La guerra de Ucrania nos está dejando impactantes imágenes y cifras increíbles, buena parte de ellas relacionados de una u otra forma con la irrupción de los drones en el campo de batalla. Su empleo masivo, dado su coste irrisorio y su altísima letalidad, han trastocado por completo los cálculos de costes y beneficios, poniendo la ventaja del lado de la lanza frente al escudo en el nivel táctico y provocando la parálisis en los niveles operacional y estratégico. Pese a que estos son cambios de enorme magnitud, no implican -como pretenden algunos autores- ni un cambio en la naturaleza de la guerra, ni una Revolución Militar comparable a la que en su día trajo aparejada la llegada de la pólvora a Europa. De hecho, la de los drones, es una más de las Revoluciones en los Asuntos Militares asociadas -aquí sí es correcto emplear este término- a lo que denominaremos Tercera Revolución Militar o, para ser más precisos, la Revolución Militar de la Información.
Nota del autor
El siguiente texto puede considerarse un ensayo. Incluye bibliografía, sí, pero no tiene una vocación académica sino que ha sido redactado con la intención de presentar una serie de ideas sobre las que el autor está trabajando de cara a un futuro libro, buscando tanto ordenarlas en su cabeza, como la interacción con los lectores y con otros autores que conforman nuestra “pequeña ONA”.
Quien escribe asume que muchas de las proposiciones o bien son erróneas, o bien están por depurar. También es plenamente consciente de que, en términos historiográficos, proposiciones tan amplias como que la evolución humana se divide en tres grandes olas -asociadas a tres grandes revoluciones en lo militar- es perfectamente discutible. Sin embargo, también está convencido de que después de muchos debates al fin estamos en posición de aclarar algunos conceptos básicos sobre innovación militar o sobre la evolución de la guerra como fenómeno que va más allá del campo de batalla. También, de que en ocasiones como esta, la simplificación en términos históricos ayuda al objetivo final de comprender mejor los grandes procesos, pues son de una magnitud que casa muy mal con el detalle.
Por último, espero que este trabajo ayude también a clarificar algunas de las tendencias que podemos observar en la guerra de Ucrania y que no pocos autores tachan de “revolución militar” o entienden como un cambio sustancial en la naturaleza de la guerra -sin demasiado tino-, pero que aun así tienen consecuencias inmediatas y de profundo calado para nuestras Fuerzas Armadas.
Entre la historia lineal y el eterno retorno
Para la cosmología estoica, el tiempo era infinito y cíclico, al igual que la existencia misma; todo y todos estaban abocados a destruirse y renacer, en una sucesión infinita de repeticiones. La tradición judaica es bien diferente, pues la existencia misma de Jehová como creador y la del “pueblo elegido” (lo que implica una finalidad), obligan a pensar en el tiempo como algo lineal, lo que encaja a la perfección con una concepción del progreso como algo constante y que siempre se produce en una dirección determinada. En contraposición a ambos, o más bien como síntesis superadora, encontramos las ideas orientales, en las que la repetición de los ciclos, cada vez con pequeñas mejoras, terminará por perfeccionar el Universo mismo o, lo que es lo mismo, por generar un progreso, aunque este llegue de forma tortuosa. Podríamos decir, pues no es nuestro objetivo adentrarnos en disquisiciones filosóficas, que todo es cíclico, sin que esto implique repetición; más bien podríamos imaginarnos -si hubiese forma de representar gráficamente la evolución de la civilización humana- una suerte de gran espiral en la que si bien la línea histórica pasa continuamente a norte, sur, este y oeste, lo hace siempre a cierta distancia de la línea anterior[1]. Es decir, que si bien ciertas tendencias se repiten -de ahí nuestra afición a extraer paralelismos históricos- lo hacen siempre de forma diferente, influidas por inercias arrastradas o por disrupciones inesperadas. Un largo camino marcado por el progreso tecnológico y, en términos muy amplios, por el lento caminar humano a través de la escala de Kardashev (1964)[2].
Dentro de este contexto general, los grandes saltos evolutivos de la historia humana tienden a agruparse además en olas de cambio, tal y como explicaban Alvin y Heidi Toffler en La Tercera Ola (1980). Es así porque las pequeñas alteraciones políticas, militares, económicas, científicas o en cuanto a valores -entre otros- rara vez son suficientes para provocar por sí mismas efectos globales; más bien se van retroalimentando unas a otras hasta llegar a un punto en el que las fuerzas acumuladas durante largos periodos de tiempo terminan por producir un movimiento tectónico más o menos súbito. Es, salvando las distancias, algo parecido a lo que ocurre con el agua. Esta, a 99 grados centígrados sin duda es igual de peligrosa para los humanos descuidados que a 100 grados. Ahora bien, no es hasta que la totalidad del líquido contenido en el recipiente en el que lo estamos calentando alcanza dicha barrera cuando se produce la ebullición. Se diría que es un proceder universal y que, al igual que en el caso anterior se manifiesta en relación con la física, también lo hace en cualquier otra materia. Un ejemplo claro, aunque en este caso en el terreno de la biología, lo encontramos en la explosión cámbrica, cuando en un periodo de “apenas” 40 millones de años se produjo una enorme diversificación en el número de organismos macrocelulares debido a una acumulación de factores biológicos y geológicos que favorecieron un cambio que, a escala evolutiva, puede calificarse como repentino.
Volviendo sobre la evolución humana y, más exactamente, sobre la forma en que el fenómeno guerra ha ido modificándose con el paso del tiempo, lo que nos encontramos es una absoluta ausencia de claridad conceptual. Desde mediados del siglo XX se ha venido produciendo un interesante debate entre especialistas a propósito del concepto de “Revolución Militar”. Discusiones que tuvieron como punto de partida la obra de Michael Roberts, quien acuñó el término “Revolución Militar” en su obra The Military Revolution: 1560-1660. Una propuesta que fue posteriormente ampliada y matizada por otros autores, como Geoffrey Parker (1990), pero sin ser capaces en ningún caso de ir mucho más allá de la idea de que la llegada de la pólvora, asociada a ciertas condiciones que solo se daban en las sociedades europeas de la Edad Moderna, terminó por provocar un punto de inflexión; un antes y un después que explicaría lo ocurrido en los siglos siguientes, con la dominación de la práctica totalidad del globo por parte de los imperios europeos. Es decir, que se centraban en una revolución concreta -y errando el tiro en muchos aspectos-, pero no hablaban de la idea de revolución militar en un sentido amplio.
