La ofensiva de Járkov ha permitido a las Fuerzas Armadas ucranianas recuperar más de 8.000 kilómetros cuadrados de territorio en un plazo de apenas una semana, lo que equivale aproximadamente el 8 por cierto del terreno que Rusia había tomado desde 2014. Lo más significativo de esta victoria operacional no es sin embargo la ominosa retirada a la que han forzado al Ejército ruso, sino la forma en que se han llevado a cabo el planeamiento, la acumulación y la campaña de desinformación que la han precedido. Todo de forma que no despertara las sospechas de una Rusia centrada en la amenaza sobre Jersón y Zaporiyia, mientras Ucrania caía con apenas unos miles de hombres sobre un objetivo de oportunidad.
El pasado día 6 de septiembre, comenzaban a llegar noticias sobre avances ucranianos en la región de Járkov, concretamente en dirección a Izium y Kupiansk, aunque era pronto para saber cuáles eran las intenciones del Estado Mayor de las AFU (Fuerzas Armadas de Ucrania). Además, desde semanas atrás, toda la atención de los analistas estaba puesta en el sur del país, en las regiones de Jersón y Zaporiyia, en tanto precisamente las AFU estaban empeñadas en una ofensiva que aunque relativamente estancada, había logrado algunos hitos interesantes tanto en dirección a la ciudad de Jersón, como en la zona de Davydiv Brid y al este del despliegue ruso al norte del río Dniéper.
Es precisamente la ofensiva ucraniana del sur la que ha permitido que la operación ucraniana más lucrativa hasta el momento -la de Járkov-, pasara desapercibida o, dependiendo de cómo lo veamos, tuviese lugar-. No obstante, conviene remontarnos unos meses atrás para entender cómo han procedido las AFU y el Gobierno ucraniano, implementando una intensa y convincente campaña de desinformación. Gracias a ella, las Fuerzas Armadas Rusas (RuAF), que llevan padeciendo problemas de escasez de personal desde los primeros compases de la invasión, se vieron impelidas a vaciar de unidades la región de Járkov y parte de la de Lugansk, trasladando estos efectivos al sur.
Una vez detectado por parte ucraniana –con ayuda de la OTAN, que sin duda ha ido suministrando a Kiev el Orden de Batalla Electrónico (EORBAT) ruso actualizado así como otras informaciones importantes- el vacío dejado por Rusia al norte, la oportunidad estaba servida para las AFU. No quedaba más que confirmar sobre el terreno mediante incursiones de unidades de Operaciones Especiales (SOF) que efectivamente no había apenas tropas rusas controlando una gran extensión de territorio al sur de la frontera norte de Járkov y al este y norte de los ríos Oskil y Donets respectivamente. Cuando los primeros informes positivos comenzaron a llegar al Estado Mayor ucraniano, se dio luz verde a la ofensiva de Járkov que, dado su éxito operacional -y estratégico si únicamente nos ceñimos al plano propagandístico y moral-, marca el pistoletazo de salida de una nueva fase de la guerra y confirma que Ucrania ha ganado la iniciativa después de más de seis meses en poder de Rusia.
Formación de nuevas tropas y recepción de material
Desde el inicio de la guerra, Ucrania ha estado recibiendo asistencia en forma de inteligencia, de formación de personal y de una ingente cantidad de material bélico que va desde armas ligeras a recambios y de carros de combate u obuses a munición. Ahora bien, el tipo de ayuda proporcionada por los socios europeos y norteamericanos de Ucrania ha ido variando con el paso del tiempo de forma significativa, tanto por las diferentes necesidades de Kiev -aunque la «lista de deseos» se elaboró muy al principio de la guerra y pensando en el largo plazo-, como por las dificultades a la hora de suministrar determinados equipos y la situación de los stocks europeos.
En un primer momento, cuando ya se había generado un clima pre-bélico con la acumulación de tropas rusas en torno a las fronteras ucranianas, tanto los Estados Unidos como el Reino Unido, aunque también otros estados, enviaron un gran número de misiles contracarro (ATGM) y de lanzagranadas, así como de misiles antiaéreos portátiles (MANPADs) a Ucrania. Se buscaba en la medida de lo posible la disuasión por negación, haciendo saber a Rusia que debería pagar un importante peaje en vidas y equipos en el caso de agredir al país. Por supuesto, estas medidas no resultaron efectivas por las razones que explicamos en su día. Sin embargo, una vez iniciada la invasión, se demostraron mucho más eficaces de lo que cabía pronosticar, confirmando en parte que las ideas sobre Guerra Mosaico esbozadas por la agencia estadounidense DARPA eran correctas.
Después de las primeras semanas de guerra, se demostró que la combinación de este tipo de armas y de las capacidades de observación de los drones, junto con la habilidad táctica ucraniana basada en la movilidad y el mejor conocimiento del terreno, además de la ayuda de la OTAN en forma de información de inteligencia, habían sido suficientes para frustrar los planes de Moscú. Estos consistían en un primer momento en la decapitación del Gobierno de Zelensky y el control de las instituciones y puntos clave de Ucrania de forma parecida a lo hecho en Afganistán con la operación «Tormenta 333». Fracasado el intento, optaron por intentar una invasión que fue rechazada, pasando el Kremlin primero a una estrategia de “imposición de costes” -bombardeando las ciudades ucranianas- y hacia mediados de marzo a rebajar sus objetivos estratégicos. Esto último se consumó en abril con la retirada de Kiev y Sumy, bajo la excusa de seguir con su plan original consistente en “liberar” el conjunto del Donbás una vez “desmilitarizada” Ucrania.
