La mutualización de las bajas en combate

Un pilar aun por construir en la defensa europea

Militares transportan los féretros del sargento Manuel Argudin Perrino y la soldado Niyireth Pineda Marín, fallecidos en Afganistán, en 2011. Foto - RTVE

La construcción europea ha llevado un proceso parecido al de un gran edificio; tras los cimientos –la Comunidad del Carbón y del Acero- vino la siguiente fase de elevación de pilares, columnas y plantas –los distintos tratados de las Comunidades europeas- hasta llegar a poner el tejado y el ramo de laurel en lo más alto con el Tratado de Lisboa. Ahora estamos en la fase de tabicar las plantas, poner la electricidad y fontanería. Parte de ello le corresponde a la Europa de la Defensa, la cual parece marchar en estos tiempos con un paso si no firme al menos alegre.

En esta fase, bajo el liderazgo de la señora Mogherini desde su puesto de Alta Representante de la Unión para Asuntos exteriores y Política de seguridad, además de Vicepresidente de la Comisión, pudiera pensarse que el Ejército Europeo nos espera al final de la misma, pero no debemos engañarnos, ese Ejército europeo auténticamente multinacional, orgánico y con dependencia directa del Alto Representante y que algunos pensamos que ya cuenta con las condiciones para empezar a caminar a un nivel básico, aún tiene un largo camino por delante, pese a las recientes propuestas del presidente Macron.

Mientras llega ese día parece conveniente analizar algunos aspectos que irían ligados a la existencia de ese Ejército, ya que todos los acuerdos santificados en Estrasburgo, todos los proyectos conjuntos, todas las buenas voluntades en relación con la Defensa, no tendrán una real manifestación hasta que Europa no sea capaz de recibir a las bajas de combate producidas bajo su bandera como tales, como auténticos soldados europeos, y para llegar ahí será necesario un cambio en los imaginarios sociales que pasa por la mutualización de las bajas de combate.

La colectivización de la violencia del Estado

La patrimonialización de la violencia por parte de las colectividades humanas ha representado a lo largo de la historia, en mayor o menor medida y con diferentes grados de perfección, los diferentes escalones de progreso en la construcción del estado moderno.

En la actualidad la colectivización de la violencia por medio de distintas organizaciones defensivas como pudiera ser la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), por utilizar un ejemplo cercano, o bien los sistemas de prevención de esa misma violencia, como sería el caso de las Naciones Unidas (ONU) y el siempre pendiente de desarrollo Capítulo VII de la Carta (i), parecen llevar a los optimistas a pensar que las organizaciones supranacionales, del tipo que sean, representan el grado superlativo en ese difícil campo de la evolución humana que representa la gestión de la violencia.

La realidad nos muestra un panorama más complicado de lo que los Tratados de creación parecían prometer, y aquí se incluye la Unión Europea (UE). El caso de la ONU es paradigmático; nacida para traer la paz al mundo se debate entre la inacción y su papel como notario de múltiples tragedias de diferentes colectivos a lo largo y ancho de mundo. Casi nunca consigue impedir el inicio de los conflictos y sus mayores logros han llegado como fuerzas de interposición.

La OTAN desde su creación vino a cumplir una impagable misión de disuasión durante el largo periodo de la Guerra fría. Tras la desaparición de la URSS entró en un paroxismo amplificador de la membresía, siempre hacia el Este y en lo que para algunos era un claro intento de acorralar a la nueva Rusia. Pero claro, la velocidad tiene sus riesgos, y sus costes, y así, en los últimos tiempos, asistimos a frecuentes admoniciones por parte del socio principal sobre el comportamiento económico de algunos, la mayoría, de los socios. Sería el caso que en economía se conoce como free rider, es decir, el consumidor de bienes públicos, en este caso la seguridad colectiva, sin pagar por ello, o pagando muy poco.