Más éxito tendrían los Toffler, de los que ya hemos hablado. Esta pareja trató de exponer a lo largo de obras como La tercera ola (1979) o Las guerras del futuro (1993), una visión mucho más omnicomprensiva, según la cual a lo largo de la historia se habrían producido una serie de olas de cambios con efectos sobre todas y cada una de las esferas de la vida, desde la cultural a la económica y, por supuesto, a la militar. Sin embargo, sus trabajos, aunque sugerentes, pecan en muchos casos de falta de concreción, además de caer en ciertas confusiones. Futurólogos más recientes, como Jeremy Rifkin, han seguido en buena medida sus postulados, aprovechándolos para justificar algunas tendencias que no siempre se han terminado de materializar o no lo han hecho al ritmo esperado por el autor. Por si esto fuera poco, y volviendo sobre lo militar, casi en paralelo se introdujo un nuevo debate, que hemos tratado en alguna ocasión en nuestra revista y sobre el que hay una interesante producción en español (Colom-Piella, 2008). Nos referimos al que tuvo lugar, durante los años 80 y 90 en torno a conceptos como el de “Revolución técnico-militar” y “Revolución en los Asuntos Militares”. Un debate que se viera perjudicado por la dificultad tanto de acotar qué es exactamente y qué alcance temporal tiene cada una de estas últimas en caso de existir, pues habrían sido desde unas pocas a varias decenas a lo largo de la historia según el autor que consultemos.
De una forma u otra, en el plazo de unas décadas hemos pasado de discutir acerca de la “Revolución en los Asuntos Militares de la Información” a hacerlo sobre la “Transformación militar” (Villanueva-López, 2020b). Es más, en los últimos meses, a consecuencia de las novedades vistas en el marco de la guerra de Ucrania -y especialmente dada la difusión de drones de todo tipo-, el número de artículos con visiones enfrentadas sobre lo que está sucediendo y su encaje correcto dentro de la evolución del arte militar, se ha multiplicado. Así, en este momento conviven quienes niegan el carácter revolucionario del fenómeno (Calcara et al., 2022), quien se muestra convencido de que lo que sucede marca un antes y un después y nos habla de una “Era de la robótica” (Edwards, 2022), quien asegura sin ambages que estamos ante una nueva “Revolución Militar” (Nagy, 2023) e, incluso, quien va más allá y defiende que es la propia naturaleza de la guerra la que está cambiando (Trofimov, 2023).
Un problema de perspectiva
La razón por la que los debates son tan enconados y han resurgido, después de unos años de cierto olvido, con la guerra de Ucrania, no reside tanto en el innegable carácter revolucionario (en genérico) de lo que allí está sucediendo, como en la falta de perspectiva histórica y de claridad respecto a la evolución del fenómeno guerra.
Seguramente muchos recuerden cómo los titulares de la prensa generalista y muchas de las publicaciones académicas de los años 90, a la luz de la experiencia en la guerra del Golfo y el efecto combinado de las armas de precisión y las comunicaciones por satélite, incidían ya entonces en el término “revolución”. Es algo, en realidad, que sucede no con cada nueva guerra pero, atendiendo a Lawrence Freedman (2019), sí con cierta regularidad.
De una forma u otra, cada vez que algo marca un punto de inflexión, aunque este no implique ni mucho menos cambios profundos, la inmediatez provoca que le otorguemos una importancia mayor de la que tiene en realidad. Todo por esa falta de perspectiva a la que hacemos referencia en el título del epígrafe y que debemos entender como la ausencia de una distancia temporal y de datos suficientes como para establecer las coordenadas históricas de cada periodo y, por triangulación en base a estas referencias, del momento que vivimos.
Apuntes sobre las Revoluciones Militares
Antes de proponer un nuevo esquema temporal que ayude a situar en sus coordenadas correctas lo que estamos viendo en Ucrania, conviene hacer algunos comentarios sobre el concepto de Revolución Militar o, al menos, sobre lo que este es a nuestro entender. Una Revolución Militar es un fenómeno profundo y complejo que va mucho más allá del campo de batalla y de la forma de combatir hasta afectar a las formas de producción, a la percepción que la sociedad tiene del “fenómeno guerra”, a la política o a los valores. En este sentido, serían indisolubles de las ola de cambio -en el sentido que le otorgaban los Toffler- mientras que estas, a su vez, van de la mano de saltos en la capacidad de aprovechar la energía del entorno, en línea con las ideas del astrofísico ruso Nikolái Kardashov, de las que ya hemos hablado.
Dicho esto, es importante entender que las Revoluciones Militares no son compartimentos estancos y que tampoco se caracterizan precisamente por contar con líneas perfectamente definidas. Por el contrario, son procesos plagados de altibajos y e incluso de caminos desandados y vueltos a andar. Por norma general, desde el momento en el que las fuerzas profundas -esto es, las olas de cambio- previas a la consagración de una Revolución Militar han comenzado a manifestarse han hecho falta largos periodos de tiempo hasta que han terminado por alumbrar nuevas formas de luchar o cambios en la relación entre la guerra y la sociedad. Es más, cada vez que una Revolución Militar se ha impuesto, lo ha hecho solo parcialmente, sobreviviendo usos propios de las épocas anteriores, hasta el punto de que sigue siendo posible ver modos tribales o de que, en la guerra de Ucrania, se combinan aspectos de la Revolución Militar en ciernes con otros de la precedente; de ahí que una de sus características sea el resurgir de la guerra industrial (Ruiz, 2022).
A pesar de ello, no puede negarse que las nuevas formas han sido progresivamente más relevantes según ha ido pasando el tiempo ni tampoco que, lejos de suponer de inicio la desaparición de usos propios de Revoluciones Militares anteriores, en muchos casos estos han sido incorporados produciéndose toda suerte de combinaciones mientras el cambio terminaba de consagrarse. Es aquí en donde encajan, a nuestro juicio, lo que algunos han denominado con bastante acierto la “era de la precisión” y toda la suerte de conceptualizaciones relativas a la “guerra mosaico” (Pulido, 2021; 2022), todo lo cual contribuye a explicar además buena parte de lo visto en el campo de batalla.
No obstante lo anterior, nada de esto implica que la llegada de los drones, per se, suponga el inicio de una Revolución Militar. Por el contrario, es la consecuencia, dadas las posibilidades de fabricación y los ritmos de iteración actuales, de una serie de cambios que comenzaron a gestarse a principios del siglo XX y que en conjunto sí constituyen un proceso revolucionario, cuyo elemento central es el aumento exponencial en la capacidad de computación y transmisión de los datos resultantes, de ahí que hablemos de información en términos genéricos, esto es, tanto de la habilidad para recogerla o confeccionarla, como de procesarla y, en última instancia, de hacerla llegar allí a donde es necesario. Es esto último lo que está detrás, en última instancia, del C2 distribuido, del aprovechamiento de los datos recogidos por miles de drones sobre el campo de batalla y de que estos sirvan de multiplicador de fuerzas para una artillería que en lugar de desaparecer está renaciendo del mismo modo que la llegada de las primeras armas de fuego individuales contribuyó al desarrollo de la armadura de placas. Dadas las inercias y la aversión al cambio de muchas organizaciones es comprensible que, una vez comienzan a vislumbrar el cambio, insistan en “estirar” aquellas tecnologías y usos que dominan, antes que lanzarse al vacío de lo desconocido.