La guerra estaba lejos de terminar. Después de haberse equivocado dramáticamente al no prever la invasión y no movilizar a la población, el Gobierno de Zelensky optó por todo lo contrario, comenzando una campaña diplomática y mediática destinada a convencer especialmente a las potencias europeas, de que se podía derrotar a Rusia militarmente -lo que no obsta para que en determinados momentos, estuviesen dispuestos a hacer importantes concesiones a Rusia en unas negociaciones que poco a poco se fueron torciendo-. Claro está, Ucrania debía demostrar sobre el campo de batalla que lo visto hasta entonces no era un espejismo y que enviar ayuda militar y financiera no era en balde, algo que terminó de comprobarse a mediados de abril, cuando los ucranianos fueron capaces de frenar un nuevo avance ruso en el saliente de Izium. Estas fueron, quizá, las fechas cruciales de la guerra, pues Kiev logró el compromiso de sus aliados, sin el cual tendría que haberse avenido a negociar.
El 26 de abril, se celebró la primera reunión de la Conferencia de Ramstein, en la que además de coordinar entre los aliados la ayuda a Ucrania con el liderazgo de los Estados Unidos, sin duda exigieron a Zelensky una serie de hitos que no solo tenían que ver con el desempeño en el campo de batalla, sino también con la corrupción. Con esto nos referimos a que Ucrania debía ofrecer unas mínimas garantías de trazabilidad del material enviado, especialmente del pesado.
Hacia el día 77 de guerra, es decir, hacia el 11 de mayo, ya parecía evidente que Rusia que había abandonado sucesivamente sus planes de rodear el conjunto de la JFO y posteriormente de embolsar Sloviansk y Kramatorsk, había pasado a centrarse en Severodonetsk y Lysychansk, más asequibles y con ejes de ataque procedentes desde puntos con rutas logísticas seguras. Una vez más, al intentar una penetración en profundidad, había dejado largos flancos expuestos a los ataques ucranianos, lo que a la postre terminó por condenar su esfuerzo.
Por entonces, la Administración Biden comenzó también a hablar de un sustancioso aumento de la ayuda militar que podría llegar a alcanzar los 40.000 millones de dólares y que aseguraría la continuación de las operaciones durante meses. Además, Suecia y Finlandia presentaron por esas fechas su solicitud de entrada en la OTAN. La guerra de Ucrania se había convertido definitivamente en una guerra proxy, aunque quedaban todavía muchos flecos por solucionar para hacer que la ayuda prometida no solo llegase, sino que pudiese ser aprovechada con eficacia por parte ucraniana.
Es seguro que antes de que los Estados Unidos pudiesen aprobar el fondo multimillonario de asistencia a Ucrania, se tenía muy claro en el Pentágono -en constante comunicación con Kiev- cuáles eran las necesidades de las Fuerzas Armadas ucranianas. Sin embargo no fue un camino de rosas coordinar a todos los aliados, algunos de ellos muy renuentes a enviar a reducir sus propios stocks todavía más (Alemania), mientras que otros presionaban para que la ayuda fuese mucho mayor (Polonia y Países Bálticos). Con todo, Ucrania fue logrando de sus aliados no solo envíos inmediatos de material en stock, como municiones de calibres soviéticos, equipos de protección individual, ATGM y MANPAD, además de ayuda financiera, sino poco a poco compromisos a largo plazo y el envío de plataformas en muchos casos fuera de servicio o próximas a estarlo.
Es así como comenzaron a llegar al país poco a poco carros de combate T-72, MRAPS, vehículos de combate de infantería, recambios y componentes de todo tipo -que permitieron poner de nuevo en servicio algunas células que la Fuerza Aérea ucraniana conservaba- y también sistemas antiaéreos. En resumidas cuentas, la conferencia de Ramstein sirvió para organizar la asistencia militar -aunque no solo- de forma que Ucrania tuviese una oportunidad de lograr una solución militar al conflicto. Al fin y al cabo, las exigencias rusas eran inaceptables para Ucrania tanto porque comprometían su futuro como Estado independiente y sostenible, como porque habían hecho una evaluación correcta de los problemas rusos a la hora de sostener su “Operación Militar Especial” y que tenían mucho que ver con una carencia crónica de efectivos.