De forma reiterada hemos podido asistir, en las sucesivas cumbres OTAN, a peticiones, exigencias, y últimamente advertencias, por parte de los EEUU en relación con el porcentaje de PIB que los distintos miembros dedican a la defensa. Pero la defensa es cara, no solo para la OTAN también para la UE, y dependiendo del estudio económico que se tome como referencia, improductiva, de modo que, asimismo en los últimos años, asistimos a diferentes políticas o proyectos tendentes a compartir, o mutualizar, diferentes aspectos y capacidades dentro de estas organizaciones colectivas y al desarrollo de proyectos de fabricación de sistemas de combate mediante programas conjuntos, así como acuerdos para la interoperabilidad de los materiales. Las Agrupaciones de combate, el transporte aéreo –el Mando de Transporte Europeo es un buen ejemplo-, la inteligencia de satélites, proyectos navales, etc. a día de hoy se cuenta ya con un amplio abanico de desarrollos que parecen aventurar la existencia de una senda que por sí sola debería conducir a esa ineludible, para algunos, Europa de la defensa y al tiempo a la socialización de esos gastos de defensa.

La nacionalización de las bajas en combate y sus efectos políticos

Cuando observamos estos logros, sin embargo, nos damos cuenta también de que existen determinados campos en los que estos avances son más lentos o incluso inexistentes. Es como si hubiese un cierto temor a avanzar en ellos. Un ejemplo claro sería el de la sanidad, en el que casi todos los países, al menos los que cuentan con suficiente capacidad y en determinadas situaciones, son reacios a enviar a sus soldados desplegados en operaciones a hospitales de otras naciones. Se trata de dar el máximo tratamiento hospitalario con carácter nacional.

Esto sucede así porque hay campos en los que el altruismo nacional y la colectivización tienen sus límites. Está bien el apoyar a naciones, países, o regiones que, por el motivo que sea, padecen la lacra de los conflictos armados, que en su expresión moderna tienen siempre a la población civil como sujeto pasivo y sufriente de todas las calamidades que las guerras llevan consigo. Apoyos que se plasman en forma de misiones internacionales en las que muchos países europeos se distinguen por la cuidadosa selección de su participación en las mismas, participación decidida en ocasiones en función del riesgo que representen para sus soldados. A ser posible mínimo, mejor inexistente.

Ese apoyo, a caballo de los Medios de comunicación social (MCS), puede convertirse a veces en un auténtico clamor social, y si el partido del gobierno se muestra renuente, puede ocurrir que la oposición utilice esas dudas como arma en su legítima labor opositora. Nuestros soldados, cuando despliegan en el exterior, deben tener la mejor asistencia médica posible, es decir, si es posible nacional. Esto es así.

Si con la asistencia médica nos encontramos esta situación, qué no ocurrirá cuando hay que entrar en el mucho más espinoso problema de las bajas de combate, es decir, los posibles muertos en esos despliegues exteriores. Ahí es donde, para la mayoría de los socios europeos, se encuentra la madre de todas las decisiones –permítaseme el dicho fácil- dada la repercusión que las imágenes de féretros descendiendo de los aviones suele tener en la opinión pública, o dicho de otra forma, de los votantes en las siguientes elecciones.

Pero…¿Está cuantificada esa repercusión? Desde luego son muchos los estudios que se han hecho en los EEUU, sobre todo a partir de la guerra de Corea, pasando por la de Vietnam y centrándose en la actualidad en las más recientes de Irak y Afganistán. De todos ellos se deduce que las guerras “limitadas” casi nunca lo son y que, por lo tanto, obligan a los gobiernos a “educar” a la opinión pública para la nueva situación. También se concluye que existe un margen crítico en el número de bajas, diferente para cada país y conflicto, a partir del cual los efectos en el voto de los ciudadanos crecen geométricamente, generalmente de forma negativa para el gobierno, si bien esto, puede verse modificado por la percepción de la guerra como “vital” para la nación, en cuyo caso todo se supedita a la victoria final y así también se hace vital el mantenimiento del comandante en jefe y su gobierno.