Hacia un nuevo paradigma
Dicho lo anterior, vamos a intentar esbozar un bosquejo de esquema que sea lo suficientemente versátil como para dar encaje a los cambios profundos y a los superficiales y lo suficientemente explicativo como para permitir al lector comprender cuál es el elemento clave y los factores coadyuvantes a la hora de delimitar la aparición de cada nueva Revolución Militar. Nuestras proposiciones básicas, que argumentaremos en detalle en este y otros trabajos, son la siguientes:
- Estamos inmersos en la Tercera Revolución Militar, iniciada a partir de 1920 y cuyo elemento central es la mejora en la capacidad de recolección, computación transmisión de los datos resultantes;
- Esta llega para sustituir a una Primera Revolución Militar cuyo elemento central fue el aumento en la capacidad organizativa y cuyos efectos se extendieron durante aproximadamente diez milenios y una Segunda Revolución Militar que tuvo como elemento central la cinética y cuya duración se mide en aproximadamente un milenio.
- La revoluciones militares son indisociables de las grandes “olas de cambio” y se derivan respectivamente de los procesos de: 1) sedentarización, generación de excedentes agrarios y jerarquización de las sociedades; 2) de los incrementos en la capacidad productiva y; 3) del desarrollo exponencial vivido por las ciencias de la computación.
- Cada nueva revolución militar tiene una duración un orden de magnitud menor que la anterior, lo que confirma que el desarrollo tecnológico se ha venido acelerando de forma sostenida a lo largo de la historia.
- Lo anterior se debe al aumento progresivo de la inversión en I+D según las sociedades aumentaban su renta (entendiendo que hay numerosos altibajos históricos por diversas causas).
- Cada revolución militar lleva aparejadas diversas Revoluciones en los Asuntos Militares de menor calado y efecto que obedecen a cambios técnicos, doctrinales u orgánicos limitados y que afectan a la forma de combatir, alterando momentáneamente las relaciones de fuerzas;
- Los debates sobre la “Revolución en los Asuntos Militares de la Información” y los actuales respecto al papel de los drones y la revolución que suponen nacen de una confusión respecto al momento histórico en el que nos encontramos, derivada de la falta de perspectiva.
La Revolución Militar de la Organización
El paso del nomadismo al sedentarismo, el dominio de la agricultura y la ganadería y la subsiguiente generación de excedentes agrarios permitió liberar mano de obra para tareas distintas de la mera supervivencia. Esto, a su vez, implicó la aparición de estructuras políticas y sociales cada vez más complejas, una creciente división de funciones y, en última instancia, el surgimiento de la guerra organizada. Puede considerarse, por tanto, que el elemento central de esta primera Revolución Militar es la mejora en la capacidad de organizar a la sociedad para la guerra o, haciendo una inversión, el plus que el ser una sociedad organizada aportaba a la forma de librar las guerras. Organización que debemos entender en un sentido amplio, como jerarquización de la sociedad; como superación de los instintos de supervivencia individuales en favor del bien del grupo no de forma puntual, sino sistemática; como aparición de castas diferenciadas, siendo una de ellas la militar; como la capacidad de evolucionar con coherencia en el campo de batalla; de combinar diferentes armas; de alcanzar cierta uniformidad; de dotar a las unidades de un entrenamiento común y de las competencias necesarias para realizar movimientos complejos, etc.
Esta revolución, si bien los primeros cambios fueron relativamente rápidos y pueden observarse en la exuberante historia militar de las civilizaciones del Creciente Fértil, vio cómo sus ondas de choque se iban extendiendo a lo largo y ancho de buena parte del mundo durante un periodo que ocupa alrededor de 10.000 años: desde la aparición de los primeros asentamientos neolíticos agrícolas hasta la aparición de la pólvora y, especialmente, su llegada a Europa. Una Revolución Militar que, a su vez, llevó aparejadas distintas Revoluciones en los Asuntos Militares con efectos decisivos a corto plazo, al otorgar una notable ventaja en el campo de batalla a aquellos que desarrollaban o adoptaban las innovaciones clave. Así, desde la introducción del carro de guerra al empleo consciente de las armas combinadas al mezclar caballería, infantería con armas blancas y arqueros o los cambios en la organización que permitieron el paso de la falange hoplítica al orden oblicuo y de ahí a la legión romana, tácticamente más versátil, fueron varios los subperiodos en los que se vivieron -o padecieron- cambios bruscos. Cambios que en algunos casos implicaron la desaparición de sociedades enteras, pero que seguían siendo menores en relación con el tipo de alteración que provocó la aparición de la guerra organizada.
Curiosamente, el canto del cisne de esta Revolución Militar, motivado por la aparición de una nueva derivada del uso de la pólvora, lo encontramos en el desarrollo de las armaduras de placas. Protecciones hechas a medida y con un coste desorbitado, si bien eran propias de la baja Edad Media, llegaron a su apogeo en los siglos XVI y XVII cuando ya su utilidad no era más que marginal. Fueron, por resumirlo en la expresión de Mary Kaldor, el “arsenal barroco” de la época (1986).
La Revolución Militar de la Cinética
Con una duración un orden de magnitud menor que la anterior, la Revolución Militar de la Cinética se inicia entre los siglos VIII y IX gracias a la invención de la pólvora y de sus primeros usos militares, que datan de alrededor del año 1.000 como explica Tonio Andrade (Andrade, 2017). Si bien casi desde el primer momento los chinos fueron conscientes de la clara aplicabilidad en el terreno bélico del nuevo compuesto, un entorno poco proclive frenó durante siglos su desarrollo, que no terminó de germinar hasta que este no llegó a Europa. Una vez aquí, un ecosistema caracterizado por el enfrentamiento constante entre pequeños reinos y, dentro de ellos, entre la nobleza y las fuerzas bajo el control de la corona, se convirtió en el catalizador perfecto, permitiendo un alto ritmo de iteración gracias también a la existencia de numerosos artesanos y, en el plazo de un par de siglos, la aparición de armas de mano plenamente útiles. La gran ventaja respecto a los medios militares propios de la Revolución Militar de la Organización residía en su capacidad de multiplicar el poder destructivo, gracias a una capacidad cinética muchísimo mayor, de ahí su denominación.