Gracias a la ayuda internacional, con el paso de los meses en el oeste de Ucrania se fueron acumulando decenas de carros de combate relativamente modernos de procedencia polaca o checa, así como nuevos sistemas antiaéreos S-300 o Buk, transportes M113 en diferentes versiones, artillería de campaña autopropulsada de 155mm y remolcada de 105mm, etc. Todo pese a que una parte estaba siendo destinada inmediatamente tras su llegada al frente, como hemos podido ver día tras día. Es decir, que Ucrania utilizó -y en parte perdió- una fracción del material enviado por sus aliados, tratando de contener a las tropas rusas mientras al mismo tiempo pensaba en una contraofensiva que tardaría meses en producirse, pues antes de eso debían contar no solo con el material, sino personal suficiente y bien formado como para llevarla a cabo. Este es quizá el elemento diferenciador, junto a la superioridad tecnológica del material occidental frente a un armamento ruso que ha quedado en entredicho: la disponibilidad de miles de uniformados entrenados en el extranjero y que han podido iniciarse en materias como táctica, comunicaciones, sanidad militar, armamento moderno, cómo operar no solo a nivel táctico y de pequeñas unidades sino también a nivel de brigada o división y coordinando las acciones entre distintas armas, etcétera.
En resumen, Ucrania ha sabido tener la paciencia estratégica necesaria para intercambiar terreno por tiempo, mientras trataba de organizar unas Fuerzas Armadas capaces de lanzar ofensivas con ciertas garantías. Eso sí, no lo olvidemos, esto solo ha sido posible a base de pérdidas enormes, especialmente entre las Fuerzas de Defensa del Territorio, que han luchado en condiciones en muchos casos infrahumanas y han aguantado la superioridad artillera y material rusa a pie de trinchera con una enorme abnegación y sacrificio, pese a los episodios de protestas que hemos ido relatando.
Los problemas de personal de Rusia
Entre finales de 2021 y febrero de 2022, la Federación Rusa acumuló una gran cantidad de material militar y, en las últimas semanas, con la excusa de unos ejercicios militares que debían llevarse a cabo en Bielorrusia, también de uniformados. La cifra exacta se desconoce, oscilando entre los 130.000 y 200.000 efectivos según la fuente consultada. Esto sería el equivalente a una horquilla de entre 120 y 150 Grupos de Entidad Batallón (BTG) -pues no todos los efectivos estaban integrados en uno-, para cuya formación se habían extraído unidades y recursos procedentes de todos los distritos militares del país. En total se estima que Rusia habría generado en preparación de la invasión de Ucrania hasta el 75 por ciento de los BTGs que sus fuerzas armadas eran capaces de constituir sin ordenar antes una movilización.
Respecto a estos últimos, los BTG se concibieron tras la guerra de Georgia de 2002. Se trata de unidades de carácter temporal y orientadas a la misión que se generan a partir de medios y personal extraídos de las unidades orgánicas. Cada BTG cuenta, en principio, con una compañía de carros de combate (10 carros), dos de infantería mecanizada sobre BMP, otra de infantería motorizada sobre BTR-80, una compañía contracarro, otra de ingenieros, dos baterías de artillería (tubo y cohete), una batería antiaérea, una unidad de apoyo y otra de mando y control. No obstante, el Ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, consciente de las limitaciones del concepto, llevaba tiempo tratando de volver a las Grandes Unidades, recuperando las divisiones y los cuerpos de ejército, que ni siquiera con las reformas introducidas hacia 2008 por Anatoliy Serdyukov llegaron a desaparecer.
Con esos mimbres, y atendiendo a la literatura sobre doctrina rusa disponible y lo probado en maniobras como ZAPAD en sus múltiples ediciones, era lógico pensar que el Ejército ruso intentaría una penetración en profundidad posiblemente hasta Kiev desde el norte y hasta el Dniéper desde el noroeste y el sur, basada en potentes columnas blindadas con un importante apoyo de artillería, con fuertes defensas antiaéreas moviéndose al ritmo del puño blindado y con la protección de su Fuerza Aérea (VVS). No obstante, un Putin que siempre ha sido bastante reacio al uso de la fuerza, optó por una reedición de lo probado con éxito décadas atrás en Checoslovaquia y en Afganistán, tratando de decapitar al Gobierno de Kiev para sustituirlo por otro afín (explicamos todo esto con más detalle en nuestro libro sobre la guerra de Ucrania).
Aquí hay que reconocer que buena parte de la comunidad académica y de los observadores sufrimos un importante sesgo de confirmación. Más allá de que el material heredado de la Unión Soviética se haya demostrado en buena parte ineficaz, el error consistió en pensar que podían aplicar la doctrina de la penetración profunda y poner en práctica los principios del arte operacional, en base a BTGs, unidades pensadas para otros escenarios como Libia o Siria, pero poco útiles en una guerra de alta intensidad como terminó por ser la de Ucrania. También se subestimó la formación de los militares rusos profesionales, mientras que se exageraron las capacidades de su complejo de reconocimiento-fuego, así como en cuanto a Guerra Electrónica o Ciberguerra. Por otra parte, también hubo mucho de improvisación por parte rusa cuando la operación sobre el aeródromo de Hostómel fracasó al no lograr contactar a tiempo las fuerzas llegadas desde Bielorrusia con los protagonistas del asalto helitransportado.
Una vez el plan original se demostró imposible, Rusia siguió adelante con la invasión, ordenando a las unidades que ya habían comenzado a penetrar en el país desde el mismo día 24 de febrero, que siguiesen adelante, a pesar de que no tenían ni unidad en el mando, ni objetivos operacionales claros, ni la formación o los apoyos adecuados. Es así como se consumaron los fracasos en los alrededores de Kiev, en Chernígov, en Sumy o en Járkov y como las tropas rusas terminaron empantanadas en rutas de cientos de kilómetros con largos flancos totalmente expuestos a las acciones de guerrilla ucranianas. Lo peor: sufrió un importante desgaste en forma de bajas tanto humanas como materiales del que nunca logró recuperarse por completo.
