esas pocas bases y de una flota tanto naval como aérea que las sostenga. Eliminadas dichas bases, la amenaza que los EE. UU. suponen para China pasaría a ser muy diferente.
Por ejemplo, sin esas bases, los aviones de caza de la fuerza aérea de EE. UU. tendrían que operar desde Hawái o desde la propia costa Oeste de EE. UU., llevando al límite el esfuerzo físico de los pilotos, que se verían limitados a hacer en el mejor de los casos unas pocas salidas a la semana. Del mismo modo, si los cazabombarderos tuvieran que operar desde la Base de Andersen (Guam) para hacer patrullas aéreas sobre el estrecho de Taiwán, solo podrían hacer menos de una salida al día durante la primera semana, cayendo dicha ratio a menos de 0,5 salidas al día durante el resto del primer mes de guerra. Cifras ridículas si se comparan con el número de salidas efectuadas sobre Iraq o Afganistán en los pasados conflictos y a todas luces insuficientes para enfrentarse a China.
Hay que tener en cuenta que durante una guerra de alta intensidad como la que presumiblemente sería esta de la que hablamos, el consumo de combustible y municiones se dispararía. No todas las bases tienen el largo de pista suficiente para operar aviones cisterna, AWACS y bombarderos estratégicos ni tampoco todas las bases están dotadas de polvorines con una gran cantidad de municiones o de depósitos de combustible y otros líquidos o almacenes de recambios y talleres adecuados para sostener esta fuerza. Algo parecido, aunque con matices, ocurriría con la US Navy, obligada a operar desde Hawái y sometiendo a un esfuerzo descomunal sus capacidades logísticas. Además, condicionada por la imposibilidad de introducir sus portaaviones en los mares de China Oriental y de China Meridional, tendría que operar sus cazabombarderos al límite de su radio de acción…
Tenemos pues una situación en la que los Estados Unidos, que hasta ahora han mantenido costosos despliegues permanentes en Corea del Sur o Japón, como base de su estrategia de presencia avanzada -y bajo el paraguas de su disuasión nuclear extendida-, son forzados a replegarse no tanto por su incapacidad para derrotar a China de forma decisiva, sino porque el número de bajas en las primeras horas de un hipotético conflicto podría llevar a la opinión pública a pedir el fin de la guerra antes de que su enorme capacidad militar e industrial hubiese tenido tiempo de entrar en juego. Esa es, sin duda, la razón de ser de la apuesta china tanto por los misiles, como por establecer una serie de bases avanzadas en la primera cadena de islas que conviertan de facto sus mares adyacentes en auténticos bastiones, al estilo que lo que Rusia hacía con los mares Ojotsk y Blanco.
Sea como fuere, la situación para los Estados Unidos se ha vuelto muy complicada pues tras el tiempo perdido en las guerras de Irak o Afganistán, sin posibilidad de maniobra estratégica, ha visto como sus rivales han pasado a la ofensiva, acercándose en áreas clave y poniendo en cuestión su papel como primera potencia global.
Third Offset Strategy: La respuesta de EE. UU.
Estados Unidos, a pesar de haber sido superado por China en parámetros como el PIB (PPA o Paridad del Poder Adquisitivo), de amenazar con un retorno a su tradicional aislacionismo -roto tras la Segunda Guerra Mundial por la necesidad de responder a la amenaza soviética- o de haber visto como sus rivales incorporaban o desarrollaban motu proprio muchas de las tecnologías clave de la última RMA, siguen siendo, sin lugar a duda, la primera potencia militar del planeta.
Es más, cuentan con el know-how, la capacidad industrial y económica, el capital humano y la voluntad necesarias para seguir siéndolo durante décadas y es por eso que, lejos de quedarse de brazos cruzados, han lanzado la Third Offset Strategy para asegurar su supremacía militar durante las próximas décadas, logrando de este modo una libertad de acción que ahora mismo se ve limitada por las estrategias de otros actores. Una estrategia que, de consolidarse, “conquistaría [para EE. UU.] una nueva RMA que le proporcionaría un nuevo periodo de supremacía militar”.
Definida en la Guía Estratégica de la Defensa 2012 y en la Revisión Cuatrienal de la Defensa de 2014, la Third Offset Strategy debe responder a cuatro grandes problemas operativos:
- Vulnerabilidad de las instalaciones: Como hemos señalado en el caso de las bases en Corea del Sur, Japón o incluso Guam, cada vez más los despliegues estadounidenses en el extranjero son susceptibles de caer bajo los ataques de saturación enemigos.
- Los enemigos se han dotado de medios C4ISTAR cada vez más potentes, lo que posibilita, por ejemplo, el seguimiento de las unidades de la US Navy y hace por tanto más vulnerables si cabe los despliegues de EE. UU.
- La mejora de las defensas antiaéreas, que hace cada vez más vulnerables los aparatos de cuarta generación (F-15, F-16 y F-18) que son -y seguirán siendo durante años- el grueso de la flota.
- Las capacidades ASAT (antisatélite) chinas y rusas que provocan que los satélites de EE. UU. sean susceptibles de ser atacados tanto por medios físicos -misiles antisatélite- como cibernéticos, lo que conllevaría una reducción drástica en las capacidades militares de este país, muy dependiente de estos.
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