No fue un proceso sencillo, ni exento de altibajos. Las tesis de Arther Ferrill (1987) relativas a la escasa diferencia en términos de capacidad combativa del ejército macedónico en tiempos de Alejandro Magno y del napoleónico, son en lo sustancial ciertas. De hecho, tanto las armas individuales como la artillería no conocerían una verdadera explosión en términos de letalidad hasta la aparición de las ánimas rayadas, las balas Minié, la retrocarga o la repetición. Hasta entonces, las diferencias con las formaciones de arqueros o las armas de asedio no eran tantas, aunque cambios como los introducidos por el Gran Capitán, al combinar en una única unidad arcabuceros, mosqueteros y piqueros o más adelante por Gustavo Adolfo permitieron dar un salto cualitativo. Distinta fue la situación en el mar, en donde la posibilidad de incorporar cañones a plataformas estables y capaces de navegar en contra del viento, como eran los galeones, cambió rápidamente la forma de combatir. Volviendo sobre el dominio terrestre, la aparición de la traza italiana contribuyó a estancar los conflictos, suponiendo una más entre las muchas Revoluciones en los Asuntos Militares que junto a las demás que hemos ido enumerando, marcaron la progresión de la Revolución Militar de la Cinética.
En última instancia, el punto culminante se alcanzaría a medida que la industrialización, la demografía, la revolución demográfica y el desarrollo científico permitieron ir más allá de la pólvora hacia el explosivo, tanto orgánico como plástico, hacia los combustibles y la motorización y, como consecuencia, la aparición de vectores que permitían multiplicar el alcance y mejorar la logística entre muchas otras cosas. Todo para llegar al desarrollo del arma atómica, verdadero epítome y éxtasis de la Revolución Militar de la Cinética, en tanto precisamente el 90 por ciento de la energía inicial en un artefacto de fisión se libera en forma de energía cinética. Se alcanzó así un sumun en cuanto a capacidad destructiva al que, ciertamente, no le iba a la zaga la que podía obtenerse por ejemplo por medio de bombardeos masivos con ingenios incendiarios como los empleados sobre Tokio en 1945 en el marco de la Operación Encuentro. Formas de guerra industrial con las que se llegaba a un límite que hace tiempo que hemos superado, aunque todavía sentimos muy cercanos sus efectos.
La Revolución Militar de la Información
Como quiera que sobre la tierra que cubre la tumba de una Revolución Militar arraigan las raíces de las que terminará por brotar una nueva, el mismo desarrollo científico que llevó a inventar los dispositivos nucleares o a perfeccionar la producción en cadena que hizo posible la guerra a escala industrial fue el responsable, precisamente para poder lograr los dos hitos anteriores, de gestar las ciencias de la computación. Nacidas hace más o menos un siglo, en base a las ideas de genios como Alan Turing, las ciencias de la computación han permitido que el género humano multiplique en unas pocas décadas su capacidad de cálculo total, lo que a su vez ha tenido un efecto decisivo en el avance del resto de ramas del conocimiento y en su translación práctica en forma de logros en cuanto a ingeniería. También en todo lo relacionado con la transmisión de datos, pues sin capacidad de cálculo no habría posibilidad de comunicar a distancia los enormes volúmenes de información que hoy en día transmitimos en todo momento. Por supuesto, la criptografía, las comunicaciones militares, el posicionamiento y la navegación, de una forma u otra y tal y como las conocemos hoy, serían imposibles sin haber logrado aumentar la capacidad total de cálculo. Todo lo cual, por cierto, ha tenido un efecto importante sobre las operaciones militares desde el primer momento. Efecto que se ha incrementado con el paso del tiempo, haciéndose evidente en los años 80 y 90 del pasado siglo; de ahí los debates sobre la “Revolución Técnico-Militar” y la “Revolución en los Asuntos Militares”. Curiosamente, una vez más -y no es casualidad-, sería en Occidente en donde esta Revolución Militar encontraría el camino expedito mientras que en aquellos lugares en los que podría haberse dado incluso con anterioridad, como la Unión Soviética, encontró todo tipo de impedimentos políticos[3].
Como quiera que estos procesos son siempre dinámicos y, como hemos explicado, acumulativos, lo que en principio servía apenas como multiplicador de fuerzas para ejércitos propios de la Revolución Militar de la Cinética, caso de las mejoras en cuanto a comunicaciones, fue pronto complementado por otros elementos; la confluencia de varios de ellos haría posible la llegada de los misiles de crucero, las comunicaciones por satélite, las mejoras en Mando y Control o incluso el diseño furtivo de aparatos como el F-117 dado a conocer precisamente en esos años, e imposible sin disponer de una notable capacidad de cálculo. Como ocurriera entre los siglos X y XV, aunque en esta ocasión en un plazo de apenas unas décadas, elementos de revoluciones sucesivas se entremezclaban generando soluciones tan prometedoras como confusas, pero todavía lejos en algunos casos de manifestar todo el potencial que la revolución más reciente traía consigo. Se entienden así mejor los debates de finales del pasado siglo y comienzos del presente y, también, nuestra insistencia en hablar de falta de perspectiva.
Por si el escenario no plantease suficientes retos, hay otro proceso en marcha que está íntimamente ligado a las posibilidades que ofrecen la mayor capacidad de recolección de información, cómputo y transmisión de datos: el aumento en el número de dominios. Si en tiempos de la primera revolución militar existían apenas el terrestre y el marítimo -ofreciendo posibilidades como la guerra anfibia- y en la segunda asistimos a la colonización del aire y, cada vez más, del espacio, ahora hemos de tener en cuenta la existencia de un quinto dominio cibernético que además de constituir un espacio para el combate en sí mismo, es transversal al resto de dominios. Téngase en cuenta, además, que por puras matemáticas, el número de permutaciones posibles entre dominios, cuando se añade uno más, crece enormemente, complicando tanto la prospectiva, como la elaboración de nuevas doctrinas y, por supuesto, cualquier decisión relativa a las adquisiciones.
Extraños amantes
En varias ocasiones ya hemos hecho referencia a cómo con cada nueva revolución militar algunas de las características y claves de las anteriores, lejos de desaparecer, son asimiladas, alumbrando formas de luchar en ocasiones inesperadas y, en otras, no tanto. La Revolución Militar de la Cinética habría sido imposible sin las mejoras organizativas de su predecesora, que incorporó plenamente e incluso siguió desarrollando hasta llegar a su máximo esplendor con la producción en masa y la guerra industrial.