En cualquier caso sí que parece claro que el número de bajas, y su continuidad en el tiempo, suponen una clara amenaza para la continuidad del gobierno afectado. En este sentido también se observan, en relación directa con las mismas, la aparición de campañas de comunicación para mantener el control de sus efectos negativos y en este sentido el tratamiento de los restos repatriados es paradigmático.

En los EEUU, en 2009 y tras 18 años de prohibición, el presidente Obama imprimió un cambio radical con la apertura a los MCS (ii) de la base Dover, en Delaware, a donde llegan los féretros y cuyo cierre había sido objeto de controversia durante años. Sus vecinos canadienses desde el año 2002 reciben a sus caídos (iii), sentida y espontáneamente, en los puentes y viaductos de la autopista que desde Trenton conduce a Toronto, 100 km, autopista que desde el 2007 es oficialmente nombrada como la Autopista de los héroes; hoy en los EEUU sucede lo mismo en su autopista. Pero estamos hablando de los EEUU y Canadá, naciones jóvenes aún, pese a haber participado en todos los grandes conflictos del último siglo. ¿Cuál es la situación en la “vieja” Europa?

En Europa parece que las grandes reacciones se reservan en exclusiva para los grandes desastres. En el caso de España contamos con dos casos paradigmáticos. En ambos se trató de gestionar la comunicación pública desde el ámbito televisivo. La gestión del funeral del accidente del Yak 42, desde un punto de vista comunicativo, fue grandiosa, cuantitativa o espacialmente hablando, féretros, familiares, autoridades, solo un pero podría plantearse; la Base aérea, de enormes espacios abiertos, hacía perder un poco la concentración del espectador y por lo tanto la transmisión del mensaje que quedaba un poco perdido. En el caso de los agentes del CNI, todos ellos militares y muertos en combate con las armas en la mano, nos encontramos ante todo lo contrario, un espacio cerrado, con todo el personal, familiares y autoridades sentados, apretujados, y con el único uniforme del General JEME. Tampoco en esta oportunidad quedó claro el mensaje que todo acto institucional debe llevar implícito y para las FAS –apartadas de la gestión del acto- fue una ventana de oportunidad perdida al no poder presentar y gestionar el heroísmo de sus hombres.

En Italia nos encontramos con una situación diferente. En el caso de los carabinieri y militares muertos en Nasiriya en el 2003 el mensaje institucional fue claro y convincente. Desde la llegada al aeropuerto donde el presidente Carlo Azeglio Ciampi impone las manos a cada uno de los féretros antes de ser cargados en los vehículos fúnebres y ante la fila formada por todo el gobierno Berlusconi. Después la capilla ardiente en el Vittoriale (iv), el imponente mausoleo al soldado desconocido en el centro de la ciudad donde más de 300.000 romanos presentarán sus respetos.

Posteriormente el traslado por el centro de Roma para el funeral, con más de 1.000.000 de italianos alineados en las calles de Roma. Italia y sus valores, instituciones, por encima de todo, y con la colaboración de los MCS. Las instituciones de gobierno, al menos en el inmediato temporal, salen claramente robustecidas.

El relato de los conflictos en Europa

La prensa europea en general, al menos la continental, ha venido tratando el espinoso tema de las operaciones exteriores con un cierto distanciamiento, como la cara menos bonita de las sociedades modernas, y generalmente se ha limitado a aspectos humanos de los militares desplegados, el trabajo de apoyo a las Organizaciones no gubernamentales, curiosidades logísticas, etc. Las cosas comienzan a cambiar cuando las tropas francesas sufren la conocida como la Emboscada de Uzbin (v), en Afganistán en 2008, en la cual 10 jóvenes soldados franceses perecerán, en algunos casos en combate cuerpo a cuerpo.

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