Si bien las bajas materiales eran relativamente fáciles de sustituir, dada la enormidad de las reservas rusas, lo cierto es que cada plataforma salida de un depósito en la inmensidad del país era marginalmente peor que aquella a la que debía sustituir. Peores ópticas, peor sistema de tiro, falta de equipos de comunicaciones, ausencia de blindaje modular. Todo esto repercutía en las posibilidades de que Rusia se impusiese, aunque no era determinante. Lo que ha venido condenando el esfuerzo ruso ha sido en muchos casos el no atreverse a dar el paso de declarar la guerra, lo que mantenía al Kremlin atado (voluntariamente) de pies y manos, pues no podía decretar una movilización y como consecuencia, no podía cubrir las bajas. Con estos mimbres se lanzaron a lo que denominaron «Segunda Fase» de la «Operación Militar Especial», tratando de avanzar sobre Lugansk y Donetsk desde diferentes puntos, incluyendo Járkov, a través del saliente de Izium, con la intención de rodear una importante fracción del territorio y las fuerzas ucranianas. Sin embargo, fracasaron en su intento de tomar Barbinkove -clave para controlar la M03 en dirección a Sloviansk-, así como de asaltar rápidamente ciudades como Limán, aunque hay que reconocer que la situación para los ucranianos llegó a ser crítica. Lo mismo sucedía en Popasna, en donde tomó semanas y semanas doblegar la resistencia ucraniana y, en última instancia, no pudieron superar la línea de Soledar, con lo cual el gran envolvimiento se hizo imposible. Rusia no había logrado superar el desgaste de la primera fase y su Ejército se veía obligado a intentar avanzar sin que las unidades hubiesen pasado por un proceso de reconstitución adecuado.
Dado que era imposible luchar contra los ucranianos una guerra de movimientos, ya que carecían de masa y apoyos para ello, se ampararon en su gran superioridad artillera buscando reducir las bajas propias. Era la solución más lógica y razonable y de hecho, dio resultados. El avance incremental en forma de «balsa de aceite» era lento, pero seguro, aunque también costoso en términos logísticos y en última instancia, incluso humanos, pese a que una de las razones de optar por este era precisamente ahorrar vidas.
Esto se vio especialmente en Severodonetsk y Lysychansk. Quien nos haya seguido día a día sabrá que en un momento determinado, el Estado Mayor ucraniano estuvo muy tentado de ordenar un repliegue hacia la línea Siversk-Bakhmut. No obstante, finalmente optaron por la resistencia a ultranza en Severodonetsk, ordenando incluso un ataque en el último momento que implicó a unidades de voluntarios internacionales y logró alargar la batalla unos días preciosos. Pese a no lograr impedir que la ciudad finalmente cayese, el contraataque ucraniano y la decisión de resistir a ultranza supuso para los chechenos, unidades de Wagner, milicianos de Lugansk y regulares rusos un gran número de bajas -a costa también de un gran número de pérdidas propias- que Ucrania podía permitirse, pues sí había movilizado a su población.
Aunque quedará para los historiadores, con acceso a fuentes primarias, determinar qué elementos intervinieron en la controvertida decisión de Kiev, parece claro que en los debates que tuvieron lugar dentro del Estado Mayor ucraniano finalmente se impusieron quienes defendían que el «centro de gravedad» del Ejército ruso era el elemento humano o, más bien, la falta de este. Es decir, que no había un punto geográfico que tomar para cambiar el curso de la guerra, ni una opinión pública sobre la que influir, ni un tipo de sistemas que inutilizar, sino que bastante con infligir un nivel de bajas suficiente como para que Rusia se viese imposibilitada a la hora de explotar las brechas abiertas por su artillería en las defensas ucranianas por falta de infantería.
En este punto fue muy criticado el sacrificio de algunas unidades de voluntarios que contaban con una excelente formación, al tratarse de exmilitares con experiencia y que en el momento parecían pérdidas insustituibles por un objetivo -Severodonetsk- que en sí mismo no era determinante. Sin embargo, el tiempo parece haber dado la razón a los decisores ucranianos y a quienes pensaban que lo único importante para paralizar las operaciones rusas, además de castigar la logística, era causar un número de bajas tal que no pudiesen lanzar más operaciones de envergadura. Es algo que se demostró posteriormente en los ataques rusos y milicianos tanto hacia Bakhmut, como desde Donetsk hacia Pisky o Avdiivka entre otros puntos. Si bien Rusia seguía repitiendo una y otra vez la misma táctica, consistente en castigar durante tres o cuatro días las posiciones defensivas ucranianas excavadas en el suelo y en algunos casos fortificadas, para posteriormente lanzar a la infantería contra las trincheras vacías o llenas de cadáveres y heridos, lo cierto es que el resultado era cada vez más pobre.