Lo que tenemos ahora en la conjugación de tres elementos, dos de ellos supervivientes de las revoluciones anteriores: 1) una creciente capacidad de cómputo y transmisión de datos que a su vez ha maximizado las; 2) posibilidades en cuanto a organización, tan desarrolladas que permiten incluso la producción en masa distribuida y con una gran capacidad de adaptación para satisfacer las exigencias propias de altos ritmos de iteración y; 3) un gran aumento de la letalidad basado no en la masa, sino en la precisión que permiten no solo los sistemas de guiado, sino el conocimiento en tiempo real de prácticamente todo lo que ocurre en el campo de batalla y la posibilidad de enviar la información adecuada allí a donde se necesita. El producto de esta relación es lo que autores como Pulido han denominado la “era de la precisión” (Pulido, 2022), sobre la que conviene repasar la forma en que ha evolucionado en estos años, antes de pasar al siguiente epígrafe.
Si atendemos a los debates de las décadas previas sobre si se estaba o no produciendo una Revolución en los Asuntos Militares, nos encontramos en todos los casos e indefectiblemente con dos elementos: las municiones guiadas y los misiles. Las primeras, recurriendo por ejemplo a kits JDAM, permitían utilizar una plataforma versátil, como los cazabombarderos, para golpear a largas distancias sobre uno o varios objetivos y con una garantía de acierto casi absoluta. Se evitaba así la necesidad, propia de la guerra industrial, de tener que lanzar toneladas y toneladas de bombas “tontas” esperando que un porcentaje de ellas hiciese blanco. Algo que, por cierto, todavía se pudo ver en la guerra del Golfo de 1991, lo que ayuda a explicar la falta de perspectiva de los autores de época. Los segundos, incorporaban la cabeza de guerra a un vector dotado de sistemas de comunicaciones y guiado que les permitían llevar su carga bélica hasta el punto deseado con una efectividad muy alta y alcances dependiendo del modelo de decenas, cientos o incluso miles de kilómetros. Obviamente hablamos de forma muy genérica, pues a efectos de lo que queremos explicar, nos es indiferente si se trata de misiles tierra-tierra, tierra-aire, navales o del tipo que queramos. Lo que es relevante es que alteraron hasta cierto punto la relación de costes entre ataque y defensa, obligando a desarrollar soluciones costosas como los sistemas AEGIS con sus interceptores asociados y, según iban aumentando en número, a introducir cambios doctrinales como la Letalidad Distribuida (Villanueva, 2018) para bregar con la posibilidad, siempre presente, de la saturación. Al fin y al cabo, era y es mucho más rentable producir misiles en masa que un número adecuado de buques de guerra con sus servidumbres. Este es un proceso todavía en marcha, pero que, en parte, se ha visto oscurecido por lo ocurrido en Ucrania.
Pasados los años, este tipo de armas y sistemas se han probado desde sistemas aéreos no tripulados, con un resultado aceptable, avanzando así en la Revolución Militar de la Información. De hecho, es algo que hemos podido ver no solo en Iraq o Afganistán, sino en Libia, Siria o Nagorno-Karabaj. Sin embargo, la profusión de sistemas antiaéreos integrados y, en general, de redes A2/AD, que se aprovechan de los mismos principios, han dificultado su uso al contribuir a igualar las relaciones de costes entre ataque y defensa.
La Revolución en los Asuntos Militares de la Robótica
Ha sido la guerra de Ucrania la que ha permitido que nos encontremos frente a frente con la primera Revolución en los Asuntos Militares claramente identificable de las varias que llegarán de la mano de la Revolución Militar de la Información: la protagonizada por los drones, con especial protagonismo de los aéreos.
Los sistemas aéreos no tripulados (UAS)[4], más comúnmente conocidos como drones, no constituyen novedad alguna en el campo de batalla, toda vez que se vienen utilizando desde hace varias décadas. Su impulso definitivo, no obstante, llegó a raíz del proceso de Transformación acometido por los Estados Unidos a consecuencia de su participación en las guerras de Afganistán (2001) e Irak (2003), periodo en el que el número de unidades en servicio creció de forma casi exponencial, a la vez que se multiplicaban las tipologías. No en vano, y únicamente en 2005, las fuerzas armadas de este país pasaron de emplear alrededor de 150 UAS y UGV[5] de distinto tipo sobre el terreno, a poner en servicio más de 5.000. Apenas un par de lustros después, esta cantidad se había más que doblado, abundando en una tendencia que en el caso de la guerra de Ucrania ha llevado a ambos bandos utilizar decenas de miles de UAS (Keane, 2023), siendo mayor problema la disponibilidad de pilotos capaces de operarlos, que de aparatos.
Más allá del incremento en el número, es reseñable que este se haya dado incluso sin una gran inversión, pues el coste de los sistemas se ha reducido sobremanera gracias al empleo de componentes COTS[6], acercándose a una síntesis perfecta entre los tres elementos que citábamos en el epígrafe anterior. Por poner un ejemplo, a pesar de las cifras que hemos ofrecido más arriba, el Gobierno de Ucrania calcula que destinará a la adquisición de UAS de todo tipo alrededor de 550 millones de dólares en 2023 (Hunder, 2023). Por comparar, el coste de un solo MQ-9 Reaper puede ascender a más de 17 millones de euros, a los que habría que sumar recambios, la estación de control en tierra y muchos otros conceptos (US Department of Defense, 2019). Además, los plazos de entrenamiento de los pilotos -que pueden ser varios meses en el caso de los drones clase II y clase III[7]– se han acortado ostensiblemente cuando nos referimos exclusivamente a los de clase I, siendo en muchos casos de apenas una semana, lo que permite formar a los operadores en masa (Myre, 2023). Por supuesto, el altísimo ritmo de iteración que ha caracterizado esta guerra desde el mismo momento de la invasión por parte de Rusia ha permitido tanto evolucionar los aparatos en sí, como desarrollar nuevas tácticas, técnicas y procedimientos mediante los cuales sacar partido a los UAS, sean de reconocimiento o de ataque.
En relación con lo anterior, es posible incluso dividir lo que llevamos de guerra en varios periodos claramente diferenciables, en función del tipo de UAS empleados y también de la forma de uso dada a los mismos. De esta forma, en un primer momento buena parte del protagonismo lo coparon sistemas como los archiconocidos Bayraktar TB-2 -utilizados con cierto éxito en misiones de ataque buscando reeditar lo visto en Nagorno-Karabaj (Kallenborn, 2022). También los cuadricópteros comerciales, especialmente los producidos por la empresa china DJI, a los que se recurría como solución de fortuna para tareas de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR) (Frąckiewicz, 2023). Estos últimos hicieron posible un grado de sensorización del campo de batalla que, junto a la llegada de armamento contracarro moderno donado a Ucrania por Occidente y el mantenimiento de la capacidad de Mando y Control (C2) gracias al uso de la red Starlink fueron tres de los elementos clave de la exitosa defensa ucraniana (Pulido, 2022).
Una segunda fase daría comienzo con el empleo de cuadricópteros COTS armados, en un primer momento con simples granadas de mano y, posteriormente, con granadas de mortero, en todos los casos de caída libre. El enorme éxito cosechado, que venía acompañado de mejoras en los sistemas de puntería, pero también en la resiliencia de los enlaces de datos para hacer frente al incremento de sistemas C-UAS softkill[8] portátiles en el campo de batalla, contribuyó a transformar la guerra de Ucrania en una guerra de posiciones, siendo un factor importante de desgaste diario para ambos ejércitos; especialmente desde que culminara la ofensiva ucraniana que llevó a expulsar a Rusia de Járkov y de la orilla occidental del Dniéper. Por supuesto, lo aquí expuesto no es más que un resumen muy escueto de lo ocurrido. Precisamente por el ritmo de iteración al que hacíamos referencia, en el plazo de unos pocos meses asistimos a cambios notables en la configuración de los drones comerciales letalizados, que si bien no afectaban al diseño básico -la plataforma estándar siguen siendo los cuadricópteros-, sí que se dejaban notar en la evolución vivida por cada componente o en las TTPs (Chulilla, 2023).
Como quiera que incluso estos sistemas, especialmente los que eran privativos de empresas como DJI, ofrecían vulnerabilidades ante los sistemas C-UAS y tenían dificultades para operar en ambientes EW[9] demasiado cargados, pronto los anteriores fueron complementados por drones FPV[10], cada vez más comunes por su sencillez, maniobrabilidad y gran relación coste/eficacia. Explicados de forma muy sencilla, los drones FPV son sistemas derivados de los utilizados en competición (carreras) y en los que su operador recurre a gafas de realidad virtual que enlazan con la cámara integrada en la plataforma y permiten un manejo mucho más preciso y ágil del aparato. La gran ventaja que ofrecen es, en este sentido, el poder acometer maniobras a velocidades y en ángulos que serían imposibles para otros UAS. También la facilidad en su manejo, sumamente intuitivo. Así las cosas, si bien tienen limitaciones por ejemplo en cuanto a la capacidad de carga y a la autonomía, siendo el armamento estándar granadas como las empleadas por los RPG-7 prescindiendo del cohete impulsor, son suficientes para dejar fuera de combate muchos de los subsistemas a bordo de un blindado o carro de combate, por no hablar del efecto sobre otros sistemas, como pueden ser radares basados en tierra u obuses.
En resumen, hemos pasado de utilizar un número limitado de plataformas de ataque relativamente caras y complejas, como los citados Bayraktar TB-2, a la generalización de los drones comerciales letalizados, fabricados en masa y, además, actuando en grupos, con los atacantes evolucionando sobre su objetivo con el apoyo de otros aparatos para tareas ISR y de coordinación. Se suman así a un tiempo los efectos de los avances en robótica y transmisión de la información con las principales tendencias de las dos revoluciones anteriores. Es aquí en donde comienzan los verdaderos problemas.
Réquiem por el arsenal barroco
A principios de los años 80, la académica británica Mary Kaldor publicó una obra a la que ha hemos hecho ya referencia: “El arsenal barroco”. Una pequeña joya en la que se criticaba el empeño de la industria de defensa a diseñar y producir sistemas de armas cada vez más complejos y “recargados”, de ahí la referencia a este periodo histórico. En realidad, aunque Kaldor advirtiera entonces sobre ciertas tendencias, lejos de revertirse siguieron adelante, con más fuerza si cabe. El epítome lo encontramos en los carros de combate presentados en las últimas ediciones de Eurosatory, en los buques de guerra polivalentes como nuestras futuras fragatas F-110 o en los cazabombarderos multirole. Todos ellos son ejemplos de plataformas a las que se han ido añadiendo más y más funciones -y por lo tanto subsistemas-, hasta resultar en sistemas de armas de arquitecturas imposibles. Herramientas poderosas, sí, pero también difíciles de manejar y mantener (López, 2021) y, lo que es peor, objetivos enormemente rentables para cualquier atacante, pues su coste -y por derivación, escasez- justifican concentrar esfuerzos sobre ellos. Los intentos de abaratar las inversiones en cuanto a operación y sostenibilidad, llevados a cabo mediante herramientas de mantenimiento predictivo o reduciendo las tripulaciones al mínimo se han demostrado insuficientes y en ningún caso han conseguido que las gráficas de costes se distancien demasiado de las previsiones de Norman R. Augustine (1983).
Por si esto no fuese suficiente, en paralelo hemos ido viendo cómo la democratización de ciertas tecnologías comenzaba a favorecer a la lanza frente al escudo. Esta es una idea un tanto contraintuitiva, pues que los sistemas atacantes dispongan de cierta ventaja parece implicar que el atacante disponga a su vez de ventaja sobre el defensor. Sin embargo, la realidad sobre el terreno es más compleja. Es el defensor quien aprovechando la sensorización del campo de batalla y la disponibilidad de un gran número de armas baratas, ligeras y precisas obtiene una ventaja frente a las costosas plataformas blindadas y acorazadas del atacante, que no pueden moverse libremente por el terreno sin ser descubiertas y batidas por artillería, drones o incluso minas controladas a distancia. Este es, ni más, ni menos, el muro contra el que chocaron las columnas blindadas y acorazadas rusas en los primeros meses tras la invasión. Muro que tuvo forma en un primer momento de armas contracarro avanzadas como los Javelin y NLAW, así como de sistemas MANPAD[11] en el caso de los aviones en misiones CAS y los helicópteros de combate, pero que, cada vez, ha ido tomando la forma de drones letalizados. Así las cosas, durante cada uno de los miles de enfrentamientos a pequeña escala que han tenido lugar en la guerra (a nivel incluso sub-táctico), los drones comerciales letalizados o las armas contracarro se han ido imponiendo, a lo que se suma que los drones de reconocimiento han permitido a la artillería batir en minutos a las tropas enemigas en movimiento, una vez este se iniciaba. Como consecuencia, en un primer momento se frenó la invasión rusa, a través de varios ejes que buscaban una progresión en profundidad, pero una vez se ha llegado a un frente amplio, lo que encontramos es estancamiento y guerra de desgaste; una situación análoga a la de la Primera Guerra Mundial (Rose, 2023).