Los ejemplos recientes de Soledar, Pisky o Vulehirska y el resto de las localidades e instalaciones en los alrededores del río Luhan son bastante significativos, pues requirieron de meses de intentos continuos y luchas casa por casa para lograr su toma pese al vapuleo constante de la artillería. Tan es así que en el caso de Soledar, pese a la implicación de los mercenarios de Wagner, el bando ruso ni siquiera ha logrado tomar más que la parte oriental de la ciudad después de varios meses. La razón la encontramos, como hemos adelantado, en una falta crónica de personal que hace que sea imposible evolucionar en condiciones pues las tareas que corresponderían a una compañía las lleva a cabo una sección, las que corresponderían a una sección debe ejecutarlas un pelotón y así ad infinitum para desesperación del Kremlin.
La llegada de los HIMARS y los ataques a la logística rusa
Una vez localizado el punto débil del dispositivo ruso, los ucranianos se afanaron en impedir que incluso a pesar del déficit crónico de infantería, los rusos pudiesen imponerse por el poder abrumador de su artillería como había ocurrido en Azovstal (Mariúpol) o en la propia Lysychansk. No extraña pues que entre las peticiones recurrentes de Zelensky, Podolyak o Reznikov se incluyese siempre en primer lugar la artillería de largo alcance, fuesen cohetes o proyectiles de 155mm de alcance extendido, o incluso los misiles de teatro MGM-140 ATACMS.
La recepción por parte ucraniana de los primeros lanzacohetes HIMARS y M270 a principios del verano supuso un cambio notable en la guerra, al permitir a las AFU golpear los centros logísticos rusos mucho más allá de la línea de frente. En una campaña muy selectiva, en la que cada día durante dos meses se atacaron varios puntos seleccionados previamente aprovechando así el alcance y especialmente la precisión de los proyectiles GMLRS (guiados por GPS), Ucrania destrozó los segundos y terceros escalones logísticos rusos. Al destruir depósitos de municiones, puntos de concentración de vehículos, depósitos de combustible, centros ferroviarios o instalaciones de reparación, lograron erosionar claramente la capacidad logística rusa, de forma que fuera imposible continuar el ritmo de las operaciones, especialmente el de los bombardeos. Lograron así hacer una mella palpable sobre el arma que había permitido al Ejército ruso anotarse importantes victorias en los meses anteriores: la artillería.
Con la ventaja que da ver los hechos a posteriori, es razonable afirmar que Ucrania no empleó ni mucho menos todo el potencial de los HIMARS en su faceta de apoyo a las operaciones de combate. De hecho, hizo uso de la munición guiada con habilidad, pero parece claro que guardó gran cantidad de munición no guiada y plataformas para el futuro, arriesgando solo algunas de las plataformas recibidas. Es más, si hacemos repaso a los ataques, en la mayoría de los casos implicaban como mucho el lanzamiento de una docena de cohetes, sobre objetivos rigurosamente seleccionados, lo que supone que únicamente dos M142 HIMARS eran necesarios para cada acción. Dichas acciones se llevaron durante mucho tiempo a cabo principalmente de noche y con la cobertura de sistemas antiaéreos móviles, para maximizar las posibilidades de supervivencia frente a la aviación rusa. Rusia, por su parte, se embarcó en una búsqueda desesperada de las lanzaderas, afirmando recurrentemente en sus partes informativos diarios que una o varias habían sido destruidas, algo que sin ser para nada descabellado pues en toda guerra hay bajas, no ha podido ser confirmado gráficamente.
En cualquier caso, y confirmados como un auténtico game-changer, los M142 HIMARS y los M270 tendrían un papel clave a la hora de preparar la ofensiva ucraniana al sur, hacia Jersón y de carambola también al norte, sobre Járkov. Solo así se explica el castigo recurrente a las líneas de comunicación terrestres (SLOC) rusas en la región de Jersón, en prácticamente todos los casos al sur del río Dniéper y especialmente el estrangulamiento de dichas líneas en los dos cuellos de botella de la región: Jersón y Nova Kakhovka. Y es que el registro de ataques nos dice que la mayor parte de estos se han llevado a cabo en el sur, aunque también se han producido en Donetsk o en Járkov, golpeando la ruta logística que conecta Voronezh y Bélgorod con Kupyansk e Izium o las que conducían a Severodonetsk-Lysychansk, entre otras. Además, se han llevado a cabo ataques selectivos aprovechando la previsión de las municiones suministradas, como el que destruyó un cuartel de Wagner en Popasna o los varios que se cobraron distintos puestos de mando rusos, incluyendo posiblemente la vida de varios oficiales generales en Izium. También se han destruido depósitos de municiones en distintas partes de la geografía ucraniana, como las zonas citadas o Donetsk. Por supuesto, en algunos casos los ataques podrían haber sido llevados a cabo con drones -todavía no hay una explicación clara a algunos de los llevados a cabo en Crimea, como el de la base aérea de Saky-, pero sin duda, el peso de los ataques ha recaído sobre los hombros de los M142 y M270.
El acento puesto por los ucranianos en el sur es importante, pues más allá de que la extensión de esta zona sea mayor y por lo tanto requiera de más ataques y a mayor distancia para mellar la logística rusa, tenía posiblemente la intención de apoyar el relato sobre la próxima contraofensiva en Jersón, de la que hablaremos en el próximo epígrafe.