El problema aquí no es que los carros de combate, los aviones o las fragatas, hayan dejado de ser útiles. Más bien que deben acometer cambios, como el paso a las plataformas autónomas (aunque no sólo). Si nos fijamos en propuestas como el EMBT de la franco-germana KDNS (s. f.), lo que tenemos es una reedición de lo ocurrido con los acorazados entre 1939 y 1945. Pensémoslo: sobre un chasis ya conocido y probado se ha añadido una estación RCWS[12] con un cañón de 30mm según el fabricante capaz de derribar ciertos tipos de UAS utilizando munición airburst, un periscopio armado con una ametralladora de 7,62mm para el comandante, un sistema de protección activa Trophy, la posibilidad de utilizar drones y la intención de aumentar el calibre del cañón en el futuro, llevándolo de los 120mm actuales hasta los 130 o incluso 140mm. Todo ello a sumar a las nuevas ópticas para el tirador, el detector acústico, el nuevo sistema de conciencia situacional y la compleja electrónica necesaria para gestionar e integrar cada subsistema y al propio carro con el resto de su unidad a través del BMS[13] (Belmonte, 2022). Esto nos lleva a que el coste de cada uno de estos sistemas de armas sea desmesurado[14], desapareciendo de paso cualquier tipo de lógica en términos de coste/efectividad.
Como decíamos, los modernos carros de combate (sustitúyase por el sistema de armas que se desee) son el equivalente a los acorazados en la Segunda Guerra Mundial. Los buques de guerra mejor protegidos, armados y… desfasados de su tiempo. De hecho, no sobrevivieron al conflicto, pues otra plataforma que era capaz de distribuir sus capacidades de observación, reconocimiento o ataque entre múltiples elementos -el portaaviones y su ala aérea embarcada-, se impuso. Es un punto interesante, pues en realidad los portaaviones son plataformas más complejas si cabe, ocupan a más personal y además necesitan escolta, con lo que el conjunto termina por ser todavía más costoso de operar y mantener. Algo que, de hecho, debe hacernos olvidar la idea de que sistemas más baratos en términos individuales impliquen reducción de costes en términos globales, así como que sistemas más sencillos no supongan, gracias a que se integran en un «sistema de sistemas», un todo más complejo y difícil de gestionar y diseñar.
Volviendo sobre los acorazados, obviamente, en casos puntuales siguieron jugando un papel, de hecho, el famoso USS “Missouri”, de la clase Iowa, no fue retirado del servicio hasta después de la guerra del Golfo, casi medio siglo más tarde. Ahora bien, esto no tiene nada de extraño, pues a lo largo de la historia ha sido habitual que armas y doctrinas convivan durante un tiempo incluso habiendo sido superadas algunas de ellas, como hemos visto. Incluso mucho tiempo después siguen existiendo nichos de empleo, lo que no quiere decir que sean nada más que eso: nichos.
Por otra parte, más allá de la inadecuación que presentan algunos sistemas de armas, está el tema de que dicha complejidad va asociada a inercias y largos ciclos de desarrollo y entrada en servicio, una herencia propia de un periodo en el que se estaba descendiendo lentamente desde la cima de la curva de innovación, mientras se sufría el efecto de los rendimientos decrecientes.
Un futuro cierto
Si algo ha confirmado la guerra de Ucrania, más allá de que nos encontramos inmersos en una Revolución en los Asuntos Militares protagonizada por los sistemas autónomos, es que los ritmos de iteración -entendidos como la práctica repetitiva de elaborar, refinar y mejorar un proyecto, producto o iniciativa- son cada vez más altos y no es previsible que se reduzcan demasiado incluso una vez finalizada la fase militar de este conflicto. Es decir, que una vez el pico de inversión disminuya, pueden volver a alargarse, pero en ningún caso lo harán en la medida en que lo eran antes, pues estamos en la ladera ascendente de una curva nueva.
Además, hay razones de peso para pensar que el ritmo de avance técnico y acortamiento en los ciclos de desarrollo no va a decaer salvo catástrofe, más bien al contrario. Todo, desde la inversión creciente en I+D al empleo intensivo de la inteligencia artificial como apoyo al elemento humano en todos los ámbitos o las mejoras en la capacidad global de cálculo -que llevan aparejadas enormes consumos energéticos en línea con lo propuesto por Kardashev, apunta en esa dirección. De hecho, si volvemos sobre lo explicado a propósito de las revoluciones militares y cómo estas a cada vez se acortaban en un orden de magnitud -algo que es extrapolable a las olas de cambio generales-, todo apunta a que se alcanzará la singularidad tecnológica en algún momento de este siglo.
La consecuencias para los ministerios de defensa de todo el mundo son dramáticas. A cortísimo plazo, por ejemplo, la difusión de los drones comerciales letalizados podría poner en jaque la seguridad interior de algunos estados (y las únicas medidas posibles, con la tecnología actual y previsible en los próximos tres a cinco años son de mera mitigación), además de una parte de su influencia internacional. Y es que ningún gobierno europeo parece preparado para asumir las consecuencias de un hipotético ataque que podría causar decenas de bajas en cuestión de minutos. De hecho, por menos se retiraron en su día los estadounidenses de Somalia. Imaginemos si el ataque no es contra las fuerzas terrestres, sino contra un avión de transporte militar enviado para evacuar civiles en el marco de una operación NEO[15]. Planteamos un escenario dramático, cierto, pero es que ya hemos visto cómo se llevaban ataques con drones FPV similares a los empleados en Ucrania en un destino tan lejano como Sudán (Alerta News 2023) o drones letalizados eran utilizados por cárteles mexicanos para atacar policías (Krupskaia, 2021).
En todo lo relativo a escenarios futuros, entornos operativos y planeamiento de las adquisiciones, el proceso de cambio acelerado que hemos descrito, dificultará sobremanera hacer las elecciones correctas. Máxime cuando lo que se tiene es una política industrial de defensa y no una política de defensa. Será muy difícil, salvo que a la fuerza ahorquen, que ningún Gobierno tome decisiones draconianas, frenando programas de los que dependen miles de empleos y el futuro de empresas con una gran influencia, para reasignar de forma radical las prioridades de gasto. En este sentido, el éxito no lo alcanzará aquel país que tome las medidas más arriesgadas, sino aquel que logre un equilibrio más aceptable entre las tecnologías y materiales a mantener (legacy) y aquellas a desarrollar, incluso si esto supone decisiones tan “ilógicas” como reabrir las líneas de producción de los M113 en lugar de embarcarse en el diseño y producción de blindados con un coste de adquisición varias veces superior. Sea como fuere, las empresas tendrán que ofrecer productos que puedan implementar mejoras en un marco de ritmos de iteración altos. Además, el conjunto de la industria, las administraciones y las sociedades que las respaldan deberán adoptar cambios en su mentalidad, divinizando la innovación y favoreciendo la actividad de las empresas emergentes incluso a fondo perdido, así como a las empresas verdaderamente proteicas, esto es, aquellas capaces de adaptarse rápidamente a nuevos escenarios y necesidades productivas (Villanueva-López, 2020a).