El giro en la guerra
Las referencias a una “contraofensiva” ucrania en el sur tienen meses de antigüedad. De hecho, se lleva hablando de ello desde las primeras semanas de guerra, cuando la invasión rusa se estancó. A mediados de marzo, cuando ya era muy evidente que algo iba muy mal para el Ejército ruso, incapaz de sobrepasar las defensas ucranianas al oeste de Kiev, de tomar Chernígov o Járkov y que veía cómo las bajas aumentaban sin cesar, Ucrania comenzó a hablar de una futura victoria militar. En esos momentos, no obstante, tenía más de rodomontada y de intento de animar a las tropas, que de un proyecto serio, aunque sin duda ya se estaba negociando entre bambalinas un apoyo muy superior al concedido hasta entonces, como hemos explicado en el epígrafe dedicado a ello.
El cambio de actitud, entendido como el momento en el que las declaraciones acerca de una futura contraofensiva comenzaron a ser creíbles, se produjo más o menos por la época de la época de la batalla por Severodonetsk, coincidiendo con el debate que dividía a quienes defendían que era mejor salvar unidades y material, intercambiando espacio por tiempo y retrocediendo hasta Siversk-Bakhmut y quienes pensaban que había que desgastar al máximo a Rusia vendiendo caro cada metro de terreno. Sin duda estas divisiones tenían estaban también relacionadas con el reparto del material que iba llegando, como los obuses remolcados M777 o los autopropulsados CAESAR, entre otros. Así, si unos defendían que debía ocultarse hasta que las AFU hubiesen alumbrado una fuerza de maniobra para finales de verano, dotándola de esta forma de la mayor cantidad de medios, otros apostaban por dedicar parte de ese material a sostener la defensa de lo que quedaba de Lugansk o a la lucha en Járkov.
De una forma u otra, una Rusia que había ido recortando progresivamente sus objetivos comenzó el asalto terrestre contra Severodonetsk el 27 de mayo, capturando los chechenos en pocas horas el hotel Mir, al norte de la urbe, mientras milicianos y rusos trataban de acceder desde Rubizhne. La situación fue crítica durante horas, momento álgido de las discusiones en el seno del Estado Mayor ucraniano y a su vez, entre el Gobierno -que seguía buscando apoyos internacionales y vendiendo la idea de que era posible derrotar militarmente a Rusia- y el Estado Mayor. El 2 de junio, cuando los rusos ya habían alcanzado la planta química de Azot, se ordenó un contraataque que logró expulsar a las tropas rusas de buena parte de la ciudad a costa de bastantes bajas, aunque logrando el objetivo de aumentar el desgaste ruso y permitiendo de paso que los ucranianos montasen una línea más sólida en Siversk. La batalla se prolongó hasta el 24-25 de junio, en que fue tomada por los rusos. Para el 2 de julio, caía Lysychansk, en la margen este del Donets y abandonada voluntariamente por los ucranianos sin apenas luchar.
Más o menos por las mismas fechas, el Ejército ruso encabezado por las VDV (Tropas Aerotransportadas) y por efectivos de Wagner Group, así como con el apoyo de los milicianos, trató de romper las líneas ucranianas en la zona de Popasna, para llegar a la carretera T1302 que permitía abastecer Severodonetsk (aunque los puentes sobre el Donets habían sido destruidos casi completamente) y Lysychansk. Después de meses de castigo artillero y tras acumular una importante superioridad local de fuerzas, finalmente lograron su objetivo el 8 de mayo, replegándose los ucranianos en pocos días hasta Soledar, en la citada carretera. La toma de Popasna y la llegada a la T1302, junto a la toma de Severodonetsk y Lysychansk marcaron un punto y aparte en la guerra, siendo en cierto modo una victoria pírrica para Rusia. Efectivamente, el Kremlin podía presumir, tras tomar algunas localidades más en la zona, de que la mayoría de Lugansk estaba en su poder. También podía concentrarse en avanzar en dirección a Bakhmut -y de ahí hacia Sloviansk y Kramators- o desde Donets hacia el oeste, buscando hacerse con localidades como Avdiivka, Pisky o Mariínka. Sin embargo, para entonces, todo había cambiado.
Es cierto que durante un tiempo las noticias que llegaban a las redes sociales y a los medios tenían que ver con nuevas conquistas rusas, como Svitlodarsk, Vulehirske, Semihirja o más recientemente Pisky. Sin embargo, no es menos cierto que cada avance ruso era una réplica de la paradoja de la dicotomía de Zenón, pues perdían en cada asalto unos hombres que no podían reemplazar, lo que terminó por hacer que cada avance fuese más lento que el anterior y finalmente por estancar la guerra. No hay más que ver cómo durante el pasado mes de agosto apenas logró hacerse con 460 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano, es decir, menos de lo que ocupa la ciudad de Madrid.
Mientras esto ocurría, Ucrania seguía generando nuevas unidades en base al material recibido desde Occidente y a los militares que habían ido terminando sus ciclos de entrenamiento tanto en la propia Ucrania, como en el Reino Unido, entre otros lugares. Solo quedaba poner en funcionamiento esta nueva maquinaria y comprobar si efectivamente era capaz de superar el que había sido el gran problema ucraniano hasta la fecha, además del déficit artillero: la incapacidad de funcionar más allá del nivel táctico.
La campaña de desinformación
Si como hemos visto Ucrania había logrado reunir tres de los cuatro ingredientes necesarios para preparar la contraofensiva -ayuda internacional, un castigo severo a la logística rusa y un importante desgaste en términos humanos-, el cuarto no sería más sencillo de implementar. Durante los meses previos a las ofensivas de Jersón y Járkov, desde el Gobierno ucraniano se lanzaron numerosos anuncios relativos a una futura contraofensiva. Lo que era más sorprendente, decían exactamente cuándo y dónde se iba a producir, pues siempre se hablaba -aunque la fecha se fue postergando- del verano y del sur, generalmente refiriéndose a Jersón.
Por supuesto, en otras circunstancias, estos anuncios hubiesen resultado poco creíbles. Sin embargo, en el caso que nos ocupa el Estado Mayor ruso tenía motivos para tomarlos en serio, obviando muchos otros factores. La llegada de los HIMARS y los primeros ataques sobre el puente Antonovsky de Jersón o sobre el puente que corona la presa de Nova Kakhovka sin duda debieron tener impacto en los mandos rusos. Es cierto que la potencia explosiva de los cohetes estadounidenses no era suficiente como para derribar las plataformas de los puentes y que estos podían ser reparados. Aun así, la amenaza para los entre 18.000 y 25.000 uniformados rusos al norte del Dniéper de quedar atrapados contra el río y sin suministros, no era baladí.
Además, a los ataques contra los puentes se sumó una campaña sistemática de ataques contra depósitos de suministros y de munición, vías férreas, sabotajes de todo tipo, ataques con drones, etcétera. Es decir, que viendo la situación en conjunto, sí parecía evidente que Ucrania estaba llevando a cabo acciones preparatorias para una futura contraofensiva en el sur. La oportunidad de lograr un gran embolsamiento ruso era demasiado atractiva como para no centrar la atención ucraniana y como consecuencia, también la rusa.
Es así como desde el alto mando ruso se dio la orden de mover todas las unidades disponibles hacia el sur, un proceso lento y costoso que implicaba rodear por territorio ruso en muchos casos desde regiones como Járkov o Lugansk, hasta Zaporiyia y especialmente Jersón, aunque también la fracción de la óblast de Nikolayev en poder de Rusia. Este esfuerzo se llevó a cabo durante semanas, vaciando de tropas entre otras la región en torno a Izium.
Ucrania, mientras tanto, trabajaba en poner a punto su fuerza de maniobra, una auténtica pesadilla logística en la que participaban blindados, MRAPs u obuses de muy distintas procedencias. Hay que tener en cuenta que lo que hubiese sido más sencillo para Ucrania, esto es, recibir más y más material de origen soviético como carros T-72 o blindados BMP en cualquiera de sus versiones, así como obuses D30 y todos los recambios y municiones asociadas, cada vez era más difícil. Por el contrario, asimilar el material de diseño occidental era a su vez un reto, máxime cuando pese a las estandarizaciones a las que obliga la OTAN en cuanto a calibres, niveles de blindaje y muchos otros aspectos, cada sistema enviado tenía sus particularidades.
Por si lo anterior no fuese suficiente, estaba la dificultad añadida de hacer llegar todo ese material a Ucrania fuese desde Polonia, Eslovaquia, Hungría o Rumanía, pues Rusia atacaba periódicamente con armas stand-off algunos de los centros logísticos a los que iban a parar antes de dirigirse al frente, así como infraestructuras críticas como puentes o vías férreas, aunque -todo hay que decirlo- con escaso éxito. De esta forma, los ucranianos debían tirar de imaginación para repartir todo tipo de suministros, desde carros de combate a munición, lubricantes, recambios, uniformes y cualquier otra cosa que queramos incluir de forma que fuese lo más difícil posible de localizar para la inteligencia militar rusa. Esto implicaba recurrir a instalaciones agropecuarias, garajes, fábricas, edificios abandonados y, muy seguramente, colegios, instalaciones deportivas y cualquier otra construcción que pudiese pasar medianamente desapercibida y ayudase a evitar concentraciones, evitando así que cada misil ruso, en el caso de acertar, se cobrase un precio demasiado alto.
No era la única medida a adoptar. Otra crucial tenía que ver con el control de las comunicaciones. Los miembros de las Fuerzas Armadas ucranianas debían guardar una absoluta disciplina en este sentido, seguramente privándose de publicar en redes sociales, siendo muy estrictos con las llamadas telefónicas, etcétera. A lo largo de la guerra hemos podido ver muchos casos en los que indiscreciones de todo tipo han costado bajas. Se han producido casos sonados, como cuando reporteros rusos empotrados con las tropas al retransmitir en directo desvelaban la posición de tal o cual pieza, rápidamente destruida por la artillería ucraniana. Incluso, recientemente, se ha sabido que especialistas ucranianos se habrían dedicado a contactar con soldados rusos a través de redes sociales, simulando ser chicas jóvenes para atraerlos, tentarles a compartir imágenes y con ello localizar la posición de las unidades de las que formaban parte.