Tendremos, pues, que ser exquisitos a la hora de elegir las apuestas en las que nos embarcamos, haciendo una mejor prospectiva, entendiendo el momento exacto en el que nos encontramos e identificando correctamente cuáles son los sectores cruciales a los que hay que dedicar la mayor parte de los recursos, desde la computación cuántica a la inteligencia artificial, de la ciberdefensa a la robótica -con especial acento a corto plazo en el diseño y producción de drones de ataque y sistemas C-UAS- y de la guerra submarina a las armas de largo alcance. Todo, siempre, con especial atención a ese dominio transversal que es, en última instancia, en el que se ejercerá cada vez más la disuasión y, si esta falla, el resultado de los enfrentamientos. Guerras que, lejos de ser puramente digitales, seguirán teniendo un fuerte componente cinético y consecuencias para las sociedades que las libran. Al fin y al cabo, la esencia de la guerra no cambiará, como tampoco cambiará el objetivo de toda fuerza armada, que pasa como explicase Clausewitz por eliminar la voluntad de combate del rival. Esto, en un mundo en el que desde las decisiones a la producción o el despliegue de las unidades tienden a distribuirse en el espacio, seguramente implique más y no menos ataques en la retaguardia.
Un futuro incierto
Una de las consecuencias lógicas, que se derivarían del esquema propuesto, pasa por el hecho de que en apenas unos 10-15 años la actual Revolución Militar de la Información se habrá «agotado», generando otra nueva. Esta, salvo error, estará protagonizada por la Inteligencia Artificial, consecuencia de los aumentos en la capacidad de cómputo y, quizá -solo quizá- de la llegada de la tan esperada «singularidad».
No se trata de aterrorizar a los lectores fijando futuros apocalípticos, pero uno de los elementos cardinales de esa futura revolución será la deshumanización, en el sentido de que se completará un proceso por el cual, cada vez más, las máquinas -no necesariamente físicas-, serán las que tomen decisiones importantes y las que carguen, en el caso de la guerra, con el peso de los combates (sin que esto implique que no vaya a haber consecuencias sobre los humanos).
La razón por la que no nos hemos metido en ello, es porque todavía es mucho lo que tenemos que estudiar e investigar acerca del funcionamiento de la IA, sus implicaciones, etcétera. No obstante, como recomendación, diremos que hay dos formas de sortear un temporal: correrlo o capearlo. En el caso de los ministerios de Defensa, deberán poner muchos recursos en correr ese temporal, invirtiendo en los apartados que ya hemos expuesto y aprovechando las oportunidades que se generen a su paso, pero siempre sin descuidar la actual Revolución en los Asuntos Militares de la Robótica, que es un riesgo inmediato y tangible.
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Notas
- No es cuestión baladí cuando nos referimos a lo militar. En este sentido, son interesantes las críticas de Andrei Martyanov a la práctica de utilizar los paralelismos históricos de cara a extraer lecciones válidas para conflictos futuros. Ver (Martyanov, 2019). De hecho, atendiendo a la obra de Lawrence Freedman (2019), podría concluirse que una de las razones por la que los militares -y civiles- fracasan una y otra vez a la hora de predecir la forma de las futuras guerras, reside en la costumbre de basarse en el estudio de las anteriores. ↑
- En 1964 Nikolái Kardashev (o Kardashov) planteó un método para calcular el grado de desarrollo tecnológico de una civilización, basándose en su capacidad de aprovechar la energía de su entorno. De esta forma, hizo una clasificación con tres niveles, siendo el primero el de aquellas civilizaciones capaces de utilizar el total de la energía de su planeta, punto al que la especie humana todavía no ha llegado. ↑
- La profesora de economía Vera Zamagni explica, en la introducción de su obra “Una historia económica: Europa de la Edad Media a la crisis del Euro” (2016) cómo “la revolución industrial, con la que comienza la transformación económica y social del mundo, no podía nacer más que en Europa, donde se había consolidado una concepción del ser humano de origen cristiano que, al tiempo que exaltaba la libertad, limitaba el poder sobre los demás humanos a través del ejercicio de la justicia y la fraternidad. Efectivamente, una concepción como esta es la única que deja el campo libre para que se ponga de manifiesto la competencia, el resorte del progreso: el ser humano debe ser libre para expresar su creatividad y su talento, pero nunca para alcanzar posiciones de poder absoluto que anulen la libertad de los demás seres humanos”. Es una buena forma de señalar uno de los problemas básicos de dictaduras como la soviética, que comenzaron a trabajar en una red parecida a lo que después sería en los Estados Unidos ARPANET -origen del actual Internet- y que, por el miedo a que hiciese perder al aparato del partido el control de la información, terminaron por negarle la financiación en 1970. ↑
- Del inglés Unmanned Aerial System. Un término aprobado internacionalmente que se refiere al equipo operativo completo, es decir, la aeronave, la estación de control y el enlace de datos inalámbrico. ↑
- Del inglés Unmanned Ground Vehicle o vehículo terrestre no tripulado. ↑
- Del inglés Commercial Off-The-Shelf o componente comercial salido del estante, en referencia a los productos que pueden ser adquiridos en el mercado comercial sin restricciones de ningún tipo (Villanueva, 2023). ↑
- El Ministerio de Defensa de España divide los UAS (en puridad utilizan el término RPAS o Remotely Piloted Air System) en tres clases, cada una de ellas con una o varias categorías. La Clase I (< 150kg) incluye las categorías “micro”, “mini” y “small”. La Clase II (>150 kg < 600 kg), por su parte, está conformada por la categoría “Táctico”. La Clase III (> 600kg) se compone de las categorías “MALE”, “HALE” y “Ataque/Combate” (Ministerio de Defensa, 2005). ↑
- Hay que distinguir entre los sistemas C-UAS softkill, esto es, aquellos que se basan en medios no cinéticos para contrarrestar la amenaza como los destinados a perturbar la señal de navegación, y los hardkill, que recurren a medios cinéticos como pueden ser disparos en el caso de cañones antiaéreos, drones anti-drone o incluso armas de pequeño calibre y granadas de 40mm. ↑
- Del inglés Electronic [también Electromagnetic] Warfare o guerra electrónica. ↑
- Del inglés First Person View o vista en primera persona. ↑
- Del inglés Man-portable air-defense system o sistema de defensa antiaérea portátil. ↑
- Del inglés Remote Controlled Weapon System o sistema de armas controlado remotamente. ↑
- Del inglés Battlefield Management System o sistema de gestión del campo de batalla. ↑
- Alemania abonará por cada nuevo Leopard 2A8 alrededor de 18 millones de euros. ↑
- Non-Combatant Evacuation Operation u Operación de evacuación de no combatientes. ↑
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