En relación con lo anterior, no debemos olvidar que pese a que el uso en esta guerra ha sido cuestionable, o al menos menor de lo esperado, Rusia es una potencia sobre el papel con unas importantes capacidades en cuanto a Guerra Electrónica que había venido demostrando desde 2014 en el Donbás. Entre ellas, están las de reconocimiento electrónico. A estas se suma el contar con una de las redes de satélites militares, también de reconocimiento electrónico y óptico en diferentes segmentos del espectro, más nutridas del mundo, nominalmente solo por detrás de la estadounidense. Por supuesto, aunque en más de seis meses de guerra Ucrania ha tenido tiempo de neutralizarla en parte, cuenta con una amplia red de informadores y colaboradores infiltrados por toda la Administración ucraniana e incluso entre la sociedad. En conjunto, todas estas fuentes de información deberían haber servido para dar una idea a Rusia de lo que Ucrania estaba planeando y movilizando para la ocasión y por ende, para detectar los movimientos en dirección a Járkov. Aquí entran en juego varias explicaciones posibles:
- La primera es que los ucranianos, bien asesorados, hayan librado una batalla sigilosa en el espectro electromagnético, lanzando mensajes que Rusia pudiese interpretar como confirmación de sus temores a una gran ofensiva en el sur. De esta forma, tendrían vía libre para destinar parte de sus fuerzas a un ataque sobre Járkov. Es la hipótesis de la trampa, según la cual Rusia habría mordido el anzuelo y todo formaba parte de un elaborado plan ucraniano implementado de forma magistral.
- La segunda es la hipótesis de la oportunidad. Al detectar cómo efectivamente Rusia habría retirado gran cantidad de unidades de la región de Járkov y de parte de Lugansk, el plan original que era efectivamente lanzar un gran ataque sobre el sur, habría mutado, para aprovechar la ventana de oportunidad que se abría al noreste.
Aunque la primera opción es muy tentadora, consideramos que la segunda tiene más visos de credibilidad. Por una parte, las simulaciones y los juegos de guerra efectuados por los militares estadounidenses aconsejaban que la ofensiva en el sur persiguiese objetivos limitados, algo que finalmente se decidió así teniendo en cuenta la inferioridad temporal en artillería -pese al castigo a las líneas de suministro rusas- o la relativa bisoñez de las tropas ucranianas, entre otros factores. Por otra, se han publicado artículos que avalan la idea de que la ofensiva de Járkov fue de última hora.
La reconstrucción de los hechos que conocemos también apunta a esto último. Los vuelos de aviones de reconocimiento de la OTAN han sido constantes, examinando a diario las emisiones electromagnéticas rusas. Sin duda los satélites de reconocimiento militares apuntaban al mismo objetivo. Los paquetes de ayuda militar a Ucrania incluían en algunos casos horas de acceso a satélites comerciales y paquetes de imágenes por satélite, de forma que podían cotejar la información recibida desde sus aliados con sus propias averiguaciones. Además, poco antes de la ofensiva se produjeron movimientos de las unidades de operaciones especiales (SOF) ucranianas en la zona de Ozerne que daban a entender que no había presencia rusa en algunas partes de la región de Járkov.
De esta forma, cuando se detectó que en una zona amplia al noroeste del país apenas se producían emisiones (radar, comunicaciones…) y las imágenes ópticas e infrarrojas demostraron que las acumulaciones de vehículos y tropas eran mucho menores, se habría decidido que el golpe a Rusia era factible. Además, los ucranianos tenían importantes incentivos para apostar por ello, pues la ofensiva en el sur no había logrado hitos de forma inmediata y la cercanía del invierno y los problemas energéticos podría erosionar la confianza de los socios europeos en las posibilidades militares de Ucrania.
Así pues, de forma bastante sigilosa y eficiente, lograron mover alrededor de nueve o diez mil uniformados junto con algunos carros de combate -es posible que no más de unas pocas decenas-, algunas decenas más de blindados de todo tipo y un gran número de vehículos ligeros, poniéndolos en posición sin hacer saltar las alarmas de una Rusia que seguía centrada en el sur y que en este sector del frente no contaba con los medios adecuados para detectar y valorar la amenaza. Una vez las unidades SOF y los informes enviados por los grupos de partisanos en zona corroboraron lo anterior, se dio luz verde a la operación, que explicaremos en detalle en la siguiente parte de este artículo.
Normalmente en los regímenes autocráticos, los generales temen más la ira de su líder que al propio enemigo. Aparte de la evidente falta de medios humanos en el bando ruso, ¿podría haber sucedido que el miedo a la reacción de Putin por un posible fracaso en el sur haya llevado a los generales rusos a llevar a cabo una maniobra excesivamente arriesgada, que en el contexto OTAN hubiera sido más difícil de asumir por sus mandos?
Mucho nos tememos que hasta que no pasen años y no se abran los archivos, no vamos a tener respuesta a esas preguntas, pero es posible, sí.
Soberbio aperitivo.
En cuanto tenga el libro I, me lo coml
Como
Excelente explicación y redacción, Christian!Gracias
¡Gracias!